18
El profesor Lee se presenta a la clase, como todos los días.
Danielle está en los asientos de adelante, lo más alejada de Kang posible, quien mira al maestro desde los pupitres de atrás.
Las chicas no han hablado desde el debate, Danielle se mantiene lo más alejada posible y Haerin no hace intento alguno de acercarse.
La mayor sabe que en algún punto volverá a sentarse con Hyein y Minji, tirar comentarios molestos a Haerin y comenzar con sus ridículos insultos de niña de jardín, pero por ahora prefiere mantener distancia, olvidarse de lo que pasó y relajarse.
Danielle Marsh es buena ignorando ciertos pensamientos cuando quiere.
—Ayer no pude evaluar el debate pues... se alargó un poco —dice, rascando su cabeza y algunas risitas se oyen. Danielle se encoge con incomodidad en la silla—. Pero hoy les pediré a los jueces que voten y yo también lo haré.
Sin más, el hombre les entregó a sus alumnos un pequeño pedazo de papel -obvio no a Danielle, Haerin y sus respectivos grupos- para que anotasen allí quién creían que lo hizo mejor.
El conteo inicia y ambas muchachas se sienten nerviosas. Aunque hayan tenido un desliz, realmente se esforzaron y deseaban ganar. Además de que sabían perfectamente que la perdedora recibiría muchas burlas de la ganadora.
Un chico comenzó a leer los papeles.
—En contra —el primero—. A favor —el segundo—. A favor —Danielle apretó los dientes—. A favor —Haerin mordió sus labios evitando sonreír—. En contra... en contra —empatadas, estaban empatadas y ni iban por la mitad de votos.
Haerin apretó su celular entre sus manos hasta que los dedos se le pusieran blancos.
Quedaban dos votos, seguían empate.
—A favor.
¡Bien! El último decía a favor y Haerin ganaba.
Sonrió con esperanza.
—...En contra.
—¡¿Empate?! —gritaron las dos chicas, incrédulas.
Sus ojos se encontraron, ambas con el ceño fruncido, Danielle gruñó, rompiendo con el contacto visual y Haerin rodó los ojos.
—Eso es correcto... —anunció Lee, luego de haber revisado los papelitos.
Efectivamente, era un empate.
—¡Eso no puede ser! —reclamó Marsh.
—Señorita Danielle, así lo indican los votos.
—¡Claramente tuve que haber ganado yo, señor Lee! ¡Lo sabe! —desde atrás Haerin se apunta a sí misma.
—¡¿Qué te crees, enana?! —el contacto visual vuelve, ahora en llamas.
—¡Danielle, Haerin, deténganse! —es la primera vez que el profesor Lee eleva la voz, por lo que todos guardan silencio, sorprendidos—. ¡Ayer casi tuve que interrumpir el debate por ustedes! ¿Acaso no piensan en sus compañeros? A ellos les hubiera afectado de todas maneras si les bajaba la nota por insultarse frente mío, peor, en un debate escolar —estaba enderezado y serio, luego de muchos años dando clases en esa escuela.
—Lo lamento, señor Lee. No volverá a pasar... —Haerin fue la primera en hablar, avergonzada.
—Sí, perdón... Mientras la enanita no siga diciendo estupideces-
—¡Marsh! ¡¿No puedes mantener la boca cerrada por cinco minutos?! ¡Además medimos casi lo mismo!
Todo se había vuelto a salir de control. Danielle ahora volteada hacia su rival, alzando las manos y soltando más groserías, los cuales claramente tenían una respuesta por parte de Haerin.
—¡Niñas insolentes, me tienen harto! ¡Las dos, donde el director, ahora! —apuntó la puerta, sus mejillas rojas y su respiración agitada.
No podía creer el descaro de esas mocosas.
—Pero señor Lee...
—¡Ahora, joder!
Los demás jóvenes se miraron con los ojos abiertos mientras Danielle y Haerin salían del aula con la mirada en sus pies.
Una vez lejos de ellos, Danielle detuvo el paso en seco.
—¡Esto es tu culpa!
Haerin apretó sus puños, deteniéndose igual.
—¿Mía? ¡¿En serio lo estás diciendo?!
—¡Sí! ¡¿Acaso eres tonta?!
—¡Oh, Danielle Marsh! —se acercó dispuesta a golpearla por idiota—. ¡Fuiste tú quien siguió diciendo mierda después de que el profesor nos retara! ¡Tuviste que detenerte! —y golpeó (sin llegar a doler realmente) repetidas veces el brazo de Danielle.
