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Capítulo 20


Para gran alivio de Odalyn, el humor de Hummel volvió a la normalidad una vez que se instalaron en el apartamento de la calle Skovveien. Sí notó que era más reservado y evitaba mirarla cuando podía, pero seguía siendo cordial ante todo. A veces demasiado.

Cuando no se entretenía mirando por el tragaluz, lo hacía observando a Einar mientras escribía en su fiel compañera que nunca dejaba atrás: la bitácora.

Trataba de entenderlo, después de todo. No lo habían hablado y no hacía falta porque fue obvio lo que estuvo a punto de pasar entre ellos en el muelle. ¿Por qué? Pudieron haber sido muchas razones, como la calidez del momento, lo bello del paisaje, la necesidad de contacto físico o la soledad.

Pero no había sucedido; ni siquiera estuvieron lo suficientemente cerca para separarse con brusquedad ante la interrupción.

Aun así, pensaba la chica, a veces él actuaba como si la hubiera besado a la fuerza y, para empeorar la situación, como si no lo hubiera disfrutado en absoluto.

Por quinta vez en la mañana, Odalyn acomodó la pequeña maceta que estaba sobre la mesilla. La giró con sus dedos largos hasta que quedó satisfecha con el resultado; curiosamente, la dejó tal cual había estado antes de moverla.

Se sintió absurda. No obstante, aquello era mejor que centrar su absoluta atención en la confusión que por ratos la consumía. ¿Y si no había sido ninguna de las razones que ella creía?

Toda la gama de posibilidades que su fantasiosa mente se empeñaba en dibujar era alentada por las descargas que sentía cuando la tocaba, así como por los momentos de admiración inconsciente que dedicaba para fijarse en detalles como la fortaleza de los músculos bajo la tela, las líneas del cuello, el ceño fruncido en fingida concentración, la nariz recta y los labios finos. Sí, Einar era bastante guapo.

Odalyn resopló insatisfecha.

—Iré a leer un rato a la planta baja —anunció con brusquedad.

—No salgas del edificio —le respondió sin siquiera mirarla, lo que incrementó la furia de la señorita.

Tras tomar una de las revistas de cortesía, salió del apartamento con un sentimiento que poco experimentó en la vida. Bajó por las escaleras alfombradas y, al llegar al siguiente rellano, un golpe la hizo olvidar el monólogo con el que quería afrontar a su guardián.

Faen! —exclamó la chica al soltar la bolsa de compras que llevaba contra el costado.

—¿Estás bien? —dijo Odalyn. Si bien supuso que no la había escuchado por estar peleando con un objeto atorado en su ropa, la mujer asintió—: Deja te ayudo, ¿sí? ¿Este es tu apartamento? Ay, qué boba, de seguro no me entiendes y...

La princesa, entretenida en la sencilla acción de levantar los víveres caídos, se calló de pronto. El lechoso color de su rostro se había transformado en un verde grisáceo que alertó a la otra mujer.

—¿Te sucede algo? ¿Llamo a alguien? —preguntó, alarmada por su terrible aspecto—. Oye, no vas a vomitar, ¿o sí?

Odalyn negó lentamente y soltó lo que tenía entre los dedos, sintiendo repugnancia y miedo.

A pesar de saber la peculiaridad de la dieta de los terrestres, Einar había sido muy protector y no la había expuesto a situaciones tan comprometedoras como lo era ese primer contacto con la carne muerta de un animal. La fría y fibrosa suavidad de la masa envuelta en plástico le provocó arcadas que apenas si pudo controlar.

—Agua —susurró con voz ronca—. Por favor.

—Sí, por supuesto. Vamos, entra.

Con presteza, la mujer tecleó el código en el tablero electrónico de la puerta. Luego, olvidando sus compras, ayudó a la chica a levantarse y caminar hacia el interior de su apartamento. Incluso la ayudó a sentarse en el sofá antes de ir por el vaso de agua.

El malestar de Odalyn fue en ascenso. La dulce fragancia de la mujer le pareció un tanto desagradable porque se encontraba concentrada en toda la estancia. Además, sentía un terrible bochorno, como si el espacio a su alrededor se fuera haciendo más pequeño y el aire más caliente.

