Capítulo 24: "Un amor algo inusual"
—¿De verdad no piensas callarte ni por un segundo, verdad? —comenta con cierto desdén desde el otro lado de la cafetería.
Surt tenía el cabello recogido en un coleta baja, mientras algunos mechones pelirrojos y cenizos (culpa de la harina) caían a cada lado de sus mejillas, quizá por lo corto que lo tenía, comparado con el de Camus, quien tenía el cabello extremadamente largo.
—Tengo todo el derecho de quejarme por tu holgazanería —gruñe, recogiendo la escoba que recién tocaba el suelo.
—Podrías por favor dejar de hacer berrinche y ponerte a trabajar —el chico sostuvo el puente de su nariz, tratando de tomar toda la paz posible y descargarla de una bonita forma con el pelirrojo.
Pero comenzaba a perder la paciencia.
—La verdad es que si no fuera por ti, en estos momentos estuviera en mi cómoda casa, disfrutando de un delicioso té verde para relajarme y tratando de no pensar con el estúpido con el que me crucé.
Y es que, mientras más Sigmund le recordara que se estaba comportando como un bebé caprichoso, Surt se enfadaba el doble. Aunque eso ya podía considerarse normal entre ambos, incluso el pelirrojo estaba considerando que discutir con él era una pérdida de tiempo.
—Gran cosa —exclama Sigmund dejando de lado su labor—. Deberías agradecerme. Tomarte un té verde podría matarte, ¿Acaso no tienes amigos con quien evitar esos hábitos de abuelo?
—Eso a ti que te importa —vocifera fastidiado, mientras se agachaba para recoger los restos de basura, y cáscaras de frutas que ellos mismos se habían lanzado.
Sigmund lo miró desde el costado.
Ojos cautivos, expresión suave y sonrisa ladina, eran las fases de encanto que el mismo mostraba hacia el tan básico, y casi fantasma de Surt.
No se permitía ni un segundo para pensar por qué le gustaba ese enano de ropa aburrida y cabello bullicioso. Sí, no se lo permitía, pero no es como que algo así pidiera autorización.
—¿Qué? —brama Surt al darse cuenta de la forma en que Sigmund le analizaba de forma poco cuidadosa— ¿Te gusto o qué? —chilló sin darse cuenta de la magnitud de las palabras.
Sigmund se apoyó sobre la escoba y sus dientes se formaron en secuencia para liberar una sonrisa indiscreta.
—¿Y si fuera así? —Surt frunció el ceño y tensó un poco su rostro, pero no por enojo. Al fin cayó en cuenta de sus actos, no obstante tampoco se lo iba a tomar muy en serio, después de todo estábamos hablando de Sigmund, cualquier acto podría ser una broma—. ¿Qué si así fuera eh?
—Tendrías buen gusto —menciona con altanería—, pero necesitarías una nueva brújula porque tu norte no soy yo —una sonrisa falsa apenas y se pudo formar—. Ahora deja de molestarme y ponte a trabajar.
Sigmund se guardó una risa deseada.
Aunque Surt pensase que era un cero a la izquierda, para él, no lo era tanto.
—Hey... Yo no te odio— dijo después de unos segundos en silencio. Para de barrer y lo observa con seriedad.
Aunque era difícil de creer, era cierto, él nunca le había odiado. Más bien era una clara intención de llamar su atención, y que, al parecer Camus había sido el único en darse cuenta.
—No me digas —el pelirrojo rodó los ojos—. Pues yo sí, me molestas.
—Soy adorable, admítelo —dice divertido, y las carcajadas sarcásticas por parte del otro no tardaron en hacer eco por toda la cafetería—. Niégalo todo lo que quieras pero en el fondo es cierto y lo sabes. Que no quieras perder tu orgullo es otra cosa.
—Dime quién te ha mentido tanto para que te creas tan especial —recoge algunos platillos plásticos que se encontraban en el suelo y los tira a la basura—. Más bien deja de estar parloteando y ayúdame a sacar esta basura —agarra una de las bolsas negras donde se encontraban los desechos y la arrastró para llevársela a su compañero—, llévala al patio trasero de la cocina.
—¿Sólo eso?
