Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 5: El hombre caja.

Sobre el niño que desconocía sus sueños.

"Te amamos, querida. Por favor, no te rindas".

"Te lo ruego, no te vayas tanto tiempo. Dependemos de ti. Lo eres todo".

"TE AMAMOS".

"Mango mayor, ojalá te encuentres bien. Has desaparecido toda una semana".

"Sé lo que es tocar fondo, es una mierda. Pero vas a salir de ahí".

"No te des por vencido".

"Te necesitamos".

Mis brazos se extendieron por el escritorio, poseídos de rabia, arrojando la computadora al suelo hasta escuchar las piezas destrozarse contra el negro piso que rugía debajo de mis pies para advertir mi caída. Grité con desesperación, sintiendo que comenzaba a tambalear de forma peligrosa, hundiéndome en la profundidad de mi garganta a fin de comerme a mí misma: Grité y grité sin control por ese miedo inexplicable hacia mi propio mundo oniríco.

Se acumulaba, se extendía, se derramaba. Gota por gota, asfixiándome mientras los gritos se intensificaban en cada objeto que arrojaba de los estantes hacia los cristales irrompibles del edifico. Prenderle fuego a todo y desaparecer era una idea exquisita.

—¡¿Está bien, señorita?! —Tocaron la puerta repetidas veces, no di respuesta.

—¡¿Que morirán?! ¡¿Que dependen de ti?! —Me atacaban los gritos de H a mis espaldas, carcajeándose con exclamaciones anormales que se clavaban en mis oídos como aguijones rebeldes—. ¡HIPÓCRITAS!

—¡¿Puedes callarte?! —Trastabillé de reversa para chocar contra ella. Me sostuve de las paredes estrechas a los costados para impedir que estas se vinieran sobre mí—. ¡Tú eres la hipócrita, TÚ LO ERES! ¡¿De quién es la culpa de que estemos en esta situación?!

—¡No me hables así! —Clamó furiosa, aproximando sus manos para tomarme del cuello y presionarme contra el escritorio hasta asegurarse de ver el terror en mi mirada—. ¡No me hables así, carajo! ¡¿Quieres culparme a mí por tu propia incapacidad para llevar un ritmo constante en todo lo que haces?! ¡Sin mí no serías nadie, no estarías aquí! ¡No podrías ni siquiera despertarte o tener alguna puta responsabilidad!

La presión en mi tráquea se volvía más peligrosa. Sentí que comenzaba a deshacerme, las piernas me temblaban y los ojos querían saltarme para arrojarse por el balcón y surcar los cielos de la ciudad. Su cabello oscuro caía sobre mi rostro para crear la sensación de árboles sintéticos atacándome, su sonrisa amarga y sus ojos profundos se sentían como la última vista que tendría de esa dimensión.

Todo daba vueltas. Era como hundirse, comerse y escupirse otra vez dentro de una caja infinita. Los colores que tornaban su piel cual luces brillantes me dejaron anonada, permitiendo que parara de luchar contra su fuerza y dejara caer mis manos a los costados mientras nos reíamos juntas: elevamos nuestras risas a Dios.

El temor me obligaba a seguirle el juego, igual que mi fobia a los poderosos rayos y mi adoración por evitar que estos me partieran en dos.

—Lo siento... —Las lágrimas azules que ambas dejábamos caer se enlazaron. Ignoramos el desastre de escritos extendidos por el suelo como si fuera un mar de palabras olvidadas.

—Voy a dibujar. Voy a ir a la entrevista. Una semana entera sin hacer nada es peligroso. —Tosí con jadeos, aferrándome al saco sobre sus brazos—, H, quería hacerte llorar. Perdóname.

—Lo siento, yo quería matarte. —Las lágrimas brotaban con toques plateados que se adentraban a mi boca con cada acercamiento.

—Está bien —llevé mis palmas a su cuello, chocando labios con los suyos—. Déjame tenerte en mi lengua.

Déjame volver a ti.

Caden.

—¿Qué es eso? —Solté, como si arrojara anzuelo sin cuerda sobre el vacío, perdiéndolo de vista sin encontrar respuesta.

El chico gris sonreía, señalando al frente sin duda alguna en sus ojos que ardían en luces similares a un trueno. Me contraje asustado. Chaos observó de igual forma al chico de atrás: eran idénticos, quizás por eso también se aterró y se orilló en la avenida de forma repentina como si deseara matarnos a los tres.