Cuando creyó que ya no podría sentirse más débil, cerró los ojos; poco a poco, relajó los músculos y se concentró en inhalar y exhalar, distrayendo su mente en temas que no le supusieran gran esfuerzo, como en los grandes pastizales de su reino con sus aromas vibrantes y húmedos, o la brisa que llegaba desde el Oeste por las mañanas y le refrescaba el rostro cuando se asomaba por su balcón.

Sin embargo, conforme sus latidos azorados perdieron prisa, los recuerdos pacíficos se transformaron en urgencias más inmediatas, calculadas a conciencia, que tenían el rostro de un militar que, si se dejaba seducir por sus lapsos paranoides, no la volvería a dejar ir sola a ningún lado. Ese terrible escenario le devolvió más vitalidad que todo lo demás. No había esperado paciente por semanas para echarlo todo a perder por ponerse enferma cuando no estaba a la vista de Hummel.

—Toma —le dijo la mujer. Odalyn abrió los ojos y tomó el vaso con dedos un tanto temblorosos. Al menos en el agua flotaban algunos hielos; eso le sentaría bien—: ¿Necesitas algo más?

Cuando negó con la cabeza, puesto que no se sentía del todo repuesta para hablar y mantener una charla, su interlocutora se sentó en la mesa para café, justo frente al sillón donde estaba ella.

Mientras sorbía el líquido con parsimonia, se fijó en su anfitriona. Era mayor, por unos siete u ocho años; además, muy bonita con sus facciones bien marcadas debido a los huesos que se presumían debajo de la piel dorada. El cabello claro, que se disparaba en cortas puntas rebeldes, quizá habría podido confundirla respecto al sexo de la persona de no ser por las curvas propias de las féminas. En definitiva, aparte de Evgenia, no había conocido a otra mujer tan agraciada en ese aspecto.

—¿Ya te sientes mejor? —le preguntó.

Por su aspecto y la forma en que hablaba, ambos tan distintos a lo que acostumbró a ver y oír tanto en el pueblo como en la ciudad, aventuró que ella era de otro lado. Un sitio con más sol, pensó.

—Sí, gracias. Me sentí mal y... —Tal vez el simple hecho de establecer contacto con alguien de su mismo género le devolvió una pizca de su personalidad parlanchina. A mitad de la frase se interrumpió porque había olvidado algo elemental—: Soy Odalyn, por cierto.

—Nina. Mucho gusto —respondió, estrechando la mano de la princesa—. Vives en el edificio, ¿verdad?

—Sí, en el último piso con mi...

Al encontrar un obstáculo en la charla, Odalyn recordó dos noches atrás cuando preparaba avena con leche en la estufa eléctrica. Si bien Einar la llevaba a uno que otro sitio, los paseos no eran tan entretenidos con su humor taciturno y renuente. Entonces, mientras movía la mezcla de la olla y repasaba los beneficios de la convivencia humana, le preguntó por qué, si permanecerían en esa ciudad por tiempo indefinido y repleta de gente, no se molestaban en hacer amigos. Ella, con varias razones que apoyaban su argumento, pronto supo que el militar era casi tan bueno con la defensiva verbal como lo era con la corporal. Querrán conocernos, le dijo sin despegar la vista del periódico local, hablar con ellos implicará, en algún momento, mentirles y respaldar la mentira día con día. Hacer eso es muy cansado.

Hummel había tenido razón.

—¿Tu novio? —aventuró Nina al notar que la chica se quedaba pensativa. La palabra, así como los sentimientos que poco a poco iban surgiendo en Odalyn, hicieron que las mejillas de la chica se tornaran carmesí—: Está bien. Digo, no es un pecado y los dos ya son mayores, ¿cierto? Los vi ayer en la recepción. Y si ambos se quieren... Bueno, supongo que no te fugaste de casa con él para casarse en secreto, ¿verdad?

—¡¿Qué?¡ ¡No! —contestó azorada—: Einar y yo somos amigos. Solo eso.

Nina sonrió con mirada analítica, pero prefirió cambiar de tema.

—Entonces, por ustedes no me dieron el último apartamento de arriba, ¿eh? Dicen que son los mejores.

—Este no está nada mal.

