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48

La tarde ya estaba muy avanzada cuando Danielle percibió el frío de la tarde calarse por la piel de su nuca. Había llegado a la casa de los Yoon un par de horas antes, después de largarse de la escuela sin decirle nada a nadie. Entre las risas, la música y la presencia de sujetos, igual o más perdidos que ella, se sentía ajena a cualquier responsabilidad, a cualquier consecuencia.

El humo en la sala de estar era denso y los parlantes escupían música que vibraba en las paredes. Varios de los chicos estaban sentados en los sofás, mientras otros pasaban líneas blancas sobre la mesa de centro. El olor a marihuana impregnaba el aire, mezclado con el aroma metálico de las drogas más pesadas que circulaban por la habitación. La charla era ligera, sin rumbo, propia de quienes buscan evadir el mundo fingiendo estar allí, fingiendo escuchar al que llaman amigo, solo para olvidar las cosas que ellos mismos temen.

Danielle se apoyó en el marco de una ventana abierta, un cigarrillo en la mano y el viento acariciando su rostro. Mientras exhalaba, sentía que todo dentro de ella se disolvía, como si por un breve instante pudiera escapar de sí misma.

Su teléfono vibró, sacándola del vacío, y al ver el nombre de Haerin en la pantalla, lo ignoró sin pensarlo dos veces. "¿Dónde estás? Las chicas no dejan de preguntar".

Otro mensaje sin responder.

Se apartó del marco, echando un vistazo a su alrededor. Uno de los muchachos bebía directo de una botella de alcohol barato y no había gente celebrándole o incitándolo a acabarla en una barra animada, solo era él y su necesidad de refugiarse en lo tangible. Era como ver un reflejo propio de ella. Todo era parte de la huida, de ese ciclo de autodestrucción en el que había caído Marsh.

Al poco tiempo, el teléfono volvió a sonar. Qué sorpresa, otro mensaje de Haerin: "Iré a tu casa si sigues sin contestar". "Por favor, Dani, estoy preocupada". Las palabras hicieron que algo en su interior se tensara, pero lo enterró rápidamente bajo la apatía que la droga le brindaba.

Mas, repentinamente, un pensamiento se clavó en su mente al imaginarse la presencia de Kang en su hogar.

Debía hacer que la chica, otra vez, viese lo peor de sí, que viera cómo rompía la promesa que le hizo sin remordimiento, que le ganara el pánico ante la inestabilidad de Danielle, que note que aunque estuvieron besándose con amor sincero en unos camerinos escolares, en horas, Marsh lograba transformarse en lo irreconocible y sin remedio con el que lidiar.

Quiero que me veas así, rota, tan rota que no puedas más que alejarte, porque te haré llorar, y cuando me mires, necesito que entiendas que ya no queda nada por salvar, pensó en silencio, dándole una calada al cigarro para que su pecho dejase de arder.

Haerin debía entender que, por más que Danielle luciera como la estrella del momento, reluciente como el oro, aún así le rompería el corazón. Se lo haría añicos porque era la única forma de asegurarse la sensación de control sobre su propia vida, pues Haerin siempre fue mucho para ella.

Con una sonrisa torcida, que no tenía nada que ver con felicidad, le dijo a los chicos que cambiaran la reunión a su hogar.

—¿Nos movemos a mi casa? No está lejos. Y así dejamos a esta ventilarse —sugirió, lanzando el cigarrillo al suelo y aplastándolo con la punta de su zapato, importándole una mierda si arruinaba la madera—. Además, mis padres no estarán.

Los Yoon y los demás aceptaron sin pensarlo dos veces. Cambiar de escenario sonaba perfecto para continuar la noche sin que nada interrumpiera su diversión. Danielle los observaba mientras recogían las botellas y bolsitas transparentes, su propia cabeza girando ligeramente por el efecto del popper que había inhalado minutos atrás. Sabía que estaba haciendo una idiotez, sabía que estaba condenando algo mucho más importante y grande, pero ese era el objetivo, ¿no? Si Haerin la viera así, tal vez, finalmente la dejaría ir.

Porque ella no se creía capaz.

Caminaron hacia la residencia Marsh en un grupo ruidoso. La sensación de euforia la hacía sentir invencible, despreocupada. Por momentos, una pequeña voz en su cabeza le susurraba que debía detenerse, que Haerin no se merecía esto. Pero la misma voz quedaba ahogada cada vez que el subidón de la cocaína le recorría el cuerpo, asegurándole que nada importaba ya.

Al llegar a su casa abrió la puerta sin dudar, y el grupo de al menos ocho personas entró como una tormenta. Se acomodaron en la sala, tirados por los sofás y el suelo, encendiendo otro porro mientras la música continuaba sonando, aún más fuerte que antes.

