Capítulo 07
La Tierra era mucho más grande de lo que Odalyn hubiese imaginado. Había, en total, ciento noventa y cuatro países soberanos en el planeta. Asimismo, un mínimo de siete mil idiomas en los que los más de siete mil millones de personas se comunicaban entre sí.
Al ver imágenes de la gente oriunda de la zona geográfica en la que se encontraban, se preguntó si no habría sido más sencillo permanecer con su color de cabello original, que no distaba en absoluto de los lugareños. Claro que la mayoría de sus dudas quedaba en el olvido porque Einar solía evadir algunas de sus preguntas.
La convivencia con el Coronel, por otra parte, dio pasos agigantados. Dejando de lado la dificultad para abandonar los títulos y la extrema seriedad de Hummel, Odalyn se descubrió cómoda dentro de las circunstancias; con los días encontró paz en la tranquilidad de su medio y en los silencios de Einar, quien no se mostraba muy dispuesto a hablar de otra cosa que no fuera lo relacionado a lo que vería cuando hicieran su primera excursión a la aldea.
Para Landvik, la extraña novedad le resultó interesantísima. Einar le aseguró que el rústico automóvil que se veía desde la ventana de la cocina les serviría para transportarse hacia la ciudad más cercana; además, también le otorgó un teléfono móvil muy similar al que tenía en casa y un par de identificaciones que confirmaban una nacionalidad falsa.
Aunque aún no había podido salir ni al jardín, comprendió que no estaba encerrada, como bien dijo su custodio. En el aire flotaba la promesa de que el día en que saldría se acercaba de a poco y tal vez, en unas semanas, harían la visita que le prometió al lugar de su elección.
Sin embargo, aceptar la convivencia para Einar resultó más complejo de lo que esperó. En el ejército tenía que compartir habitación con algún otro soldado, más por cuestiones prácticas y estratégicas que por falta de espacios disponibles. La soledad de su propia habitación al principio le robó el sueño por las noches; sabiendo que cuando su cansancio era extremo dormía profundamente, intentó mantenerse alerta ante cualquier sonido o cambio en el entorno.
Y más allá de eso, de la inseguridad de que algo podría pasar si descansaba como era debido, estaba el compartir un espacio íntimo con una señorita que había tomado muy en serio lo de fomentar la normalidad de un hogar. Con el transcurso de los días se había tenido que acostumbrar a una presencia vivaracha que predominó por encima del temor cuando recién llegaron y de la ingenua prepotencia de su posición. La verdadera Odalyn estaba apareciendo y eso no le gustaba en absoluto porque la confianza la instó a abusar de los cuestionamientos y, peor para él, la violación de su espacio personal, debido a que el portal, durante los últimos tres días, se había vislumbrado cerca de los montes que se veían desde su ventana, y ella, tan ociosa como para cazar luces, no perdía oportunidad de buscarlo.
—Es hora de dormir —le dijo, un tanto molesto porque llevaba dos horas con la frente pegada al vidrio y no había podido sacar su libreta de bitácoras del compartimento oculto en el piso de madera.
—¿Crees que algún día esté sobre nosotros?
—Espero que no —respondió escueto—. Supongo que no tienes tantas ganas de salir, o de lo contrario ya estarías en tu cama. Si mañana a primera hora no estás lista, tendremos que posponerlo una semana más.
Aquello la espabiló de la ensoñación en la que caía cada que admiraba las luces flotantes.
—¿Cómo es que tú no estás ansioso? ¡Saldremos! ¡Veremos el pueblo y a sus residentes!
Si así se ponía con un pueblo pequeño, no quería imaginar su entusiasmo con las grandes ciudades.
—Vi fotos de tu... tierra. Es muy parecido, solo que domina el bosque y no los cultivos.
—Ya quiero verlo. No te ofendas, eres agradable, pero a veces no eres tan buena compañía.
Aquel comentario elevó unos milímetros los labios de Einar.
—Tú tampoco lo eres. Y no lo verás si no...
—Ya voy. Ya voy —rezongó entre divertida y ofendida por la respuesta que le dio. Luego, mirando por última vez el portal, lo señaló con su índice—: Apuesto a que mañana no lo podremos ver.
Einar miró a Odalyn como si hubiera perdido la razón. Tal vez él también estuviera adquiriendo un poco más de confianza con ella y eso se debía a que, en apariencia, no era la misma. El cabello castaño la hacía lucir distinta, más cercana a las muchachas que él conocía y no tan inalcanzable como la chica en el cuadro que se exhibía en el vestíbulo del Parlamento.
—No sabía que eres proclive a las apuestas. ¿Debería preocuparme?
Einar pensó en el artículo que encontró en una de las revistas del librero. No imaginó que un entretenimiento tan vulgar se pudiera convertir en adicción.
—Solo si apuestas en mi contra —le respondió alegre.
Odalyn salió de la habitación, tan despreocupada como lo había estado al verse libre de las responsabilidades que tenía en casa. Fue a la cocina y tomó una de las pocas zanahorias que quedaban; la mayoría de los comestibles que no habían sido ingeridos se habían echado a perder, excepto uno que otro tubérculo y hortaliza. La escasez nutricional había sido la principal razón para que Hummel planeara la excursión, pese a que él no estaba del todo seguro de que ella estuviera lista, fuera cual fuese el significado de ello.
Al morder el desagradable cono naranja, se preguntó por qué para su criterio aún le faltaba mucho por aprender. Tampoco era como si Einar aprovechara cada minuto del largo día para instruirla; hasta el momento solo habían hablado de cosas que, si bien interesantes, no creyó que le servirían de mucho en el mundo exterior. De todo lo que el Coronel se esforzaba por enseñarle, lo que más práctico le resultó fue lo del idioma.
Aquellos que empezaron a poblar Hessdalen tuvieron conflictos con el habla, puesto que todos habían llegado de distintos sitios del planeta. La lengua de la ciencia no tardó en establecerse como único idioma; no obstante, la evolución trajo consigo cambios y pronto nació una nueva forma de comunicarse que se extendió junto con el latín. Ahí en la Tierra solían llamarlo inglés, y si bien Einar dijo que era muy extendido y que por eso lo habían llevado a cada rincón de los cuatro reinos, en donde estaban se hablaba con más frecuencia el noruego o norsk. Este último, aunque no lo había escuchado con anterioridad, no le pareció tan extraño; era como si muy en su interior se sintiera familiarizada con él.
Recordar a Hummel, hablando como si las palabras se le tropezaran en la parte posterior de la lengua, le hizo sonreír. Al menos, después de todo, la compañía no había sido tan mala, pensó agradecida.
Mientras Odalyn se preparó para ir a la cama, Einar se concentró en transcribir lo más trascendental del día. Últimamente sus entradas habían sido cortas, no podía ser de otra forma si había evitado sacar a la Princesa, y sus rondas nocturnas y matinales solo abarcaban unos cuantos metros en el bosque. Detalló los progresos que había logrado la señorita en cuanto a su aceptación por la comida, así como con el lenguaje.
Al terminar su deber tuvo que esperar por más de hora y media hasta que Odalyn se quedó dormida. En cuanto sintió ese cambio de atmósfera que le indicó que estaba solo, salió de la casa, cruzó el claro y se adentró en el bosque, sorteando la vegetación a la que ya estaba acostumbrado.
No notó nada raro. El movimiento sigiloso de algunos mamíferos lo rodeó en un par de ocasiones, pero, como él no transmitía la sensación de amenaza, los animales de igual forma aceptaron su presencia como un habitante más del medio.
Todo a su alrededor estaba oscuro excepto por ese punto en el cielo que parecía el instante en el que un relámpago transversal se queda plasmado en el universo, congelado para siempre. Hummel, a pesar de sentirse atraído, no quiso voltear a mirarlo; si bien la luz estaba a una distancia considerable, y lo más seguro era que quienes estuvieran interesados estaban lejos de él, no quería arriesgarse a mostrar demasiada importancia por si había alguien que en ese momento estuviera cerca para notarlo.
Cuando regresó a la casa, se aseguró de que Odalyn estuviera en su lugar y se fue a dormir, esperando que la predicción de la señorita no fuera certera; no era como si al día siguiente fueran a atravesar el portal, esa fecha parecía estar lejos de llegar; no obstante, le confortaba el conocimiento de que, por alguna emergencia, la puerta estaba abierta. Era la satisfacción de poder ejercer un derecho, independientemente de si lo hacían o no.
***
Por la mañana los ánimos de Odalyn estaban inquietos. Despertó con los primeros trinos de las aves del bosque y se apresuró a acomodar su cama, asearse pese al frío matinal, y pelar las últimas zanahorias que les servirían como desayuno.
Todavía con el cabello húmedo, salió al jardín trasero para tender la ropa que había olvidado en la lavadora el día anterior, revisó su aspecto en el espejo del baño por quinta vez, y dejó caer la botella del champú frente a la puerta de Einar para despertarlo.
—¿Hay alguna razón para que eso no esté en la ducha? —le preguntó el Coronel, saliendo de su recámara y señalando el bote de plástico que la chica traía en las manos—. Aparte de usarlo para perturbar la paz, claro está.
—¡Einar! ¡Buen día! —saludó, tratando de ocultar una alegría casi infantil—. Es un poco tarde para ti, ¿no? Siempre te levantas a las...
—Siete. Faltan dos minutos para eso —respondió como si no notara la agitación de Odalyn—. Saldré a entrenar. Regreso en dos horas.
Hummel se encerró en el sanitario tan rápido como pudo para apaciguar la risa que quiso proferir al ver el desconcierto de Landvik. Lo cierto era que sus ojos se habían abierto en cuanto escuchó el agua de la regadera, al otro lado de la pared; todo ese tiempo lo había aprovechado para hacer ejercicio en la privacidad de su cuarto porque, con tanto movimiento afuera, sería mejor mantenerse alejado del torbellino feliz que representaba Odalyn. Claro que no se lo dijo porque quiso jugar un poco con su impaciencia
Por primera vez, desde que habían llegado, se permitió tardarse en su mimo personal. Desnudo frente al espejo, admiró la musculatura de su cuerpo; la falta de una alimentación digna estaba causando estragos por mucho que se esforzara en el trabajo físico. Sí, seguía viéndose como un espécimen fuerte, pero había cambios notables, como un poco de opacidad en la piel y menos rigidez en los pectorales.
Si en él, que era más resistente, ya se podían notar esos cambios, ¿cómo sería para Odalyn? Supuso que debajo de la ropa unisex, su figura estaría más delgada de lo que le notó al conocerla.
Al darse cuenta de que estaba pensando en la anatomía de la señorita sin ropa, por mucho que sus divagues no hubieran sido teñidos con un toque sexual, se instó a volver a la realidad.
Para deleite de Odalyn, salieron mucho antes de lo esperado. Se subieron al vehículo, que Einar manejó con gran maestría pese a lo distinto que parecía de los autos de su hogar, y se adentraron en el bosque por un sendero invisible que les permitiera avanzar sin chocar contra los árboles. Si tardaron en salir a la carretera o no, Odalyn no lo notó porque estaba concentrada en el traqueteo del carro que no le parecía normal; y solo cuando el terreno se transformó en suelo pavimentado, pudo regocijarse en lo que los rodeaba.
A la luz del día, las sierras se erigían verdes hacia un cielo azul con pocas nubes. El viento entró por la ventanilla del Coronel y alborotó los mechones sueltos de su trenza informal, haciendo que tuviera que detenérselos contra su cabeza para que no le taparan la vista.
Einar había tenido razón. Aquello se parecía bastante a sus propias tierras, en especial a aquellas que colindaban con el Este y consistían, en su mayoría, en vegetación salvaje.
Cuando dejaron atrás unas cuantas casitas del mismo estilo que la que compartía con Hummel, se atrevió a preguntar:
—¿Por qué vamos tan lejos? Creí que lo primero que me mostrarías sería la aldea más cercana a nuestra ubicación.
Einar disminuyó la velocidad.
—Hoy se acabó toda la comida que teníamos reservada. Aquí no es como en Hessdalen que los productos llegan hasta la puerta de cada hogar, debemos ir nosotros.
—¿Iremos a la ciudad? —clamó emocionada.
—Sí. La más cercana está a quince minutos. Antes de eso... —Hummel se estacionó en la orilla del camino; delante de ellos la carretera se veía infinita, pero detrás, un par de casas se observaban apacibles—: Salgamos un momento.
Odalyn lo siguió en silencio. Cerca de la primera casa, se adentraron entre los matorrales donde no podrían ser vistos en dado caso de que alguien saliera al jardín trasero, donde las sábanas secas se ondeaban por efecto del viento.
—¿Lo ves? —preguntó Einar cerca de su oído, señalando un punto cerca de la puerta cerrada.
—¿Es un perro?
—Espera aquí.
Hummel se acercó un poco más a la casa, moviéndose lo necesario para llamar la atención del can que levantó la cabeza en cuanto percibió el movimiento del intruso. El Coronel notó el momento exacto en el que el animal se disponía a dar aviso de su presencia, por lo que actúo rápido. Lo miró directo a los ojos, benevolente, y susurró:
—Ven, por favor.
Odalyn se extrañó al ver a Einar llamar al perro, que acudió con garbo hacia el hombre que se arrodilló cuando lo tuvo cerca y le acarició el lomo un par de veces antes de dirigirlo hacia donde estaba ella.
—¡Qué lindo! Pero ¿qué...?
—Quiero que me digas qué ves —le pidió solemne.
Cuando Landvik se arrodilló para quedar a la altura de los ojos del perro, sus mejillas se tornaron pálidas a pesar de la evidente felicidad que el animal mostró cuando los dedos largos de la chica le peinaron el pelaje de la cabeza.
—¿Qué es esto? —susurró incapaz de comprender.
—Odalyn, dime qué ves —repitió, sentándose en la tierra junto a ellos.
Aunque su alma lo notaba, no podía ponerlo en palabras. Era cierta oscuridad que le oprimía el pecho porque no era natural, ni correcto. Los ojos oscuros de Hummel esperaban por la respuesta que él sabía, pero que necesitaba escuchar en voz alta.
—Dependencia —dijo por fin.
Asintió satisfecho. Era una buena forma de comenzar.
—Escucha. Aquí las leyes no toman mucho en cuenta la vida de otros seres. A los demás integrantes del reino animal se les considera... inferiores, por así decirlo. —Como la muchacha parecía no comprender, intentó abordarlo de otra forma—: Él, por ejemplo, vive con una familia humana que le da un hogar y comida; a cambio, ellos esperan protección y compañía. Un pago por servicios o trueque, si quieres verlo así.
—¿Como cuando nosotros les ofrecemos algo a cambio de lo que les pedimos?
—Ah... no. Más o menos. Solo que aquí ellos no tiene la opción de negarse.
—¿Por qué no?
Cansado de intentar suavizarlo, y un poco temeroso de que alguien pudiera verlos escondiéndose en propiedad privada, decidió que dejaría que las cosas fluyeran por sí mismas.
—Intento decirte que ellos no los ven como iguales en cuanto al respeto por la vida y dignidad concierne. La gente, bueno, abusa un poco de su superioridad. No solo usan la lana del cordero para abrigarse en el invierno o los huevos no fecundados de las gallinas para hacer pan, también toman su carne para...sobrevivir.
Si bien el término que utilizó no era del todo correcto, le pareció lo menos agresivo para que el significado no se perdiera
—¡Pero son hermanos! —exclamó con indignación, a lo que Hummel, alarmado, respondió con una mirada de advertencia y un rápido vistazo entre las ramas del matorral donde se escondían. Sin perder el tono, pero cuidando el volumen, prosiguió—: ¡¿Cómo podrían...?! ¡Si ellos...!
Aun cuando la cara del Coronel advertía sobre la poca tolerancia que tenía con la incompetencia, no mostró signos de desesperación al escuchar las oraciones incompletas teñidas de lenta comprensión.
—No tienen ese vínculo como nosotros —se excusó como si esa fuera la respuesta que englobara todas las explicaciones.
—¡Son humanos, ¿no?! ¡Tienen raciocinio!
Explicarle las divergencias de una evolución que no entendía del todo, no estaba en sus planes inmediatos, por lo que se inclinó para abordar el tema desde una perspectiva natural.
—No son humanos, Odalyn. Son depredadores.
Aquella palabra causó que Landvik respingara de la impresión porque, de alguna forma, le sonó altisonante. Así era la naturaleza, en todo caso; los animales que se incorporaron a Hessdalen, gracias a unos cuantos que lo consideraron prudente, también tenían su lugar en una cadena alimenticia que todos habían aceptado porque había cosas que no se podían cambiar. Pero ellos, quienes presumían de tener una conciencia, se excluían porque les fue concedido el don del vínculo.
Cada persona de cada reino podía ser empático. Si se permitían abrir ese nexo lo suficiente, serían capaces de percibir el arduo trabajo de la hormiga que sirve a su reina, la devoción del canario que da de comer a su pareja directo en el pico porque ella está empollando el huevo, o la incondicional fidelidad del perro porque por naturaleza es un ser noble. Asimismo, eran sabedores de que, como todos, tenían sentimientos y sensaciones; podían amar y odiar, sentir placer y dolor. ¿Cómo alguien podría ser capaz de usar a un semejante como medio de sustento?
La siguiente mirada que le dedicó al can frente a ella le dejó un vacío interno. En sus ojos se percibía la felicidad y la esclavitud; podía decir que él era amado, pero no conocía la verdadera libertad.
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