Capítulo 04
Era temprano cuando Odalyn despertó abruptamente de un sueño del que prefería no haber salido.
Todavía con las extremidades laxas y los párpados pesados saboreó el regusto de ese fragmento del pasado que se le presentó en la inconsciencia, cuando pasaba horas en compañía de su amigo de infancia; ella solía mezclar en la paleta colores que luego Theo utilizaría, ya fuera de forma vaga, como simple rutina, o en el cuadro en el que en ese momento estuviera trabajando.
Al percatarse de su propia desnudez bajo las sábanas, sonrió y se preguntó qué pensaría él de Einar. De hecho, solía hacerse la misma pregunta, una y otra vez, pero con distintos protagonistas. Era normal; la emoción del primer amor la instaba a querer hablar de él con todos. Lamentablemente, eso solo lo podía hacer en su imaginación, ya que aquellos con los que quería compartir su dicha estaban muy lejos.
Para no pensar en la amargura de esto último, salió de la cama; dio un fugaz vistazo por la ventana y se vistió.
Encontró a Hummel en el exterior. El clima aún era frío, aunque eso no parecía importunar las rutinas físicas del coronel ni los matutinos jugueteos de Sersjant. Por otro lado, Warrior se había echado sobre la vieja alfombra de bienvenida y solo movía sus ojos de un lado a otro, observando al can entusiasta que indagaba entre los helechos del jardín.
Sin importarle la temperatura del suelo se sentó junto a Warrior, bajo la única luz encendida en el porche.
Desde que Einar le confesó su verdadera procedencia pensó tanto en Hessdalen que no se le habían presentado más lapsos de olvido. Fantaseó con los incontables hubieras, posibles escenarios que incluían al coronel del segundo cuartel de las Fuerzas Armadas y el revuelo de su relación con la princesa del Norte. Era muy descabellado, los sabía; no obstante, no podía evitarlo, su corazón disfrutaba con la máxima velocidad a la que iban sus sueños e ilusiones.
A veces, cuando lo veía en la cocina o absorto leyendo, deseaba tener su temple. Se preguntaba cómo era el interior de ese hombre, cuáles eran sus pensamientos y de dónde sacaba la paciencia para enfrentar cualquier situación, desde la desaparición de la cabra loca hasta la crisis de pánico aquella primera noche en la que el nerviosismo la paralizó por mucho que había deseado que ese momento llegara.
El temor que sintió por una posible decepción por parte de Hummel se esfumó en un minuto congelado en el tiempo; un minuto que se conservaba intacto en su memoria, con la sensación cálida y protectora de Einar sobre ella en la oscuridad, los temblores involuntarios y temerosos de sus propios músculos, y ese acuerdo entre ambos cuerpos que se detienen al borde del abismo, decidiendo si darán el paso o no lo harán.
Él anhelaba darlo, eso le fue evidente; pero también comprendió, al sentir cómo le acomodaba el cabello detrás de la oreja con infinita ternura, que la esperaría el tiempo que le tomara a sus dudas esfumarse.
En algún punto juntaron sus frentes, ambos con los ojos cerrados y los corazones agitados, y permanecieron en esa posición hasta que ella se sintió segura; hasta que se convenció de que a Einar no le importaría su inexperiencia y hasta que, con la clara certeza de que lo amaba, los pocos centímetros entre ellos le parecieron dolorosos.
No había ninguna barrera entra las pieles desnudas y ligeramente húmedas por la actividad previa, y aun así, Odalyn quiso más. Quiso pertenecerle y que él le perteneciera.
—¿Estás bien? —le preguntó Hummel, sacándola de su ensoñación. Se había acercado para darle un beso de buenos días, pero ella no lo notó por estar en sus recuerdos—: Te ves... pensativa.
—¿Tan rápido terminaste tus ejercicios? —cuestionó, tratando de desviar el tema.
—Ya estuve aquí tres horas. Es más de lo que acostumbro.
La luz difusa del amanecer hizo suponer a Odalyn que Hummel había tenido alguna pesadilla; esas a veces solían espantar el sueño del coronel y lo expulsaban de la cama. Pero como él todavía no había querido compartirlas con ella, optó por distraerlo.