—Hijo de perra. —Pronunció mi compañero tras poner el freno de su vehículo.

Sabía que quería matarme.

De inmediato dirigí mis manos al cinturón de seguridad para retirarlo y salir del carro. Algunos sonidos de claxon fueron hacia nosotros por desconocidos, un sermón por habernos detenido tan de repente al igual que distintas manos mostrándonos una seña obscena. Chaos salió con gran velocidad, azotando la puerta a mis costados; fue aterrador no recibir una explicación a nada.

—Es algo radical. —Rió el chico gris, ocasionando que quisiera escapar al tener la imagen repentina del fantasma de un gemelo asesinado—, pero, lo quiero.

—¿Qué? —Entrecerré los ojos sobre él, inevitablemente no forcejeé contra el cinturón y lo dejé estar allí.

¿Acaba de decir eso? ¿Quién demonios es?

Chaos volvió abrir la puerta, la trasera a mi derecha. Reprendió al otro chico por el cuello, tirando de él para extraerlo del carro como una pegatina. Pensé que ambos se habían vuelto locos y estaban por tener una fuerte pelea en medio de la carretera; bajé de inmediato para detener su escena, y en efecto, encontré a Chaos moliéndolo a golpes mientras el viento repentino amenazaba con llevárselos igual que plumas encastradas.

—¿Qué sucedió? —Me aproximé con preocupación, traté de intervenir en su agresión.

No entiendo ni una mierda.

—¡¿Acaso lo ves?! ¡¿Puedes verlo?! —Chaos se lamentó, dirigiendo una bofetada al rostro del chico gris que mantenía su sonrisa—. ¡Ni siquiera lo siente, no siente absolutamente nada! ¡NADA DE NADA! QUE SE VAYA AL DIABLO. PUTO SATÁNICO.

Qué sucede con este loco.

Me tiré sobre el camino, cubriendo el rostro del desconocido para que no continuara recibiendo golpes del pelirrojo. Chaos se detuvo por inercia, incluso pateó su propio carro mientras yo me percataba de la mala jugada que me había metido mi mente: tenía sentido que él y Mary Luna tuvieran relación, pues yo no podía sentir ni la piel del chico a quien defendí.

—¿Por qué vemos esto? —Murmuré, tratando de tocar el rostro gris similar a un holograma.

En serio es una maldición, no una enfermedad.

Me transporté un momento a esa noche, a esa imagen, a la morbosidad de ver a mi heroína como un cuerpo pálido. Y dentro de esa visión, la oí gemir mi nombre. Fui extraído de vuelta a la realidad con la llamada de Chaos a mis espaldas, antes de poder corresponder el llamado de mi amada muerta.

—Vámonos. Vamos a ocultarnos, vámonos lejos —balbuceó él con movimientos irregulares en sus brazos mientras trataba de levantarme y llevarme a rastras al interior de su vehículo—. Salgamos de aquí, antes de que estallemos.

Lo tomé de la mano y subimos ambos en silencio. Acabábamos de descubrir que los dos estábamos igual de mal, aunque supongo que la sospecha estaba desde antes cuando hablamos de nuestros intereses en común. Me arrepentía de todo esto, desde haber puesto un pie fuera de casa a haber decidido que estaba listo para salir al mundo: Al nuevo mundo.

Al mundo donde Heroine Rymer no existe, pero sí la cicatriz que lo cubrió.

—Lo siento. Yo tampoco lo entiendo. —Balbuceó, su vista al frente se torcía mientras tomaba arranque—. Ya no puedo distinguir lo que es real.

El compañero de clase desconocido alertaba por romper en llanto, pero lo contuvo entre jadeos y mordidas sobre su labio sin esperar respuesta mía. Temía enfrentar a más personas con mi condición, aunque salir de mi hogar lo haría inevitable. El mundo desde la ventana del carro ahora parecía tan inmenso que me pedía a gritos que me acoplara y tratara de llevar una vida común, aún si eso significaba mantener en silencio la desesperación de mi mente y hablar desde un punto intermedio.

Ser un hombre caja en un mundo de triángulos dispersos.

—No te preocupes. Yo tampoco sé cómo enfrentarlo —hablé tranquilo, indiferente, mi voz se mantuvo al ritmo del viento que golpeaba en mi rostro—. No vengo de otra ciudad, he vivido toda mi vida aquí. Estaba encerrado porque no estaba listo. Ahora estoy aquí y espero lo mejor.