De hecho, a ojos vistas aquel era mucho mejor. No solo era más espacioso, sino que también entraba más luz por las ventanas y, en caso de sofoco, se podía salir a tomar aire al balcón. Por si eso fuera poco, los techos, que no estaban inclinados, no daban la sensación de que la habitación se cernía sobre ellas. Eso habría sido muy conveniente para un sujeto de la altura de Hummel.

Por un rato estuvieron charlando sobre diversos temas, como las embarcaciones del muelle o lo maravillosa que le había parecido la Catedral de Oslo a Nina, así como el Palacio Real y el Ayuntamiento. A pesar de que no había pasado mucho de que ella llegara a la ciudad, había conocido más que ellos.

Ya establecidas las bases de la confianza primeriza, Nina se movió por la estancia, acomodando objetos, doblando prendas desperdigadas o retirando empaques vacíos de comida al tiempo que le narraba las anécdotas que le habían ocurrido con algunos lugareños.

Solo cuando salió por lo que había olvidado en el rellano y vio la súbita rigidez de su nueva amiga en cuanto regresó con los paquetes de carne, comprendió que aquello fue lo que antes la puso mal. Con discreción, guardó los empaques en el frigorífico.

—¿Eres vegana?

Como Odalyn notó que Nina manipulaba puros vegetales en la barra de la cocina, decidió acercarse para que platicaran más cómodas.

—¿Qué es eso?

La mujer frunció el ceño, claramente contrariada.

—¿Comes carne?

—Ah..., no.

El golpeteo de los nudillos contra la puerta interrumpió lo que Nina iba a decir. Se limpió las manos en sus vaquero ajustados y fue a abrir. Del otro lado, un hombre más alto que ella aguardaba con gesto adusto.

—Vine por Odalyn —dijo con una breve inclinación de cabeza.

Nina, desconcertada por la imponente presencia del militar, lo invitó a entrar. Iba a extender la mano para señalar la cocineta, sin embargo, al final no lo hizo porque sintió que llamaría la atención de ese tipo que, de cerca, la ponía muy nerviosa.

—¡Einar! —exclamó entusiasmada la princesa, levantándose de su lugar para acercarse a ellos—: Mira, te presento a Nina. Vive aquí. ¿Nina? Él es Einar, el amigo que te mencioné.

—Hola —le dijo al hombre. Luego carraspeó—: Estaba preparando la cena, por si quieren quedarse.

—No, gracias. Ya nos vamos.

Les habría comentado que la carne no estaría incluida en el menú de ambos; no obstante, se contuvo porque él se veía empecinado en irse. ¿Era su impresión o lo notaba tenso, como si estuviera en guardia?

Quien no perdió el entusiasmo en ningún momento fue Odalyn; se acercó a Nina y le dio un abrazo de despedida que la dejó tan sorprendida como a Einar. Tras ese gesto, que Hummel bien interpretó como una promesa de mantener el contacto, los dos salieron del apartamento y bajaron a la recepción.

Al salir del edificio caminaron hacia la izquierda. De seguro irían a comprar frutas a un pequeño local a tres calles que descubrieron por casualidad. Era bastante modesto pero muy conveniente, puesto que se evitaban los grandes supermercados y la incomodidad de los trozos de animal muerto empaquetado. Molestia, por cierto, que solo pasaba el coronel, debido a que dejaba a Odalyn en pasillos alejados para que lo esperara.

Una vez más, el silencio reinó entre ellos conforme avanzaban por la acera y también al llegar a su destino, mientras elegían unas frambuesas, acelgas para el quiché y pedían semillas de sésamo. Solo cuando regresaron, la princesa se atrevió a hablar:

—¿Qué te pareció Nina?

—Igual que el resto de los humanos —contestó indiferente al tiempo que revolvía los huevos en un cuenco—. No me hiciste caso, por lo visto. ¿Tuviste que mentir?

A Landvik le pareció indignante que él se molestara por su búsqueda de contacto social. Después de todo, si era un antisocial o algo le molestaba, no era culpa de ella.

—¿Cómo me encontraste? —El reclamo implícito, de alguna forma, no les sorprendió.

—Escuché sus voces cuando bajaba a buscarte.

