33
Eran más de lo que Danielle creía.
Unos veinte aproximadamente.
No es que fuesen muchas personas para una fiesta promedio, pero siendo que era un día sábado en la playa, no creyó que habría tanta gente por esos sectores.
Todo su grupo pareció llevarse bien.
Danielle se quedó un buen rato conversando con los dueños de casa, esos amigos que conoció en un campamento y que hace mucho no los veía. Rieron recordando anécdotas, chismes y otras tonterías.
Hanni y Minji iban de la mano a cualquier lado, y para su suerte, se hicieron amigas de otra pareja de dos mujeres. Parecían un par de matrimonios que se juntaban los domingos a medio día para preparar un asado y convivir en familia.
Hyein y Haerin fueron incluidas a un grupo de cuatro varones y dos mujeres, muy graciosos todos, que parecían ser expertos en juegos para beber.
Haerin, luego de tener que tomar medio de su vaso en menos de cinco segundos, volteó ligeramente la cabeza para ver a Danielle a unos metros, riendo fuerte y sonriendo hermosamente. Parecía iluminar aquella casa sin esfuerzos.
Apretó los labios un poco, pues creyó que en algún punto se le acercaría para robarle un beso, llevarla a un escondite o coquetearle con su habitual toqueteo en la cintura. Pero la australiana se veía demasiado entretenida con todos esos chicos.
Fue inevitable y aparecieron los celos.
Tonta Marsh que parecía haberse olvidado de ella por pasar un tiempo con sus antiguos amigos.
Había un castaño, alto y de sonrisa bonita que no dejaba de decirle comentarios poco discretos, y si hubiese estado un poco más ebria, Haerin se hubiera lanzado a los labios del chico para por fin obtener la atención de Danielle.
Por suerte no estaba tan ebria y solo se regañó mentalmente por su infantil "venganza".
Se sentía patética ahora mismo.
—Unnie, iré con James —le avisó Hyein, saliendo hacia la terraza.
James era un chico que desde que vio a Hyein no despegó su mirada de ella ni un segundo. Contó que su padre era británico y su madre coreana, por eso su nombre y sus facciones occidentales.
Parecía modelo, y Haerin hubiese estado muy feliz por su amiga, porque se notaba el interés del muchacho, pero... ¿Hyein no tenía ya una chica bajita y tímida que decía desear como a ninguna?
Fue raro, pues ya se había hecho la idea de Hyein con esa chiquilla universitaria que esperaba conocer pronto, pero no dijo nada porque su amiga no le había confirmado que estaban en una relación formal o parecido.
Asintió y se quedó con el resto, volviendo a la conversación.
Pasó el tiempo y el reloj ya marcaba la una y media de la mañana.
Hyein había vuelto con James, pero lucía algo distante, sin despegar su mirada del celular.
La joven había bebido un par de vasos, y eso ya demostraba que algo andaba mal. O quizá diferente. Hyein detestaba el alcohol y su amargo sabor.
No estaba en mal estado por suerte, pero sí tenía las mejillas rojas y un hipo insistente.
Haerin se acercó a Kim y Pham, contándole de sus observaciones. Minji fue la primera en saltar del sillón en busca de su hija adoptiva.
—¿Qué sucede? ¿Por qué me trajeron aquí?
Hyein miraba a sus unnies con confusión. En unos pocos segundos Minji la había agarrado del brazo y se la llevaron a la terraza.
—¿Qué te sucede a ti? Nunca te emborrachas.
—No estoy borracha, Minji.
Hanni y Haerin se miraron, nerviosas.
—Pero estás tomando —dijo la de ojos gatunos.
—¿Y? Tú también, ¿cuál es el problema? —su tono salió a la defensiva.
—Es distinto.
—¡Claro que no! ¡Siempre me tratan como a una bebé, pero ya estoy grande! —gruñó, molesta.
Minji iba a seguir discutiendo con la niña, pero Danielle llegó a ellas.
—Hola. ¿Qué ocurre?
Al ver a todas sus amigas en una especie de reunión, decidió pausar su conversación con el resto e ir con las chicas.
Haerin, al verla, no pudo aguantar su ceño fruncido y mal humor.
—Hyein está bebiendo —respondió Hanni.
—¡¿Qué?!
