1. Prólogo.
Capítulo 1.
Casas adoptivas pasaban por la mente de mi asistente social.
Año tras año iba a diferentes casas, sin hacer amigos, ni recordando familiares.
Cosa muy peculiar en la vida de una adolescente con hormonas de crecimiento y estupidez social por todas partes.
Rodaba los ojos cada vez que veía una pareja o un grupo de amigos en algún lado, era ridículo. No es porque yo no haya estado con alguien, pero lo considero innecesario.
La secundaria era totalmente uno de mis hobbies, podía pensar en cualquier materia sin recordar mi vida y resolverla fácilmente.
La nieve de invierno se colaba en mi cabello mientras caminábamos las frías calles. Ellen buscaba y llamaba a cada casa adoptiva que pudiera tener en su agenda para mi, pero no había conseguido ninguna por el momento.
—Te quedarás conmigo hasta que encontremos un lugar para ti.— solía molestarse cada vez que alguna familia consideraba tener suficientes hijos y no querían agregar a alguien mas.
Asentí sin hacer problema y cruzamos una avenida para ir a una cafetería. "New Venecia". Muertas de frío nos dirigimos a una mesa, luego pediríamos algo para tomar.
Observé la ventana mientras me quitaba mi abrigo rojo lleno de granitos de nieve. Mi cabello chocolate se había despeinado con tanto viento del sur.
Sonreí en mi interior cuando recordé que podría terminar Código Da Vinci mientras esperábamos alguna llamada.
La cafetería estaba con pocos comensales. Una pareja de adolescentes estaban hablando en un tono alto, mientras que de fondo se escuchaban los gritos de unos gemelos con su madre y padre tratando de darles un caramelo o quizás calmarlos.
Era muy tradicional y cálida, no había equipos de Rugbier en el fondo de las mesas, solo había familias y amigos.
Dirigí mi mirada a Ellen que tachaba nombres de su agenda con el ceño fruncido, entonces pregunté.
—¿Quieres algo de beber?—asintió mirando esas hojas gastadas y con su teléfono en manos.
Sabía lo que quería, un capuchino de azúcar doble, era lo que siempre pedía cuando estaba con ella.
Me levanté del asiento y me dirigí al mostrador. La cafeína era crucial para un momento así, a nadie le gusta la presión de otra persona con respecto a temas delicados.
Había una chica haciendo su pedido y tardaba mucho. Lo mas probable es que este coqueteando con el vendedor. Rodé los ojos involuntariamente pero luego crucé miradas con él. Ojos grises.
Su mirada se me hizo tan familiar. Creí verlo en otra parte pero mí memoria no ayudaba. Además, ¿Dónde podía haberlo visto? Yo jamás estuve en este pueblo.
La chica salió disgustada del local y reí internamente, quizás no consiguió lo que quería.
Me adelanté para pedir mi pedido y mire sus ojos, otra vez, que me produjo una sensación extraña en el pecho.
—Hola, ¿podrías darme un capuchino de azúcar doble y un submarino?— hablé sin tartamudear y él asiente, haciendo que su cabello se sacudiera. ¿Qué shampoo usara?
—¿Eres nueva aquí?— preguntó sirviendo. No me gusta hablar con gente desconocida.
No respondí y traté de mirar hacia otro lado.
—¿No eres de hablar?— dejó el capuchino en frente mío y se fue a preparar el submarino.
—Conozco a todos los del pueblo y sé que no eres de aquí.— terminó de llenar el mío y se acercó.
—Por lo tanto, bienvenida, ojos tristes.— sonrió de lado mientras que yo agarraba las bebidas.
—Gracias.— caminé de regreso a la mesa y dejé las bebidas.
—Sí vives por aquí, deberías ser más respetuosa.—
—No tengo ánimos de hablar con desconocidos.— terminé de decir y tomé un sorbo del submarino.
Terminaría enojada con lo que diría acerca de mi y no sería lindo. Otro de mis secretos es que tengo ataques, no cualquiera, más bien serían de desesperación. Daño a quien esté a mi lado, otra de las razones por la que no quieren tener a una loca en casas adoptivas.
Además de que no lo vería nunca más en mí vida.
Muchos preguntarían acerca de mis padres y no me apetecía hablar sobre ellos. No están en mi vida y no lo estarán.
Una bebé recién nacida fue abandonada en una plaza de KingCross, salió en los periódicos mi ridícula historia, una señora de la tercera edad me rescató pero luego me dejó en la comisaría. Y viaje de mano en mano hasta un orfanato, casas adoptivas y demás.
Ellen se aseguraba de que estuviera bajo un techo y con alimentos, era lo que le importaba y eso lo agradecía.
—Tus maletas están en mi auto, mañana entrevistare a una familia y ya tienes instituto al cuál ir.— tomó un sorbo de su capuchino y sonrió satisfecha.
—Que gran noticia.— imite su intento de sonrisa y rodó los ojos.
—Serás nueva en el instituto y quiero que tengas amigos, es un pueblo chiquito y sabremos todo de todos.— murmuró levantándose del asiento.
—Vamos, mañana te levantarás temprano para comprar ropa y cosas del instituto.— asentí molesta por ir a ese agujero de humanidad.
Nos levantamos del asiento y ella me dio dinero para pagar nuestras bebidas. Gruñí porque tenía que hablar con el chico de ojos grises otra vez.
Caminé hacia el mostrador y le di el dinero.
—¿Ya se van?— preguntó buscando el cambio.
—Ten. Salúdame a tu madre.— sonrió con todos sus dientes y fruncí el ceño.
Su persona me transmitió algo que no sentí antes. Me hacía querer saber quién era. Quería saber quién era tan idiota como para seguir hablándome bien y sonriéndome, cuando yo solo respondía cortante. Ningún vendedor te responde de buena manera. Y eso lo sé muy bien por todos los lugares que visite y me recibieron de la peor forma porque era "descortés" o "desubicada".
Sentí la atracción que me brindaba su mirada y me hacía enfadar aún más. No quería tener estas sensaciones pero las acababa de despertar.
Me fui de ahí sin decir ninguna palabra para seguir a Ellen.
Además ¿Yo parecida a ella? Imposible. No sé que habrá creído, pero no es así.
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