XVII
Capítulo 17.
Es ese momento en tu vida donde cada recuerdo pasa tan rápido que no te da tiempo ni para pensarlo o grabarlo un segundo más en tu mente. Donde quedas ciego. Ciego ante las circunstancias. No oyes nada, más que tu inconsciente pidiéndote a gritos que sobrevivas, que no fuera el momento, que todo estaría bien. Mi mente golpeaba una y otra vez y el constante sonido que atravesaba mis oídos no me dejaba pensar con claridad. Todo estaba borroso, y sentía una impotencia golpeando mi pecho, constantemente.
No reaccionaba, apenas podía saber dónde estaba. Los recuerdos poco a poco iban regresando, unos con más fuerzas.
Se oían sirenas al fondo, traté de gritar pero apenas me oía, sentía que me estaba hundiendo en un hoyo sin fin, dándome cuenta que la cruel realidad estaba sobre llevándome en un segundo, en un pequeño lapso de tiempo y el remordimiento se instalaba en mi pecho. Miré a mi alrededor y estaba dentro del carro; sentía las gotas de sangre deslizarse por mi mejilla, también sudaba tanto que me estaba sofocando. Traté de girarme, de siquiera moverme pero me era imposible, estaba prensado y no alcanzaba nada. El alcohol, la adrenalina y mis torpes movimientos no me daban fuerzas.
Fue entonces cuando giré a mi derecha, ahí estaba ella. Con sus ojos cerrados. Con el pelo en su rostro.
—Sam —gemí al verla, tenía sangre en toda su cabeza, su cuerpo estaba inerte, la ventana rota y no se movía. Traté de llegar a ella, pero no podía. Había un rama que atravesaba el vidrio y se adentraba a su pecho, su cabeza estaba a un lado, apenas podía tocarla, apenas podía sentirla, pero estaba fría—. Estúpido cinturón —grité y traté de llegar al botón para quitármelo, pero no podía, forcejé pero era imposible. Entonces estiré mi mano para tomar la suya, que estaba suspendida, traté de tomarle el pulso pero no lo sentía, la sacudí y no reaccionaba. Me asusté, me alteré. Poco a poco logré saber que estaba perdiendo demasiada sangre, quería parar la hemorragia, pero estaba inmóvil, mis piernas me dolían, no podía mover mis extremidades—. No me dejes cariño, no me dejes. Prometo que ya nos sacarán de aquí, te lo prometo cariño, te lo prometo —solté unas lágrimas y cada vez sentía mi cuerpo más pesado. Hice un esfuerzo sobrehumano para poder llegar a ella y tomar su rostro entre mis manos, la sacudí, una y otra vez, desesperado. Le tomé de nuevo el pulso y no encontraba nada.
La sacudía y no reaccionaba, trataba de abrazarla pero no podía. Cada segundo sentía que me asfixiaba, que todo se descontroló desde que me subí al auto, desde que no pude reaccionar a tiempo para que el estúpido auto no nos impactara y nos desviara de la carretera. Giramos, no sé cuántas veces, paramos en medio del barranco, en medio de árboles. Dónde la más perjudicada fue ella, no yo. Yo debía estar así, no ella.
Mierda y mierda.
El dolor continuaba, atravesando mi sistema, en cada centímetro de mi cuerpo, en mi cabeza, en mi pecho, en mi cuello. Todo dolía, ardía, pero nada como si quiera pensar que podría perder a Sam, Mi Sam.
¿Qué hacía?
»Reacciona Sam, estoy aquí —pausé y deseé no llorar, deseé nunca haber tomado el volante y llevarla al mismo infierno conmigo—. No me dejes, no me dejes. Si te vas, no lucharé mi Sam, quédate conmigo. Ven conmigo amor, ven... dijiste que seríamos nosotros contra el mundo. Por favor, no te vayas —lloré amargamente y grité, una y otra vez, pidiendo ayuda. Uní mi frente con la chica a la cual amo, tratando de reanimarla, de que regrese conmigo, suplicándole a su oído que debía ser fuerte, que ella lo era. Lo había demostrado.
No podía hacer nada, sentía que ella perdía la vida entre mis manos, que yo era incapaz de cuidarla. Maldije y seguí gritando, impulsivamente, como si fuese una respuesta automática, mi defensa. Porque yo, yo había ocasionado esto, todo esto era mi maldita culpa.
Ella no debía subir a ese auto, yo no debí conducir sin estar en mis cinco sentidos.
No podía permitir que ella se fuera de mi lado, eso no estaba en nuestros planes.
Oía las sirenas más cerca y seguía gritando. Nunca solté la mano de Sam, me quería aferrar a la idea de que ella regresaría, pero tenía que saber que yo estaba con ella. Tenía fe en la vida. Me había dado el amor, no podía arrebatarmelo de esta forma.
Mi culpa. Mi culpa. Si la perdía, no habría otro culpable.
Oí voces lejanas pero sólo tenía un enfoque, una persona y era la mujer que amaba, inconsciente, perdiendo la vida ante mis ojos. Mi cuerpo perdía energías, apenas podía hablar, apenas podía ver siquiera lo que estaba pasando afuera de esto.
No cierres los ojos Devon, no te lo permito, te lo prohíbo.
—Tenemos a dos heridos, repito, dos heridos —oí una voz, más lejana que nunca, como si fuese un susurro. Mis ojos pesaban y estaban por cerrarlos.
Dejarme llevar.
—No cierres los ojos muchacho, este día no te podemos perder.
Pero era demasiado tarde, de nuevo era todo negro y sólo podía recordar la imagen de Sam, que se repetía constantemente en mi cabeza, filtrándose en cada poro de mi ser. Ella, inerte, fría, cubierta de sangre y su mano entrelazada con la mía. Me dejé llevar, me dejé ir para mi peor pesadilla, perderla.
* * *
Lejano, distante, apenas audible. Una confusión que albergaba tu cuerpo. Traté de moverme pero me era imposible, la luz golpeaba mi rostro. Sentí como no podía respirar, en cómo alguien me ayudaba, en cómo sentía que me sacudía con fuerza. Giré a verme la mano, no estaba ella.
Busqué desesperado y escuché voces, no entendí nada. Tenía una mascada de oxígeno, mi cuerpo conectado a máquinas-
—Otra más, la estamos perdiendo, la estamos perdiendo.
Quise saber de quién hablaba. ¿Me estaba muriendo?
Enfoqué lo mejor que pude, reconocí que era una ambulancia, los paramédicos hablando por radio, indicando que ya estábamos cerca del hospital. De la otra esquina, un pequeño cuerpo, convulsionando y agitándose, pero luego regresaba inerte.
Estiré mi mano para poder tocarla, pero estaba tan distante. Mi mente me repetía la imagen de mi cabeza, donde ella no se movía, donde la sangre cubría su rostro y su cuerpo, donde ella parecía estar fría, inerte, casi muerta.
Cerré los ojos, espantando la memoria, tratando de acercarme a ella.
—Sam —hablé apenas audible. Su cuerpo era monitoreado por varias personas, traté de levantarme y llegar a ella, pero me lo estaban impidiendo—. Sam —hablé más fuerte y estaba entrando en crisis.
¿Y si nunca la volvería a ver?
Yo sólo quería verla, por última vez. Sus labios, sus ojos, su cuerpo, cada hermosa y simétrica mancha en su piel.
Por su perfil pude notar como estaba conectada a varias máquinas, tenía respiración artificial y sangre por todo su cuello, ropa y cabeza. Quería ir a su lado, hundir mis dedos en su cabellera, acariciarla y decirle que todo estaría bien, que jamás haría algo para lastimarla de nuevo, que podía estar segura en mis brazos. Pero era imposible, porque yo ocasioné esto, al único que pueden señalar, es a mí, yo soy el culpable, yo tengo la culpa y si algo le pasa, no sé qué haré.
