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Capítulo 07

Los residentes del Sur recibieron el regreso de su rey con sincero respeto. La metrópoli, ubicada más cerca de la capital que del palacio, pausó sus actividades cotidianas para encaramarse en las calles por las cuales pasaría el vehículo que lo regresaría a su hogar. Lo esperaron serenos y aplaudieron al ver el auto acercarse.

A diferencia de la gente del Norte, que disfrutaba de la algarabía desmedida, ellos presentaron sus respetos y bienvenida lo suficiente antes de continuar sus caminos. No es que no lo quisieran, porque sí lo consideraban un buen regente —uno de los mejores—, sino que así eran sus personalidades, reservadas.

Los habitantes del castillo, por otra parte, mostraron más alegría. Aplaudieron al verlo entrar y lo reverenciaron apenas sus pasos lo encaminaron hacia las habitaciones que tanto extrañó.

—Organizaré una exquisita comida en su honor, Majestad —dijo el ama de llaves, contenta por verlo de nuevo.

—Tendrá que ser cena, Freya —respondió seco—. Tengo asuntos que resolver.

La mujer asintió antes de ponerse en marcha.

Tanto Garm Swenhaugen, como su fiel sombra, Baldessare, se adentraron al ala administrativa del palacio, directo a la oficina privada donde Frey Erland ya debería estarlos esperando.

Volver a esos pasillos de sobria elegancia causaba un regocijo indescriptible en el pecho del soberano. Volvía a ser libre y, tras una charla con Oleg, los planes renovados le habían devuelto la vitalidad necesaria para no dejarse hundir por el rencor que su arresto le generó.

Massimo encerró a los dos hombres y se quedó delante de la puerta, cual guardia de alta categoría. No creía que nadie fuera a interrumpir; aun así, cabía la posibilidad de que alguien se acercase. Con los últimos sucesos, su jefe y él habían llegado a la conclusión de que ya en nadie se podía confiar.

Garm, por su parte, palmeó el hombro de su heredero con fuerza. El contacto físico no era una costumbre recurrida entre ellos, y eso era algo que no cambiaría por un simple encierro.

—¿Cómo han estado las cosas en el reino? —le preguntó, tomando asiento en su lugar.

—Bien, padre. Los víveres se han entregado a cada familia, al igual que los salarios. No ha habido conflictos dentro ni fuera, pero sí pausas en bastantes investigaciones que han requerido tu firma para seguir siendo financiadas. El Consejo ha metido sus narices en cada uno de los proyectos para demostrar que las motivaciones eran las correctas; no detuvieron ninguna, sin embargo, sí asignaron representantes que controlaran e informaran sobre los progresos.

"Los Centros Educativos cumplen su misión en los reinos; el Oeste ya quiere los artículos aprobados que se ingresarán a los libros de texto y, por el momento, la costa está protegida día y noche por guardias específicos. Temen que haya algún cambio en la isla de los lobos.

—Bien —convino, revisando la pila de documentos sobre el escritorio—. Quedan muchas cosas pendientes, Frey Erland, habría sido amable que cumplieras con más de lo que hiciste.

—Lo habría hecho si hubieses dejado que Massimo me ayudara.

—Serás rey algún día. No puedes depender de la ayuda de alguien más antes de saber hacer las cosas por ti mismo. Mi orden fue que Massimo te ayudara solo cuando viera que eras capaz. Un infortunio que eso no sucediera.

Frey Erland aguzó la mirada. Como su padre se perdió en algún punto de la lisa madera, se levantó y fue a servir dos copas de coñac.

—Supongo que Rómanov no te tuvo en abstinencia de alcohol —recriminó, sospechando del buen aspecto con el que había regresado—. Un brindis porque te absolvieron de los cargos, padre. Siempre te sales con la tuya.

El líquido oscuro pareció traer de vuelta al rey.

—No siempre —concedió pensativo—, pero me contenta saber que lo intento.

Los dos hombres bebieron en silencio, sin mirarse bajo la amarillenta luz de la chimenea. Luego, cuando el mayor se hubo calentado las entrañas, miró a su hijo cual cocinero que examina un buen trozo de queso antes de comprarlo.

Para su sorpresa, Frey Erland, al igual que muchos en el castillo, tenía los vestigios de la pena de su ausencia. Apenas se estaba convirtiendo en un hombre a sus ojos, y faltaba un largo trecho para que fuera un buen hombre.

Tal vez, a veces se decía juicioso, él tenía algo que ver en eso porque nunca se preocupó en el crecimiento emocional de su vástago; no se interesó en el entorno que lo forjaba y ni siquiera tuvo la amabilidad de enviarlo al ejército a una edad temprana, en la cual pudiera poner en cintura su carácter.

