Capítulo 01
Era una mañana particularmente ventosa en el Oeste. Las altas copas de los árboles se balanceaban de un lado a otro, meciéndose ágiles y flexibles sin ningún tipo de consideración por los polluelos que se acurrucaban en sus nidos. Unos ya estaban listos, por lo que tuvieron más posibilidad de sobrevivir; otros no.
El bosque que rodeaba el castillo de los Zafereilis estaba desierto de cualquier tipo de vida; todos los animales estaban escondidos, e incluso los trabajadores se habían apurado para concluir sus labores del exterior antes de que el tiempo empeorara porque, hacía cosa de unas cuantas semanas, los climas artificiales de cada reino se habían visto alterados por la fuerza que los mantenían en su constante estado.
Dentro del palacio, por otra parte, se estaba en confortable paz. Desde que la duquesa de Gólubev había regresado a su hogar, en el Este, Theophilus había podido volver a su rutina sin verse presionado a acompañar a su futura esposa por doquier. Aunque, claro está, desde el juicio del rey Swenhaugen sus padres no le habían pedido que saliera a pasear con la muchacha en los jardines, puesto que tenían en mente cosas más importantes. Todos las tenían.
—Incluso tú estás adentro —susurró el heredero cuando notó la grácil figura del felino a través de la balaustrada del entresuelo. Era la tercera vez que iba de un lado a otro en un promedio de diez minutos, por lo que intuyó que era cuestión de un par más para que el animal regresara al bosque—: Hoy te quedaste más que otras veces. ¿Alguna razón en particular?
El puma soltó un bufido que, si bien no respondió las vagas preguntas de Theo, sí significó una ligera comprensión de su lenguaje y la soberbia indiferencia de no querer explicar sus motivaciones.
El príncipe sonrió ausente al tiempo que admiraba el color crema, todavía fresco sobre la tela. Se veía bien, pensó; sin embargo, le hacía falta menos calidez. Si tan solo pudiera encontrar el matiz exacto de la indolencia...
Un suspiro pesado salió de sus labios cuando la salida del felino lo distrajo. Tal vez, si no le hubiera hablado, no se habría sentido hostigado y no habría escapado a la inestable intemperie para deshacerse del vago sentimiento de domesticación.
Mientras intentaba rememorar la tonalidad, cada día más difusa en su cabeza, los pasos al otro lado del pasillo lo devolvieron con brusquedad al presente. Por el ritmo y potencia de las pisadas supo que era su tío, Vasilios, quien se había ausentado de la Capital y de sus responsabilidades para analizar la postura que había adquirido respecto a la situación del regente del Sur, que todavía seguía en espera de un juicio tras su inesperado arresto.
Habían pasado casi cuatro meses desde el Cónclave y aún no había ningún progreso significativo porque, así como Zinerva Landvik se esforzaba por encontrar las pruebas suficientes para que la justicia declinara a su favor, también lo hacía Vasilios. Este último no tenía ningún tipo de favoritismo por Garm ni mucho menos el rencor irracional que había quedado al descubierto de la mayor del linaje Landvik; más bien, su convicción era la de mantener su derecho a la duda hasta donde fuera posible porque sería imperdonable que se le condenara sin que hubiera alguien que luchara por probar su inocencia. Zinerva era ruda, sí, pero Vasilios era justo y contaba con el apoyo de Akwetee Nzeogwu, el representante del Consejo Terrestre, quien gozaba de un excelente juicio y lo ayudaba en secreto a encajar las piezas del rompecabezas en el lugar correcto.
De ahí en fuera, nadie más estaba en posición de defenderlo. Frey Swenhaugen no podía tomar partido por ser padre del acusado y Duscha Rómanov debía mantenerse alejada de cualquier postura porque al ser Jueza Suprema su principal obligación era la imparcialidad.
Cuando los pasos se perdieron tras la puerta de la biblioteca, Theo intentó concentrarse una vez más, aunque supo que era inútil. Primero el puma y luego su tío; podía con una distracción, pero dos eran demasiadas; así que dejó su pincel en un pequeño recipiente con trementina y se dejó caer en el reposet que tenía junto a la puerta que daba al balcón.
Bien se lo había dicho Kol Landvik: la política no era más que un dolor en el trasero. Si todos esos embrollos ya le producían jaquecas, viéndose como un espectador, no quería imaginar cuando tomara el lugar de sus padres. Afortunadamente, reflexionó crítico, la juventud de Vasilios no requeriría un ascenso inmediato de su madre al Consejo.
