Capítulo 3: Amamos las piñatas.
EDITADO
Aterrado, veo como sellan el lugar y, con algo de esfuerzo, levantan mi cuerpo, moribundo, para ponerlo en la camilla. Observo a la gente que me mira, algunos con curiosidad, otros con asco. La apariencia de mi cuerpo me hace parecer un zombi, delgado y totalmente pálido, como muerto. También veo a Andrea llevarse la mano a la boca, y como sus lágrimas caen de sus bonitos ojos verdes, luego correr y encerrarse en uno de los salones, pero no me molesto en seguirla. A mi lado pasa el director del colegio, marcando en su teléfono un número: el de mi madre.
—Buenos días, señora Hill... —dice el director, tratando de parecer lo más calmado que puede. —Necesito que venga de inmediato, sucedió algo con su hijo.
Empiezo a negar con mi cabeza y me acerco a él con desesperación, en un intento fallido de quitarle el teléfono pero no puedo. No quiero que mi madre sepa de esto, no tan pronto. Azoto mi cara contra los casilleros, en un impulso, y grito de horror al imaginarla viéndome en ese estado. Tantas veces le había prometido intentar recuperarme, que ya no recuerdo cuantas veces lloró al darse cuenta que seguía por lo mismo.
—Deberías aprovechar para ver quienes si te quieren de verdad, Tomás —interrumpe mis pensamientos Lu, cruzándose de brazos y torciendo su gesto.
Lo miro con los ojos inyectados en sangre. Parece tan calmado y ajeno a mi situación que la impotencia inunda mis venas. Mi pecho se hunde dolorosamente, y me siento ahogado de nuevo, sintiendo que todo esto es solo una pesadilla.
—Mira —habla Lu, señalando el aula donde Andrea se encerró a llorar. —Ven.
Lo sigo y abre la puerta, mostrándome una escena que me pone iracundo y fuera de mi mismo: Both, uno de mis mejores amigos, está encima de Andrea, tratando de calmarla y puedo ver en sus ojos las negras intenciones que trae en su cabeza. Lu empieza a reír y me mira, acercando su brazo al mío. Mis puños se crispan y mis nudillos arden por la presión.
—Golpéalo —dice Lu en un tono ronco y yo me giro para verlo. —Sí, dale, golpéalo.
—Pero... —murmuro con inseguridad, aun sin entender bien como son las cosas en mi nuevo estado.
Lu rueda sus ojos con fastidio y toma uno de los bates de baseball que están dentro de un armario y lo aprieta entre sus manos a la vez que flexionando sus rodillas, me dedica un gesto siniestro. Entonces, sonríe y luego blande el bate contra la cara de Both, que yace magullada por el golpe, chorreando sangre. Abro mi boca para decirle a Lu que pare, pero sigue ensañado dándole batazos a Both en el rostro, mientras este se revuelve en el suelo, con la cara desfigurada y sanguinolenta.
— ¡Para! ¡Lo vas a matar! —grito asustado, e intento quitarle el bate de las manos a mi compañero, pero de un brinco se aleja de mí y relame sus labios, agitado.
—Eres un idiota —espeta —, no pasa nada, mira —agrega señalando a Both y a Andrea, que para mi asombro siguen en su posición original, como si nada hubiera pasado, como si Lu jamás lo hubiera golpeado. — ¿Quieres intentarlo? —me pregunta, levantando su blanca ceja con diversión.
Parpadeo un par de veces, tratando de asimilar lo que está pasando. Lu mueve su cabeza como invitación para que lo haga de una vez. Trago saliva y me acerco para quitarle el bate de las manos, sintiendo como el odio me invade ante lo cariñosos que lucen los dos, consolándose entre ellos.
— ¡Eres un maldito, Both! —grito, y con toda la fuerza que puedo, estrello el pesado objeto contra la cara de mi falso amigo. Lu ríe, y aplaude contento ante el espectáculo.
No me detengo hasta que la cara de mi supuesto amigo queda deshecha en girones de carne y huesos, sobre el suelo. Veo la imagen salpicada de Andrea y una nueva ola de odio se acumula en mis cienes. Lu salta alrededor de nosotros mientras que, acumulando todo mi desprecio en el bate, golpeo la cara de Andrea, haciendo que se caiga hacia atrás en su silla. Cuando siento que mi ira ha sido drenada de mi cuerpo, tiro el bate lejos y miro a Lu, mientras mi pecho sube y baja dramáticamente. Me enseña una sonrisa de aceptación y yo le sonrío también. Mi camisa ha quedado salpicada de sus restos y su sangre.
— ¡Ves! —Exclama, señalando al par de canallas, que siguen abrazados, como si nada hubiese pasado. —Te ves genial cubierto de esa sangre —se burla Lu y acercándose a mí, toma mi mano y, sorpresivamente, la muerde, haciéndome sangrar.
—No hagas eso —me quejo, fastidiado. Lu me ignora y empapa su dedo en mi sangre, para luego poner una equis con ella en los labios de Both y Andrea. — ¿Por qué haces eso? —Pregunto, con curiosidad. Lu se gira y me sonríe.
—Pronto lo sabrás —responde divertido y corre fuera del salón.
***
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