—Ahora que insistes, quédate con ella —aguanta las ganas de echarse a reír. Sin embargo el rostro ofendido de Sigmund, no se lo permitió, y la risa amenazaba con salir de su boca.
—¿Y si mejor me acompañas? —se encoge de hombros, sintiendo su mirada penetrante.
—¿Qué tratas de decirme, idiota?
—Lo mismo que debes estar pensando —no espera ni un segundo más para reír.
Lo curioso de todo eso era que Sigmund podía saber qué tan vengativo podía llegar a ser Surt, lastimosamente no se dio cuenta que el otro tenía en su mano derecha un puño de harina que había agarrado de las sobras del suelo, ni tampoco pudo ver el momento exacto en el que se la lanzó, no fue hasta que sintió cómo el polvo blanquecino invadió su paladar.
Inmediatamente comenzó va toser.
—¡JA, JA, JA, JA! —las carcajadas de Surt eran tan fuertes que prácticamente se podían escuchar por todo el pasillo, lo bueno de todo aquello era el horario, puesto que todos los alumnos ya se habían marchado a sus hogares, solo eran ellos dos en la cafetería.
Sigmund no esperó tampoco un segundo más para vengarse, así que se dirigió al tacho de la basura y lo vació por todo el piso.
—Si quieres jugar de ese modo, perfecto —dice triunfal—, no tengo problema con ello.
—¡Eres un mal perdedor! —recriminó con las manos en su cintura—, ¿Por qué no puedes aceptar que yo soy una criatura pacífica y tú eres el ponzoñoso que se encarga de arrastrarme al mal?
—Tal vez porque tú no te rindes. Ríndete y yo te dejo en paz.
—Nunca.
—Entonces no te quejes —le restó importancia—. Por cierto, no veo que sigas limpiando, ahí te faltó —señala el suelo—, aquí, ahí, y allá también.
—¡Fue por tu culpa!
—Mejor guarda silencio y sigue limpiando, esclavo —las mejillas de Surt se vuelven tan rojas como su cabello, probablemente del enojo.
—¿Sabes qué? Limpiaré todo esto yo solo, sin tu ayuda. Incluso te ignoraré tanto que vas a dudar de tu existencia.
El pelirrojo se giró hacia el lado contrario ofendido y molesto.
Para su desgracia, admitía que muy en el fondo, le gustaba entretenerse peleando con alguien que no fuese Camus.
Sí, la verdad es que siempre discutía y bromeaba con Camus, y le parecía divertido. Pero con Sigmund era diferente, discutía con él porque de algún modo le encantaba poder desquitarse con alguien, y sí bien era cierto que lo sacaba de sus casillas muy rápido, por el otro lado comenzaba a acostumbrarse a su presencia.
Después de todo... No lo odiaba como él decía, y a pesar de decírselo siempre, no era cierto.
Unos cuantos minutos en silencio pasaron, era tolerable para ambos. Sin embargo...
—¿Por qué eres tan lento para barrer? Quiero irme a casa lo más pronto posible.
—Mira si me vas a seguir molestando como abejón de mayo en una luz mejor barre tú si tanto te molesta —le lanza la escoba, por fortuna, pudo esquivarla.
—Oye tranquilo, niño bonito. No sabía que tenías tanta fuerza.
—Lo ves, y dices que soy yo en el que empieza —rodó los ojos.
—Mejor dejemos el tema de las escobas y ayúdame con esta escalera —dijo, mientras la sostenía y la colocaba en un estante.
—"Iyidimi cin isti isciliri" —remedó rencoroso mientras avanzaba y dejaba unas huellas de polvo por el amplio piso—. Ten cuidado, el piso aún está resbaloso así que intenta no moverte mucho allí arriba —advierte.
—Para eso estás tú ahí —comenta, mientras daba un paso en la primer grada y subía.
—¿Vuelves a insinuar que soy tu empleado? —su voz le indicó que se había ofendido, pero ya eso era muy normal en él así que le siguió la corriente.
Sigmund gira sin darle importancia.
—Digo que te confío mi vida, eso es todo.
No se iba a mentir él mismo ni a los demás, Surt le gustaba. Le gustaba desde hacía un tiempo atrás, específicamente cuando se encontraron en la biblioteca de la escuela, y este estaba estudiando. Estaban justamente en la misma situación, infortunio.