Danielle dejó que su mirada vagara por el salón, escaneando los rostros delgados y chupados de los chicos que seguían en su propio universo. Uno de ellos, un tipo con el que apenas había hablado antes, la miraba de reojo, sonriendo de una manera perezosa con los párpados medio cerrados por el efecto de la droga.

Se levantó lentamente, tambaleándose un poco mientras la habitación giraba a su alrededor.

—Oye, ven aquí —le dijo al chico, su tono tenía una mezcla de desafío, como si lo estuviera retando no solo a él, sino a sí misma.

Este alzó la mirada, sorprendido al principio, pero luego otra sonrisa se dibujó en sus belfos. No dijo nada, solo se levantó y se acercó, echándose junto a Danielle, quien se había vuelto a sentar en el sofá poco antes. Ella no lo miró directamente, sino que dejó que su mano descansara en su pierna envuelta en un jean gris, trazando líneas distraídas con sus dedos.

—¿Quieres vodka? —preguntó él, acercándose más, su aliento mezclado con cerveza y cigarrillo.

Danielle negó, el alcohol le jugaba en contra; no lograba la insensibilidad que le proporcionaban las sustancias, por el contrario, se volvía vulnerable y débil, y sabía que borracha solo se largaría a llorar a los pies de Kang Haerin, rogando por un perdón que ambas sabían que no se merecía.

Se quedaron platicando entre risas. Era un sujeto apuesto, con buen sentido del humor, y tal vez, la razón por la que lo escogió a él, era por sus ojos rasgados que lucían como los de Haerin.

Los mensajes y llamadas en su móvil siguieron sonando, pero Danielle no les tomó relevancia cuando la pequeña junta comenzó a entusiasmarse, más líneas sobre la mesa, la piedra de los encendedores haciendo chispas y las botellitas pequeñas con líquido transparentoso siendo destapadas.

El mismo chico con quien reía medios acostados en el sofá, ahora sostenía su cuerpo con delicadeza mientras bailaban relajadamente sobre la alfombra en mitad del lugar, con otros chicos que se animaron a bailar. Oyeron las burlas del Yoon mayor y los silbidos escandalosos.

Danielle lo tomó de la mano, y cuando lo arrastró por las escaleras, supo que la haría llorar.

Haerin lloraría si es que le descubriera, pero de recompensa le queda que su Hae se veía hermosa cuando lloraba.

***

Haerin sale abrigada de su casa, diciéndole a sus padres que iría donde Minji a estudiar.

Nadie sabe dónde se metió Danielle y ni Hanni pudo dar con ella.

En su punto de mayor desesperación, se planteó contactarse con los señores Marsh, pero, además de que no contaba con sus números telefónicos, conocía a Danielle, era una chica inteligente, quizá demasiado, y si quería fugarse sin dejar rastros, lo lograría.

Solo esperaba que pudiese encontrarla en su hogar.

Pagó el Uber y se bajó, saludando al guardia que ya le conocía. Solo dejó su nombre escrito en una hoja y pasó, viendo las hermosas y gigantescas casas del condominio de Danielle.

Tocó la puerta con fuerza una y otra vez, hasta que un joven de al rededor de veinte años le abrió. No fue eso lo que descolocó su rostro, sino el olor a marihuana que la hizo taparse la nariz con desagrado.

—Vaya, veo que esto no es lo tuyo —rió el de ojos rojos.

Haerin miró por sobre su hombro, buscando a la australiana, solo encontrándose con un par de chicos y botellas sobre los muebles.

—Quítate —lo movió molesta y él soltó una risa.

No estaba en condiciones de siquiera entender quién era esa joven de aparente mal humor.

—¿Danielle? —llegó a la sala, sin dejar de buscar, ignorando los ojos curioso de los demás—. ¡¿Danielle?!

En qué mierda se había metido Danielle, pensó, entrando a la cocina.

Buscó en la terraza y acabó por preguntarle a un muchacho tirado en el sillón.

—¿Dónde está ella?

—¿Quién eres tú? —respondió, incorporándose—. Danielle no nos avisó de la visita de ninguna chica —alzó una ceja.

—¡Soy su amiga, tarado! —dijo y, auch, pero un auch con el que sabía lidiar—. ¡¿Dónde está?!

Comenzó a desesperarse al ver a otro sujeto que aspiraba el polvo blanco sobre la tapa dura de un libro de fotografías, quien tenía la misma cara pálida y perdida que tuvo Danielle esa noche cuando llegó a su hogar mientras Sejong le preparaba una bebida.

—Ey, princesa, cálmate porque a mí-

No se quedó a escuchar su estupidez, volteándose para dirigirse hacia las escaleras.

—¡¿Dani?! —gritó, subiendo los escalones.