—¡¿Por qué se sorprenden tanto?! ¡No soy una niña!
Las mayores se observaron entre sí mientras Hyein seguía soltando maldiciones.
—Cálmate, Hyein, solo nos preocupamos por ti.
—Pues no necesito su preocupación —bufó—. Ahora, déjenme en paz —intentó adentrarse a la casa, pero Minji y Haerin, al mismo tiempo, la jalaron del gorro de su sudadera con los rostros deformados en enojo—. ¡Auch!
—¡¿Qué te has creído, niñita insolente?!
¿Era posible que Minji y Haerin dijeran esas palabras a la vez, sin ponerse de acuerdo? Al parecer sí, y Marsh se hubiese reído al ver la dinámica de aquellas tres, pero el momento parecía muy serio.
—¡Suéltenme!
—¡No hasta que nos digas qué sucede contigo! —gritó la mayor de todas, posicionándola frente suyo.
Hanni suspiró y se interpuso.
—No sean tan exigentes, idiotas —miró a Kang y Kim, esta última abriendo la boca en indignación, mucho más ofendida de lo que debía estar—. A ver, Hyeinnie, solo queremos ayudarte. Si no deseas hablar ahora está bien, pero no te enojes —le sonrió.
—Hanni tiene razón —habló más relajada Haerin—. Quizá quieras hablar luego, pero no te guardes cosas que te ponen mal porque solo dañarás tu corazón.
Hyein, frente a sus unnies que la miraban tan dulcemente, con tanta compresión, no pudo evitar que sus ojos se volvieran agua.
—¡Es que...! Es q-que... —y rompió en llanto, y ninguna de sus unnies dudó en saltar sobre ella para abrazarla y consolarla.
Hyein podía ser sorprendentemente madura, hasta más que las otras, pero en el fondo solo era un patito al cual había que mimar con mucho amor.
Tuvieron la suerte de que los de adentro, en la fiesta, hubiesen subido el volumen para dejar las pláticas de lado y comenzar a bailar. Nadie notó que cuatro chicas consolaban a una pobre bebé a unos metros suyo y Hyein lo agradecía. No quería pasar esa vergüenza.
Luego de palabras de consuelo y muchos besos en sus mejillas, Lee les confesó que la chica con quien había estado hablando, de la cual se sentía muy enamorada, le había dicho que no podrían seguir en contacto porque la diferencia de edad era mucho para su conciencia. He ahí el motivo de porqué Hyein se demostró tan furiosa cuando sus amigas la trataron como una niña.
Además, que se sentía un poco patética por haberse besuqueado con ese tal James, porque solo fue una manera de evitar el dolor.
—Mi pobre bebé —Haerin le acarició los cabellos mientras Hyein se mantenía oculta en su pecho, sollozando.
Decidieron que lo mejor para la pequeña joven (de la misma edad de Haerin) sería dejar la fiesta y largarse a la cabaña para comer helado y ver La La Land.
Esa era la tradición de Minji, Haerin y Hyein: cuando alguna tenía el corazón roto, se juntaban para llorar entre todas y darse una clase de apoyo emocional. Algo ridículo, pero efectivo.
Era liberador, según las jóvenes.
Y ese domingo a las dos de la mañana, en una casa frente a la playa, Hanni y Danielle formaron parte también, confirmando de alguna forma que el grupo de amigas de tres se había ampliado oficialmente.
Pasaron dos horas más hasta que Hyein y Hanni se quedaran dormidas.
Minji sonrió, sacándoles una foto y tomó en brazos a la vietnamita para llevarla a la habitación que acabaron compartiendo.
Su idea era volver por Hyein, mas Danielle se le adelantó.
—Yo la llevo, Min. Tú solo procura de mimar a tu nueva novia —su tono salió burlón, pero Minji sonrió, agradeciendo en silencio.
Una vez sin terceras presencias allí (aparte de la niñita que roncaba boca abajo), Danielle se volteó a Haerin, pasando por un lado de Hyein para sentarse a su lado, mirando a la gatita que no despegaba los ojos de la pantalla.
—Haerin —susurró, toqueteándole el brazo.
—¿Qué? —su voz salió seca, sin dejar de observar la TV.
Marsh frunció el ceño e insistió con su golpeteo.
—Mírame.