YA NO ESPERO NADA.

—Perdón por sacarte de tu caja —se lamentó, sus dedos se aferraban al volante mientras mordía sus temores—. Soy un idiota. Lo siento mucho. ¿Te encuentras bien? ¿Estás asustado?

—Estoy bien. —Sonreí ladeado sin dirigirle la mirada.

QUIERO SALTAR FUERA DE AQUÍ.

—Mira, te devolveré a casa. Yo me encargaré de la tarea, así que tú no hagas nada. Velo como una disculpa de mi parte, Caden Wilson, y olvídate de todo esto. Por favor, no le digas a nadie sobre mí y yo no diré nada sobre ti. Gracias.

—No hay de qué.

Muérete.

~•~•~•~

Chaos me dejó frente a mi casa. Me arrastré por el jardín, me sentía como un muerto tratando de mantener el futuro vomito debajo de mi garganta. Comenzaba a caer la noche, y detrás de mí el pequeño carro de Saint me indicaba que él se encontraba dentro y su radio prendida solitaria.

Mis padres enseñaban en horarios nocturnos pues ambos eran maestros de universidad así que no tenía que toparme con ellos aún. Saint no me regañaría y por las luces apagadas en el cuarto de Deeca supuse que ella se había ido a cualquier otro lugar donde sus demonios no la encontraran.

—¿Caden, eres tú? —Escuché su voz al otro lado de la puerta.

—Ojalá no. —Respondí a su llamado, solo un suspiro necesario para verlo frente a mí al abrir la puerta.

—Tu humor es tan rancio como siempre —su sonrisa se extendió en la oscuridad del pasillo, apartándose para dejarme pasar aunque las sombras a nuestros costados me aterraban—. Me encanta, no cambies nunca.

Ojalá nada cambiara nunca.

El primer tema que salió a relucir fue sobre Jeffrey. Me preguntó si lo había visto hoy, cosa a la que respondí sin dudar, realmente no me lo había topado desde que vi al elefante repugnante de la chica Luna. Tuve un mal presentimiento sobre mis propias invenciones, aunque Saint prefirió no sembrarme más dudas y cambió de tema a algo más cotidiano como la escuela o la casa misma.

Preguntó igual por mi ausencia, aunque mantuvo el silencio al escuchar que salí con un compañero. No mostraba mucho interés en el tema.

—Teressa y Fred siguen bajo este mismo techo tras 17 años de separación —rió con tono irónico, recordando todas las veces que juraron divorciarse y mudarse pero los planes llegaban a nada pues era una mala apariencia familiar en la iglesia—. Estoy seguro de que dejaremos de beber jugo de naranja el día que ellos ya no estén juntos.

—Madre es más santa que la misma Madre Teressa —bromeé sin tanta alegría en mi rostro, bebiendo el jugo mientras mis ojos vagaban en el espacio de la sala que poco solía frecuentar a pesar de ser mi propio hogar.

Sabe a nada. ¿Estoy enfermo con mi sentido del gusto ahora?

—Tengo hambre. Cociné algo para cenar los cuatro —excluyó a Deeca—, pero ya tardaron un poco en llegar los cuervos.

Cuervos: abandonan a sus hijos al ver que nacen blancos. Ambos les decíamos a sí a nuestros padres, seguro nos hubieran crucificado al enterarse de esas palabras.

Nos movimos a la cocina con prisas, una especie de competencia por ver quién llegaba primero para asaltar el refrigerador: Sacamos uvas y queso, volviendo a la sala para calmar nuestra hambre y convivir como los hermanos que éramos. Nuestra relación iba más allá de eso; era como un enfermero y un enfermo; un servidor y su empleador. Era desalentador pero él me apoyaba y yo al menos debía devolver una buena actitud.

—Quiero preguntarte algo —pasé la uva por mi garganta y me recosté en el diván sin preocuparme por mi ropa contaminada debido al exterior—. Tienes amistades extrañas así que solo puedo confiar en ti.

—¿Sucedió algo peculiar estas dos semanas? —Bufó, desabrochando los botones de su camisa blanca, sus zapatos se elevaron hasta reposar sobre la mesa de centro y mostrar sus calcetines de fresitas.