Abrió la primera habitación, el primer baño, y acabó frente a la puerta de la pieza de Danielle.

Ojalá hubiese estado con seguro al menos.

Frente a sus ojos, aún con la manilla en la mano, vio a un muchacho sentado en la cama de Danielle, quien estaba sobre este besándole la boca con desespero mientras desordenaba su cabello.

Cuando la mayor notó su presencia, Haerin creyó que intentaría justificarse, que saltaría diciendo el barato "no es lo que parece", pero en vez, al momento en que sus ojos se encontraron, Danielle la observó sin interés para volver a su besuqueo con el tipo que parecía igual de confundido que Haerin.

El pecho de la menor sufrió una punzada aguda; ese era su lugar, esa era la cama de ellas, donde hicieron el amor, donde rieron y lloraron, y ahora, ahora parecía un lugar público, para cualquiera, como si no tuviese valor.

Su cabeza hizo corto circuito.

—¡¿Q-qué ocurre contigo, Danielle?! —logró decir, saliendo del transe. Se movió hasta ellos y empujó a la más alta, sacándola del regazo ajeno—. ¿Q-qué- por qué...?

Y la primera lágrima cayó, cumpliendo con las palabras de Danielle: su Hae lucía hermosa quebrada.

—¿Qué te pasa a ti? —reaccionó la extranjera—. ¡Sal de mi habitación, ¿no ves que estoy ocupa-?!

Haerin la había callado, dándole una cachetada.

Cómo se atrevía.

—¡Sal! —bramó Kang hacia el muchacho—. ¡Sal de inmediato, mierda! —lo tomó de la camiseta y casi que lo pateó hasta cerrar la puerta tras de él.

Volteó lento hacia Danielle con el dolor corriendo por sus venas.

—¿P-por... qué? —soltó, la rabia siendo reemplazada con una mueca desgarradora—. ¿Por qué, Danielle?

—¿Qué, no puedo acaso? —retó, con falsa burla—. Que yo sepa no estoy de novia con nadie, ¿o creías que lo estaba? Soy joven, Haerin, no-

—¡Danielle, no seas imbécil! —lloró, acercándose a ella. ¿Cómo podía dárselas de irónica?—. ¡Explícame por qué carajos! —suplicó, perdida.

Parecía falso. Irreal.

¿En qué punto? Estaba mareada con los sube y baja que Danielle la hacía vivir.

—¿Quieres saber? —habló enojada, tomándola del brazo—. ¡Huh Yunjin nos vio, Haerin! ¡Nos vio en los camerinos!

La boca de la más baja se abrió, helada ante la respuesta.

—¡Esa maldita nos vio y ahora me arruinará la vida!

—¡No, Danielle! —comenzó a negar con la cabeza bruscamente hacia cada lado, tratando de agarrarle la mano—. ¡Ella no dirá nada si se lo pido, créeme!

—¡Haerin, no estás entendiendo! —le golpeó la mano, haciendo que la soltara—. ¡Nos vieron, me vieron!

Ahora Marsh se largó a llorar, sentándose en el borde de la cama con ganas de vomitar al recordarlo. Sollozó fuertemente, el efecto de todo lo que se había metido al fin llegando a ese famoso punto del que hablaban: cuando la droga deja de hacerte sentir bien y solo parece arruinarte la vida con cada segundo que pasa.

Haerin, con el corazón rompiendo en golpes contra sus costillas, se agachó a su altura, afirmándose en las rodillas de la australiana. Ambas lloraban a flor de piel.

—P-por favor, D-Dani. Mírame, nada malo pasará. Y-yo... hablaré con Yunjin y nada de esto...

—¡No me toques, maldita enferma! —la mayor la empujó con irritación, haciendo que cayera sobre su trasero.

Danielle la estaba observando con asco.

No.

Repugnancia.

Y para Haerin se sintió como un déjà vu. De repente, todos los recuerdos de la noche en que conoció a Sejong la aturdieron.

"¡No me toques, maldita degenerada!". Es como si el día de ayer se encontrara en aquella discoteca a la que aún no se atrevía a pisar por el dolor de recordar lo que fue uno de sus peores momentos.

Esa noche no se compara para nada con lo de ahora: Haerin cree que puede morir allí mismo.

¿Es... es posible morir de tristeza?

Danielle se había levantado de la cama, mirándola con desprecio hacia abajo. Como si fuera un sucio animal.

Haerin sabía que ahora Danielle estaba culpándola a ella. Era su culpa porque ella
hizo todo eso en Marsh. Podía jurarlo, con tan solo mirarla a los ojos, que así lo creía la mayor.

—Ándate —dijo, respirando con dificultad.

Su dignidad y sobre todo su salud mental, le rogaron a Haerin que lo hiciera, que levantara el culo y se marchara para jamás volver.

Pero Danielle había hecho a Haerin otra persona y la había vuelto tan enferma como ella.

—N-no, Danielle... ¡no! —se elevó con dificultad, parándose y agarrándole las mejillas aunque Danielle se intentara zafar—. ¡No, no me iré! ¡He luchado por lo nuestro por demasiado tiempo y no te permitiré que lo destruyas otra vez! ¡No me alejarás aunque seas una maldita cobarde! —su rostro había enrojecido y su ceño dolía de lo tanto que lo había fruncido.

Dio una bocanada de aire, llorando más y más mientras observaba cómo Dani también lo hacía.

Estaban acabadas. Se arruinaron la vida y ninguna tenía la experiencia suficiente para lo que estaba ocurriendo. Ellas solo trataban de sobrevivir a sí mismas y sobrevivir de la otra.

—No, H-Haerin —su negación sonó baja, rota por cada esquina de su boca. Estaba débil y únicamente quería dejar de sentir—. No...

—Sí, por favor, Dani —sollozó, uniendo sus frentes—. Déjame cuidarte. Estás aterrada y yo igual, pero déjame sacarte de ese infierno. D-déjame amarte hasta q-que... hasta que ames cada rincón de ti. P-por favor.

Danielle jadeó sobrepasada, cerrando los ojos y hundiéndose en el hombro de la menor.

—Haerin —habló—. Haerin, ¿no te das cuenta? —sintió las manos de la muchacha temblar—. Nunca sale nada bien de aquí. ¿Por qué seguir intentándolo si las dos sabemos que volveremos a acabar mal, gritándonos, tú llorando y yo alejándome? ¿Por qué...?

—Porque te amo —interrumpió, separándose para limpiar las mejillas húmedas de la extranjera con sus pulgares—. Porque te amo y podré morir intentando salvarte, y me da exactamente igual porque nací para amarte.

Se miraron en esa habitación que fue tan de ellas en algún punto de su coexistir. Los ojos de ambas brillaban y no de alegría, estaban agitadas y con sus respiraciones mezclándose al igual que los acelerados latidos de sus corazones. Eran jóvenes e inexpertas, pero Haerin no mentía en lo que decía.

Danielle cerró los ojos, luego los abrió y la tomó del mentón, y la pequeña sonrisa que se había curvado en los labios de la más baja flaqueó al ver odio en esa mirada. Marsh le enterró los dedos en la barbilla, dejando sus uñas clavadas y marcadas. Apretó la mandíbula y tiró con fuerza del mentón de Haerin, haciendo que jadeara de dolor y llorara con más fuerza cuando la chica se acercó a su oído, hablando de forma que rozaba el cinismo.

—Me importa una jodida mierda lo que creas por lo que hayas nacido, Haerin. Tomarás la poca dignidad que te queda, bajarás las escaleras y saldrás de mi maldita casa, ¿entendido? —dio palmaditas duras y secas en su mejilla, como si Haerin fuera una niña estúpida.

—Da-Danielle... —murmuró sin creérselo, el llanto cortando su respiración.

—¡Te quiero fuera, Kang! ¡Si estoy así de mal es por tu culpa y la de nadie más! ¡Yo no era así, yo era normal y estaba bien con mi vida hasta que llegaste tú y la destruiste! —le escupió a la cara, agitándole los hombros con desesperación.

Danielle sabía hace unas horas que la que estaba mal aquí era ella y no Haerin, quien solo se convirtió en una víctima de sus problemas. Incluso se lo dijo antes de que la joven llegara: estaba por hacer una idiotez que la niña no se merecía.

Pero ahora, ahora Danielle se creyó un poquito más sus propias palabras. Y Haerin, oh, Danielle logró que Haerin también creyese un poco en sus palabras.

Tal vez, sí había arruinado la vida de Danielle Marsh.

Sintió que iba a desmayarse cuando Danielle la lanzó al piso de un empujón, agarrando su chaqueta y caminando sin remordimiento hacia la puerta de su habitación.

Antes de salir, habló en voz firme, sin girarse a observarla.

—Amarte me convirtió en algo que nunca fui, ahora lo entiendo. Tú eres quien me transformó en esto y la única manera de volver a la normalidad es arrancándote de raíz. Como a una maleza —exclamó con desdén—. Me siento sucia cuando me tocas, Haerin, así que no vuelvas a hacerlo. No me ensucies porque no me lo merezco. Esta no soy yo.

llegará el momento donde se explique por qué danielle siente tanto miedo hacia su sexualidad y por qué maneja tan mal las cosas en su vida, no crean que es una loca solo porque así lo decidió un día.

pensé acabar con el agotador drama para que no se aburrieran y tal vez terminar la historia, pero para qué mentir: yo lo amo, jgkwkfk.

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