48. El amor a veces duele
Te amaré mientras siga vivo. Sin importar lo corta o larga que pueda ser mi vida, parece que nunca encontraré el tiempo suficiente para amarte como lo mereces. Amarte me hace creer en la eternidad.
(Carta de Magnus a Alec, extra de The red scrolls of magic)
«“Gracias —Magnus miró a Alec cuando éste lo dijo—. Gracias por estar aquí, por haber estado cada día.”
La mirada de ambos era intensa y decía tanto. “¿Y dónde más estaría, mi corazón? Te amo, Alexander. Los amo. Todo va a estar bien.”»
Magnus quería tanto poder tener sus manos libres, pasarlas por ese hermoso rostro que parecía tan pacífico cuando debía estar muriendo de dolor, porque no podían usarse runas para él y no quiso que lo durmieran.
"Necesito estar presente, ya me ausenté demasiado".
Los ojos de Alec se cerraron tras las palabras de Magnus. Y había algo en su mirada, una decisión tan fuerte, que desgarró el corazón de Magnus. Porque él conocía a su valiente cazador, sabía de sacrificios.
Magnus quería tener un momento, sólo un minuto, para detener su magia y poder aferrarse a Alec, rogarle no hacerlo.
«Prométeme que si son ellos o yo, serán ellos tu elección. Te amo, Magnus, hasta mi último latido será así. Pero hay algo más importante que tú y yo ahora: ellos. Nuestros hijos. Promételo.»
Pero no podía. Por más que quería abrazarlo, besarlo, jurarle –incluso si no podía estar seguro– que todo iba a estar bien, no podía porque fuera de la burbuja de magia que Magnus había creado para ellos cuatro, siete contando a sus hijos, el infierno parecía haber comenzado.
Jem y Jace estaban luchando contra los demonios. Que eran cada vez más.
Era como si una grieta entre este mundo y el infierno se hubiera abierto.
«Necesitamos que estos híbridos nazcan para usarlos, sólo por eso vine. No van a sobrevivir sin al menos siete meses en tu cuerpo. Y tú, cazador de sombras, no vas a sobrevivir si esto sigue así. Ellos no pueden soportar las runas en tu cuerpo debido a su magia. Y tú estás muriendo lentamente porque es demasiada magia para ti...»
E
ra como si, a pesar de ser parte de él, los bebés y Alec fueran incompatibles. Y, a pesar de eso, Alec no hizo sino amarlos, luchar por ellos, vivir el tiempo suficiente para que ellos pudieran nacer...
Lo sabían, sabían que los demonios vendrían por ellos. Habían tenido un aviso –extraño que se hubieran tomado la molestia de avisarles que los querían, los necesitaban: "El futuro del infierno depende de ellos"–.
Ya desde que Robert les había abierto los ojos –porque si todos ellos podían sentir el gran poder y admirar lo especial de los hijos de Magnus y Alec, un cazador de sombras y un brujo, ¿por qué no lo harían los demás? Todos. Shadowhunters, subterráneos, el mismísimo infierno...– lo temían.
Simplemente no supieron qué tan grande sería esto.
Creyeron que tal vez tendrían tiempo. Que podrían nacer y crecer tranquilos. No tenía por qué ser así...
Asmodeus no dejaría Edom, su reino, pero tenía modos de llevarlos a ellos. Sus hijos, querían a sus hijos. Y Magnus podía imaginarse una posible razón:
"Hace falta energía para alimentar un reino. Nosotros tiramos del poder de lo que hemos dejado atrás, la gran ciudad del Pandemónium, el fuego en el que caímos, pero hay un momento en que la vida debe alimentarnos. Y la vida inmortal es la mejor de todas".**
Asmodeus no había tenido reparos en querer arrebatar su inmortalidad, la de su propio hijo, para alimentarse a sí mismo y a su reino, ¿por qué tendría consideración de sus hijos?
Los híbridos más poderosos que el propio Magnus Bane, si es que el demonio había dicho la verdad. Un milagro: híbrido de cazador de sombras y un brujo. Ambos varones. Sangre de ángel y sangre de demonio.
Aunque, ¿serían inmortales o Asmodeus los quería para algo más?
Un gemido de Alec sacó a Magnus de sus pensamientos. Miró, incapaz de hacer algo para ayudarlo, su rostro lleno de dolor.
Tessa y Catarina hacían lo que podían.
