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Capítulo 2

—Eh sí... Ese es mi nombre —contestó nervioso el muchacho, dio otro paso atrás temiendo haberse topado con alguien que trataba de evitar.

—No creía volver a verte —La chica que había protegido se acercó a él hasta quedar bajo la luz, tardó unos segundos, pero al final pudo reconocerla.

—Chloé Bourgeois...

—Ese es mi nombre —dijo divertida—. Me diste un buen susto al meterme a ese callejón, ya estaba a punto de golpearte.

—Bueno es un pago por lo que hiciste con mi pobre camisa —reprochó el pelirrojo recordando la manera en que se topó con la rubia en una reunión de reencuentro del instituto.

—¡Te pedí disculpas! Y pagué la tintorería —protestó Chloé con el ceño fruncido.

Nathaniel sintió que los observaban, sin decir nada tomó a la joven del brazo y empezó a caminar ignorando las quejas de la Bourgeois.

—Estamos es una zona nada bonita, así que mejor acelera el paso —murmuró el pelirrojo cerca del oído de la muchacha, el temor volvió a ella.

—Mi departamento está cerca... ¿Te molestaría acompañarme? —musitó la más baja apretando el brazo del pelirrojo.

—Está bien.

Sin decir nada más continuaron caminando, Chloé trataba de mantenerse calmada para no perderse ambos aun así el miedo atormentaba su mente.

¿Y si llegaba un asaltante? No traía nada de valor con ella más que su celular y estaba segura de que su acompañante estaba en las mismas o peor. Bueno al no vestir glamurosamente era casi imposible que llamaran la atención de un delincuente.

¿Y si traficantes de blancas se acercaban a ellos en una camioneta negra? Fácilmente podían inmovilizarla y subirla, no creía que Nathaniel arriesgara su pellejo por ella, no eran cercanos. Y aunque lo hiciera no tiene el físico para enfrentar a hombres fornidos.

Chloé dirigió su vista al pelirrojo, apenas si le sacaba media cabeza, espalda no muy ancha, sus brazos... No se había dado cuenta de que seguía aferrada al brazo izquierdo de Nathaniel cual lapa hasta ese momento. Después de sentir sus músculos dedujo que muy debilucho no era.

El sonido de un celular que no era el de ella la sacó de sus pensamientos, Kurtzberg sacó su smartphone del bolsillo y al ver la pantalla puso mala cara.

Chloé quiso preguntar, pero se dio cuenta de que estaban llegando a su edificio. Se apartó del pelirrojo y buscó sus llaves en su bolsa.

—Oye Chloé... ¿Vives sola? —Con esa pregunta la nombrada sintió un escalofrío correr por su espalda.

—No intentes nada raro Nathaniel...

—Perdón, no me malinterpretes. Es sólo que de repente no tengo donde pasar la noche.

«Y yo no tengo en que caerme muerta», pensó la rubia. Algo en su mente hizo conexión, seguro Nathaniel vio algo al respecto en su celular.

—¿Y ahora quieres que te de posada? —cuestionó con ironía la rubia mientras jugaba con el juego de llaves.

—Pues... Si me haces el favor, solo por esta noche, Por favor Chloé, haré lo que pidas.

«¿Y si te pidiera casarte conmigo?»

—Bien... Pero déjame advertirte que la única diferencia con dormir en una banca del parque es el techo —La rubia subió los escalones hasta llegar a la entrada del edificio. Se dio la vuelta y vio a Nathaniel estático en la acera con una expresión de duda—. ¿Vienes o qué?

—Ah sí, ya voy.

Ingresaron al edificio de tres pisos, Chloé mostró una cara de fastidio al ver al portero dormido a punto de caer de su silla. Nathaniel pensó en ayudar al señor de unos cuarenta años cuando sintió como lo halaban de su brazo.

—Muévete que estoy cansada —ordenó Bourgeois sin mirarlo, tomaron el ascensor que hacía un chirrido espantoso y llegaron al último piso, caminaron hasta llegar a la puerta del fondo y Chloé metió la llave en la cerradura, forzando un poco logró abrir y dejó que su invitado inesperado entrara primero.

—Wow... No pensé que la princesa de París viviera en estas condiciones —soltó de repente el pelirrojo observando el lugar vacío.

—Sí, bueno, es el resultado de dejar sola a una víbora traicionera sin vigilancia —espetó Chloé cerrando la puerta tras de sí.

—¿Te robaron?

—Acertaste, Sherlock —La ojiazul sacó su celular y colgó su bolso en el perchero—. Tienes mucho piso para escoger... Hazlo con sabiduría.

—Tal vez la banca en el parque no era mala idea —comentó Nathaniel con una sonrisa burlona.

—Pues la puerta ahí está, buenas noches Kurtzberg.

Chloé dirigió una última mirada al joven y se dio la vuelta rumbo a su habitación. Al abrir la puerta sintió como sus ganas de vivir se esfumaban, la idea de dormir en el suelo no era nada atractiva. Cerró la puerta y con su celular iluminó su caminar hasta donde se encontraba anteriormente su cama.

—Te pudrirás en el infierno, Vanessa —murmuró abriendo su maleta para escoger unas prendas que le servirán de almohada.

Bourgeois se acostó cubriendo con dos blusas como sábanas y cerró sus ojos.

Deseaba, rogaba al cielo que todo fuera en un sueño y que despertará en su cómoda cama sin continuar pensando en pedirle al don nadie de Nathaniel Kurtzberg que le ayude a cumplir con la absurda cláusula del testamento de su padre. Una horrible pesadilla más bien.


Chloé abrió los ojos y al notar que estaba justo frente al contacto a la altura del suelo, quiso llorar.

—Esto no puede estar pasándome —masculló aventando las prendas que se habían enredado en sus piernas.

Se levantó sintiendo una punzada en su espalda baja, la idea de ir a una sesión de spa cruzó por su mente, pero la desechó inmediatamente, no podía derrochar dinero como acostumbraba desde niña.

Se estiró haciendo crujir sus huesos, se agachó para tomar su celular y ver su reflejo en la pantalla. Frunció el ceño al ver su cabello alborotado y su maquillaje corrido, sacó una toalla de su maleta y se la puso en el hombro.

Se metió el celular entre el pantalón y sus bragas para después emprender camino al baño, abrió el grifo del lavabo y se echó agua a la cara. Cuando terminó de retirar todo el maquillaje tomó la toalla a ciegas y se secó.

—Al fin despiertas, compré el desayuno —Escuchó una voz a sus espaldas. Se dio la vuelta vio a cierto pelirrojo alejándose del baño.

—Olvidé que durmió aquí... Ugh debí cerrar la puerta.

Dejó la toalla en su lugar y retiró la liga que sujetaba su cabello. Desenredando sus mechones rubios con sus dedos decidió buscar a Nathaniel. Lo encontró en la cocina-comedor sacando lo que sea que había comprado.

—¿Te gustan las donas y café para desayunar? —cuestionó el de orbes turquesas colocando lo mencionado en el campo visual de la rubia.

—¿Por qué compraste para mí? Pudiste simplemente ir a desayunar solo —preguntó Chloé acercándose a la isla que también fungía como mesa de comedor.

—Se dice gracias y sí, pude hacerlo. Pero ya que me aceptaste en tu humilde morada —recalcó lo último el más alto tendiéndole una servilleta—. Y conocer tu situación actual me dije que era una buena manera de regresar el favor y hacer la buena acción del año.

—Bueno... Gracias Nathaniel —dijo la rubia ligeramente ruborizada, tomó una de las donas de chocolate y le dio un gran mordisco. Sin duda era una de las mejores donas que había probado en su vida.

Desayunaron sin decir palabra alguna, ambos estaban hambrientos y por ello no tardaron en devorar todas las donas. Chloé terminó de beber su café y miró a Nathaniel.

—¿Y cuánto te debo?

—No es nada, la próxima invitas tú —respondió el joven recogiendo la basura para echarla en la misma bolsa que trajo las compras.

—¿La próxima? ¿Qué te hace pensar que habrá una próxima?

—No estás para saberlo ni yo para contarlo, pero lo de anoche me pasa seguido y... Chloé creo que necesitarás esto por algún tiempo.

—Tonterías. Soy una mujer adulta que puede resolver sus propios problemas sin ayuda de nadie mucho menos de alguien como...

El sonido de la puerta siendo tocada se escuchó una, dos, hasta cinco veces. Ambos ojiazules se miraron confundidos y luego miraron a la puerta. ¿Quién podría tocar con tanta insistencia?

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