Capítulo 16
El rey de Theophilus quedó sitiado por las piezas de Kol cuando este, cansado del juego, realizó unos cuantos movimientos para dar por terminada la sesión.
Theo suspiró cansado; por mucho que intentaba ganarle, el rey Landvik era muy bueno en aquel entretenimiento y pocas veces podía llegar tan lejos como aquel día. De hecho, no conocía a nadie que estuviera a la altura de la inteligencia del soberano, si acaso el rey Swenhaugen, aunque él no era muy dado a jugar. Todos lo sabían.
—¿Ha sabido algo, Su Excelencia? —le preguntó a Kol, acomodando cada pieza de cristal en su lugar.
El Rey dejó salir el aire como si le pesara liberarlo.
—No. Han pasado semanas y no ha habido ninguna otra aparición de esas bestias. Mis contactos del Este aseguran que en sus rondas no han apreciado nada distinto; no hay huellas ni señales de que algún licántropo haya pisado el continente en ningún sitio de la orilla. —Theo, distraído, hizo un mohín que no se le escapó a Kol—: ¿Sabes algo, muchacho?
—En absoluto. Solo pensaba... —No quería hablar solo por hacerlo, quería tener fundamentos; pero en vista de que Landvik esperaba una respuesta, se arriesgó a soltar sus sospechas—: Bueno, todos sabemos que las relaciones entre Rómanov y Swenhaugen son fuertes. No sería extraño que su gente le fuera más leal a él que a usted.
Kol palmeó la espalda del que un día estuvo a punto de ser su hijo político. En definitiva, el muchacho no tenía madera de gobernante.
—La lealtad poco tiene que ver con la figura política que rige el territorio donde vives.
—¿Lo dice por el militar ese?
Landvik notó cierta amargura por parte de Theophilus. El heredero Zafereilis era uno de los pocos que conocían el verdadero paradero de su hija y la compañía que la custodiaba. El desagrado del joven no se basaba en la percepción en primera persona de Einar Hummel, sino en que él se había ofrecido a acompañarla, pero se le había denegado la petición porque no cumplía con los requisitos indispensables para cuidarla como se debía.
—Por él y por quienes no me fallarían. Tengo amigos en la milicia.
Theo asintió, tan sumiso como se puede estar cuando un rey usa el tono que indica no más discusión.
—¿Y el Parlamento? ¿Ha habido algo nuevo?
—No. Ni las intenciones de saber qué pasó y por qué, o con la ayuda de quién. Al parecer, a los miembros del Consejo no les importa que se violen las leyes territoriales bajo sus propias narices. Todos están más preocupados en lo que sucederá cuando Odalyn y Erland se casen.
Zafereilis suspiró, comprensivo con Kol. Desde que se había hecho el anuncio del compromiso, el tema favorito de todos había sido ese; algunos porque anticipaban las fiestas propias de la unión; otros por el simple morbo de ver cazado al espécimen más codiciado de los solteros; unos cuantos por el simple gusto de la novedad; pero varios, entre ellos los más grandes, porque ya predecían futuros conflictos entre reinos.
Nada más alejado de la realidad.
—Usted no lo parece tanto.
—No quisiera que mi pequeña Odalyn se case con él. Pero un trato es un trato.
—Claro, como el que usted hizo con mis padres. Ya sabe, el de consumar la unión entre familias cuando fuéramos mayores.
Kol miró a Theo con desaprobación.
—Esas no son maneras de hablarle a un rey, muchacho. —Le sirvió una copa de vino para que calmara su temperamento y trató de comprenderlo. Después de todo, era lógico que tuviera el corazón roto y el orgullo herido—: No faltaré a mi palabra. Te casarás con una de mis hijas y Norte y Oeste serán fuertes juntos.
Theo, como muy pocas veces acostumbraba, soltó una carcajada.
—Casi le creo —soltó, llevándose la copa de vino a los labios. Su propia risa le estrujó el pecho al recordar a su amiga, diciéndole que debería reír más—: A menos de que su esposa lleve en el vientre a otra heredera en este momento, dudo mucho que aquello lo pueda cumplir. Y claro, para cuando la princesa ficticia cumpla la edad suficiente, yo ya estaré en mis cuarenta. No suena muy conveniente para ambas partes, Su Majestad, si me permite decirlo.
—¿Conoces a la duquesa de Gólubev? —contraatacó, dejando pasar la burla del joven.
—Ella no es del Norte —contestó seco. Respetaba al Rey casi tanto como a sus propios padres, pero no le iba a permitir que se burlara de él—: Y no es su hija.
Kol se estremeció al pensar en su sobrina lejana. Había respetado mucho a la antigua duquesa de Gólubev, incluso hubo una época en la que había sentido un afecto más allá de lo fraternal por ella y era por eso que cuando enfermó junto con su esposo, le prometió no dejar desamparada a la joven y adoptarla bajo su protección cuando el terrible momento llegara. Sin embargo, eso no le evitaba el dolor de cabeza al saber que la chica era un completo desastre.
—Su tutela me pertenece hasta que sea mayor de edad. Desde que quedó huérfana, fue una ciudadana más del Norte. Si se casa bajo esa condición, lo será incluso después de cumplir la mayoría. ¿Quieres tu alianza? Es la que te ofrezco.
—¿Ella lo sabe?
—Sí, por supuesto. Aceptó los términos de sus padres. No encontré motivo alguno para que viniera a vivir aquí porque es feliz en su hogar, pero por ley ella pertenece a este reino.
Thephilus se llevó las manos a la cabeza, clara señal de sus contradicciones internas. Él, como todos, conocía a Evgenia; sabía de su rebeldía y comportamiento, de sus defectos y su estilo de vida. También sabía que era en extremo guapa y que, en teoría y por nacimiento, su personalidad era la del Este. En dado caso de un matrimonio, habría conflictos porque su naturaleza ya estaba determinada.
Pero, como había dicho Kol, por ley pertenecía al Norte. Casarse con ella sería la unión que sus padres tanto anhelaban.
—¿Y no existe otra opción? ¿Una baronesa o vizcondesa?
—Supongo que sí, no me atrevería a negarte un matrimonio tranquilo con alguna de las chicas sanguíneas de nacimiento —dijo elocuente—. Solo intentaba darte la mejor opción que me quedaba. De todos modos, piénsalo y háblalo con tus padres. Decidan aquello que más les conviene.
—Gracias, Excelencia. ¿Me permite? —Señaló la puerta, pidiendo la aceptación de su retirada.
Kol aceptó cordial, pese a todos los defectos del joven, aceptaba su valía y afecto como persona cercana y en verdad le hubiera gustado que las cosas fueran distintas a como eran.
En cuanto los dedos de Theo tocaron el picaporte, se le ocurrió que Landvik no estaba haciendo su mayor esfuerzo. Ningún padre en su sano juicio dejaría que su hija se casara con Frey Erland; es más, ni siquiera el rey Swenhaugen, con todo y sus indulgencias, apostaría por alguien como su hijo.
—¡Inténtelo! —clamó casi con desesperación—. Si Odalyn fuera mi hija yo haría todo cuanto estuviera en mi poder para no dejarla con ese sujeto.
Kol Landvik, siempre capaz de ver la sinceridad en los demás, sonrió triste por el fervor de Theophilus. El pensamiento que en ese momento le cruzó por la mente fue que por muchos años lo había subestimado; otrora, desde que lo vio crecer, creyó que no sería buen prospecto por sus tendencias depresivas y su nulo interés en política. Y aunque eso seguía en su versión adulta, el cariño por Odalyn destacaba más que lo demás.
Por supuesto, pensó, la devoción no era la de un hombre apasionado, pero sí la del hermano protector. Y si bien ambas lo pondrían delante de ella para salvarle la vida en caso de peligro, él sabía a la perfección que, en un matrimonio, solo con la primera se podía ser realmente feliz.
—Hay cosas que no se pueden cambiar, hijo —murmuró nostálgico—. Una de ellas es el futuro.
Theo bufó.
—Lo dice como si ya estuviera escrito.
—A veces lo está.
El joven Zafereilis levantó el índice al tiempo que jugaba con su lengua dentro de su boca, debatiéndose entre seguir hablando o mejor callarse y buscar soluciones por su propia cuenta.
—Entonces el futuro de Odalyn será miserable, Alteza.
Con una última reverencia, más sardónica que genuina, salió del despacho y cruzó los luminosos pasillos, en busca de la salida para llenar sus pulmones de aire puro y no explotar por toda la bilis acumulada.
Una vez que los zapatos del muchacho dejaron de escucharse, Kol levantó el portarretratos de su escritorio; la sonrisa radiante de Odalyn llamaba la atención más que la de su esposa o los gestos graciosos de sus hijos menores. Se preguntó si en ese momento ella estaría sonriendo y rápidamente llegó a la conclusión de que sí, a su primogénita le gustaba hacerlo ante todas las situaciones, incluyendo las más difíciles.
Al menos, se dijo, tenía la certeza de que sería feliz. De eso estaba seguro.
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