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» cuatro «

  Viktor vuelve a ver al chico pelinegro un par de días después.

  Él está arrodillado, escondido entre dos esquinas de la cafetería, con un bento en una mano y un par de palillos en la otra.

  Frente a él hay un grupo de seis chicas, todas mayores y peligrosamente cerca, tienen trenzas a combinar y las faldas de su uniforme están un poco muy arriba. 

  Viktor sabe quiénes son, ha rechazado las declaraciones de amor de casi todas ellas.

—¡Ey!—dice, acercándose con su lonchera de metal en una mano y un libro de Física en la otra—. Ahí estás, amigo. ¿Por qué saliste corriendo? Dijiste que me ibas a ayudar a estudiar.

  Dos de las chicas se voltean hacia él, veneno en sus ojos y una sonrisa en sus bocas. Viktor sabe que la mayoría de ellas son tan doble cara como ellas solas, y a veces le de algo de pena.

—¡Viktor, mi amor!—se burla alguien. Las trenzas rubias le caen por la espalda—. ¿Cómo estás, cielo?

  El peliblanco la ignora, empieza a empujarlas hasta hacerse paso al pequeño japonés, y una vez frente al chico lo abraza.

—¿Te hicieron daño estas zorras?—pregunta, y ojos avellana lo miran con temor. A su alrededor, las chicas empiezan a protestar—. Vente, tenemos que estudiar, y no creo que unos humanos vayan a ayudarnos con eso.

—¡Tú también eres humano, Viktor!—le grita alguien, pero él no escucha, se acomoda el libro en el brazo y toma al chico de la mano, arrastrándolo lejos de las arpías—. ¡Que no se te olvide de dónde vienes, niño de mami!

—Vete a la mierda—dice el japonés, finalmente, y empieza él a arrastrar a Viktor lejos. 


  Han pasado cerca de quince minutos y Viktor ya no tolera el silencio.

  El pelinegro está arrinconado bajo el árbol, fulminando con la mirada a su pequeño bento, y Viktor sólo lo observa, lonchera y libro de Física abandonados a sus pies.

—Perdón por la molestia—dice el japonés finalmente, ojos aún clavados en su desayuno—. No quería impedir que estudiaras para tu examen.

  La campana del recreo había sonado hace tiempo, pero Viktor seguía ahí, saltándose clase con un desconocido que parecía odiar su comida.

—Está bien, no es como si mágicamente fuera a aprobar por leer mis notas diez minutos antes del examen—se encoge de hombros—. Y ellas te estaban molestando, sé lo odiosas que pueden llegar a ser, especialmente con los cincuenta/cincuenta.

  Eso consigue llamar su atención, pronto ojos avellana lo miran con temor y Viktor ve cómo el chico se muerde el labio.

—¿Es tan obvio?—pregunta, y Viktor sonríe.

—Mi mamá es una serpiente albina, setenta/treinta, no es tan difícil reconocer a otros híbridos si nos basamos en eso.

  El chico sonríe, aliviado, y suspira antes de abrir su pequeño bento.

—Yuuri—dice, como agradecimiento—. Yuuri Katsuki, un gusto.

—Nikiforov—dice Viktor, extendiéndole una mano—. Viktor Nikiforov, encantado.

  Los ojos avellana del chico brillan con una alegría infantil cuando sacuden manos.

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