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(5) D E S N U D E Z

Eva y Gaspar eran compañeros de trabajo de Gustavo, ambos sentían una atracción no amistosa por el hombre, así que los dos se habían acercado entre ellos de algún modo; no eran enemigos, porque la guerra estaba perdida y mantenían una relación cordial durante sus largas jornadas, pues era mejor que ser absolutamente indiferentes.

          Acostumbrados a observar a su ser más querido a la distancia, supieron de inmediato que algo sucedía con él, incluso podían saber que iba más allá del fallecimiento de su hermano. Si hubieran podido hablar del asunto, sin duda habrían compartido sus teorías, pero se mantuvieron en silencio, apreciando de reojo a Gustavo y su extraño comportamiento de ese día.

          El hombre era eficiente en su labor, sin embargo, esa mañana llegó con los dedos enredados y en menos de una hora había ensamblado mal, empaquetado desastrosamente y llenado fichas con letra ininteligible. Se ganó un par de retos severos de parte de los supervisores y unas palabras menos graves del lado de su jefe más humano que sabía de su pérdida reciente y que atribuía a eso sus errores.

          El jefe Reveco tenía cincuenta años, odiaba su trabajo como odiaba su vida, sólo que no hacía nada por terminar con lo uno ni con lo otro, tantos años de maltrato lo habían sumido en un extraño estado de aceptación y si alguien llegara y lo pateara mientras hacía sus tareas, seguro se levantaba sin hacer escándalo y seguía con lo suyo, así de aceptado estaba en él su condición de esclavo.

          De todos modos, al hombre le quedaba algo en su corazón de esos tiempos en que luchaba por su vida y la de su familia, por eso sentía simpatía por el estado de Gustavo, como si hubiera muerto su propio hermano, cosa que, de hecho, había sucedido varios años antes y ni un mísero día libre le habían dado.

          Por brindarle un tiempo mínimo de duelo a su subordinado se había ganado varios regaños, pero sentía que era lo menos que podía hacer por un trabajador eficiente y bajo el alero de ese discurso de esfuerzo y servicio grandioso, consiguió que se aceptara el misericordioso descanso que, pensó, conseguiría en otro momento siguiendo la misma lógica, incluso podría volverse, primero, una cortesía aceptada por todos, una regla básica luego y un derecho al final. Casi podía imaginar que así era antes de que todo se arruinara para siempre.

          Gustavo se cortó la mano de manera intencional luego de unas pocas horas, ya había cometido errores que, realmente, se debieron a sus nervios, no obstante, ahora decidió hacer algo a consciencia y ver si obtenía los resultados esperados. La herida goteó sobre algunas cajas y el suelo, hizo presión a su alrededor y decidió dejar la sangre escurrir sin ocultarla ni intentar retenerla para dar una impresión de mayor daño. Gaspar estaba cerca de él cuando ocurrió el accidente y le tembló un poco la voz cuando fue en su auxilio.

          Una sirena que avisaba que había una emergencia resonó a la distancia, Gustavo fue llevado a la enfermería, Gaspar por su parte y muy a su pesar, debía volver al trabajo. Reveco fue a constatar la gravedad del asunto, en la fábrica había doscientos trabajadores por turno y Gustavo estaba sentado en la única camilla del lugar; parecía agotado más allá de lo físico y eso nadie podía negarlo, sólo que el jefe malentendió las razones, porque no había modo de que alguien imaginara que mantenía a un tipo prófugo de la justicia en su departamento y que su mano había sido herida para poder volver luego con él.

          Al cabo de unos minutos, valiéndose de su buena labia, el hombre mayor consiguió que Gustavo tuviera el resto del día libre y le aconsejó sobreponerse, simplemente porque no le quedaba de otra. Palmeó su hombro un par de veces, le echó un vistazo con todo el afecto que pudo transmitirle y lo despidió dándole el pésame que nadie más le había brindado. Gustavo tragó saliva, adolorido tras sus palabras.

          Mientras andaba de regreso, pasó por el almacén que le quedaba en la ruta; el comercio abría a las cinco, justo cuando el toque de queda terminaba y las tienditas siempre estaban desprovistas de las cosas que parecían más importantes, pero cajetillas había por montones. Era de entendimiento común que en Aninat se mantenía a los obreros con un vicio que los hiciera dependientes de sus servicios.

          Luego de comprar, retornó al camino andando a paso lento primero, pensando en lo que haría una vez llegara al departamento, luego se detuvo un rato, sentándose en cualquier lugar, frotándose la mano herida sin aumentar el daño y soltó al final un largo suspiro. Estaba demasiado agotado y con la triste sensación de que nada lo aliviaría, justo como los dos cigarros que se había tragado en lo que estaba ahí a la espera de un milagro y como nada sucedió, puesto que no había forma de que sucediera, retomó el camino que había abandonado.

