XXVII
Capítulo 27
Una flor rosa creciendo en la adversidad, tomando su pecho y aliviando su dolor. Donde se guarda nuestra alma y corazón, algo fue quitado para que la esperanza de una nueva vida crezca, dejando dos cicatrices de la gracia ante la vida, una señal de persistencia y lucha continua contra nuestros propios temores. Tocó la campana, salió como una heroína. Rozó el velo de la muerte pero renació... no se dejó vencer. No dejó de ser ella, ni menos madre ni menor mujer, aunque le llevó tiempo entender que su flor volverá a nacer. Rosa de la muerte pero de su feminidad, difícil de distinguir. Un corte, espinas y una rosa que no se dejaría marchitar.
Madrid, España. 1 de enero de 2011.
Me miré al espejo por primera vez, había tenido miedo de enfrentarme a la realidad. Estaba sola en la habitación blanca del hospital, tenía contra mi cuerpo la toalla que cubría mi desnudez, me la quité poco a poco, cerrando los ojos. Me dolía estar de pie, sentía mi cuerpo pesado pero debía hacer esto por mí.
Tenía el espejo delante de mí, con mi reflejo pero me negaba a observar. Volví a cerrar nuevamente la toalla, apretándola contra mi pecho que ardía.
El día que nació Melody, sentí mi mundo derrumbarse, no tenía a mi hija ni por veinticuatro horas y me fue arrebatada y tuve que ser sometida a una cirugía. Pasé el día de mi cumpleaños dormida, luchando por mi vida. En la víspera de año nuevo pude abrir los ojos por completo, sintiéndome cansada.
Cuando el reloj marcó las doce, estaba abrazada a Daniel en la camilla mientras lloraba, sintiéndome menos mujer cuando sentí un vacío en mi pecho.
Lo sentía porque tenía el vacío en mi corazón pero me rehusaba a ver la realidad.
Pedí un momento a solas para enfrentarme a mis miedos. Cuando abrí los ojos lo vi por primera vez: dos líneas rosas, plano... ya no estaban mis pechos.
Se habían ido y no me sentía yo, me sentía una intrusa. La mujer enfrente mío no era yo, era un reflejo vacío y triste. ¿Qué te hizo tan miserable?
Odio sentirme menos mujer porque eso no me define pero sentía que me habían arrebatado parte de mí. Sabía que era lo correcto, debía luchar para vivir y aún así el médico dijo que debía someterme a tratamiento.
Debía seguir luchando pero no tenía fuerza y no me gustaba lo que miraba al espejo. Tenía la mirada vacía, pálida... no tenía la misma vitalidad. Mi cuerpo aún tenía los gordos del embarazo, la piel reventada y colgando en mi panza baja; las estrías estaban por mi cadera y piernas.
Odiaba tener inseguridades porque no debía tener una batalla interna conmigo. Sabía que era hermosa pero no lo sentía. Me estaba mintiendo y me derrumbé en el suelo llorando.
No era yo... lo que reflejé en el espejo era una mujer insegura y débil, no la fortaleza que me caracterizaba. Lloré y me dolía el pecho, me esforcé de más y era una dulce tortura que me hacía olvidar
Tengo miedo de caer, de mirarme y perderme en mi mente. Enloquecer y no seguir. Quería los brazos de Daniel para sentir consolación pero a la vez lo quería lejos y que no sintiera asco por mi.
Era demasiado.
Fueron minutos pero yo sentí horas cuando entró la enfermera a ayudarme a levantar, yo me dejé hacer sin ánimos.
Me vistió porque no tenía fuerzas y no quería hacerlo.
Allí fue donde escuché las voces por primera vez, diciéndome que no era suficiente. Cerré mis ojos intentando que desaparecieran, pero vi la muerte en mi espalda con mi hija en sus brazos. Grité pero cuando volví a abrir los ojos ya no estaba.
Madrid, España. 2 de enero de 2011.
Me habían venido a visitar todos pero me había irritado, no hablé y sonreí con hipocresía. Las voces de todos me molestaban porque predominaban las voces de mi cabeza.
