# ocho
El pequeño niño cada vez que se encerraba en su habitación, a escondidas de sus padres, aprovechaba para terminar el dibujo que llevaba preparando desde hace días. Era algo simple, lo había visto por internet, pero le gustaba y sabía que a su madre le iba a encantar.
O al menos era lo que esperaba.
Cuando el día de la madres llegó, el niño sintió pánico. Su dibujo no estaba listo.
Por más esfuerzos, no creía que lo acabaría ese mismo día. Era una hoja grande y le costaba pintar todo con sus acuarelas. Se asustó mucho e intentó terminarlo pero simplemente no pudo.
Saludó a su madre con un beso, la abrazó, y aunque ella no lo dijo notó en sus ojos la desilusión. Su madre sabía que faltaba el dibujo, ese que cada año le obsequiaba.
—¿Khaotung?
—¡Papi! ¡papi!—saltó de la cama y corrió a sus brazos, lloraba—. Mamá no me quiere más, ¡n-no me quiere más!
El hombre le acarició el cabello. Lo tomó en brazos y juntos se sentaron sobre la cama.
—Sí te quiere bebé, ¿cómo no va a hacerlo?
—Pe-pero estaba triste.
—¿Le diste el dibujo?
—No lo p-pude terminar—bajó la cabeza, jugueteaba con sus manitos.
—¿Y le dijiste eso a ella?—cuestionó con una ceja alzada—. Siempre tienes que aclarar las cosas bebé, aunque eso arruine la sorpresa, para que nadie salga herido.
Suspiró, sentándose en la cama. Tenía que ir a la casa de su amigo aunque las energías en su cuerpo eran mínimas.
Quería estar con él.
»•••«
Se despertó por los golpes en la puerta. Quien estaba del otro lado parecía necesitar que le abriera urgente, pero el no tenía intenciones de hacerlo.
Se estiró en la cama, y poco a poco se fue levantando. Se encerró en el baño e hizo con parsimonia cada cosa, y al acabar, finalmente en pijama bajó a ver quien era la persona que estaba molestando desde tan temprano.
Al abrir la puerta vio nada más y nada menos que a su mejor amigo, estaba de brazos cruzados y en su bello rostro había una mueca.
—¿Qué dem- ¿Te has mirado al espejo?—su expresión fue de asco—, joder, Khaotung. ¡Tienes más ojeras que cara, hombre!
El peli-castaño se encogió de hombros.
—Además—Mark continuó hablando mientras Khaotung entraba como Juan por su casa y él lo único que hacía era seguirlo con la vista—, ¿te drogas? Khao, tienes los ojos roj- ¡lloraste! ¿Lloraste?
Khaotung solo se le quedó viendo a los ojos. Ese par de esferas del color de una avellana que lo llevaban a diez años atrás, cuando eran dos niños jugando a las escondidas en el patio de la casa, o aquellos tiempos donde se encerraban en la biblioteca de la escuela para saltarse clases. Esos ojos eran su cable a tierra, porque sin su mejor amigo no seguiría de pie.
—Khaotung, ¿Qué pasó?—insistió hablando bajo, casi susurrando.
Mark avanzó un par de pasos hacia su amigo, con la intención de darle un abrazo. Pero no lo necesitaba, no aún, y Mark entendió aquello sin que lo dijera.
—Peleamos. Y-yo le grité sin sentido. Estaba estresado porque Khun San no quería firmar los papeles, y-y luego... el solo salió corriendo como hace siempre y ¿sa-sabes?—las lagrimas bajaban silenciosas pero su voz amenazada con quebrarse—, me sentí un estúpido. Fui a buscarlo, y me dijo que... que si ya no lo amaba solo debía decírselo.
—Oh, imbécil, ¿por qué no lo dijiste? Ven aquí—le ofreció un abrazo que Khaotung no dudó en aceptar esta vez.
—¡Pi-piensa que tenemos algo, p’Mark!—se aferró con más fuerza a la ropa de su amigo—. Piensa que lo engaño, que no lo amo. Y duele, me duele mucho.
—Tienes que hablar con él—aconsejó apretándole las mejillas, sintiendo al chico alejarse de su cuerpo cada vez más.
—¡Me odia!
Mark suspiró, dejando una caricia sobre el cabello de su amigo.
—First te ama, pero desconfía de ti.
—¿Por qué? ¿Por qué demonios desconfía de mí? Todos estos años yo…
Khaotung comprendía los sentimientos tormentosos de First desde aquel día frente a la sala de cine, y nunca habia intentado dañarlo. Esta vez, había sido sin querer y no sabía cómo solucionarlo.
—¿No te has dado cue- mejor ni te pregunto—suspiró e inconscientemente se jaló los cabellos por la frustración que la situación le generaba.
—Evitemos hablar del tema por unas horas, por favor, quiero dejar de sentirme así—suplicó murmurando, haciendo puchero en dirección al mayor.
Mark no agregó ni se negó, solo dió media vuelta para caminar a la cocina-comedor.
—Ven a comer un poco, debes alimentarte.
—No tengo ganas de comer—aún así, secándose las lágrimas que de a momentos volvían a caer, siguió los pasos de su amigo.
—Te di una orden—le señaló amenazante con un palo de amasar de madera que por alguna razón estaba sobre la mesa a pesar de que la comida nada tenía que ver con eso—, no fue una pregunta.
—Suenas como la odiosa de mi madre—masculló tomando asiento en frente de su amigo.
Siempre le había gustado el comedor de esa casa, era cálido y armonioso, con decoraciones florales y abstractas. La mesa era larga y de una madera muy pesada de un color marrón oscuro, las sillas eran del mismo color y misteriosamente todo combinaba con el suelo.
Toda la casa de los padres de Mark emanaba un aura de felicidad y bondad, las personas que vivían dentro eran el mismísimo sol y amor en persona. Khaotung no se arrepentiría jamás de haber coincidido con ese pequeño de enorme sonrisa.
—Tú suenas como…—vaciló para buscar la respuesta correcta—, como tú mismo
Buenos días gente, espero disfruten el maratón de hoy 😊
©LasVocesDeMi_Cabeza
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