—Eso suena... —Lo que sería un comentario sarcástico, se convirtió en una expresión decepcionada—: Lógico, supongo. —Más animada, intentó establecer esa camaradería que había surgido entre ellos, de nueva cuenta—: Imaginé que mencionarías algún poder secreto de militares, como ver a través de las paredes o tener un súper oído.

Muy a su pesar, Hummel sonrió. En esos días que habían pasado a partir de la escena del muelle, descubrió que le era más sencillo convivir con ella si evitaba el mayor contacto posible; y le sería más fácil todavía si Odalyn se adaptara a sus planes y no intentara, con su personalidad alegre, distraerlo.

—¿Sabes qué sería genial? —le preguntó, alentada por el pequeño gesto que le sacó a duras penas—: Salir un rato. Podemos ir a la Catedral o al parque. Siempre estamos aquí y creo que tu humor mejoraría bastante si dejáramos estas cuatro paredes.

—Así es mi humor, con o sin paseos.

—Bueno, yo me voy. Con o sin ti.

Un frustrado y audible suspiro fue lo único que se oyó en el minuto de reflexión que siguió al amago de amenaza de la princesa. 

—¡Bien! ¡Tú ganas! Nos vamos después de comer.

Odalyn sonrió para sus adentros. Le pasó las espinacas cortadas a Hummel para que las añadiera al huevo y sacó el queso rallado del frigorífico, así como la base del quiché que compraron el día anterior. Después de eso, si bien se mantuvieron callados, al menos ya no sintieron la capa de tensión; por el contrario, la comodidad se asomó tímida como muestra de una pequeña victoria ganada.

Para cuando volvieron a dejar el apartamento, el sol ya pintaba los edificios claros de la calle Henrik Ibsens con un dorado cálido. Los pocos autos circulaban a baja velocidad, como si los conductores también quisieran apreciar la sensación del tiempo congelado que se percibía a esa hora; las personas caminaban serenas y contentas.

En el interior del Parque del Palacio, un área de veintidós hectáreas, el ambiente era mucho más tranquilo. Las extensas zonas verdes parecían el refugio perfecto para hallar paz mental, acostándose en el pasto, rodeado de árboles, mientras el cielo infinito se cubría de estrellas.

El reflejo de la luna temprana en el espejo del rey, un claro de agua cuya fuente en ese momento se encontraba apagada, le recordó a la princesa uno de los temas que quería abordar con su guardián cuando éste estuviera de mejor humor.

—Ya casi será luna llena otra vez —comentó pensativa—. ¿Crees que vuelva a aparecer?

Einar, que notó el temor en el comentario, no objetó ni se hizo a un lado cuando la chica se aferró a su codo.

—Han pasado varios días desde el ataque. Si él iba contra nosotros, las posibilidades de que nos encuentre son muy bajas a tal distancia de la aldea y entre tanta gente —respondió con calma—. Y eso si es que todavía sigue vivo.

Odalyn bufó.

—Sigues creyendo que murió y que no iba por nosotros —acusó sin miramientos—.Para ser un coronel tan prestigioso, pecas de ingenuo.

Hummel, tentado a responderle lo curioso que resultaba que la perfecta encarnación de la ingenuidad dijera aquello, prefirió morderse la lengua y continuar por un camino más seguro.

—Eran, al menos, cinco humanos con armas letales —explicó paciente—: Y sé que te iba a atacar, pero no creo que haya sido intencional solo por haber sido tú. Recuerda, los animales siguen sus instintos.

—Estaba en nuestra casa —contraatacó.

—Bueno, como yo lo veo, el lobo hizo un viaje arduo desde Hessdalen. Tú conoces el desconcierto que eso provoca y, como cualquier ser vivo, ha de haber buscado comprensión y refugio, en especial si había gente que lo perseguía. —Hummel volteó a ver a la princesa en espera de un asentimiento que le demostrara que seguía el mismo tren de pensamiento. Al recibirlo, continuó—: Si tú estuvieras en su situación, y tu sentido del olfato captara una esencia conocida, ¿irías ahí o buscarías ayuda entre extraños?

Visto de esa forma, la lógica de Einar tenía sentido.

—Nunca te preocupó, ¿verdad? Su presencia en este mundo.

