Capítulo 48
Al cabo de dos semanas la embarcación llego a Kinzoku. Desde las ventanas de la nave se podía ver el árido paisaje. Esta isla era conocida como un gran desierto, con grandes montañas rocosas y poca vegetación. Los únicos rastros de líquidos, como el agua dulce, se encontraban varios metros bajo tierra en enramados túneles que parecían las raíces de un gran árbol.
Desde la cubierta Elizabeth y Theodor veían con fascinación un nuevo mundo ante ellos. Enormes aves volaban a la distancia. A diferencia de los pájaros que conocieron en Lhimkio estas criaturas parecían desnudas porque no tenían plumas, y sus colores eran opacos y menos divertidos.
― ¡Mira, mira! ― gritó Theodor señalando en la dirección en la que se movía la nave.
Una enorme torre se levantaba sobre las nubes. Su punta ovalada brillaba con el color dorado que la cubría. Grandes placas metálicas del mismo material que se podía ver en la punta decoraban la torre con diferentes patrones.
―Esa es una de las torres vigía― dijo Sigurd compartiendo un poco de lo que había aprendido cuando paso por la isla viajando hacia Morgrum.
Kinzoku no era un lugar turístico, todo rasgo exótico que alguna vez tuvo fue eliminado e industrializado. Esta isla estaba especializada en el comercio de las materias primas que se podían extraer de su subsuelo. Siendo una de estas el combustible utilizado por todas las naves aéreas.
― ¿Hay más? ― preguntó Elizabeth con sus manos pegadas al vidrio.
―Creo que son siete torres vigías― respondió Sigurd.
―Pero yo solo veo una― dijo Theodor
―Las torres se encuentras separadas.
― ¿Por qué? ― volvió a preguntar Elizabeth.
― Son las defensas de la isla...
―Pero un dragón le ganaría a una torre― dijo Theodor visualizando la increíble criatura volando alrededor de la torre lanzando llamaradas.
―Aunque no son buenas atacando, el material con el que las construyeron es lo suficientemente resistente como para aguantar los ataques de un dragón por un tiempo.
―Pues, pues el dragón puede ignorarla y comerse a toda la gente― respondió Theodor haciéndole mala cara a Sigurd.
―Por eso mismo están separadas― sonrió Darthañan no pudiendo aguantar entrometerse en la conversación.
―Deben de tener algún mecanismo technomágico que les permite desplegar un campo de fuerza― explico el humano satisfecho con la conclusión a la que llego con tan poca información.
―No es Technomagia ni magia― dijo Sigurd sacándolo de su complacencia ―Se trata solo de tecnología. Ninguna de las especies de Kinzoku es diestra en technomagia.
―Si yo fuera un dragón si podría ganarles a esas torres― dijo Theodor pegando su cara al vidrio al igual que su hermana.
Frigglene llego a donde estaban todos reunidos y colocó las meriendas a un lado. Pasando a Darthañan y a Sigurd se acercó a donde los dos pequeños y agarrándolos a los dos les dijo:
―El vidrio está sucio. No pueden andar colocando sus caras en todo lo que ven.
―Si mami.
―Yo no le tengo miedo a las cosas sucias.
Respondieron Elizabeth y Theodor respectivamente.
―Yo sé que no les tienes miedo― respondió Frigglene bajando a los dos al lado de la mesa donde habían desayunado.
―Pero me preocupa que las bacterias te hagan más débil que los otros niños― dijo la vampira agarrando una servilleta y empezando a limpiar la cara de Elizabeth.
Theodor al escuchar a su madre se puso pálido. Si algo buscaba era ser más fuerte, no más débil.
―Mami límpiame a mi también― imploro Theodor pegando su cuerpo al de su hermana.
Al cabo de unas horas pasaron por encima de las murallas de Kinzoku, observando a cada lado del domo una torre vigía a la distancia. Ambas estructuras se veían mucho más imponentes de cerca.
Y cuando empezaba a atardecer apareció la capital de Kinzoku, Ciudad Gorudo. La colosal ciudad parecía tallada de una sola montaña. Todas las edificaciones en cada uno de los cuatro niveles de la ciudad estaban construidas de distintos materiales de roca o metal, con decoraciones hechas de placas doradas. Tres torres vigías rodeaban el descomunal capitolio que se alzaba por encima de las demás estructuras. Y a diferencia de las torres vigías que vieron antes, estas tres tenían unos cristales grises flotando sobre ellas. Parecían bloques de cemento sobre las torres.
