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Capítulo 54


Los tres barones retrocedieron asustados y cuando se dieron cuenta de lo que habían hecho por instinto retomaron sus posturas de nobles.

―Ese no es el tema por el que estamos aquí reunidos― dijo Musset sentándose de nuevo en su sofá.

―El barón Jinshu y el barón Musset quieren los derechos para minar los picos craneales y los picos cristales― Explico Beura aprovechando que habían retomado el ritmo de la conversación.

―Por mi lado mi gente quiere establecerse en Lhimkio. Al otro extremo de la isla para no molestar a la gente de Vorpiax. ― agrego el Quinoid.

Helvella sonrió, los miraba como si estuviera tratando con niños.

―Y yo quiero un nuevo crucero― dijo el lepiota soltando un suspiro.

―Y también quiero arreglar mi castillo ¿Saben que estrelle mi anterior crucero contra las villas del frente? ― preguntó Helvella observando las reacciones de los barones.

― ¿Y eso qué tiene que ver con lo que estamos hablando? ― preguntó Jinshu.

― ¿No estamos contando nuestros deseos? ― respondió Helvella con una pregunta.

El silencio ocupo el domo. Aunque en el lugar parecía llevarse a cabo una simple conversación la tensión era tal que nadie había movido el cuerpo de Yaiban.

―Barón Helvella, no estamos jugando― amenazó Beura subiendo el tonó de su voz.

Todos los guardaespaldas apuntaron sus armas.

―Ja... ja... ja...― llamas negras empezaron a aparecer alrededor de Helvella.

―Jajajajaja― Helvella estallo en carcajadas.

El lepiota parecía desquiciado, la forma en que su boca deformaba su rostro al reír junto con la opresiva aura que empezaba a emanar hizo retroceder a todos estaban apuntando sus armas contra él.

―Tenemos un problema de comunicación aquí― dijo el hongo.

―La forma en que hablan y actúan me parece un broma― aclaró Helvella tornándose serio.

Sus llamas dejaron de crecer y cruzando sus piernas el lepiota continúo hablando.

―Hay alguien que de verdad quiero matar en este momento.

Los tres barones palidecieron con esas palabras. El miedo que les provocaba este desquiciado que le ocasionó dolores de cabeza a sus padres y abuelos evito que hablaran.

―No tienen que poner esas caras. No se trata de ninguno de ustedes― sonrió el lepiota.

―Esta pelea es solo un juego de niños para mí.

Y lo decía en serio. Acompañados por sus padres los jóvenes más brillantes de Vorpiax eran quienes estaban organizando el combate. Latispora, quien actuaba como comandante general, tan solo tenía diecisiete años.

―Pero por cortesía tenía que venir a ofrecerles la oportunidad de que se rindan.

― ¡Hmm! ¡Estás hablando puras estupideces Helvella! ― gritó el barón Jinshu al no poder aguantar más las burlas del lepiota.

―Hablo en serio ― respondió Helvella sin dejarse provocar.

―No quiero ver como sus hombres mueren cuando una guerra nunca antes vista en Almawarth comienza.

Los tres barones guardaron silencio mientras digerían la información que Helvella acababa de darles.

―Jajaja tus mentiras no podrán engañarnos― dijo Beura entre risas.

―La última guerra entre reinos ocurrió hace más de trecientos años.

― No me digas ― respondió Helvella poco impresionado por las palabras de Beura.

―Barón Helvella, nosotros tampoco queremos que se pierdan vidas en vano. No estamos pidiendo que nos des tus tierras ni estamos interfiriendo en la autonomía de Vorpiax― dijo de forma sorpresiva Musset.

El multrow era el que parecía más ansioso por conseguir los cristales, pero se comportaba con más racionalidad que el quinoid.

―Voy a investigar por qué necesitan recursos y si lo considero importante hare algún tipo de pacto comercial con ustedes― dijo Helvella al notar que dos de los tres barones estaban siendo manipulados a causa de la necesidad.

―No les daré los derechos de extracción, pero comercializare con ustedes parte de nuestra producción.

―En cuanto a ti vieja cabra― dijo Helvella enfatizando la edad del quinoid.

―No tendrás ni un centímetro de mis tierras.

―Supongo entonces que lo que quieres es una guerra― dijo el barón Beura, intentando esconder la furia que sentía al ver como Helvella intento desquebrajar su alianza con unas simples palabras.

―Esta triste escusa de pelea no es una guerra― respondió Helvella levantándose de su sofá.

Marcas de quemaduras delineaban el lugar donde estuvo.

―Yo solo viene a darles la oportunidad de que se rindieran.

El lepiota empezó a caminar hacia la compuerta de la embarcación que lo había traído.

―De todos modos, esto será buena experiencia para que los niños se preparen para que se aproxima― dijo Helvella esta vez hablando para si mismo.

― ¡Barón Helvella! ¿Cómo me vas a compensar la muerte de mi hombre? ― gritó Jinshu sin olvidar que Yaiban había muerto frente a él.

―Pregúntale a Musset, él fue el que lo mato― respondió el lepiota entrando a su embarcación.

Una vez Helvella entró se acordó de algo y sacó su cabeza.

―Ahora que lo pienso. Recuerden muy bien. En la guerra y en el amor todo se vale― dijo Helvella chasqueando sus dedos.

― ¡Fush! ―

Las embarcaciones de los demás barones estallaron en llamas negras.

Ante las atónitas miradas de los presentes la nave de Helvella despego dejando atrás solo sus risas.

Entrando a la cabina principal Helvella se encontró con sus hijos.

― ¿Por qué no los mataste? Si los hubieras matado la guerra no comenzaría― pregunto Mushi.

El menor de todos sus hijos había empezado a desarrollar una personalidad un tanto preocupante después de la muerte de Shimu.

―No todo se resuelve matando― respondió su padre.

―Pero todas las muertes serán por culpa de tu decisión.

Helvella abrió los ojos de sobremanera al escuchar el argumento de Mushi. Ninguno de sus hermanos había elaborado frases como esa antes de los seis años.

―Tienes razón. Si matarlos ahí mismo detuviera la guerra entonces todas las muertes consiguientes serian por culpa mía― respondió Helvella acariciando la cabeza de su hijo.

―Pero hay una falla en tu razonamiento.

― ¿Cuál? ― pregunto Mushi al ver que todos menos Rivularis entendían a lo que su padre se refería.

―Una gran cantidad de nobles son realmente títeres de las facciones que han conseguido poder en sus tierras. Las islas siguen en nombre de sus familias, tienen mucho dinero y fama; pero sin siquiera saberlo, sus ministros han acaparado todo el poder.

―Si mato a los tres barones los poderes detrás de ellos tendrían la excusa perfecta para comenzar la guerra, pero no solo eso, tendrían la justificación moral para pedir refuerzos de otros nobles.

Mushi se llevó la mano a la quijada para meditar las palabras de su padre.

― ¿Los tres son nobles de mentiras? ― pregunto el niño levantando su cara para ver a su padre a los ojos.

― Yo no diría de mentiras. La palabra adecuada es títeres― dijo Helvella.

―Y no, los tres no son títeres ¿viste la cabra que hablaba?

Mushi soltó una pequeña risa con el comentario de su padre. Y utilizando su fuerza de voluntad contuvo la risa y asintió con la cabeza.

―Él es el único de los tres que sabe lo que está haciendo― dijo Helvella.

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