Todos querían conocer a la nueva integrante de la familia. Todos decían que era hermosa, que era igual a mi o a su padre. Yo no decía nada y no me atrevía a mirarla, me hacía querer vomitar.
Me dijeron mamá pero no me sentía como una. Había tenido a mi hija una vez en mis brazos, y no la quería de vuelta. Yo no era su madre, era una desconocida.
Cuando la enfermera quiso poner a mi hija en brazos, instintivamente dije que no, la alejé de mí y lloró. Su llanto era detestable y tapé mis orejas. Las voces se acumulaban, me preguntaban si estaba bien pero no lo estaba.
Grité para que todos se callaran, me vieron plausible sin saber qué decir. Pedí que todos se retiraran de la habitación y nadie dijo nada. Me habían dejado flores pero las tiré en el bote a mi lado.
Daniel quería hablar pero le dije que tenía sueño y me recosté en la camilla, sin poder dormir, sin comer en todo el día y con las mismas voces en mi cabeza, repitiendo mi nombre. Cerré mis ojos con fuerza, de nuevo la imagen de la oscuridad, arrastrándome al fondo de la habitación, alejándome de las personas que amaba.
Madrid, España. 3 de enero de 2011.
Intentaron darme a mi hija en brazos y entré en ansiedad, mis manos temblaron, cuando miré el rostro de mi hija volví a cerrar los ojos. No quería verla, no quería encariñarme si luego ella me odiaría.
Odiaba esta versión de mí y ni siquiera podía cargarla bien. Me dolía el cuerpo, estaba irritada, no comía más que una pequeña gelatina. No me había bañado desde hace dos días porque no me quería levantar de la camilla.
Anoche Daniel había dormido conmigo pero no dormí ningún segundo y sus brazos ya no sentía la misma seguridad, ahora me sofocaban. Él quiso hablar pero yo no quería, y fingí que tenía sueño para no enfrentarme a la realidad.
Daniel tenía a la pequeña en brazos, en el sillón a la par de la camilla mientras le daba fórmula. Se miraba feliz, miraba a Melody con admiración y amor, yo solo hice una mueca.
No la quería aquí pero no sería yo quien rompería la ilusión de Daniel. Era un buen padre, contrario a mí, que no quería y la detestaba desde el fondo de mi ser y no entendía ese sentimiento. Debía de amar a mi hija, era lo que toda madre debe de hacer pero no para mí... ahora solo quería hacerla desaparecer.
Era algo inexplicable, debería sentir amor pero sentía odio, debería estar feliz pero contaba los días para salir de aquí. Debería querer carga, no perder ningún segundo a su lado pero no...
Daniel me hablaba mientras le daba de comer a nuestra hija, yo miraba la ventana y me hacía la loca.
No me digné a verla, no podía verla a los ojos. Si la miraba probablemente me quebraría. No quería que me amara de esta manera, ella no merecía esta versión. No soy digna de sostenerla... ni amarla. ¿Cómo le podría entregar la vida entera si me sentía una extranjera en mi propio cuerpo?
Ella no merecía esto, no merecía mi desprecio pero aún así era lo único que iba a dar. Me frustraba sentirme así y no poder hacer nada al respecto.
Sentía un vacío y no entendía porque debería estar feliz: tenía un hogar, un novio que me ama y una hija. ¿Qué más puedo pedir? Pero no me sentía así... Quería tocar el cielo con mi mano aunque sabía que era imposible. Ahora venía una tormenta, nubes que tapaban el sol y mi vitalidad. Me sentía sola pero no lo estaba.
La bebé empezó a llorar y yo solo hice una mueca de asco. No tenía la fuerza ni la voluntad de verla o querer estar con ella. La quería lejos y yo poder escapar.
—¿Puedes sacarla de la habitación? — estaba irritada y no debería, soy su madre, debería amarla y quererla conmigo siempre. Debería pero no. No sentía esa energía ni el instinto materno que hablaban los libros, miraba a mi hija y quería que la alejaran de mí.
Sentía odio por mí, por todo... y me siento mala persona por pensar así. No podía quitarme esa imagen de la cabeza... pensando que ella me estaba arrebatando todo.
—¿Estás bien amor? La bebé solo quería salu...
—Sácala — dije tajante, seria y le di la espalda.
Me odiaba, no me quería ver a un espejo, no quería levantarme de la camilla, no tenía apetito y lo único que quería era desaparecer.
Era un año nuevo, tenía miles de oportunidades y varias razones para ser feliz, pero no lo era. Era decepción, angustia, incertidumbre... ansias y todo me parecía aburrido.
—Amor, ¿estás bien? — yo no me giré para verlo, no quería que él me viera. Debía alejarse.
—Vete... —
—Pero...
—Que te vayas Daniel, molestas con tu presencia.
No quería que se fuera, internamente me reprochaba por ser una perra con él pero no quería soportarlo, quería estar sola y despejarme. Su voz era molesta, cualquier sonido, en general, lo era.
—Te traeré un pequeño pastel ¿si? — y se fue de la habitación.
Sentí un minuto de paz pero de nuevo venían las voces atormentándome, sentía una ansiedad. Cerré los ojos para hacer desaparecer las voces pero no se iba.
¡Déjenme en paz!
Y entonces sentí unos brazos rodeándome mientras estaba en posición fetal en la cama y jalándome los pelos con desesperación. No sabía en qué momento había empezado a llorar
—¿Estás bien?— cogió una de mis manos, alejando mis manos de mi pelo y entrelazando nuestras manos. Yo no me sentía tranquila, sentía mi corazón ir a mil.
—Perfectamente— susurré y solo no le miraba y me tapé con la sábana. No quería que me viera, esta no era yo, esta no era la mujer que él amaba. Era una ridícula...
—¿Quieres darle de comer a Melody? Nuestra hija te extraña y yo también.
—No... no quiero verla y la quiero lejos pero sí te extraño a ti — susurré con lágrimas.
Había imaginado miles de escenarios mientras esperaba a Melody, y nada era igual. Era una mala persona por odiar a mi hija, porque en ese momento me sentía así y odiaba ese sentimiento. Se supone que esto sería lo mejor de mi vida, de tener a mi hija en brazos y sentirme la mujer más afortunada pero no. Era una carga, así lo sentía.
—¿Qué te parece si iniciamos de cero? Ana puede venir, a que te arreglen, te maquillen... te compro tu comida favorita y te abrazo toda la noche mientras mamá ve a Melody — yo negué—. ¿Qué quieres?
—Nada... no tengo fuerzas ni ganas de nada y quiero estar sola.
Lo estaba alejando, sin saber porque pero no tenía ganas de nada.
Todo parecía exhausto, desde mi parecer. No había ningún sentido.
—Amor me preocupas, puedo llamar a una psicóloga— y justo cuando dijo eso me puse a la defensiva y lo empujé lejos de mí haciendo que cayera en el suelo porque lo tomé desprevenido.
Me dolió el pecho cuando lo hice, no debería esforzarme pero fue algo automático en mí. No quería lastima, no quería compasión ni consuelo. Quería mi vida...
—Vete Daniel, me irritas — y pulsé el botón de emergencia porque lo quería afuera.
Y lloré cuando se fue, cuando me lanzó esa mirada de desconcierto.
No sabía lo que me estaba pasando pero no quería a nadie en éste instante.
Y cuando estuve "en paz" las voces me volvieron a atormentar, una y otra vez, no se callaban, aunque llorara y le pidiera que se alejara
D A N I E L
Habíamos vuelto a casa pero nada cambiaba. Gabriela no había sostenido a Melody y no hablaba. Yo quería ayudarle pero ella rehusaba mi tacto...
Y pensé que al venir a casa, en las cuatro paredes que nos daban seguridad, todo cambiaría pero todo empeoró...
En los días se sentaba en la alcoba, no se bañaba por días ni se lavaba la boca, me tiraba el plato cuando quería darle de comer. Parecía encerrada en sí misma, con la mirada perdida.
Y luego era su punto de quiebre, antes de dormir, me abrazaba y me pedía perdón. Dormía abrazada a mi pero no me dirigía la mirada, solo lloraba en mi pecho por horas, antes de quedarme dormida. Yo no podía conciliar el sueño porque justo se despertaba Melody y debía atenderla porque Gabriela odiaba sus gritos, odiaba sus llantos y odiaba todo lo concerniente a ella.
Debo ser paciente, o eso me repetía pero pasaban días, semanas... hasta completar el mes. Era un ciclo lleno de gritos y desesperación. No sabía qué le pasaba a Gabriela y era impotente saber que no podía hacer nada por ella porque no sabía cómo.
Un día noté como Gabriela estaba desnuda frente al espejo, hablaba con ella misma y lloraba al ver su cicatriz. Le dije hermosa ese día, y se levantó dejándome con la palabra en la boca "No me digas mentiras", me dijo antes de marcharse.
En las noches ella no dormía bien, las pesadillas la atormentaban, cuando le preguntaba me decía que las voces no la dejaban en paz. Quería llamar a una terapeuta pero ella se rehusaba a recibir ayuda.
"Tu y yo, no necesitamos a nadie más" me repetía aunque era mentira. Ella necesitaba ayuda para amarse y volver a ser feliz.
Un día colapso en el suelo llorando, se repetía que no era suficiente, que no sabía quién era y me suplicó abandonarla. La abracé por horas, hasta que durmió.
Cada día que pasaba era más cansado para mí, la amaba pero no quería esta vida para siempre y me sentía un idiota por pensar en mí.
No estaba siendo feliz, era miserable.
No había amor, era un ambiente pesado.
Hasta que el treinta y uno de enero todo explotó, me desperté a media noche al no sentir a Gabriela durmiendo a mi lado, la busqué por todo el lugar hasta que le encontré en la habitación de Melody
—Todo estará bien bebé... tú estarás mejor sin mí — repitió y tenía una almohada en su mano mientras la colocaba encima de Melody. Inmediatamente la aparté y la sostuve de ambos hombros. Estaba aterrorizado, no sólo ponía en riesgo su salud sino la de mi hija.
—¿Qué estás haciendo? —grité desesperado, mis manos temblaban. ¿Ella quiso matar a...?—. Gabriela, respóndeme — ella solo aguado su mirada, empezó a temblar rápidamente.
—Ella me odia porque no la he cargado y yo no soy lo suficiente mujer para ti ni suficiente madre para ella. Solo quería librarla de tener a la peor madre del mundo — y la abracé aunque estaba temblando, temblando en que por su mente pudiera querer hacerle daño a su hija.
Fue mi patada a la realidad, ella necesitaba ayuda urgente. No podía ignorar que estaba mal, que alucinaba.
A media noche la tomé en brazos y le di una ducha, vi cada herida que ella se hacía en su cuerpo y lloré mientras ella me repetía perdón una y otra vez.
No se como llegamos hasta aquí, no sé en qué momento se acabó el amor. No sé en qué momento la perdí...
Ella no era la mujer que amaba, dormía con una desconocida.
Pero no debía rendirme, no debía rendirme en mi familia.
Lo he intentado por muchos días pero debía frenarlo, esto me estaba haciendo daño y ya no era feliz. Se supone que debo ser el fuerte en esta relación, apoyarla y saber cómo actuar.
Me siento inútil y que estoy solo. Debería ser la etapa más feliz de mi vida, debería estar de rodilla pidiéndole que se case conmigo y forzar una familia pero no... estaba completamente solo.
Yo me encargo de nuestra hija y me encargo de ella...
Entonces al amanecer la llevé con la terapeuta. Le expliqué lo que había pasado y como Gabriela había intentado asfixiar a Melody.
Entonces todo encajó... psicosis del parto, por eso no dormía, no comía, alucinaba, se hacía daño y había intentado lastimar a Melody.
Ella me pidió paciencia.
Me hizo entender que la depresión post parto en la mujer después de dar a luz, es algo que no muchos entienden pero ella me necesitaba.
No voy a mentir y decir que no pasó por mi mente correr, tomar a mi hija y abandonarla, probablemente porque no estaba durmiendo bien pero no lo haría. Hice una promesa, no en el altar pero prometí no correr en la adversidad, en amarla. Ella me necesitaba, esto no era su culpa. Debía luchar, así como ella ha luchado por mí, yo lo haré por ella. Sería un cobarde si tomo la salida fácil.