—Ofendí a alguien, y quiero disculparme —comenté, dudoso de mi iniciativa. Cerré los ojos para evadir las luces del techo o su posible mirada pensativa—. No, la verdad no es que quiera. Me siento incómodo al no hacerlo así que debo intentar. No quiero problemas. No quiero que el mundo se me venga encima por un error en mi actitud pero tampoco soy alguien que consuela a otros o se arrepiente frente a desconocidos.

Ojalá pudiera cambiar mi ser con solo valor.

—Si quieres disculparte con alguien debes saber lo que es perdonar. —Suspiró, y metió un trozo de queso a su boca—, Caden, ¿acaso esa persona hizo algo que no puedes perdonar? ¿Estás siendo hipócrita otra vez?

No puedo perdonar a nadie que padezca la enfermedad de heroína.

—No.

—¿Estás bromeando con esa cara de culo, cabeza de platívolos? —Se carcajeó con burla respecto a mi cabello mitad-mitad, un poco de tos le acompañó, pero yo no me reí pues odiaba cualquier chiste relacionado a mi cabeza con intento de galleta o nucita.

—No. —Me encogí de hombros.

—¿Has hecho algo más estos días? ¿Quieres contarme?

—No.

—Eres un pendejo.

Lo sé.

El timbre sonó tras media hora, fue como un despertar de la burbuja donde éramos buenos hermanos, al igual que nos cargó de energía para recoger los platos pequeños de la mesa y fingir que no estábamos comiendo nada en la espera. Agradecimos que madre tuviera la costumbre de tocar el timbre a pesar de cargar llaves.

Teressa llegó primero, Fred llegó un poco después, cuando el reloj cucú alertó el momento de poner los platos en la mesa y reunirnos bajo las mismas luces a degustar la comida como una familia ejemplar: no un chico obsesionado con el trabajo, no padres que se odiaban en silencio, y menos un enfermo mental.

—¿Quién hará la oración? —Murmuró Teresa. Sus ojos verdes se posaron en mí al inicio, pero se desviaron en incomodidad mientras rascaba su cabellera castaña y remangaba las mangas negras de su vestido de seda—. ¿Saint?

—Puede hacerla Fred. No le ha tocado en un tiempo. —Propuso mi hermano, su blanco era mi padre, quien odiaba orar a quien sea que no fuera él mismo.

Sus canas le rogaron porque no lo hiciera, que en general evitara la oración todas las noches en la misma mesa pues sus rodillas se vengarían y su espalda se partiría en dos al igual que un cielo ante los rayos. Las cejas locas en su ruda expresión mantuvieron el silencio por segundos, nadie declinó.

Finalmente nos pidió que nos pusiéramos todos de rodillas alrededor de la mesa.

—Tómense de las manos. —Pidió, sosteniendo la de Saint, sus trajes iban a juego.

—Podemos hacerlo sin... —Mi madre calló por sí sola, creía verse obligada, hacer el esfuerzo de tomar la mano del hombre a quien ya no amaba y a su hijo poseído por el diablo no era una tarea fácil.

Esto se siente más satánico que yo mismo.

Los cuatro nos tomamos de la mano, la comida en la mesa seguramente aprovechó para ponerse fría como los muertos. Y entonces, el hombre comenzó a orar: Pidió una bendición para los alimentos; para que la casa fuera libre de todo mal, o espíritu acechador; pidió por nuestra situación financiera y mi locura; al igual que nuestra hermana de pasos inseguros, quien vagaba por los linderos de las escaleras al infierno.

—Y que Dios nos proteja, amén. —Mi padre fue el primero en levantarse con prisas ante el dolor que le colmaba por arrodillarse—. Putas rodillas y espalda. Ah, comida fría...

—Eres un imbécil —mi madre le maldijo, volviendo a la mesa con furia—. No puedes ni pasar dos jodidos segundos sin quejarte de todo lo que hacemos. Deberías lavarte esa boca.

—Qué asco. Me blasfemaron la comida. —Saint se quejó—, hubiera comido en la calle.

—¡Para de quejarte todo el tiempo, Caden! —El regalo de repente cayó sobre mí de parte de mi padre. Todas las cenas eran iguales, desde hace cuatro años—. ¡Que vayas a la escuela ahora no significa que hayamos perdonado todos estos años!

—¿Pero yo qué dije? —Murmuré confundido y decaído, la pasta en mi boca aún no era digerida—. Fue Saint.

—Ah, perdón. —Se disculpó el ciego.

Ya ni hambre tengo.