Él, a diferencia de Odalyn, su antigua prometida, no tenía prisa por inmiscuirse en asuntos de Estado antes de tiempo; de hecho, era de la firme creencia que el pueblo debía ser gobernado por alguien con madurez y sabiduría, estado que en su opinión el hombre no alcanzaba antes de los treinta.
Una melancólica sonrisa se coló en sus labios al recordar a su amiga. La extrañaba, y mucho.
—Me gustaría tener de estos árboles en el Norte. —Escuchó decirle un día, muchos años atrás, mientras caminaban en el bosque después de la comida. Sus padres los habían instado a convivir en primeriza e inocente intimidad ahora que ella había cumplido los quince años.
—Eso me parece egoísta, milady —le respondió en un inusual intento de broma. Pensó que el trato que le diera a solas sería distinto al habitual delante de los demás, pero desde que habían salido de su palacio la atmósfera entre ellos no había cambiado en absoluto—: Tiene demasiados árboles en su tierra como para codiciar más.
—¡Oye! —exclamó con ánimo y falsa indignación—. No es mi culpa que estos me parezcan exóticos y poco probables de darse bajo el sol del Norte. ¿Y desde cuándo nos hablamos con tanto protocolo, por cierto?
—Bueno, es claro que ya no nos consideran unos niños. —Quiso decirle que él no se sintió así ni cuando tuvo su misma edad, dos años atrás, pero no lo hizo porque Odalyn se distrajo al ver a un águila que cruzó el cielo con su chillido agudo y desgarrado. Theo carraspeó y retomó el cauce de la conversación—: Un día tú y yo... Bueno, creí que sería correcto decirte milady.
—Que vayamos a ser reyes no implica volvernos serios y aburridos. —Le dedicó una sonrisa cómplice al tiempo que buscaba en su espalda las cintas con las que ajustaba su vestido. Con un ágil movimiento las desató y dejó caer la pesada tela hasta que quedó solo con una enagua de fina seda. También se deshizo de sus zapatos ornamentados y las medias—: ¡Vamos, Theo! ¡Vamos al río!
Entonces la vio correr hacia unos helechos, con los pies descalzos y el cabello blanco cayendo conforme se quitaba las horquillas. El atisbo de incomodidad que sintió al percatarse de que la chica se desprendía de su ropa se desvaneció rápido, dejándolo con la insidiosa incógnita del porqué. No obstante, la ignoró y siguió a Odalyn no sin antes dejar su uniforme en un bulto descuidado junto a las demás prendas.
Se guio con el murmullo del agua correr y la imaginó zambulléndose, espantando a los peces por la brusca perturbación de su hábitat. Sin embargo, cuando la alcanzó la notó muy entretenida recogiendo los frutos caídos del nogal.
—Antes solía pensar que nosotros teníamos el monopolio de los alimentos —le dijo al verlo—, pero después mamá me explicó que la naturaleza es sabia y siempre provee a sus hijos. ¿Nueces?
Por un rato disfrutaron de los frutos secos a orillas del río, sentados sobre unas rocas lisas y frías. Theo admiró la concentración con la que Odalyn intentaba sacar los trozos de nuez, así como sus dedos delgados, tan blancos como sus piernas que no eran del todo cubiertas por la enagua.
Fue entonces que Theophilus llegó a una posible conclusión. Quizá verla con esa prenda íntima no causó pensamientos inapropiados en él porque la había visto antes con vestidos más cortos, puesto que su armario casual estaba colmado de prendas frescas. Y sí, aunque ya no eran unos niños y sus cuerpos iban cambiando, ella seguía siendo la misma chica con la que convivió muchos años, esa con quien solía jugar y a quien le expresaba sus más profundos pensamientos.
Pero para no quedarse con la duda...
—¿Odalyn? —preguntó tímido. Al obtener su atención, se armó de valor—: ¿Te puedo dar tu primer beso?
Ella abrió los ojos tanto como los músculos alrededor de ellos se lo permitieron. La sangre coloreó sus mejillas y la comicidad del momento hizo que se riera de su prometido.
—Perdón —le respondió aún con las mejillas encendidas y las cuencas húmedas—, ¿lo decías en serio?
—No pensé que mi pregunta sería tan hilarante. —Desvió la mirada, herido e inseguro por su poco tacto en el cortejo.
Odalyn, que lo conocía de toda la vida, se dio cuenta de lo que pasaba por la mente de su amigo.
—Lamento si malinterpretaste mi nerviosismo, Theo —clamó pacífica, deshaciéndose de todo rastro de comicidad y tomándolo de las manos para que sus ojos se encontraran—. Es solo que no pensé que este momento sería así. —Ladeó el cuello y le sonrió a modo de disculpa—: Pero sí, por supuesto que puedes darme mi primer beso.
La muchacha cerró los ojos y levantó la barbilla. No, tampoco el príncipe se imaginó que ese momento sería así, tan torpe y falto de fluidez natural.
Tragó saliva y se acercó lento; cuando estuvo a unos cuantos centímetros, Odalyn abrió un ojo para espiar y lo cerró en una fracción de segundo al ver la cercanía de su amigo. Theo no se cohibió y, decidido, la besó como creyó que debía hacerse.
Pese a que ambos tenían una vaga noción del cómo, ninguno se esforzó. Permanecieron por seis segundos con los labios firmemente cerrados y unidos a los del otro, esperando un período de considerable cortesía para separarse.
—¿Crees que lo estamos haciendo mal? —increpó Odalyn con ligereza.
—¡Gracias por decirlo! Creí que era mi imaginación. —El alivio en su tono fue evidente—: Yo..., no sé. No es gran ciencia, solo son besos, ¿no?
—Entonces no sabemos hacerlo. Deberemos practicar hasta que nos salga bien —sentenció resuelta, tomando otra nuez.
Si bien el príncipe estuvo de acuerdo con ese edicto, ninguno de los dos mostró el entusiasmo para empezar a hacerlo. En cambio, se entretuvieron con los frutos y con la visita inesperada de un ave que, al ver alimento, se acercó a los humanos, ladeando la cabeza como si se preguntara por qué tardaban tanto si solo bastaba que las aplastaran con el pico.
—¿Y si nunca aprendemos? —Theo lanzó una nuez a una distancia prudente del ave. Esta extendió las alas como respuesta a tan salvaje comportamiento del humano, pero no rechazó el obsequio—. Quiero decir que, bueno, ¿y si nunca nos gusta cómo lo hacemos?
—Seremos reyes, eso no importará —respondió tan pensativa como sombría. Luego, después de intentar ver las cosas con más positivismo, suspiró satisfecha—: Al menos somos amigos y nos divertimos juntos. ¿Ahora sí nadamos?
Theophilus asintió. A pesar de que no creyó verse capaz de desearla algún día por mucho que practicaran, era cierto que su relación con Odalyn sería suficiente para mantener estable el matrimonio.
—¿Cómo lo imaginaste? —le cuestionó, siguiéndola por la orilla donde los guijarros comenzaban a lastimarle las plantas. Al sentir la temperatura del agua supo que no quería que esta tocara su ropa interior—. Al momento, me refiero. Sonó a que tuviste grandes expectativas.
Un fuerte escalofrío le recorrió la columna cuando se percató de que la enagua de Odalyn se le arremolinaba entre las piernas. ¿Es que no tenía frío?
—Romántico, y al mismo tiempo pasional —confesó distraída. Posó su mirada en un punto debajo del agua y, tras meditarlo, sacó una piedrecilla rosada con líneas del color de las branquias de un pez. Sonrió antes de continuar—: También inesperado y que me robara la respiración.
Un crujido familiar devolvió a Theo al presente. El puma, pese a poseer un cuerpo musculoso, tenía la gracia suficiente para avanzar por una rama que, tarde o temprano, cedería por su peso. Vagamente el príncipe, al notar esa posibilidad, quiso preguntarle si dejaría de visitarlo una vez que su medio de entrada se quebrara, o si es que buscaría la forma de entrar a esa habitación que era tanto suya como de él.
Pero no lo hizo porque no quería presionarlo. Simplemente se observaron, Theo sopesando qué colores combinar para obtener el verde de los ojos del felino, y el puma queriendo transmitirle que había algo inusual en la costa.
Al final, como el humano no quiso salir de sus propios y banales pensamientos, el gran felino se rindió y decidió que sería mejor dejar a la humana mutilada y moribunda a su propia suerte.
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