En aquél entonces Surt mantenía sus ojos fijos en esos libros aburridos mientras que Sigmund no hacía nada más que mirarle. ¿Pero cuál fue su afán?
Nadie queda flechado de inmediato, y mucho menos si lo único que la otra persona está haciendo es estar sentado como ratón de biblioteca. Es ilógico.
Pues no, no para Sigmund. Porque el pelirrojo realmente no estaba siendo ese tipo de persona. Leía tres minutos y los otros diez terminaba en su móvil, arreglaba su cabello o simplemente observaba casi quisquilloso a los demás, especialmente a las chicas que parecían ser engreídas o demasiado exageradas.
¿Y por qué la atracción inmediata entonces?
Porque Surt era su versión menos conocida, ambos en la misma situación y cuando esto llevó a que sus miradas se encontraran, la respuesta frívola suya lo petrificó.
"¿Quieres una foto o qué?"
Escuchó, aunque no solo él, sino todos los cercanos al recinto.
No hubo respuesta, al menos no inmediata.
—Oye, pelirrojo —susurró ocasionando una llamada de atención por parte del mencionado — ¿Por qué siempre pareces ser intratable?
Este le observó curioso.
—Claro que no.
—Claro que sí —insistió estirándose para poder limpiar la parte superior del estante—. Siempre estás serio y por lo general peleando.
Surt rió divertido.
—¿En serio eso piensas? —ambas miradas se encontraron en una sonrisa mútua.
—Bueno es lo que proyectas, al menos conmigo.
—Pero es porque tú eres muy majadero, digo, sacas de cabales a cualquiera —expresa—, solo intento no prestarte atención en demasía.
Sigmund deja de moverse. —Sé que soy alguien difícil de ignorar, pero no sabía que para ti también era un esfuerzo.
El de cabellos rojizos lo miró de forma divertida. Él tenía razón, chicos como él nadie los ignora, pero pocos los miran así, con un rostro tranquilo opuesto al tosco y fachento que muestran en los pasillos, un cabello completo de harina y una expresión receptiva a lo que él decía, pensaba o hacía.
Era un idiota. Pero Surt no sabía si estar sosteniendo su escalera en esa cafetería hecha un desastre era algo de buena o mala suerte.
—HEY HEY —se escucha en seco.
El paño de limpieza que sostenía en su mano derecha se cae, un tambaleo sonoro alerta de forma tardía a Surt, y en un segundo el cuerpo de Sigmund yacía sobre el suelo.
—¡Sigmund! —chilla luego de saltar para alejarse un poco— ¿Qué pasó?
Una caída tan tonta para una herida quizás algo exagerada.
—Agh, maldición quería volar, ¿Acaso no viste? —gruñe, retorciéndose lentamente en el suelo.
Surt sin evitarlo ríe por lo bajo.
—¿Estás bien? —atiende. El adolorido y muy accidentado rubio arruga la cara.
—Deja de preguntar tonterías en burla y ayúdame a ponerme de pie.
—Bien —se mueve hasta donde él está y se agacha para ayudarlo—. Hay sangre en el piso...
—Joder, solo ayúdame, de acuerdo —las pupilas preocupadas de Surt son más que evidentes—. Creo que me he rasgado la pierna pero está bien, no duele tanto.
—Déjame ver...
—No.
—No empieces.
—No empieces tú con tus aires de mandilón — Surt arrugó la cara y un golpe repentino en sus costillas le hizo quejar.
—No estás en posición de reclamarme nada, así que quítate —respondió molesto. Sus manos temblorosas intentaron mirar por la abertura de su pantalón pero debido a la sangre era prácticamente imposible—. Esto no se ve bien.
—Ayúdame —pide intentando moverse—. Solo llévame a la enfermería y listo.
—¿Cómo es que puedes estar tan tranquilo? —exclama acomodando el brazo ajeno sobre su hombro, y procurando que no se fuera de bruces contra el suelo.
—¿Estás asustado? —cuestiona medio en broma medio en serio.
—Pudiste haberte matado, ve la altura. Además imagínate, fue tu pierna pero que tal si esa varilla hubiese terminado en tu estómago.