Puerto Madero, Argentina. 15 de noviembre, 2018.
—Devon —susurró mi hermana, pero yo me negué a verla y me oculté bajo las sábanas de la camilla.
—No me iré de aquí, yo estoy mal —gemí de dolor y toqué mi pecho, mi corazón estaba a punto de explotar y lo único que quería hacer era desaparecer, sentirme mal.
—Te dieron de alta... estás bien —cogió mi mano pero yo la aparté.
—Yo debería estar en su lugar, ella debería estar levantándose de la camilla, no yo. No lo merezco —sollocé y me quité la sábana para poder verla.
Su pelo estaba recogido en un moño, se veía cansada. Pues fue la única que se quedó a cuidarme en el hospital. Me he negado a comer, bañarme e incluso levantarme de la camilla. No quiero ir a su habitación, no quiero verla en ese estado.
Han pasado ya varios días, mis mejores amigos han venido, mi madre intentó pero yo no quería salir, sólo mi hermana logró alcanzar darme un rayito de luz en esta oscuridad.
—No es tu culpa Devon —negué y solté su mano, ella bajó la mirada y me dejó el helado.
—Lo es, yo iba conduciendo, pude haber reaccionado —mi vista fue al pequeño florero de la mesita de noche.
Estaba siendo cobarde al no enfrentar la realidad, en no poder ver a mi novia, tampoco a aceptar que la vida me dio la oportunidad de vivir ese accidente. ¿Pero qué hay de Samantha? Ella no debió de estar allí, no conmigo. Y ahora está luchando para seguir con vida. ¿Cómo puedo continuar mi vida si ella no está en ella? La necesitaba, ahora y siempre.
—No Devon, no es tu maldita culpa. Él otro iba ebrio y los chocó a ustedes, él tiene toda la responsabilidad. No puedes culparte de lo que le está sucediendo a Samantha. Ella te ama, ella quisiera que siguieras con la vida y no te dejaras vencer. Ella cree en ti, está en esa camilla luchando por su vida, pero te necesita a su lado y en ese estado no creo que puedas darle fuerzas —la voz de mi hermana había subido de tono y me sentía pequeño ante ella, débil y vulnerable. Volví a romper en llanto, era tan fácil. Eran demasiadas emociones acumuladas.
No quería ir a ver a Sam, no quería ni pensar que ella estaba con vida gracias a una máquina. Que ni podía respirar por su cuenta y si algún día ella despertara, nunca podría moverse. Porque yo la condené a una vida artificial.
Mi culpa, mi maldita culpa. Yo debería estar allí, sufriendo, no ella. Su corazón lleno de pureza y amor probablemente no lo conocería el mundo.
—Ella se subió al auto, yo no quería, sabía que podía hacer una estupidez. No quería dejar que todo cayera en ella, ella sólo quería estar conmigo y apoyarme. Le hice una promesa y la incumplí, permití que la dañaran —lloré y limpié las lágrimas que caían por mi rostro, que me nublaron la visión.
Desde el accidente, Sam ha sido sometida a una operación porque el árbol contra el que impactamos, una de las ramas logró perforar su pecho y también a varias reanimaciones por sus paros cardiacos, vendada casi el ochenta por ciento de su cuerpo por los múltiples cortes y por último, sometida a una vida con máquinas porque está en un coma. Sam ha estado en cuidados intensivos desde entonces y la última noticia que supe, fue que aquí estaban sus padres y no tenía la valentía para enfrentarlos. Yo era al único que culpar. Lo sabía, no merecía amor porque destruyo todo lo que toco.
—Ve con ella Devon, debes estar con ella, mostrarle que estás a su lado —susurró y la miré directamente a los ojos, ella me sonrió con ternura y extendió sus brazos. Yo sólo pude acercarme lentamente y apoyar mi cabeza en su hombro. Llorando amargamente, recordando una y otra vez a Sam desangrándose, con sus ojos cerrados y sus labios fríos.
