Capítulo 13
La luna llena aún seguía en el cielo oscuro cuando Hummel se desvió de la Fv30 por un tramo en el que los árboles estaban lo suficientemente separados para que el vehículo entrara. Aunque la carretera estaba desierta, y el último contacto humano había sido visto en Ålen, no quería arriesgarse.
—¿Einar? —preguntó Odalyn en la oscuridad, extrañada por haberse detenido ahí. Los faros, todavía encendidos, iluminaban cierta parte del terreno que no quería mirar por si aparecía algo de repente—. ¿Qué es...?
—Escúchame, Odalyn —interrumpió con esfuerzo. Cuando pasaron por el pueblo, ella había notado la palidez de su piel, la cual había atribuido al espanto de la situación que habían vivido. No obstante, su semblante se veía peor de lo que estuvo antes—. Debajo de tu asiento hay un botiquín de primeros auxilios. Necesito que busques la pomada para heridas.
—¿Estás...?
Al percibir la urgencia de Hummel, se apresuró a buscar lo que le había pedido. En la caja también encontró una lámpara, que usó de inmediato para alumbrar el cuerpo de su guardián.
La gravedad de la herida la sorprendió sobremanera. La playera, hecha jirones, estaba empapada de sangre. Sin embargo, eso fue lo de menos, puesto que la piel debajo de la tela se veía igual o más desgarrada; o eso es lo que suponía por la cantidad de líquido que salía.
—¡Odalyn! —exclamó con dolor.
Si bien la habían instruido en primeros auxilios y sabía perfectamente qué hacer, el impacto de ver a Einar —un hombre que le había parecido indestructible desde el primer momento— en semejante estado, la paralizó a tal grado que reaccionó solo cuando los ojos de Hummel se cerraron, no sin antes darle una última mirada suplicante.
—¡No! No, no, no, no, no —susurró al cuerpo inconsciente, mientras sus manos temblorosas buscaban el desinfectante.
Como no sabía cuánto debía usar para tales heridas, y tomando en cuenta lo caliente de la piel del coronel al palparla, apostó por verter casi todo el líquido incoloro ahí donde la bestia había enterrado sus garras. Y aunque quiso aplicar la pomada de inmediato, se contuvo porque debía asegurarse de que el desinfectante hiciera su trabajo.
Olvidando cualquier atisbo de miedo, salió del vehículo e intentó sacar el pesado cuerpo para que su campo de trabajo estuviera en óptimas condiciones. No podía curarlo si seguía sentado.
—¡¿De qué estás hecho, Hummel?! —le recriminó, sabiendo que no sería escuchada y que tampoco recibiría respuesta.
A pesar de la fría brisa, se sintió abochornada por el esfuerzo que le suponía moverlo. No solo tenía las manos empapadas de sangre, también sentía la cara y cuello cubiertos por una fina capa de sudor. Al menos sus pies, que por la prisa de la huida seguían desnudos, le daban una agradable sensación de frescura.
Odalyn acomodó la lámpara sobre una piedra mediana, a modo de iluminar lo mejor posible a Einar, se lavó las manos con una de las botellas de agua que habían quedado de las compras de la mañana, y se las desinfectó con lo que había reservado del frasco.
Según su inexperto escrutinio, los bordes de la herida ya tenían el mismo tono que el resto de epidermis, por lo que ahora sí aplicó la pomada, juntando la piel separada y haciendo la presión suficiente para que el tejido reconociera esa parte a la que antes estaba unido.
Fue una labor ardua, por supuesto; cada herida cruzaba de lado a lado el torso duro que, para atender, había dejado al descubierto. Sin embargo, después de un rato, la sangre había dejado de fluir y las tres líneas cubiertas del viscoso ungüento ya lucían casi perfectas; sus cicatrices apenas se notarían.
—¿Cuánto llevas despierto? —le preguntó al sentirse observada. Pese a que la lámpara no le alumbraba el rostro, sabía que era él quien la veía.
—Mucho. La piedra que tengo en la espalda me despertó en cuanto me botaste aquí.
La histeria hizo que Odalyn riera. Primero fue una sonrisa por el amago de broma, luego una risa tímida que emergió por alguna razón incomprensible, y por último una carcajada que decantó en llanto incontenible.
Hummel, que de precedente femenino solo tenía a las mujeres de la milicia, se sorprendió por la reacción de la señorita.
—¿Odalyn? ¿Qué te sucede? —preguntó, sentándose junto a ella.
—¡¿Qué me sucede, dices? —exclamó con furia, limpiándose las lágrimas con la manga del suéter—: ¡Algo nos atacó! ¡Huimos a media noche y nos detenemos a la mitad de la nada! ¡Tú casi mueres y me dejas aquí, sin saber qué hacer y lejos del portal! ¡Luego te despiertas y ni siquiera me dices "Oye, estoy vivo"! —Einar estuvo a punto de reír por la pobre imitación que hizo de su voz, pero se contuvo porque notó que los sentimientos que le expresaba eran genuinos. En verdad se sentía asustada, y molesta—: ¡... y yo estoy aquí, contigo, sin mi familia, lejos de mi hogar, y rodeada de salvajes que comen carne, y todavía te atreves a preguntarme qué es lo que sucede!
Lo más sensato que se le ocurrió hacer para calmarla fue envolver su delicado cuerpo con sus brazos, sin importarle que estos dolieran o que ella se embarrara con la pomada. Pese a esos inconvenientes, funcionó; apenas Odalyn se encontró en ese refugio cálido, y del mismo modo le correspondió rodeándole el torso, sus temores se hicieron más y más pequeños.
Siguiendo un avasallador impulso, Einar le acarició el cabello, al tiempo que buscaba las palabras más eficientes para reconfortarla.
—Estás segura conmigo, Odalyn. No importa si tengo que levantar armas o incluso usar mi propio cuerpo como escudo. Yo te protegeré.
En otras circunstancias, a él esa declaración le habría resultado dramática, por no decir cursi. Y a ella, innecesaria; no quería sentirse como muñeca de aparador. Pero tras el altercado con el licántropo, no podían menos que sentirse conformes, seguros.
—Lo sé.
Se quedaron quietos en esa posición por tanto tiempo que los insectos volvieron a sus canciones nocturnas. En algún momento, cansados de la posición, regresaron al auto, se metieron a la parte trasera y, sin meditar en la cercanía o los detalles más intrascendentes de ese acto, se acurrucaron para dormir. Ella más serena y él aliviado por sentirla a salvo entre sus brazos.
***
La luz del sol trajo consigo una sensación de intimidad y cercanía que, aún con la confusa neblina del despertar, hizo sonreír a Odalyn. Con la mente en lo bien que había dormido y la razón de ello, se desperezó, estirando sus brazos sin temor a golpear a Einar porque, si sus recuerdos no la engañaban, lo había escuchado salir del auto en algún momento de la mañana.
Sin embargo, la embriaguez de la utopía duró si acaso cinco segundos. El tiempo justo en el que las memorias de lo que los llevó a esa situación emergieron demandantes. Al abrir los ojos, se obligó a enfrentarse a la realidad; su ropa estaba manchada de sangre seca al igual que el asiento del conductor, el volante, la palanca y la puerta.
Mareada por la escena y el olor, salió a la frescura matinal con la que llenó sus pulmones. Hummel no se veía cerca de ahí, pero no le preocupó debido a que parecían haber roto una barrera la noche anterior.
Sintiéndose ligera, Odalyn admiró la naturaleza que le rodeaba, más virginal que la de la aldea; los árboles eran altos y los helechos olían a vida, a verde y a limpieza orgánica. Al cerrar los ojos, e ignorando los cantos de las aves, buscó la dirección del flujo del agua que apenas se escuchaba.
Cerca de ahí se encontraba el río Glomma, con su corriente fría y cristalina. Sin pensar mucho en sus acciones, se despojó de su ropa rígida, avanzó con pasos lentos para aclimatarse a la temperatura del agua, y se zambulló con gracia, disfrutando de la sensación de liberarse de la suciedad.
Pasó sus manos por cada centímetro de su cuerpo, tallando con fuerza; del mismo modo lo hizo con su melena, frotando los mechones y masajeando el cuero cabelludo. Tras unos minutos, fue consciente de que su temperatura iba en descenso; aun así, no quiso salir porque hacía mucho que no estaba en un medio semejante, nadando con libertad, sintiéndose verdaderamente libre.
Cuando ya no pudo soportarlo más, salió y, para su sorpresa, encontró la bolsa del súper en donde se encontraban la ropa y zapatos que habían comprado. Solo existía una explicación lógica para eso, pero no quiso divagar en ella porque le urgía ponerse algo decente y fresco.
Al regresar al auto, Hummel —tan aseado como ella— ya estaba limpiando el asiento y había dejado sobre el cofre un paño con varias bayas de aspecto jugoso. Inesperadamente, se sintió tímida, tanto por haber dormido abrazada a él, como por no saber qué clase de actitud tomarían en adelante.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó Einar, con cierto dejo de humor.
Si bien él había sido atacado, parecía más preocupado en el lapso de desahogo de Odalyn que en sus propias heridas.
—Bien, supongo. ¿Y tú? —Cuando él le aseguró que solo quedaban líneas delgadas en donde antes habían estado los zarpazos, ella carraspeó, se sentó sobre el cofre con un movimiento ágil, y se llevó uno de los frutos a la boca. La sangre ascendió a sus mejillas—: Yo... lo siento.
Una disculpa, bastante sincera a su parecer, fue lo último que Hummel pudo haber esperado. Intrigado por su tono, dejó sus labores para recargarse junto a ella; seguía absorta en las bayas y en mover sus pies en el aire.
—¿Qué es lo que sientes?
—Ya sabes —susurró incómoda—, esa no fue la forma correcta de comportarme. Se supone que no debo mostrar de una forma exagerada mis sentimientos y...
Dejó la frase inconclusa. Mover los hombros en un gesto de impotencia le pareció más adecuado.
Einar, a quien le habían inculcado el respeto por las normas y códigos desde que fue joven, se sorprendió al notar cierta empatía. Después de todo, no era tan grave que ella expresara sus sentimientos cuando había pasado por tantos cambios y había intentado sobrellevarlos con dignidad. En comparación, había desacatos más graves, como haber dormido con ella en semejante intimidad o, peor aún, haberla visto desnuda por accidente cuando la buscó después de no encontrarla en el auto.
—Como yo lo veo —le respondió—, necesitabas dejarlo salir. Era cuestión de tiempo para que expresaras lo que esto te hace sentir y no tiene nada de malo. Nadie esperaba que todo lo tomaras tan bien.
—Entonces, ahora resulta que todos creyeron que me desmoronaría porque no sería tan fuerte como para soportarlo. Creo que debería ofenderme, pero eso solo aumenta la vergüenza que de por sí siento.
—Nadie creyó eso, Odalyn —afirmó con esa autoridad de militar—. No obstante, sabíamos que en algún punto algo sería demasiado para ti. Muchas de las cosas de aquí incluso son demasiado para mí. ¿Comprendes?
—Si eso es cierto, lo tomas bastante bien. En ningún momento has hecho un drama como el que hice en la noche.
Al menos el bochorno estaba pasando y un poco de su humor habitual asomaba en la sonrisa que Einar no vio, pero sí imaginó.
—Lidio a mi manera.
—¿Cómo?
—Hago ejercicio —contestó escueto—. Así libero tensión.
—Conozco mejores formas de liberar tensión.
Las mejillas de Odalyn volvieron a encenderse cuando notó cómo había sonado aquello. Claro que Hummel, siendo el caballero que era, no demostró percatarse ni intentó irse por esa línea de pensamiento.
—¿Sí? ¿Cuáles?
—Reír. Eso ayuda.
—Tú ríes mucho.
—Tengo que compensar lo poco que tú lo haces.
Ya no pudo argumentar contra una verdad por todos conocida, así que, concediéndole la razón, volvió a lo que estaba haciendo. Al poco rato Odalyn se le unió para ayudarlo y que terminaran más rápido, puesto que algo le decía que no se irían hasta que el auto quedara sin rastros de haber presenciado una masacre.
Mientras tallaba por tercera vez el asiento en cómoda soledad porque Hummel había ido por agua al río, llegó a la conclusión de que no volverían a la aldea. Según los comentarios ocasionales que compartieron en voz baja por si había alguien cerca, lo que los atacó fue un licántropo; caso extraordinario porque las pocas criaturas similares que aún moraban la Tierra se mantenían lejos de los humanos.
Claro que ella tenía la sospecha de que no pertenecía a ese mundo, no por nada había visto el portal antes de que el caos inicial comenzara. Y aunque así se lo hizo saber a su guardián, él argumentó que, de pertenecer a Hessdalen, de cualquier modo no les concernía, ya que se tenía constancia de aquellos que burlaban la seguridad del Sur y cruzaban por razones que solo ellos conocían. Era raro que sucediera, pero no imposible.
Fuera como fuese, no regresarían por varias razones. En primer lugar, al haber habido un encuentro con un ser, quizá proveniente de su mundo, la actividad humana ahí incrementaría y ellos serían blancos fáciles, puesto que la bestia estuvo en esa casa y serían sometidos a interrogatorios y especulaciones. Si el licántropo había sobrevivido, cosa que Hummel dudaba por la potencia de las armas que estaban usando, y los había reconocido por su olor o, en el peor de los casos, estaba tras ellos y quería cazarlos deliberadamente, permanecer en la aldea era más peligroso que gritar a los cuatro vientos la verdad de su procedencia. Por si eso no era suficiente, quienes habían irrumpido a buen momento para intervenir, no eran policías ni agentes, sino cazadores que acechaban el portal y lo que pudiera resultar de su actividad. Según el rey Landvik y el rey Swenhaugen, el peor peligro que había en la Tierra; verdaderos locos.
—Será mejor que nos vayamos —dijo Einar, tomando desprevenida a la señorita que, por el susto, se golpeó la cabeza con el techo.
—¿A dónde? ¿Tenemos otra casa a nuestra disposición?
—No exactamente —contestó, instándola a sentarse en su lugar al tiempo que hacía una mueca por el sillón mojado—. Pero existe un plan de emergencia por si algún percance ocurría. —Al ver la preocupación de Odalyn, quiso darle un apretón en la mano flácida que descansaba sobre su muslo, sin embargo se contuvo y, tras un breve carraspeó, añadió—: Te gustará Oslo, ya verás.
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