El tan solo pensarlo, hasta daba una mueca de dolor. No lo admitiría pero sabía que tenía razón.
—Lamento decirte que no tienes tan buena suerte como para que me pasara eso y así poder librarte de mí —dió un par de brinquitos—. Auch, no vayas tan rápido.
—Y que suerte tienes tú, ¿No?
El otro solo se encogió de hombros y guardó silencio mientras se dirigían a enfermería. Lo bueno de aquel lugar es que las enfermeras no terminaban su turno hasta las seis de la tarde, no importaba si los alumnos salían antes, el trabajo les tocaba hasta que tuvieran el horario completo.
Ambos iban en silencio, el único sonido era el de sus respiraciones, una agitada y la otra calma. Probablemente nunca habían estado en una situación así.
—¿Hola? ¿Hay alguien aquí? — preguntó una vez que entró al lugar.
—Buenas tardes chicos, ¿No es tarde para que estén a estas horas aquí? —el doctor se asomó por la puerta, con unos papeles entre sus manos.
—Este terco de aquí acaba de tener un accidente —señaló su pierna, e inmediatamente el doctor hizo una cara de dolor, como si pudiera comprenderlo.
—¿Qué te pasó?
—Caí de una escalera por culpa de él —señaló al pelirrojo.
—¡Que no fuí yo! —reclamó instantáneamente.
—Muy bien, siéntate ahí —Sigmund hizo caso y se sentó sobre la camilla simultáneamente que su acompañante curioseaba por el lugar—. Voy a ponerte una gaza para que protejas la herida, te daré unos medicamentos para que puedas desinfectarla. Espera aquí.
El hombre sale de ahí y Sigmund retoma la palabra.
—Nunca había estado en enfermería —menciona.
—¿En serio?
—No soy tan malo como creen —dijo con grandes aires de grandeza. Y en realidad, nunca había dado ese porte de chico malo.
Solo era uno entre tantos, de eso que les encantaba molestar a los demás.
—Eso no tiene nada que ver.
—¿No? —. Surt niega.
—Puedes tener un accidente como hoy en cualquier momento.
El rubio estaba seguro de algo, y era de la poca sensibilidad que había en él, pero lo suficiente para mostrarle un poco de preocupación. Ni siquiera sabía si eso era algo bueno o malo.
Sonrió.
—No fue un accidente. Digamos que fue tu culpa.
—Claro que no, no es mi culpa que no puedas ni asegurar una escalera.
—Ay ahora fuí yo —rodea los ojos.
—Sigmund, bien —llama el doctor entrando a la habitación—. Directo a casa, reposa.
—¿Doctor eso es todo? —pregunta Surt—, digo, se abrió la pierna, ¿No sería bueno un chequeo en el hospital?
—No es necesario —añade Sigmund.
—En realidad, su amigo tiene razón. La enfermera tiene una referencia, pídela y con eso está —el doctor de cabello canoso y apariencia cansada sonrió—. Con permiso.
Sigmund toma asiento en uno de los sofás incómodos y suelta un largo suspiro.
—No iré.
—Oh pero claro que irás. Debes hacerlo —se inca en el suelo para ayudarle con el zapato.
Podría ser muy orgulloso y todo lo que quisiera, pero cuando algo se trataba de salud, no era tan desalmado como todo mundo creería que sería.
—Ni siquiera puedo vestirme y creés que iré solo allí —gruñe—. Si quieres que esté bien tendrás que acompañarme durante todo el proceso.
Sin evitarlo, abre sus ojos con sorpresa.
—¿Qué? —ríe. Aunque la seriedad en su rostro le confirmaba que no había ni una gota de mentira en eso—. Estás demente
—Es lo menos que puedes hacer después de haberme dejado caer.
—Ya dije que no tuve la culpa —frunce el ceño.
—Pues no sé, pero cuidando de mi bienestar no estabas.
—Si hubieras dejado de preguntar sobre mis cosas todo estaría bien, pero eres demasiado entrometido y ese es tu castigo.
—¿Acaso no te ilusiona pasar tiempo conmigo? —comenta divertido.
Surt arrugó su rostro un poco.
¿Acaso Sigmund estaba hablando en serio? Porque si era así, el golpe le había afectado más de una neurona.
