Capítulo 14
Las estrellas tenían un brillo particular aquella noche en Hessdalen, Noruega; incluso parecía que la luz se la habían robado a dos orbes pálidos de una muchacha que no dejaba de titilar, ya fuera por el frío, el miedo o la desesperación.
El grupo de rescate caminaba en silencio, el coronel custodiando a la princesa, Nicoletta detrás de ellos, los militares cuidando la retaguardia y Massimo al frente. De haber más custodios, Hummel sabía que tendrían que proteger los flancos y habría más a cierta distancia del núcleo. Demasiados cuanto más valioso fuese el blanco; de hecho, ellos ni siquiera podrían ver a los círculos más externos.
Quiso explicarle a Odalyn la teoría de formación, cuáles eran los ángulos más vulnerables y la prioridad de estrategia según la infinidad de circunstancias que pudiesen surgir. Pero al final, no lo hizo. Se dio cuenta de que, a pesar de sus años en la milicia y de ser considerado uno de los mejores de toda la Fuerza Armada de Hessdalen, ningún examen pudo prepararlo para el bloqueo mental que en ese momento percibía. El mundo se le estaba derrumbando y hablarle de nimiedades a Odalyn incluso parecía absurdo.
Ella no dejaba de llorar en silencio, hecho que también rompía su propio corazón; claro que no había mucho que pudiera hacer puesto que faltaba poco para que llegaran al punto donde esa noche habían aparecido las luces.
De cierta forma, los colores verdosos de esa ocasión le trajeron un atisbo de paz. Le recordaron el inicio de su vida ahí, la fragilidad de la princesa al llevarla inconsciente y la determinación de sobrevivir. Era un sabor agridulce, un recuerdo con la fuerza de un hoyo negro.
Debí besarla antes, se reprochó con lágrimas en los ojos.
De las tantas cosas en las que pudo concentrarse, decidió elegir esa. No se arrepentía de nada, mas que de esperar tanto tiempo para sucumbir a sus sentimientos. Esa noche en el muelle habría sido ideal, o después de tan brusca interrupción, cuando volvieron al departamento.
No, quizás antes. Una de las tantas noches que ella se escabulló en su habitación para admirar las mismas luces que ahora eran la guillotina que pendía sobre su felicidad.
—¡Estamos por llegar! —anunció Massimo con un tono que pocas veces utilizaba y que a todos, incluida Nicoletta, sorprendió.
Su puesto en la corte de la familia Swenhaugen era de dominio público. Siempre podía vérsele detrás de Garm, con ese porte alto y ligeramente desgarbado, cubriéndose con la sobriedad de su uniforme real.
Pero también tenía autoridad militar. Y eso, aunado a su naturaleza, imponía respeto cada que debía meterse en ese papel. Hummel comprendió que Nicoletta no se había rendido por falta de motivación. Ella había sido la primera en aceptar con madurez lo cansado que sería huir de él.
Unos minutos después, todos se detuvieron. Las luces esa noche se mantenían estáticas, solo flotando por encima de sus cabezas, y el ambiente se sentía tan tranquilo que ni siquiera se podían percibir los sonidos habituales del bosque.
—¿Coronel? —preguntó con calma, ignorando el hecho de que la princesa estaba colgada del brazo del hombre—. ¿Puede abrir la caja?
No hizo falta que diera más especificaciones, Einar sacó la caja de su mochila de viaje y posó la mano sobre la pantalla táctil. Todo seguía igual en el interior, con los frascos en su lugar.
Massimo la tomó, analizando los frascos de cristal idénticos a los que llevaba él. Sabía cuál era el peso de la separación, sabía cuán dolorosa era la esclavitud y lo eterna que se volvía la espera cuando se vivía anhelando algo que no se tendría. Quería hacer algo, más por Nicoletta que por ellos, o incluso que por sí mismo. Pero no podía.
—Por favor —les dijo, extendiendo la caja para que los dos tomaran su respectiva dosis.
Si Einar Hummel hubiese tenido todos sus sentidos alerta, habría notado la seguridad con la que Odalyn acercó sus níveos dedos para tomar uno de los frascos. Pero no lo hizo, la secundó y se limitó a observar las acciones de Massimo, quien sacó sus propios fármacos y, con casi nula paciencia, se los mostró a la princesa.
—¿Qué tanto sabe de este inhibidor, alteza?
Odalyn negó con la cabeza, sin poder articular una sola palabra. Se acercó todavía más a Einar y con su mano libre entrelazó sus dedos con los de él.
Massimo alzó uno de los frascos y lo puso frente a los ojos de la señorita.
—Esta sustancia bloqueará cualquier recuerdo que tenga de su tiempo en esta tierra, majestad. No está diseñada para causarle dolor, por lo que puede tomarla sin miedo alguno. Una vez que lo haya hecho, habrá un margen de unos cuantos minutos antes de que empiece a hacer efecto, ¿entendido?
Los militares asintieron solemnes pese a que no se les hablaba directamente a ellos.
—Si el punto cúspide del fármaco llega en el momento correcto —continuó, ampliando su espectro de audiencia—, mañana mismo estaremos iniciando un nuevo día sin más incidentes. Todo será como antes. Por lo que es imprescindible que lo hagan cuando yo se los indique.
—¿Y si no es así? —cuestionó Nicoletta—. ¿Qué pasa si lo tomamos antes o después?
Todos se interesaron por la respuesta porque nadie quería olvidar nada de aquello, cada quien por sus propias razones. La licántropa pensaba en un futuro escape; sabría cómo burlar la seguridad de Garm y sería tan cuidadosa de dejar pasar el tiempo suficiente y las pistas incorrectas de su desaparición. Los militares estaban más consternados por no perder ningún secreto que después les pudiese ser de utilidad, como el hecho de que la mano derecha de un rey era nada más y nada menos que un lobo. Y Einar la ínfima posibilidad de que algún recuerdo sobreviviera.
—Si se tomase antes o después, me temo que no coincidiría con nuestro regreso y despertaríamos con uno que otro agujero negro en nuestra memoria. Nada grave.
La decepción fue evidente en cada uno de los rostros.
Massimo se dispuso a entregar los demás frascos, pero, como aquel que recuerda algo de vital importancia en el último momento, rebuscó en uno de sus bolsillos.
—¿Alteza? —Extendió la mano para darle otro frasco, de menor tamaño que el primero—. El inhibidor podría causar efectos secundarios como mareo, náuseas o vértigo. Si lo necesita, esta solución le va a ayudar con el malestar.
Odalyn tomó el recipiente de cristal, sin embargo, la maniobra hizo que perdiera fuerza en el agarre del otro, por lo que terminó resbalando de su mano y haciendo que la chica contuviera la respiración.
—Disculpe, princesa —murmuró apenado Massimo—. Fue mi error.
El hombre se agachó para recogerlo y, tras darle una pequeña sacudida contra su propia ropa para quitarle la tierra que se le pudo haber quedado pegada, se lo devolvió. Luego, fue a darle a cada uno el que le correspondía. Debía ser cuidadoso porque las dosis no eran las mismas para humano que para licántropo.
Massimo miró las luces por encima de ellos y se preguntó cómo la gente de aquella localidad podía tolerarlas a diario. No eran normales. Eran, cuanto menos, espeluznantes. Sin embargo, concedió, los ojos humanos eran nada en comparación con la vista y oído licántropo. Quizás ellos no vieran las nebulosas de materia cósmica luchando entre sí por las diferentes polaridades, atrapadas en esos espacios de energía terrestre. No sentían las vibraciones contenidas ni tampoco escuchaban el zumbido constante que penetraba hasta lo más profundo del cerebro.
Ya casi se acercaba el momento y lo sabía. Solo debía afinar sus cálculos. Un rápido vistazo al este, uno más a las estrellas para confirmar la posición de la Tierra y por último a su reloj para que las ecuaciones le dieran el tiempo exacto en el que el primer rayo de sol saldría.
Einar, por su parte, fue más rápido. Le quedaban poco menos de noventa y siete segundos antes de que tuvieran que tomar el inhibidor.
—Te amo —pronunció con la misma devoción y fuerza que utilizó al hacer su voto al ejército selecto de Romanov, sin importarle quién lo oyera.
Odalyn sorbió por la nariz, se paró de puntas y lo besó como si no hubiese un mañana para ellos.
—Te amo, Einar —dijo contra sus labios húmedos por la saliva y las lágrimas. Luego, aferrándose a ese cuerpo alto y musculoso, susurró en su oído—: Vamos a regresar, lo sé.
Nicoletta inclinó la cabeza, consciente de la verdad, y Baldessare no hizo por desmentir tal afirmación. No estaba en su deber deshacer los sueños de nadie, en especial de una muchacha que tendría que ver de ahí en adelante.
—Tomen el inhibidor, por favor —ordenó el licántropo justo cuando la primera luz directa asomó.
Todos lo hicieron, unos con más renuencia que otros.
El sabor amargo del fármaco inundó las papilas de Odalyn tanto que no pudo evitar hacer una mueca de disgusto. Solo entonces, cuando sintió que la lengua se le entumía y las luces por encima de su cabeza comenzaban a moverse, supo que algo andaba mal.
Era agua. Lo que ella había vaciado en los frascos no era más que agua pura, por lo que no debía tener un sabor en particular. Y aun así...
La comprensión le llegó en esa fracción de segundo en la que sus ojos se encontraron con los de Massimo Baldessare, tan profundos como sagaces. Era el responsable, lo sabía. Pero las preguntas eran ¿cómo? ¿Cuándo?
Einar Hummel, por su parte, apretó la mano de Odalyn apenas notó la velocidad con la que las luces danzaban. Estaban inquietas.
No había leído mucha información sobre aquel fenómeno. Casi no la había debido al misticismo detrás de ellas en Hessdalen; sin embargo, recordaba que los amaneceres y los ocasos eran el momento ideal para viajar, justo cuando la fuerza gravitacional las alteraba a nivel molecular.
Al mirar hacia Odalyn, la vio pensativa, sumamente concentrada. Quería besarla por última vez. Y quizás lo habría hecho si ella no hubiese volteado a verlo como aquel que ha perdido la cabeza de desesperación.
—Fue cuando se me cayó.
Todo sucedió al mismo tiempo. Tanto Odalyn como Baldessare hicieron ademán de correr, una fuera del grupo, jalando con todas sus fuerzas al coronel, y el otro hacia la princesa, esto en sincronía con las luces que, tras colapsar en el centro, descendieron en picada hacia ellos.
Luego, todo se volvió oscuridad y olvido.
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