—La amo —apreté con mi mano la sábana, y me refugié en mí hermana.
Las redes sociales, el accidente, mi familia... Sam. Todo estaba en la completa mierda.
Mi familia expuesta, mi novia en una camilla...
¿Y yo? Yo sólo con un rasguño en mi frente, un cabestrillo en mi brazo izquierdo y terapia para poder mover de nuevo mi tobillo izquierdo.
—¿Por qué crees que ella se subió al auto Devon? Porque te ama y se necesitan mutuamente. Ella fue fuerte por tí, ahora te toca ser fuerte por ambos. Sam necesita saber que estás para ella y tiene una razón para volver —yo asentí y me levanté poco a poco de la camilla.
Tenía miedo, estaba petrificado. Apenas podía dormir porque las imágenes se repetían constantemente, martirizando, culpándome. Y no era necesario, sabía que lo merecía. Soy un maldito idiota.
Un maldito que no pudo frenar, que no pudo reaccionar a tiempo. Yo tenía razón... era mejor huir a amar.
* * *
Era como un ángel, recostada en la camilla, envuelta en vendajes, conectada a múltiples aparatos, sus latidos eran cada vez más lentos, su mano estaba fría, colocada en su estómago, como si fuese una princesa. Dejé la rosa junto a su lado, besándola y llorando.
Ella estaba así por mí...
Si pudiera retroceder el tiempo y evitar que se subiera al auto. Cerré mis ojos, no quería ni pensarlo. Porque no existe lo que hubiera pasado, porque pasó y no puedo remediar mis errores.
Cogí su mano entre la mía y la besé.
—Lo siento Samantha, es mi culpa, nunca debí dejar que te subieras, nunca debí exponerte de esa manera. Perdóname, perdóname. No fui el hombre que merecías, soy el culpable. Amor te necesito—lloré y me hinque, sin importar el dolor que mi cuerpo sintiera, sin poder detener las quemaduras que poco a poco me estaban consumiendo. Repetía y repetía las mismas palabras, ahí postrado, a su lado, sin moverme o intentar levantarme.
Quería su perdón, quería que abriera los ojos, que me dijera una palabra. Pero por minutos lo único que escuchaban eran sus pulsaciones, sus latidos y las enfermeras de fondo. No quiero que se vaya, no podía soportarlo.
»Te amo Sam, no me abandones. No lo hagas, tú lo habías prometido. Tienes que ser fuerte. Si me abandonas estoy acabado. Nos prometimos que cuando todo se fuera a la mierda, tú y yo estaríamos juntos, te necesito Sam, no puedes dejarme, no ahora. Yo incumplí mi promesa pero no lo hagas tú, podemos hacerlo. Lucha por tu vida y te prometo que cada día de mi maldita vida te cuidaré, pero regresa amor, por favor —con mi otra mano acaricié su cabello, me detuve a observar, a admirarla, porque ella era mi ángel y siento que estoy desprotegido, también ella, porque me desvié, porque no la cuidé lo suficiente. Mi ángel no abría los ojos, necesitaba ver sus ojos marrones para darme tranquilidad y paz, necesitaba sus labios que me dijeran que todo estaría bien y me daría un beso. Nuestro último beso fue antes del accidente y no quiero olvidar su olor, el sabor de sus labios y el tono de su voz. Vuelve, te lo dije en esa canción. Vuelve a mi.
La amo y me mata saber que no puedo hacer nada, que ella no está a mi lado, que no puedo escuchar su voz o las veces que me repitió que estábamos juntos en esto, nosotros lo estábamos, pero no podía ni pensar en ese momento. Por mi culpa, perdí una parte esencial de mí.
—¿Devon? —giré mi rostro para poder encontrarme a una mujer de ya cincuenta años, unos ojos verdes y de piel negra. Era su madre. Yo me levanté y maldije, porque estaba demacrado, caído y apenas reconocible. No era el divertido Devon, ahora sólo era lo que quedaba de él, antes de ser destruido.
—Señora Harlow —susurré y pude notar como había estado llorando, sus ojos la delataban—. Yo...
—No, no, puedes quedarte —ella me sonrió y dejó de verme para poder observar a su hija—. Ella te amaba Devon. ¿Y sabes? No es tu culpa, porque si algo caracteriza a Samantha y lo sé porque soy su madre, que nunca abandona lo que ella ama, porque lo hace de corazón—sollozó y tapó su boca con su mano. No sabía que responder.
—Yo... esto es mi culpa —susurré y besé por última vez su frente, dejando mis labios por varios segundos, como si los congelará y se volvieron una eternidad, nuestra eternidad.
—No es tu culpa... no es tu culpa. Son cosas que pasan en la vida. Pero quiero hablar contigo a solas —asentí y miré mi atuendo, no era el mejor, aún tenía la bata del hospital, mi cabestrillo y mi pelo más largo, mi barba sin cortar y cogiendo. Estaba en la mierda.
Salí con ella a la pequeña sala, siguiéndola, en silencio.
—Yo...
—Mi hija te ama Devon, con locura y yo quiero agradecerte todo lo que has hecho por ella. Por devolverme a mi niña, por hacerla feliz y hacerla amarse a sí misma. Por años se alejó de mí y ahora entiendo que Thomas la apartó para manipularla. Tu la ayudaste a salir de ese vacío y como madre, estaré en deuda contigo por sacarla de allí. Cuando nos fueron a ver aquella vez, Sam me dijo que había encontrado ela mor de su vida y el hombre con el que quería casarse y formar una familia. Me sorprendí porque tenía los ojos de enamorada y de ilusión. Tú le hiciste ver que tenía un futuro y ver su propia independencia. No sabes lo que te debo Devon, porque ella es feliz a tu lado y por eso necesito tu opinión porque eres la única persona capaz de conocer a Sam, mucho más que yo. Ella quisiera que tú tomaras esta decisión —no entendía sus palabras y cada vez era más confuso. Amalia estaba por llorar, sus manos temblaban mientras tomaba mis manos entre las suyas.
—Yo... no sé a lo que se refiere...
—¿Crees que Sam quisiera una vida artificial? —por un momento sentí que me faltaba la respiración, mis piernas habían perdido la firmeza y la pregunta recientemente formulada, divagaba por mi mente. No quería enfrentarme a esa decisión... no ahora, yo tenía fe—. Porque los doctores no creen que despierte y esperaré los primeros tres meses como es recomendado... yo no puedo ver a mi hija que está viva gracias a unos aparatos y sinceramente... no podría estar años y años a la espera de que un día ella regrese. Y si lo hace, será condenada a una camilla por el resto de su vida. Dicen que el impacto fue tan fuerte que perdió el control de su cuerpo, de todo ella. No sería la misma, no sería mi Sam.
Ella sollozó y no sabía qué hacer realmente, no podía consolarla, porque no podía hacerlo ni conmigo, la culpa seguía conmigo, me perseguía, arrasaba conmigo.
Sentí una palpitación, una que iba aumentando, una que me oprimía, que me dejaba sin respiración.
No... ella debía regresar. Pero yo la conocía, ella no quisiera una vida así. Y por una vez, pensé en ella, en qué haría si pudiera decidir. Ella no quisiera esta vida, yo la amo y sé cómo actuaría. No podía actuar egoístamente. La quiero para toda la vida pero no a su costo. Si era su decisión...
Una parte de mí decía que yo la esperaría el tiempo que fuera necesario, pero la otra parte, la parte más racional, me decía que la dejara ir. Yo la amaba, pero por ello respetaría su decisión.
—Ella no quisiera una vida artificial, sé que Sam es luchadora y ella...—se me hizo un nudo en la garganta, que no me permitía hablar. Miré a través del vidrio, contemplándola, quieta y tranquila—. Ella es una luchadora y si no pelea, hay que respetar su decisión, ella quisiera que la dejáramos ir—logré terminar y bajé la mirada.
No podía ni imaginar el día en que le quitaran la vida, menos sabiendo que pude haber detenerlo. Pero jamás la condenaría a vivir así, no cuando todo lo que ella irradia es pura vida. Ella es vida, ella es energía, es pureza y sobre todo, amor. Perderla, sería perder todo eso.
»La amo y si me tocará elegir, decido dejarla ir —susurré antes de caer al suelo y llorar.
Llorar porque sabía que ocurriría lo inevitable, que la perdería. Que ya la había perdido para siempre. Quería creer que ella se levantaría de esa cama, que correría a mis brazos, yo la besara y fuéramos a los próximos amaneceres. Pero no, ella estaba ahí, por mí, luchando por dar un último aliento de vida, que ya ni es por ella, es por una estúpida máquina.
—Entonces tres meses...
Miré al cielo y rogué por un milagro, un milagro caído del cielo.
La quería a ella, no quiero más.
—Tres meses —susurré, sin poder evitar derramar unas lágrimas.
Tres meses, tal vez con esperanza. Pero sólo tenía días contados para despedirme de ella, para memorizar, antes de dejarla ver y que mi corazón se desmorone de nuevo. Los pedazos caían, oía el eco, el eco de la culpa. La amo, el amor conlleva sacrificios. Yo no sacrifiqué lo suficiente por ella.
Porque la estaba perdiendo, por mí. Y no podía hacer nada. ¿Así siempre sería amar? ¿Perder a cada persona? ¿Era decir un adiós cada vez cuando el camino se sentía que iba a la recta final? No quería aceptarlo. Era el momento de decir adiós, adiós a mi segundo y mi gran amor. Porque eso era Sam, mi verdadero y gran amor. No sé si sería capaz de enamorarme de nuevo porque en ella había encontrado todo lo que necesitaba para seguir y buscar un futuro juntos. Sam me ha marcado por completo, me hizo el hombre que soy.
¿Así acaba esta historia? Aunque no quisiera, yo mismo lo había sentenciado y no creo perdonarmelo en la vida. Viviré atormentado por su recuerdo, su olor y sus palabras de amor. Te amo Samantha,
Puerto Madero, Argentina. 22 de noviembre 2018.
—Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella —esa mañana había decido visitar a Samantha, como cada día hago. Le narro historias, platico interminables horas con ella, incluso me quedo en silencio, viéndola, como si de un momento a otro, ella abriría sus ojos y me dijera que todo iba a estar bien. Pero así me encerraba, me perdía. Porque no quería ir al mundo exterior.
Todos querían saber más de mí, todos me señalaban como un alcohólico, como un idiota, estúpido, mal ejemplo y ególatra. No saben la historia, ellos no saben nada. No saben que el hombre que nos chocó, está muerto y a su paz se llevó a mi Sam.
Destruyen a mi familia, mi espacio, mi vida y mi entorno. No puedo ir por un café, porque quedo como el villano de la historia, el chico rico que logró salir de prisión por matar a su novia.
Pero no hay buenos ni malos, todos somos matices.
Fue mi culpa, me martirizo cada noche, durante los sueños, y también cuando despierto, cuando estoy de vuelta a este mundo; el culpable soy yo. Yo la dejé subir al carro, yo iba manejando.
No puedo siquiera buscar mi nombre porque encontraré más artículos de mierda. Y hay un límite, para todos. Yo estoy en el mío, donde cada vez que me miro al espejo no sé si soy el chico que dicen que soy porque mis acciones hablan por mí y no puedo creer que en sólo unos meses todo se haya ido, haya desaparecido. No sonrío, tampoco como.
La única preocupación constante que tengo es poder verla de nuevo a ella, quería aferrarme a una vaga esperanza que ella despertara y me abrazaría, me besaría y me dijera que nada nos podía separar. Alimentaba mi fe, mi convicción, cuando internamente sólo quería escapar de mi mismo.
La extrañaba y no había día en que imaginaba, cuando me quedaba dormido en este incómodo y duro sofá, que ella abría los ojos y me dedicaba esas sonrisas suyas que me hechizaban inmediatamente. Quería a Sam, quería despedirme, quería dejarla ir; pero de solo pensarlo me atemorizaba.
Dejé el libro por un momento y cogí ambas manos entre las mías, acariciándose, estaban frías. Suspiré y derramé lágrimas, como si fuese mi rosa y la estuviera regando, para que creciera más fuerte y más preciosa, si se pudiera. Pero ella seguía en esa camilla, sin poder decidir, sin tener una vida.
—Te amo y lo sabes Sam, y respetaría si tú decides dejarte ir. Si tú ya no quieres regresar a mi lado. Lo lamento y no quiero ni pensar el día en que tú te vayas, porque si ese día llega, sentiré que me faltará mi amor, porque ese me lo arrebataste mi Sam, te lo llevaste todo. Eres mi rosa Sam y no habrá ninguna como tú. Porque me entregué a ti, por completo. No quiero ni pensarlo, pero si tú quieres, vete Sam. Lo entenderé, no puedo ser egoísta y quererte a mi lado. Porque sé que estás con vida, pero no por voluntad propia, sólo estamos aplazando lo inevitable. ¿Verdad? Te amo, más que nada en este mundo y —puse su mano en mi pecho—. Esto latirá, no sé cuantos años más, pero lo seguirá haciendo por ti. Se siente una completa mierda, porque se supone que todo lo atravesaremos juntos y te necesito, pero tú también a mí. Y me siento vacío, perdido, ni sé quién soy. Sam, no puedo ser el hombre del que te enamoraste, creo que él se fue contigo... no me reconozco y lo único que quiero hacer, es escapar, irme lejos, encerrarme. No te pude proteger, ni de mí. ¿Y quién lo hará conmigo?
Lloré y lloré, no sé por cuánto tiempo. Me quedé helado, junto a ella, dejando pasar el tiempo. Esperando a la hora en que me tuviera que ir a mi realidad, la cual escapaba constantemente.
Todo caminaba en cámara lenta, en cómo la máquina empezó hacer un ruido insoportable, al principio no supe reaccionar; pero cuando menos lo esperaba,Sam se escapaba de mí, de la vida y de este mundo. Sonaba cada vez más fuerte, cada vez más perturbador. Llamé al botón de emergencia, porque el corazón de Samantha estaba dejando de funcionar y yo sólo podía verla, verla como se iba de mi lado. No sentí paz, sentí dolor... los doctores entraron a la habitación, me dejaron de lado y pensé en la primera vez que la vi, que la besé, que hicimos el amor... el día que le dije te amo y lo escuché de vuelta.
Cerré mis ojos con fuerza, porque no quedó en mis manos si la desconectara o no. Ella tomó su decisión.
Ella nos dejó.
Me dejó.
Dejó esta vida.
Y nadie podía evitarlo, porque es el curso de esta vida.
Me tocó decir adiós, aún en silencio, en mi mente, sin que nadie lo escuchara; mientras envolvían el cuerpo de Sam en una manta. No hubo tiempo de un adiós viéndose directamente a la cara, profundizando en los ojos si realmente era lo que queríamos. Sólo fue repentino, brusco... algo que al final, me dejaría otra cicatriz, otra herida que quedará permanente en lo profundo de mi corazón, con una simple palabra.
Samantha.
Tocaba seguir ahogándome con mis propias lágrimas, con mis pesadillas y despedirme de mi segundo y gran amor. Esto nunca debió pasar... tal vez ella hubiese estado mejor sin mí.
Te amo. ¿Por qué duele tanto amar?
N/A 2022: me paso de mala gente, qué onda conmigo que me gusta matar personajes queridos. Con amor, Bry.
Tengo una curiosidad; ¿alguien aquí le sigue cayendo mal samantah?
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