—¡Ay! ¡Suéltame, acosadora!
—¡¿Acosadora yo?! ¡Si eres tú quien-!
—¡Señoritas! —la maestra de Matemáticas apareció por el pasillo—. ¡¿Cómo se les ocurre andar golpeándose?!
***
—Suspendidas durante una semana —dijo el hombre mayor, manteniendo la calma.
—¡¿Qué?! —gritaron ambas, saltando sobre las sillas.
Se podría pensar que el castigo es algo exagerado, pero como perro y gato que son, una vez llegó la maestra de Matemáticas a la oficina del director para acusarlas, las chicas siguieron gritándose e insultándose una vez el hombre les preguntó qué pasó.
Hasta llegaron a jalonearse el cabello.
—Señoritas, sus actitudes son dignas de niños de seis años, ¿qué esperaban?
Haerin resopló, hundiéndose en el asiento.
Danielle murmuró un agravio bajo, rendida.
El mayor las miró con algo de diversión. Podía ver a sus hijas en aquellas muchachitas mal portadas (sus hijitas de cinco y ocho años).
—Está bien —aclaró su garganta—, las suspendo por una semana o se quedan después de clases durante siete días escolares a ayudar con distintas tareas —ambas alzaron la mirada, interesadas, así que él prosiguió—. Son tareas pequeñas, como ordenar la biblioteca, limpiar la cafetería o regar las plantas que rodean la escuela. Existen empleados que se encargan de estas cosas, pero claro, el tiempo no es infinito y los pobres terminan muy cansado por, sinceramente, un sueldo que no lo vale —sinceró, acomodando su corbata—. Entonces, una semana de expulsión que incluye una carta de reclamo hacia sus padres o una semana, intensa, por supuesto, de ayudar en tareas, pero que no incluye ninguna nota hacia sus padres. Ustedes escogen.
Haerin y Danielle se observaron, analizando la propuesta.
—Que Danielle acepte la suspensión y yo hago lo otro.
—¡¿Y por qué yo la suspensión?!
—¡O yo la suspensión y tú las tareas, Dios, eso no es lo que me importa, solo no quiero estar contigo!
—¡Para eso ambas aceptamos la suspensión, taradita!
—¡Señoritas, Dios mío! —interrumpió el mayor, golpeando la mesa con la mano—. ¿Qué tanto se pueden odiar dos personas, Jesús? —suspiró, masajeando sus sienes, Danielle y Haerin guardaron silencio—. ¿Saben qué? Ambas se quedarán a hacer las tareas de la escuela, lo harán hasta que se lleven bien. No me importa si eso es en un día o tres meses, ustedes no se van hasta comportarse como humanos decentes.
El rostro de las jóvenes gritaba indignación, ganas de reclamar y negarse. El director hubiese reído sino fuera por la situación seria en que se encontraban.
—Pero señor-
—¡Nada! No quiero escuchar sus reclamos, inician la próxima semana y me aseguraré que las estén vigilando para que no se maten —la menor abrió la boca, mas la cerró en cuanto una mirada amenazadora la atravesó. Aunque el director solía ser calmado y agradable, podía dar miedo cuando se enojaba—. Miren, chicas... —soltó un suspiro, probablemente el quinto de esa tarde—, no necesito que se vuelvan mejores amigas o algo por el estilo, pero no pueden seguir así. El señor Lee me ha dicho que no hay clase en la cual no se griten y no es primer profesor que me comenta lo mismo —sus ojos se suavizaron en una mirada más paternal—. Por favor, inténtenlo, ¿si? Les aseguro que será aliviador para todos, en especial para ustedes dos porque no hay cosa más agotadora que andar en una guerra constante con otras personas, al menos para mí.
Haerin asintió algo avergonzada. El director era demasiado bueno y ellas así, como animales atacándose cada que se ven.
Danielle compartía el pensamiento, es por eso que salieron de aquella oficina sin decir nada, más tranquilas y relajadas.
—Te odio.
Aunque por supuesto, algo tenía que pasar en cuanto volvieran a estar a solas.
—Yo más, Kang. Todo esto es tu culpa.
—Hija de... —se interrumpió ella misma, pensando si valía la pena seguir—, hija de tu madre. Adiós, Danielle.
Y sin más, se fue en dirección contraria a la de Danielle, yendo hasta su casillero para sacar los cuadernos de la clase que le tocaba.
Marsh la vio alejarse, su corazón sintiéndose apretado por alguna razón, acompañado de un desagradable sabor en su boca. Oh, cuánto la detestaba...
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