—Supongo que en Hessdalen entrenabas más tiempo.
—Sí, solo que eran entrenamientos específicos. Ya sabes, combate, artes marciales, espada, uso de armas de fuego, pilotaje...
Una vez más, la mente inquieta de la princesa se llenó de infinitos escenarios.
—¿Espada? —Al visualizarlo con un uniforme real y dicha arma no pudo evitar sonreír de anhelo—. ¿Sabes usarlas? ¿Me enseñarías?
Aquello fue una sorpresa. Si bien los reyes portaban una como parte inexcusable del uniforme, solo aquellos que habían pasado una temporada en el ejército aprendían a usarla de la forma correcta. No todos lo hacían porque el servicio militar no era obligatorio para la realeza, además de que el arma era algo meramente decorativo.
—¿Hay alguna razón concreta por la que quieras aprender?
Odalyn encogió los hombros.
—No realmente. Aunque supongo que me sería de mucho si un día decidiera secuestrarte y llevarte a vivir con los vikingos.
—¿Sí? —preguntó con una ceja levantada y la mano extendida para ayudarla a levantarse—: ¿Y piensas revivir a los pueblos extintos solo para culminar tus planes de secuestro? En primer lugar, ¿por qué me secuestrarías?
—¿Te acuerdas de la muchacha del restaurante? —Aceptó el palo de escoba que Einar le ofrecía y observó la facilidad con la que quitaba uno más grueso del rastrillo—. Bueno, resulta que cada que vamos te mira como si fueras el último hombre de la Tierra.
—Siempre puedes tomarme de la mano como aquella vez que espantaste a Grethe, ¿recuerdas? —sugirió, gratamente satisfecho—. Entonces, ¿estás admitiendo que sientes celos?
Odalyn abrió los ojos cual lechuza, desvió la mirada y sonrió como aquel que en soledad recuerda una travesura placentera. Para cuando volvió a mirar a Einar, el fantasma de su antigua jerarquía había regresado inoportuno.
—Supongo que así no se sostiene una espada de verdad, ¿cierto, coronel?
El espíritu instructor de Hummel quiso explayarse en la técnica con la que una chica de su estatura, peso y complexión debía sostenerla. Sin embargo, le quitó el palo de las manos y lo dejó caer sobre la tierra húmeda.
Luego la besó con arrebato; mordió sus labios tersos y apretó su cuerpo contra él para sentirla cerca. Le acarició el cabello, el cuello, la espalda y los suaves glúteos en los que no percibió presencia de ropa interior. Cada día le costaba más imaginarse sin esa espontaneidad, alegría, y nada sutiles intentos de desviar la atención.
—Es mejor que empecemos si es que quieres volverte una guerrera vikinga —le dijo solemne. A ojos vista ella le parecía tan pequeña e hiperactiva que su interés podría considerarse un pasatiempo ocasional; no obstante, ya antes le había enseñado defensa personal y el compromiso a las sesiones le sorprendió—. Toma el palo.
Por lo general, el coronel iniciaba con las lecciones teóricas. Daba una eficaz cátedra a los novatos sobre lo que aprenderían, desde la composición y tipos de espadas, hasta las técnicas de movimientos musculares implicados. Pero con ella no podía ser así, en primer lugar porque no era su subordinada y porque, de no hacerlo a la primera, no podía levantarle una sanción; además, la conocía tan bien que sabía que su método de aprendizaje era práctico, ya que su mente se distraía con facilidad.
—La espada que te correspondía con la coronación —comentó Einar, separando las manos de la princesa e imaginando la longitud adecuada de la empuñadura y el diseño de la guarnición asignado al reino del Norte. Demasiado floral para su gusto, aunque adecuado para Odalyn—, pesa alrededor de tres kilogramos y su filo podría cortar la cabeza de alguien de un solo tajo. Rara vez la utilizarías.
Odalyn asintió, recordando la gran espada en la sala del trono. La tenían en una vitrina empotrada en la pared, al lado del solio, para que los visitantes la admirasen.
—La del uniforme de papá no era tan grande como esa.
—La del atavío real es, por costumbre, una spatha. Es menos majestuosa que una doppelhänder, pero más ligera, por lo que se puede usar con una sola mano. —Con suavidad quitó la mano izquierda de la muchacha y acomodó la derecha para que la muñeca tuviera libertad de movimiento—: Es larga, así que en un enfrentamiento mantienes la distancia con tu enemigo; puedes cortar con ella o, lo más usual, golpear. ¿Ves la forma en que está posicionada tu mano? —Al recibir el asentimiento de la princesa, la hizo girar—: Lo importante es que la sostengas de la forma adecuada; de ese modo podrás blandirla sin restricciones y no te lastimarás. No muevas la mano, Odalyn, si la sostienes directamente del pomo pierdes el equilibrio de la espada.
La muchacha intentó regresar los centímetros que había avanzado hacia la parte superior del palo.
—¿Sabes? Es injusto que me enseñes con esto si Sigurd tiene una buena colección de espadas en el ático. ¿No crees que aprendería mejor usando una de verdad?
Hummel frunció el ceño.
—Dijimos que no husmearíamos en las cosas personales de Sigurd —reprendió—. Además, están oxidadas. No pienso dejar que practiques con una así hasta que sepas lo que haces.
—¡Ja! ¡Lo sabía! —exclamó tan incrédula como contenta de acorralarlo contra la pared—: ¡Tú también husmeaste, o no sabrías que están oxidadas!
—Por supuesto que lo hice —admitió sin ceder—: ¿Crees que no revisaría cada rincón de la casa donde viviríamos? Rompí más de una decena de reglas contigo, Var Aneeta Odalyn Landvik, pero anteponer tu seguridad no es una de ellas.
—¡Oye, no! ¡No me hagas esto, Hummel! —Reclamó con una expresión que se debatía entre la indignación y el embelesamiento—. No puedes decir cosas lindas cuando estás perdiendo la batalla. Eso no es honorable.
—Si no fue honorable, juro que tampoco fue intencional —se defendió Einar, analizando lo que había dicho.
—¡Claro que fue intencional! ¡Sacas tu repertorio cursi para doblegarme!
Pese a que Odalyn quiso mantener su expresión digna, la risa sincera del coronel la instó a unírsele. Los dos rieron a su manera, Hummel de forma discreta, sin enseñar los dientes, y Odalyn sin tapujos, sosteniendo su barriga.
—¿Ves? —añadió la chica—. Tenía razón.
—No, no la tenías. —Vio cómo la chica abría la boca para debatir, así que puso un dedo sobre sus labios para que lo dejara explicarse—: Porque no estaba siendo cursi. Yo... no suelo serlo. Pero si lo intentara, supongo que haría mi mejor esfuerzo —Hummel se hincó, ignorando la humedad de la tierra que traspasaba hasta su rodilla, y se llevó la fina mano de la señorita a los labios—, todo por complacer a la dueña y única soberana del corazón y los afectos más puros de este fiel servidor.
Todo atisbo de comicidad en el rostro de Odalyn se desvaneció. Muy a su pesar, tuvo que darle la razón; él no se había esforzado antes, y eso lo supo no por las frases rebuscadas, sino por sus oscuros ojos. Cuando le habló de seguridad vio la convicción de un hombre que protege su hogar, pero ahí arrodillado y fingiendo exagerar vislumbró destellos de una vergüenza que no le favorecía.
Extrañamente, prefería que siguiera siendo él mismo. No quería a alguien más.
—No se esfuerce, coronel. Si le di mi corazón no fue precisamente por su labia, sino por sus acciones, como protegerme en cada momento, soportar mi dramatismo a conveniencia y enseñarme a usar la espada con uno de los ejemplares arrumbados de nuestro anfitrión.
—Yo no he hecho eso último.
Odalyn encogió los hombros, recuperando ese humor ligero que la caracterizaba.
—Oh, pero lo harás después de que te levantes y me beses.
—¿Es un mandato real?
—Solo la lección. El beso es opcional. —Le guiñó el ojo antes de darse la vuelta y dirigirse hacia el porche.
Lo que ella no sabía era que él se estaba quedando sin opciones; y eso, más que preocuparlo, le gustaba.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro