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Miramos la escena con lástima e impotencia. Pobrecilla, el dolor en su mirada era tan fuerte que mi corazón se había oprimido. Me recordó a mis días donde pasé lo mismo que ella, humillaciones y burlas. Miré a Osoro esperando a que dijera algo.
— Sé lo que piensas y no te voy a detener — confesó y palmeó mi hombro — La ayudaremos, la ayudarás. Lo sé.
Sonreí complacido y caminé junto a él para llegar al incinerador donde ya estaban los demás. Les contaríamos la noticia.
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