—¡No tomes tanta confianza, eh! No soy tu amiguito ni mucho menos, así que deja de bromear así —su dedo indice no dejó de señalarlo ni un solo segundo.
Los nervios le habían invadido un poco.
Lastimosamente para Sigmund, Surt parecía no notar sus verdaderas intenciones, estaba muy ocupado odiándolo, a la defensiva y distorsionando cada una de sus palabras como para notarlas.
Reconocía que conquistarlo, sería muy díficil, más cuando tenía cierto recelo por él.
—No bromeo cuando apenas y camino —indica—. Ya verás, terminarás viéndome de otra manera —sonríe.
—De la única forma en que te veré será pasillo abajo si sigues molestando.
Sigmund ríe, aún adolorido por la herida.
Podía ser todo lo tosco y precavido que quisiera, él sabría encontrar su debilidad, era cuestión de paciencia.
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POV Camus.
—Una vez más, gracias por traerme a casa, Rígel —digo una vez que me quito el casco y me coloco a su lado. Él se apoya en la manivela de la motocicleta y se quita el suyo.
Creo que podría acostumbrarme a su vehículo, ya no le tenía tanto miedo como la primera vez. Y lo bueno de todo esto es que, después de salir del instituto y haber dejado a Surt con su castigo, me di cuenta que Rígel ya iba de salida también, así que me dije, ¿Por qué no?
—¿Cómo es que siempre te ves demasiado bien cada que te quitas el casco? —saca una cajetilla de cigarrillos de su chaqueta de cuero y un encendedor, lleva uno a su boca y al instante da una calada.
Agito mi cabello hacia los lados, acomodándolo un poco del viento.
—Ah pues... Supongo que es parte del gen de la familia Aquarius. El cabello de mi hermano es precioso, supongo que viene de familia.
—¿Y la belleza también viene de familia? —me dice, mirándome fijamente.
Eh... ¿Exactamente a qué se querrá referir con eso?
—No, eso solo es por parte de mi hermano. El pertenece al mundo de los bellos y yo no puedo estar ahí —bromeé.
Suelta una risa y desvía su mirada hacia la carretera.
—Yo no lo creo así —me confiesa—, diría que eres un chico al que no pertenece a ese mundo, ¿Y sabes por qué? Porque mereces estar en uno más alto todavía.
Finalmente me dirige la mirada, una completamente divertida pero sincera. Me paralizo, mis mejillas arden y no sé cómo actuar.
Nunca me habían dicho algo parecido, y ahora que lo han hecho, no sé qué responder. ¿Estará hablando en serio?
«Por favor, Camus, ¿Piensas que es cierto? Solo mírate en un espejo».
Claro, muchas gracias voz interior, eres un crack. Ahora sé que soy un ogro, y que merezco ser el hermano perdido de Shrek.
—No juegues así conmigo —lo golpeo ligeramente en su brazo, y el suelta una carcajada.
—Solo digo la verdad, Camus. Créeme que eres un chico difícil de olvidar, y digas lo que digas, es cierto. Así que no trates de hacerme cambiar de opinión porque lo único que obtendrás serás un castigo de mi parte.
Ahhh, órale. ¿Ahora quién se cree?
No pude evitarlo y solté una risa.
—Sí claro, porque es muy típico que los bad boys sean los que castiguen a los nerds, eso me lo han dejado muy claro todos estos años en el instituto. Ha sido genial, gracias —comento. Hasta siento como el sarcasmo emerge de mis poros.
Parece meditar lo que está a punto de decir pero prefiere encogerse de hombros y cambiar la conversación.
—¿Seguro que no habrá problema con tu hermano? —voltea a ver mi dulce hogar. Deja salir el humo por su nariz y yo arrugo mi rostro.
Probablemente Dégel ya haya llegado, hace poco me envió un mensaje para avisarme si querría comer pasta para la cena, o si prefería otra cosa.
—¿Miedo de ser pillado por mi hermano, eh? —comento con cierta gracia. Ciertamente no sabría que hacer si eso llegara a suceder. No querría que lo viese fumando frente a mi casa.
¿Qué pensará de mí?
—Pues claro, imagínate que lo conozca ahora en esta situación y esta sea la primera impresión que se lleve de mí. ¿Qué pensaría del chico que tiene una motocicleta y trae a su pequeño hermano en ella, mientras fuma frente a su casa?
Llevo una de mis manos a mi mentón, pensativo.
Bueno, la verdad es que no lo sabría con exactitud. Supongo que se llevaría una gran sorpresa, pero no sería como de esos hermanos celosos y extremistas que nos encierran en una cárcel para mantenernos puros y con la castidad intacta.
O al menos eso es lo que quería creer...
—Quizá trate de asesinarte —digo seriamente. Miro su expresión de terror y la risa me traiciona—, ¡Estoy jugando! Jajaja —reí, apresurado en dar una respuesta—. Dégel es un pan de Dios, no se atrevería a matar ni una mosca.
—Ja, ja, chistocito —rueda los ojos y yo me carcajeo—, ¿Y qué hay de ti? ¿Te atreverías a matarme si hago esto?
No entiendo sus preguntas hasta que siento un tirón de mi camisa y veo con nerviosismo como me acerca más de lo usual a su rostro. Abrí mis ojos con sorpresa, y puse mis manos en su pecho por inercia, evitando inclinarme de sobremanera sobre él.
—¿R-Rígel? —pregunto en un susurro, observando como mi aliento sale en vapor por el frío de la tarde.
Me va a matar, ya lo veo venir. Me he reído y burlado de él muchísimas veces como para que no lo haga.
¡Esto me pasa por ser tan confianzudo!
—A estas alturas deberías saber que si yo quiero algo solo lo hago porque me da la gana y punto, no me importan las consecuencias.
Ni siquiera lo pude prevenir. Le da una calada a su cigarrillo y tan pronto como lo hizo, me toma del mentón y me besa, dándome el sabor del tabaco y depositádolo entre mis labios.
¡¿Pero que se supone que está haciendo?!
Sus labios juegan contra los míos, y antes de que pudiese si acaso evitarlo, siento como su lengua se abre paso entre mis dientes y profundiza el beso. El sabor es diferente a lo que pude experimentar con Milo, a diferencia de ese que fue bastante suave, y el sabor era ligeramente dulce, este es más pasional y el sabor agridulce, más a tabaco, y aquel perfume tan varonil que embriagaba a cualquiera.
La razón, tal vez el cigarrillo.
Lo peor de todo es que estoy tan impactado que no puedo reaccionar, mis piernas flaquean y mi mente queda en blanco, tampoco tengo el coraje de apartarlo.
—Espero que con eso entiendas que las cosas no siempre son como crees, Camus —es lo primero que me dice cuando se separa de mí, riendo, mientras bota la colilla del cigarro al piso—. Nos veremos, dulzura —me guiña un ojo para después hacer rugir el motor de su motocicleta e irse, no sin antes...— ¡ERES GRANDIOSO!
Grita, dejándome casi patinando entre la nada.
¿Qué se supone que acaba de pasar?
—Él... ¿Acaba de besarme? —paso mis dedos sobre mis labios, incrédulo y sin poder sacar de mi mente lo que acaba de pasar.
A pasos cortos, decido entrar a mi casa con una expresión en mi rostro que asustaría a cualquiera, ¿Y cómo no? Ni siquiera he podido procesar lo que acaba de pasar.
Esto me lleva a pensar... ¿Rígel... Tiene cierto interés en mí? Pero si eso fuera verdad... ¡Es que no! ¡Es imposible! A mí me gusta Milo y, y yo no puedo traicionarlo de esa manera.
Ja, como si fuésemos algo. Pero por otro lado...
Su beso fue totalmente diferente. Dios mío, acabo de besarme con un bad boy. ¡¿Qué se supone que haré el resto del año?! Todos los sabrán, sus amigos me matarán y las chicas desearán mi muerte en el baño.
¿En qué rayos me metí? Yo... ¿En verdad le gusto?
No... Eso tiene que ser una broma o una puesta, todo lo que quieran pero menos eso.
Abrí la puerta, y de una lancé mi mochila al sofá, junto con mis zapatos y el saco.
—¿Estás en casa, Dégel? —lo llamo, mientras me recuesto sobre el mismo sofá donde había tirado mi mochila anteriormente.
—Camus, finalmente llegas —. Dégel aparece desde la cocina con un delantal, quitándose los guantes—. La cena está lista.
Esperen esperen, aquí hay algo raro.
Su voz, está extraño. Puedo notarlo, y no porque seamos hermanos y tengamos algo así como telepatía, donde puedo percibir todo lo que él siente, y viceversa. Irónicamente sí nos ha pasado, pero en este caso no es algo como eso.
Puedo ver su mirada distraída, como si estuviese frustrado y triste al mismo tiempo, lleno de melancolía pero también furioso. Su voz sale casi de la misma forma, casi en un susurro pero pesada.
—Dégel... ¿Te sucede algo? ¿Hay algo que quieras decirme? —lo miro con preocupación mientras me reincorporo.
Él asiente cabizbajo, jugando con sus manos.
¿Lo peor de todo?
Ya sé que siempre que hace eso, es porque realmente algo muy malo ha pasado. Algo le atormenta tanto que necesita decírmelo. Generalmente él arregla sus problemas solo, pero cuando se vuelven o son muy grandes, me los comenta, tratando de desahogarse o buscando una solución.
—¿Qué pasó?
—Todo empezó desde la mañana. Y el estúpido de Kardia —susurra en una clara intención de no ser escuchado.
Ay Dégel, Dégel, si supieras que ya sé la verdad.
—¿Por qué lo tratas así, si recién lo estás conociendo? —enarco una ceja. Inmediatamente alza la mira sorprendido y se da cuenta del error que cometió.
Miren nomás con qué me va a salir.
—¿O es que ustedes se conocían desde antes? —presioné, indagando más en el tema.
Tarde o temprano va a tener que contarme.
—Bueno... No, no exactamente... Es que... —parece pensarlo bastante—, digamos que lo conocí en la empresa, él llegó a firmar unos contratos pero desde entonces se ha comportado como un tremendo imbécil.
No pude evitarlo y comencé a reír como desquiciado.
¡En verdad que la verdad llega a salir tarde o temprano!
—¿De qué te reís? —me voltea a mirar ofendido. Yo negué levemente y traté de tranquilizarme.
—Eso es porque yo la sé, Dégel. Kardia ya me había contado todo cuando me fue a dejar al instituto —contesto. Dégel guarda silencio y veo su cara ponerse tan blanca como un papel.
—¿Todo? —repite nervioso.
—Sí, me dijo que ya te conocía desde antes pero que no quería que Milo pensara que era un aprovechado contigo.
—Ja, si claro —susurra.
—¿Qué? —parpadeé confundido.
—¡Nada! —se retracta de inmediato y suspira aliviado—. Más bien dime, ¿Sólo eso te dijo?
Fruncí el ceño.
—¿Cómo que si solo eso? ¿Acaso falta más?
Muerde su labio inferior y parece pensarlo demasiado. Después de un rato, asiente con la cabeza.
Dios mío pero estos dos parecen conocerse de toda una vida y yo ni enterado estaba.
—Camus, ¿Recuerdas cuando te dije que había cometido un gran error al acostarme con un cliente? —suspira, y yo no pienso mucho la respuesta.
—Claro, aún recuerdo tu cara después de eso —reí sutilmente.
—Bueno pues digamos que el destino me odia y resulta que ahora esa persona me sale hasta en la sopa.
—Ay Dégel pero no te entiendo, ¿Qué me quieres dar a entender con eso? ¿Y qué tiene que ver Kardia en todo esto?
Dégel soltó una sonrisita, sin contestarme al instante.
—Digamos que ese idiota es uno de cabello azul alborotado. Qué casualmente conoces, y que también te llevó esta mañana al instituto...
¿Qué?
—No... Me digas que es él...
Dios mío pero que tonto soy, ¡Todo coincide! Desde que Kardia me había dicho que recientemente firmó un contrato con mi hermano.
—¡Dégel! ¡¿Te acostaste con Kardia?! ¡¿Estamos hablando del mismo Kardia, el TÍO de Milo?
—Ehm... ¿Ups...? —fue lo único que articuló, alzando sus hombros.
Esto tiene que ser una maldita broma.
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