A diferencia de Vorpiax, en Gorudo entraban y salían naves que volaban hacia distintos lugares. Y como pronto se pudieron dar cuenta los pequeños: la ciudad no tenía colores divertidos.
Una vez aterrizo la embarcación en el puerto Darthañan y Frigglene alzaron a los pequeños entre sus brazos. Aunque Sigurd se ofreció ambos padres prefirieron que el nerthus cargara las maletas. De ahí salieron a un hotel de seis soles, un rango intermedio, que tenía todo lo que necesitaban para pasar una buena noche. El siguiente vuelo que necesitaban saldría en dos días.
Una vez dejaron las maletas en el hotel el grupo salió en busca de un restaurante. Theodor y Elizabeth corrían alrededor de sus padres mirando todas las cosas nuevas. Criaturas de metal y roca caminaban por las calles que a medida que oscurecía se iban iluminando por los postes de luz que cargaban cubos que parecían diseñados para matar insectos. Estas criaturas eran Voidmaws y canogons. Los primeros de una naturaleza agresiva y los segundos bastante afables. Los canogons parecían golems con la apariencia de osos con caparazones de tortuga. Su característica distintiva consistía en que podían rotar sus muñecas y tobillos en 360 grados.
Cuando llegaron a la zona comercial que les había indicado el administrador del hotel, Darthañan y Frigglene escogieron un restaurante que servía comida para todo tipo de criaturas. El lugar no era muy grande y su aspecto austero podría hacerlo pasar por un bar. De hecho, Frigglene pensó que no era un lugar apropiado para los pequeños hasta que pudo ver más familias sentadas en el interior.
Una vez se sentaron a Darthañan le llamo la atención la conversación que estaban teniendo dos canogons adultos en la mesa detrás de él.
―En serio te lo digo. Las cosas han estado bastante extrañas últimamente.
―Siempre pasan cosas extrañas por aquí.
―No me entiendes. Estos últimos días todos nuestros productos han sido vendidos solo al departamento militar. ¿No has notado que parecen alborotados?
― ¿Piensas que se están preparando para una guerra?
―No me sorprendería. Juko, el supervisor en la fundidora, está casado con una chef en la mansión del barón Jinshu. Y al parecer una de sus compañeras le contó que había escuchado a Yaiban gritar en frente del barón que su hermano había sido asesinado.
― ¿Zihan?
―Ese mismo.
―Deben de estar exagerando. Zihan es de los guerreros más fuertes en Kinzoku.
―Por eso mismo te digo. Si de verdad asesinaron a Zihan lo más probable es que el barón se esté preparando para vengar su muerte.
―Pues disfrutemos de estos días. Si lo que dices es verdad cuando anuncien la guerra nos van a hacer trabajar como enanos.
―Jajaja
Escuchando las risas de los canogons Darthañan medito sus palabras. Como se estaban moviendo las cosas su familia estaría lejos para cuando la guerra estallara. Pero debía de haber alguna forma en la que podrían ayudar a Helvella. El barón de Lhimkio había sido muy generosos con ellos y a Darthañan le dolía no poder ser de ayuda. Su orgullo como noble lo llamaba a inclinar la balanza de la guerra en favor de su benefactor.
― ¡Papá, papá! ― gritó Theodor agarrando el brazo de su padre.
La mesa en la que se encontraban estaba tallada en la pared. Tenía forma circular. Los pequeños estaban sentados entre sus padres, Theodor al lado de Darthañan y Elizabeth al lado de Frigglene. Sigurd se encontraba sentado al lado de Darthañan.
― ¡Mira, mira humanos! ― volvió a gritar el pequeño señalando a una familia parecida a la de ellos.
Darthañan al estar concentrado en la conversación de los canogons se asustó el momento en que su hijo empezó a sacudir su brazo. Por esta razón Frigglene respondió antes que él.
―Ellos son enanos.
Theodor volteo la cabeza sin entender las palabras de su madre.
―Son una especie cercana― aclaró su madre.
―Eli vamos a saludarlos― dijo Theodor deslizándose por debajo de la mesa de granito.
Los dos pequeños llegaron a donde la familia de enanos antes de que sus padres pudieran reaccionar. Haciéndose amigos de los hijos de estos en un instante.
La cena prosiguió con tranquilidad y cuando terminaron volvieron al hotel guiados por las luces eléctricas que iluminaban las calles de Gorudo.
Una vez más la familia leyó una de las historias de Laxus antes de dormir.
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