La comida terminó sin más insultos, solo pláticas a medias y noticias sobre sus trabajos. Me preguntaron sobre la escuela, aclaré que en matemáticas y biología estaba haciendo las cosas bien, aunque al parecer mi peor materia era historia porque no entendía debido a que me resignaba continuamente a aprender. Me preguntaron si tuve más problemas para adaptarme, pero nada que no supieran.

—¿Crees que pronto estarás listo para saber más del mundo? —Cuestionó Sanft, acompañado de un beso a mi mejilla y palmadas sobre mi cabeza, estaba por marcharse a su apartamento en el centro.

—El mundo no está listo para abrirme las puertas, y ojalá nunca lo esté. —Le devolví las palmadas en su espalda: ya era hora de que se marchara de esa casa en la que no era bien recibido.

—Abre tu cabeza, Caden. Y salta fuera de ella. El cielo allá arriba es precioso, todo fuera de tu propio mundo puede serlo.

—No tiene sentido. —Me reí junto a mi mano haciendo un ademán de despedida, mis oídos reaccionaban a sus pasos alejarse entre el césped seco y la oscuridad serena.

El cielo es verde; no tiene sentido.

En el celular sobre mi escritorio se mantenía el número de mi compañera Mary Luna. Consideré llamarle en algún momento, quizás cuando limpiara mi habitación o pusiera sábanas nuevas pues las del suelo estaban sucias por la tinta de un artista enfermizo. No tenía nada que decir, pero tampoco razones para mí hablarle ni nada que perder más alla de mi propia cordura.

¿Por qué quiero hablarle? ¿Quiero una disculpa? ¿Disculpa de qué?

—Quieres conocer sus temores. —Me respondí, como si fuera alguien distinto, quizás la misma voz de Jeffrey saliendo de mí como un mismo ser.

Quiero saber porqué un elefante, porqué un chico gris. ¿Y la araña? ¿Cuántos afectados dejaste, Heroine?

Elevé la mirada al techo, la luz azul se colaba entre mis cortinas. Tomé asiento en el escritorio frente a mi ventana, y divagué con mi visión fuera de mi cueva como intentando buscar algo para inspirarme en lo que fuera de mí. Mis piernas inquietas pararon al reposar mi mirada sobre la ventana de mi vecina, mi pareja, Ray.

No había hablado con ella el día de hoy, ni siquiera nos habíamos mensajeado. Los recuerdos de su petición estrellaron sobre mi cabeza y me vi obligado a buscar desesperado entre los cajones de mi escritorio el libro firmado que prometí conseguirle. Encendí mi pequeña luz violeta que se encontraba suspendida a un costado y apunté directo a las hojas para asegurarme de que no me había equivocado.

Estoy seguro de que le hará feliz.

—Me costó un par de sábanas —reí a mis adentros, el titulo del libro no pudo ni siquiera desanimarme.

Pasé a la hoja que antes se hallaba en blanco. Sobre ella, con tinta azul, se encontraba la firma artística, perfectamente alineada y decorada con algunos salpicones inspiradores y un boceto:

Pd: Tu chico es ardiente.
Es broma.

Cerré el libro de inmediato, más bien, lo azoté avergonzado y lo dejé de golpe sobre el escritorio. No podía entregarle eso a Ray, estaba seguro de que sería extraño de mi parte. Entendía que Chaos Misui no supiera sobre espacio personal pero parecía que su pasión era hacer pasar momentos incómodos a personas desconocidas.

Ahora debía pensar en distintas formas de sobrevivir al exterior:

Mary Luna era un campo minado, aunque aún no sabía si tan peligroso como Deeca.

• Dan Santiso era un misterio en quien no debía pensar.

• Ray estaba rara desde que le dije que entraría a la preparatoria.

• Y Chaos, el artista y YouTuber con cabeza de tomate, me recordaba que mantener mi distancia era lo más adecuado.

—¿Ella habría pensado también que soy ardiente ahora? —Me reí, imaginando los momentos que tendría con mi heroína, juntos, quizás con Jeffrey también.

• • •
Ay, este capítulo está bien raro, GAHAHAHA. Me perdonan¿
Devil Town es la viva imagen de Caden.

¿Algo de lo que quieran hablar? ¿Tuvieron un buen día? u.u

Sé que es viernes, disculpen mi inconstancia para actualizar, AH. Y gracias por la espera. Me despido con el bello edit de mi querida clown que es preciosa:

-MMIvens.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro