Una navidad más con desconocidos
Siempre deseé una de esas navidades que me mostraba la televisión. Decorar la casa con preciosas luces, hacer muchas compras navideñas, cocinar una deliciosa cena, compartir con mi familia, pero mi familia estaba rota.
No había cumpleaños, no había festividades, no había reuniones especiales, no había palabras amorosas, nunca hubo un "te quiero" o "estoy orgulloso de ti, hijo", "te amo". Nunca hubo abrazos. Ni siquiera un beso en la mejilla o en la frente, nunca hubo nada.
Muchas personas intentan acercarse a mis hermanos y a mí, pero solo chocan con fuertes e impenetrables muros que no saben qué hacer ante una muestra de cariño.
Diciembre llegaba con una frialdad cruel a mi casa. Toda mi familia estaba ahí, pero sinceramente nadie estaba ahí. No éramos unos adictos a la tecnología, simplemente nuestros lazos familiares se rompieron de forma abrupta cuando mis hermanos y yo solo éramos unos pequeños que no sabíamos lo desgarrador que podría ser el mundo.
Sonrisas vacías salen de todos, sonreímos para acallar cada interrogante dolorosa, pero lloramos cada madrugada, cada madrugada de los 365 días. Nos ocultamos, guardamos nuestros sentimientos, nuestro dolor, nuestros deseos.
Admiro los juegos artificiales llenar el cielo del pequeño pueblo, los vecinos afuera celebrando, sonriendo, compartiendo, mientras volteo a ver a los desconocidos con los que convivo.
Mis deseos se rompen al despertar el 25 de diciembre y simplemente preparar café para seguir viviendo una navidad más con desconocidos.
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