El rostro de Alec estaba perlado de sudor y Magnus no podía estar seguro pero de sus ojos fuertemente cerrados parecían escapar algunas lágrimas.
Sus manos estaban apretados en puños, como el corazón de Magnus.
Cuando el primer llanto se escuchó los ojos de Alec se abrieron y Magnus apartó la mirada de él. Incluso los demonios fuera de la burbuja de contención se detuvieron.
Era un niño. Tan pequeño, el cabello oscuro, tanto como el de Alec. Su piel pálida. Y la vibra angelical era evidente en él.
Magnus y Alec se miraron sólo un momento antes de volver de nuevo a su hijo. "Max" y ambos lo dijeron.
La magia de Magnus vibró con el siguiente pequeño que Tessa y Catarina sacaron. Era tal vez un poco más pequeño, su piel varios tonos más oscura, y su pequeña magia descontrolada buscaba a la de Magnus.
"Rafa. Rafa tiene tus ojos" Alec dijo, los suyos llenos de lágrimas.
"Recuerda lo que prometiste, Magnus".
Magnus se volvió para mirar a Alec cuando él dijo eso, se perdió el momento en que su hija apareció. —¿Qué...? ¡No! No, Alexander —¿y qué importaba si estaba llorando, gritando?—. No te rindas, nuestros hijos están aquí, tú estás aquí, tu familia ya viene... No te rindas, por favor Alexander... No me dejes, yo no puedo vivir sin ti, no quiero...
Elara no lloraba.
Elara era diferente.
Elara era especial.
Los ojos de Alec se centraron en los de Magnus. Él nunca habló en voz alta, no se creía capaz: "Puedes. Debes. Por ellos. No puedes dejarlos".
Porque no sabía si iba a funcionar. Elara, su pequeña niña especial, su brujita angelical, con esos ojos de gato que parecían de oro puro, se lo había prometido: "Va a funcionar, papi. Vamos a estar bien. Va a funcionar y estaremos juntos. Todos. Para siempre".
La puerta se abrió de golpe. Robert, Maryse, Isabelle, Clary y Simon se unieron a Jem y Jace. Y a Magnus no podía importarle menos.
Alec estaba llorando porque si no salía bien, este era el final. Al menos para él.
Pero no había otra opción. Ya no había mucho qué hacer. Iba a morir de cualquier manera, el demonio tenía razón, era demasiada magia para él. Su cuerpo resistió sólo porque su mente no estaba aquí, porque se obligó a hacerlo. Por sus hijos. Por Magnus.
Un sollozo se le escapó a Alec cuando sus labios se separaron para hablar, esto tenía que decirlo en voz alta, Magnus tenía que escucharlo, tenía que estar seguro de que fue real:
—No pienses —su voz rota, débil y los ojos de Magnus se inundaron de lágrimas escuchándolo— ni por un segundo que no te amo. Me diste los mejores momentos de mi vida, Magnus Bane. El mejor regalo, nuestros hijos. Y es por eso, y sólo por eso, que me atrevo a hacer esto. Perdóname si no funciona y si lo hace, tendré la eternidad para ganarme tu perdón. Te amo, Magnus. Te amo.
—N-No... —Magnus ni siquiera podía hablar, la contención de magia que había creado tembló cuando sus manos lo hicieron. Su corazón rompiéndose en anticipación.
Los ojos de Elara se abrieron. Como oro puro. Y ella era especial.
Los de Alec se cerraron y hasta el maldito infierno debió escucharse el grito de Magnus cuando el corazón de su Nefilim dejó de latir.
* * *
Por favor, lean mis notas 🙈
Primero, sepan que lloré escribiendo eso último 😭😭, ¿sólo yo?
Quedan el final y el epílogo. Ahora sí, ya no tardaré meses, lo prometo. Una disculpa enorme por eso, tuve semanas horribles últimamente y no había tenido tiempo para escribir este capítulo 💔, espero que valiera la pena la espera...
Gracias a quien todavía esperaba y lee ❤
**Este fragmento es de Ciudad de fuego celestial, las palabras de Asmodeus a Magnus cuando está por sacrificarse 😭
El inicio es de un extra de The red scrolls of magic, una carta que Alec le da a Magnus también en Ciudad de fuego celestial, esa escena en el tejado, "Si tú quieres, si lo quieres..." 😭❤
Esta historia la comencé el 30 de abril del año anterior 😱, prometo que tendrán final y epílogo a más tardar ese día 🙌
¿Qué final imaginan?
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