          Al ingresar al departamento le sorprendió que se viera mucho más pequeño de lo que era, el fugitivo estaba sentado en la cama, postura recta, manos sobre las rodillas, con la vista fija en la televisión que hablaba de él, sobre cómo la policía hacía todo lo posible para dar con su paradero y que la población debía mantenerse tranquila, pero alerta. Gustavo cerró la puerta con prisa y su invitado se volteó en su dirección, aunque sus ojos, extraños como eran, parecían fijos en la mano herida.

          ⸺Estoy bien⸺ aclaró, porque le pareció que estaba demasiado preocupado, lucía, a su juicio, algo nervioso también, incluso si no había hecho más que dirigirle la mirada⸺. ¿Comiste?⸺ el tipo negó con la cabeza y Gustavo miró el reloj de su pared, eran las once en punto⸺ ¿Te lavaste?⸺ otra negativa silenciosa⸺ Bien. Yo me iré a asear, sólo quédate donde estás, ¿bueno?

          El hombre no esperó respuesta y se fue directo a la ducha, abrió la llave y se aseó como pudo, ahora se daba cuenta de la real repercusión de haberse lastimado algo tan útil como una mano, suerte para él que no había herido la dominante, pero no podía saltarse el aseo, porque el trabajo, aunque no hubiera cumplido con su turno de trece horas, lo había dejado bañado por distintos tipos de olores, polvos, grasa y mugre de las muchas cosas que alcanzó a manipular.

          Salió de la ducha secado apenas y con la ropa mal puesta, porque había dejado el cuarto como si huyera de una explosión inminente. De pronto quería respuestas, explicaciones, saturarse de información, necesitaba saber quién era ese sujeto, qué hacía su hermano en el laboratorio que le mencionara y los motivos reales tras su muerte, pero cuando abrió la puerta que lo separaba del extraño, lo encontró de pie frente a él, aguardando en completa desnudez.

          ⸺Creo que no has entendido algo⸺ le dijo entonces y Gustavo tensó la mandíbula⸺. No estoy enfermo, sólo no soy humano. No del todo.


La exposición corporal era algo extraño, para algunos tan bella, para otros tan complicada. A juicio de Gustavo, la desnudez suscitaba en mentes perversas emociones criminales y deseos horrendos que saciarían, aunque fuera a la fuerza. Así que sus ojos se desviaron pronto de esa figura, empero el sujeto que no entendía el mensaje, se le acercó más. Ahora la distancia que los separaba no alcanzaba ni para dar un paso y el hombre, por extraña razón, no podía cerrar los ojos. Una insólita curiosidad en ascenso le impedía cubrirse el rostro o darse la vuelta, porque, muy en el fondo, deseaba volver la vista al cuerpo que se le ofrecía.

          ⸺Mírame. Tienes que verme.

          Gustavo, acostumbrado a obedecer, alzó la cabeza y reparó en el rostro de su invitado, realmente no le había puesto la atención que requería antes y supuso que eso había motivado al sujeto a actuar. Ahora el hombre entendía un poco sus palabras. Era una persona, sí, pero no lucía exactamente como una y esa mutación que había atribuido a secuelas nucleares, podía ser, como él mismo lo había creído, algo de otra especie en realidad.

          La piel era gris, distinta al pavimento, más pálida, blanca en algunas zonas, pero no exactamente, Gustavo frunció el ceño, molesto por no ser bueno para identificarla con exactitud. Sin embargo, esa particularidad pasaba a segundo plano al llegar a los ojos que eran negros, todo el globo ocular, así que el hombre se preguntó si acaso al observar más de cerca podría distinguir un iris o una pupila. El cabello también era oscuro y caía lacio hasta media espalda y cuando el fugitivo descubrió hacia dónde estaba dirigida la observación de Gustavo, extendió su brazo para hacer presa la mano sana y la pegó a su torso. La tensión se palpó en ambos, a Gustavo se le dificultó pensar.

          ⸺No soy como tú.

          La mano secuestrada fue dirigida sin esperar ninguna aprobación hacia la zona sur de su cuerpo, Gustavo mantuvo la vista fija en el recorrido que hacía ese tipo extraño y se dio cuenta de lo que quería enseñarle. La anatomía humana no le era desconocida, sabía cómo eran los hombres y entendía bastante sobre las mujeres y lo que estaba viendo ahora lo hizo fruncir el ceño por su particularidad. ¿Este tipo era un hombre o no?

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