Muy por el contrario de lo que ella creía, que un licántropo cruzara el portal y se metiera precisamente en su casa, lo tenía en constante vigilia. Por eso se la había llevado a un sitio en el que sus olores pudieran confundirse con facilidad, y también por eso sospechaba de cada persona que se cruzara en su camino.

Sin embargo, el miedo que Odalyn tenía por la bestia se le había presentado claro y dominante. Tras haber presenciado dos ataques de esa raza, era lógico que sus temores la paralizaran y la mantuvieran en solícita paranoia; y si bien él sabía lo peligroso que eso podía ser y que la prevención era una aliada ventajosa, la idea de que ella viviera en continua desconfianza no cabía dentro de su mente. Ya había pasado por mucho de eso como para seguir atormentada por sus pesadillas.

—No —respondió por fin—. No del todo. Me preocupó que pudiera hacerte daño en ese momento, que su presencia nos comprometiera a ojos del grupo de caza que lo perseguía, o que ellos creyeran que teníamos algo que ver con él.

—¿Por eso huimos?

—Y por eso volverás a tener tu color de cabello original. —Ante la mirada inquisitiva que recibió por parte de su protegida, aclaró—: No creo que te hayan visto a detalle con la pobre luz del baño, pero no nos arriesgaremos a volver al tono castaño. Por si las dudas.

La inercia hizo que el coronel volteara a mirar los rizos sueltos, tan decolorados que con los últimos rayos del atardecer se veían refulgentes como cascadas de oro. Ella, por su parte, elevó la vista, aun sabiendo que no podría ver las raíces blancas.

No volvieron a hablar por largo rato, puesto prefirieron conectarse con la naturaleza. El agua del claro estaba apacible y su superficie lisa, sin hojas caídas ni ondas que perturbaran la paz. A su alrededor, entre los helechos, se escuchaba la sinfonía aguda de los grillos que, con la llegada de la noche, se propagaba lentamente; cada insecto instaba a sus congéneres a unirse a esa red de sonidos pacificadores.

—¿Por qué crees que el lobo fue hacia la luz? —preguntó Odalyn en cuanto retomaron la caminata y notó a un par de corredores muy cerca de ellos.

Aunque Einar hubiera preferido que lo soltara para no seguir promoviendo ideas que podían decantar en malas situaciones, le reconfortaba tenerla así.

—¿Ahora usaremos palabras clave?

—Si no te molesta. Es agradable cuando tenemos conversaciones sobre nuestro mundo, ¿no? Y me gustaría seguir manteniéndolas en cualquier momento. —Como ya veía venir una defensiva, le apretó el antebrazo suavemente para que la dejara terminar—: Sé que hay palabras peligrosas, tú me lo enseñaste. Por eso creí que sería una buena idea si las sustituíamos por conceptos más... normales.

La ternura y la perspicacia de Odalyn movieron algo en el interior del coronel. El esfuerzo que ella ponía de su parte debía recibir su mérito, por lo que estuvo de acuerdo en seguirle el juego, siempre y cuando no se expusieran delante de alguien más. Encogió los hombros con ligera indiferencia.

—Curiosidad, supongo —dijo al fin.

—Pero ¿cómo habrá sabido de la existencia de la luz y lo que hay del otro lado si se supone que es un secreto?

—La memoria del lobo es tan larga como su historia. De hecho, y por lo que tengo entendido, nuestra memoria es la más mermada de todas.

Odalyn pensó en los reinos no humanos que se encontraban más allá del mar, a una distancia no tan cercana como lo estaba la isla de los licántropos. Si ellos lo sabían, ¿por qué no intentar pasar por el portal? ¿No les interesaba? ¿O era que el rey Swenhaugen de cualquier forma no se los permitiría?

Los engranes en su cabeza se dibujaron tan claros en su expresión concentrada que Hummel, tan desconcertado como complacido, le respondió:

—La curiosidad humana a veces sobrepasa al instinto de supervivencia. Ellos, los demás, comprenden el peligro que estar aquí les supondría. Por eso no lo buscan.

Ambos se miraron cómplices, divertidos por esa pequeña comunicación silente.

No obstante, las sonrisas solidarias se desvanecieron cuando un aullido lastimero quebró la paz nocturna.

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