No es lo que querías, Valeska, pensó al tiempo que daba otro trago, pero nos estamos quedando sin opciones.

Era obvio que Frey Erland no estaba listo. Y aun así...

—Los hombres Swenhaugen podemos ser acusados de todo, incluso de alta traición —bromeó triste el rey—, excepto de no ser detallistas. Todos, hasta el más mezquino de tus tíos, hemos procurado serlo. Nos gusta que las mujeres se sientan orgullosas de portar tal apellido, y qué mejor para mostrarlo al pueblo que joyas exquisitas, hechas especialmente para ellas.

—Creí que la publicidad y difusión de nuevos productos era cuestión del Oeste —se mofó su hijo—. ¿Ahora la ciencia se aplicará para la fabricación de joyería?

Garm estaba tan ensimismado en sus propios intereses que ignoró las burlas. Del cajón de su escritorio sacó una pequeña y sencilla caja. Frey Erland, poco interesado en el asunto, le dio una par de vueltas en su mano antes de abrirla.

En el interior encontró una argolla de matrimonio, reluciente incluso con la tenue luz de la habitación. La banda era de oro puro —nada extraño entre las joyas de la realeza—, y la piedra era un ejemplar llamativo de meerjungnita. Esta última, tallada en un perfecto óvalo, reposaba hipnótica con sus colores cerceta y destellos tornasol.

Ni siquiera Frey Erland, apático ante muchas situaciones, se mostró indiferente. Primero por ver una piedra preciosa originaria de los mares más lejanos del continente de los Naturales; y en segundo lugar porque la pulcritud de su formación natural había sido ultrajada con un diseño claramente humano.

Justo en el centro, dos letras de caligrafía pomposa se exhibían grabadas y orgullosas. No podía decirse con exactitud dónde terminaba la G y dónde comenzaba la V, pero eso no quitaba que ambas tuvieran su propio protagonismo sin tener que separarse una de la otra.

—Tu madre lo llevó por años. Y tu esposa también deberá portar algo que demuestre que está bajo la protección de los Swenhaugen. La pieza y su composición serán a tu elección; pero, aunque no sientas nada por ella, sí te exigiré que pongas un poco de esfuerzo al momento de adquirirla.

—No creo que pueda superar esto, padre —respondió con verdadera admiración disfrazada de guasa.

—¡Oh, eso lo sé! Me conformaré con que tengas buen gusto.

Si había algo que pudiera enorgullecer la relación de ese par, eso era la buena disposición de leerse mutuamente.

Frey Erland notó los cambios en el cuerpo y entonación de su padre, mismos que auguraban la próxima conclusión de la charla. Bebió de un solo trago el resto de su copa e hizo ademán de retirarse.

—Asegúrate de tenerlo pronto —le aconsejó con una sonrisa que marcaba límites claros. Los afilados ojos añil retándolo a no hablar por mucho que su críptica recomendación exigiera explicaciones—. Y dile a Massimo que pase.

El príncipe salió de la oficina de audiencias con el característico sentimiento que lo embargaba cada que entraba ahí: la impotencia. Ni siquiera tuvo que decirle algo a Baldessare porque este entró como si supiera con precisión el orden y momento de cada movimiento en el palacio.

El asistente cerró con seguro y dio un rápido vistazo a la oficina, ahora vacía; por si las dudas, esperó hasta que los pasos del joven se alejaron lo suficiente. Ya con la seguridad de que estaban realmente solos, ingresó a la oficina secreta cruzando el pasadizo oculto a un costado de la chimenea.

—¿Intentaste comunicarte con tu familia? —le preguntó Garm al verlo llegar.

—Sí, Alteza. Pero si antes había silencio, ahora más. Desde que recuperaron a su alfa se replegaron a la costa más distal de la isla. No se arriesgarán, así que no cambiarán su ubicación pronto.

El rey miró a Baldessare, sopesando sus opciones. Bien podía mandarlo a la isla para conseguir las respuestas que quería; no obstante, los riesgos no valían la información.

Al haber dejado su pueblo para unirse a los humanos, Massimo se dibujó la marca de la deshonra; y si regresaba solo podía esperar dos opciones. La primera, y en el mejor de los casos, lo recluirían del resto de licántropos en situaciones deplorables por tiempo indefinido; la segunda, y la más probable, desmembrarían su cuerpo entre todos.

Confiaba en él, por supuesto. Sabía que era un hombre eficaz, astuto y de seguro sabría salirse de cualquier problema que encontrase; pero le era más útil vivo que muerto.

—¿Sabes? Siento que todavía puedo hacer más —comentó sereno, sirviendo licor como minutos atrás hiciera su hijo. Con su asistente sí disfrutaba compartir bebidas—. Nunca te agradecí, por cierto. La medicina ha hecho grandes avances con lo que ustedes han aportado. Es una lástima que ahora el Consejo esté sobre nosotros. Congelarán las investigaciones y esas, en especial, corren el riesgo de irse por la borda.

"Los científicos involucrados serán sometidos a pruebas, indagaciones... Puse a los mejores y más confiables, y son los que sufrirán las consecuencias.

—Cada proyecto está limpio, Majestad —aseguró Massimo—. En cuanto se lo llevaron, di la orden de que los folios clasificados fueran transferidos al anexo del Este.

—¿Solo quedaron los de Nicoletta?

Un solo asentimiento relajó los hombros del rey.

A cambio de la protección brindada a su familia, Massimo accedió a que la sangre de su raza fuera objeto de estudio. Tanto él, como sus hermanos pequeños y su prima Nicoletta hacían donaciones de vez en cuando; nada que los pusiera en riesgo. El problema radicaba que los procesos científicos debían ser transparentes para no dar lugar a errores; y cada archivo especificaba el nombre de quien se había tomado la muestra.

Eso significaba un gran conflicto si se tomaba en cuenta que el único habitante licántropo del que se tenía constancia era la hetaira. Saber que había más habría puesto a Garm en circunstancias por demás difíciles.

—Casi todos —aclaró después de dar un sorbo considerable—. Los de fertilidad y clonación están con el resto.

—Sí, esos también habrían sido difíciles de explicar.

—El rey Rómanov aseguró que los archivos estarían a salvo y que en un caso extremo nos ayudaría a desaparecerlos. Se perderían, sí; pero la sangre es solo eso.

—Al menos tenemos su palabra. Un secreto a cambio de otro, ¿no?

Los dos sonrieron.

Por un rato permanecieron en ininterrumpido silencio. Baldessare se percató de uno de los lapsos melancólicos del hombre y no quiso interferir en los recuerdos que con tanta avaricia buscaba. Sin embargo, así como llegó, se fue. En un parpadeo volvió a la realidad.

—¿No te parece que hace falta un poco de luz en el palacio? Sin duda alguna, este hogar está listo para la presencia femenina —dijo Garm con una sonrisa soñadora, nada acorde a la perspicacia en sus ojos—. Y tampoco sería prudente seguir jugando con los nervios de Babette; esa pobre mujer creo que ni duerme desde el día del juramento. Nicky ha de extrañar su hogar y...

Encogió los hombros como si esos argumentos banales justificaran sus propios intereses.

—¿Cree que es tiempo de hacerlos regresar?

—Debimos hacerlo antes —aclaró, dejando a un lado la falsa inocencia—: No sé cuan tan cambiados puedan estar a estas alturas. —Observó que su asistente servía otra ronda para ambos. Mejor, él lo necesitaría—: ¿Qué tal están las condiciones de tu naturaleza, amigo mío?

—Entumidas, me temo. Después de tantos años de estar en este cuerpo, me sentí tosco la noche que cambié para tratar de comunicarme con Danielle. ¿Por qué, Majestad? ¿Acaso puedo servirle de esa forma?

—Si bien Oleg me dará a sus mejores militares, ninguno de ellos será capaz de rastrear a los fugitivos.

Eso llamó la atención del licántropo. Su jefe cada día lo sorprendía más.

—¿Cree que ya no estén en la ubicación asignada?

Garm soltó una carcajada seca.

—No creo. Lo sé —afirmó con sorna—. Es por eso que te encomendaré buscar a tu prima. Sigue su rastro y los encontrarás a ellos.

La noticia le había emocionado al mismo nivel que las posibilidades que tenía de negarse.

—¿En qué condiciones iré?

—Te acompañará un séquito dedicado a abrirte camino en caso de que los terrestres se interpongan —comentó. Por lo visto, el hombre ya tenía todo organizado y, como siempre, movía las piezas justo en el momento para evitar que alguien se le adelantara—. No habrá acónito para ti, necesito que tus sentidos no se minimicen. En cambio, llevarás el inhibidor de recuerdos sin diluir; quiero ver los efectos de la sustancia pura en un organismo como el tuyo.

—¿Landvik lo sabe?

—Espero que no —se mofó—. Eso arruinaría la sorpresa. ¡Además, no pienso tolerar sus gustos vulgares! Quiero que la boda de mi hijo sea un evento que se le quede grabado en la memoria hasta sus últimos días.

La idea de casar a cualquier chica con el heredero le era incluso más desagradable que la misión que estaría por cumplir; a su humilde parecer, Frey Erland debió desposar a la duquesa Gólubev; ambos eran tal para cual. No obstante, no dudó en chocar copas con el regente porque, pese a que había regresado más inestable de lo normal, de verdad agradecía tenerlo de vuelta.

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