Capitulo I: Arrestada (Kira)
Desperté amarrada de nuevo. Maldita sea, ¿por que todos me querían atrapar? Hasta yo pensé que arrestar menores de edad era ilegal. Tenía las manos amarradas, una mordaza y los ojos vendados. Escuche voces hablando, pero realmente no ubicaba a nadie. Alguien me empujó, y su voz femenina resonó en mis oídos.
-¡Camina!
Maldita... ¿que creía que hacía? Ni que fuera su perro.
Después de varios empujones más llegamos a un lugar. Escuche aún más voces, pero no me atrevía a descubrir quiénes eran. Después de lo que me pareció una eternidad, me destaparon los ojos. Me encontraba frente al príncipe de Heiwoku.
Ok, puede que me sonroje un poco... pero es que no había manera de evitarlo. Era de estatura normal, era rubio y un poco moreno. Sus ojos negros como la noche brillaban como estrellas en el cielo nocturno. Me miró atentamente. No pasaba de los 17.
-Así que tú eres... ¿Kira Fasuto?
-Esa soy yo -conteste sarcásticamente.
-Majestad -remarcó el príncipe
-Como sea... -Puse los ojos en blanco. Vaya príncipe guapo y mimado. Si hubiera tenido mi pistola, ya habría muerto el desgraciado. Sonreí al imaginarme al monarca desangrando.
El príncipe empezó a leer un gran rollo de papel que una guardia le había pasado, mientras yo trataba de desatar mis manos.
-Quemaste una aldea entera, asesinaste 750 personas con solo una pistola, incluyendo a un duque muy importante... eso ya es pena de muerte.
"Como si tu madre no me quisiera muerta ya" pensé. El príncipe siguió hablando, pero solo me fijé en sus ojos moviéndose rápidamente, leyendo ese rollo.
Puede que haya matado al hombre que me había tomado de esclava, pero, eso no era nada comparado con lo que el me había hecho.
Sentí un jalón de mis cabellos, haciéndome mirar al príncipe.
-Te estoy hablando.
Me reí, ignorando el dolor que sentía de mi cabello levantado.
-Señor principito, usted no sabe lo que soy capaz de hacer...
Logré desatarme, pero sin que nadie lo notara. Empecé a mover mis manos, susurrando un hechizo. Llámame bruja, pero tenía que escapar.
Sentí una abofeteada fuerte. Maldito príncipe.
-Deja de pedirle a tus dioses pequeña, no lograrás nada.
-Nada es lo que tienes en la cabeza -escupí, terminando el hechizo.
Lo último que vi de ellos fue la ofendida cara del príncipe antes de desaparecer en varios destellos de sol.
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