—Estoy viendo la película —le quitó el brazo de encima de mala manera y Danielle sospechó que algo andaba extraño.
—¿Qué sucede contigo? —ignoró la obvia molestia de Haerin y se levantó del sofá para hincarse sobre sus rodillas frente a la menor, impidiéndole que viera la pantalla.
—¡Muévete, Marsh!
Por fin sus pupilas conectaron y Danielle evitó soltar una carcajada. Haerin parecía un gato enfurruñado con sus cejas casi juntas.
—¡No! —se cruzó de brazos—. Dime qué te pasa o cortaré la luz y no podrás terminar la tonta película.
Haerin bufó, ignorando su amenaza y se levantó del sillón.
—Haz lo que quieras —dijo mientras caminaba hacia el pasillo que la dirigía a su habitación.
—¡Kang! —Danielle la alcanzó, deteniéndola de la cintura.
Haerin se giró, mirándola fríamente.
—No me pasa nada, ¿si? Ahora suéltame porque quiero descansar.
En el fondo Haerin esperaba que Danielle siguiera insistiendo, que se preocupara más por ella, pero simplemente la vio arrugar la nariz y la soltó brusca.
—Como quieras.
Volteó, regresando a la sala para llevar a Hyein a que durmiera en la cómoda cama con sábanas y no en un sofá.
Hae bufó y negó con la cabeza, siguiendo su camino.
***
Una vez dejó a Hyein en su lugar, se fue a acostar de mala manera, tratando de recordar su día para ver si hizo algún comentario que justificara la actitud de Haerin.
Sí, ella sabía que no eran amigas como tal, y que su relación frente a los demás se mantenía tensa, pero cuando estaban a solas, la dinámica cambiaba.
Se besaban, se abrazaban, hacían otras cosas...
Entonces, ¿por qué Haerin se comportó así cuando tuvieron la oportunidad de estar a solas las dos?
Gruñó molesta por sentirse demasiado afectada.
Que se joda. Que se joda Haerin y su...
Su pensamiento no fue capaz de concluir cuando sintió la puerta abrirse, seguido de unos suaves pasos, y rápidamente ya había un cuerpo sobre ella, que buscaba consuelo en su cuello.
—¿Haerin? —preguntó, dejando de lado el enojo y buscando sostenerle el rostro, fallando.
—Perdón —murmuró, sin salir de su escondite y pronto la australiana la invitó a que se metiera dentro de las sábanas—. E-estaba celosa porque en la fiesta jamás volteaste a m-mirarme o llevarme a la cocina para... ya sabes, b-besar...me.
Haerin pasó media hora pensando qué tan estúpido era su plan de arrancarse a la habitación de la mayor y confesarle el motivo de su tosca actitud.
Era, básicamente, una de las peores cosas que podría hacer, pero Haerin es humano, sensible, y no pudo resistirse porque necesitaba estar con Danielle en ese momento; luego de estar tantas horas sin besarse ni acariciarse.
Marsh se sorprendió al inicio, quedando en silencio, pero pronto la acercó más, sellando sus labios en un beso, olvidándose del áspero encuentro anterior.
Ignorando la confesión de Haerin.
Solo se dedicó a besarla y perderse en sus pieles porque no había otra cosa que hacer.
Danielle no era la novia de Haerin, no tenían por qué conversar esas cosas.
Fue amargo para la menor que Marsh no le respondiera algo, lo más mínimo que fuera, pero lo veía venir.
Y eso era lo que más le jodía. Estar así, a medias con alguien que claramente no le pertenecía y jamás lo haría. No porque sus sentimientos fuesen unilaterales (o no completamente), sino porque estaba frente a una muchacha de apenas dieciocho años que nunca antes había estado con una mujer (cero experiencia por ende) y que parecía tener una obsesión con negarse a lo que realmente quería. Era peor para Haerin que Danielle fuese una chica del closet y que la usara para experimentar en secreto, a que fuese una persona realmente heterosexual. Se le hacía más terrible y doloroso ya que sabía que existían pequeños sentimientos compartidos, pero que aún así parecían imposibles de compactar.
Supo que estaba en problemas y que su vida se iría en picada si no detenía todo aquello. Sabía también que tenía dos posibilidades: ayudar a Danielle a que se aceptara tal cual (complicado), o cortar todo de una maldita vez (imposible).
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