La quiero ayudar y proteger, sobre todo protegerla de ella misma.
Tengo miedo de despertar un día y no tenerla a mi lado. Sé que me aleja e intenta aislarse pero no voy a permitir que ella se pierda en sí misma. Quería que supiera lo hermosa que era, lo suficiente que era ella.
Estábamos juntos, debía ser fuerte. Quiero casarme con esa mujer, quiero seguir teniendo una vida a su lado y que mis pasos me guíen al norte donde ella se encuentra.
Pero por primera vez me permití llorar y ser libre con mis emociones. También importaba como me sentía y debía también desahogarme y no reprimirme ninguna emoción. Era mi espacio libre, donde podía desahogarme, maldecir e incluso desear que todo fuera diferente. Mi psicóloga no me juzgaría.
Lo he pensado y me siento una horrible persona por decir que Gabriela era una completa egoísta que no pensaba en mí. Me sentía impotente porque no estaba siendo considerado en esto y sufría las consecuencias.
Y me sentía un genuino idiota por pensar así porque es ella quien tiene cáncer, es ella quien está lidiando con una enfermedad mental... ella es la que está rota y no lo quiero.
Quiero a mi novia de vuelta, a la mujer que me enamoró: la mujer fuerte, hermosa, valiente, perseverante y sensible. Ahora tengo a una desconocida a mi lado, que me cierra la puerta y me da la espalda, quien ya no reacciona a mis caricias y se oculta bajo su escudo.
¿Quién era ella? En este instante es la mujer que amo y debía tener mi apoyo incondicional, se lo prometí y no rompería una promesa. No debía casarme con ella para preservar mis votos y cumplirlos. Ella es la mujer que amo, la mujer que me ha apoyado, que ha renunciado a cosas por estar a mi lado y la única que me ha amado y perdonado cada error.
Debía luchar, todo esto era una tormenta. Nada era para siempre.
Entonces tomé la decisión de quedarme a su lado, y no me arrepiento de la decisión porque esto me llevará a donde estoy. La escogí desde que la vi bailar en la plaza, desde que la besé por primera vez y le dije que la amaba; y así la seguiré escogiendo. La amo, la amo con mi maldita vida y debo estar.
Pasé horas en una biblioteca investigando sobre la depresión post parto, sobre el cáncer y la maternidad. Poco a poco la fui entendiendo mejor. Busqué mil soluciones, no me quedaría de brazos cruzados, no dejaría que la mujer de mi vida se derrumbara.
Y empezó la terapia, una ilusión de que probablemente todo mejoraría. Yo iba a terapia, me iba informando del proceso de Gabriela y eso me hizo recobrar fuerzas. Fui más capaz de ayudarle y entenderle, no llorar y ser más paciente con el proceso. A Gabriela la vi más abierta, también involucré a nuestra familia, porque solos no podíamos.
Gabriela recibía visitas de sus hermanos, eso la puso feliz. Mis mejores amigos nos llevaban la comida los fines de semana y por esos días todo parecía normal y que recuperaba a la mujer de mi vida. Las noches eran más complicadas, debía repetirle una y otra vez a Gabriela que la amaba. Ella me preguntaba todas las veces y cada una de ellas se las afirmaba.
Por dos meses fue a rehabilitación, a un retiro. Los médicos me dijeron que iba mejorando con las pesadillas y el baile la ayudaba pero ella no podía hacer mucho esfuerzo desde el parto y la operación pero que probablemente la música sería un buen método de ayuda para sus episodios.
Aún no me dejaba tocarla y como mecanismo de defensa, no le demostraba afecto físico. No me gustaba sentirme rechazado. Pero la entendía y era paciente porque era su proceso y debía respetarlo.
Noté los cambios de su cuerpo, aunque ella no le gustaba, yo buscaba adorarla con palabras.
Después de unas semanas vi la primera sonrisa, lo que yo nunca imaginaría fuera que sería una mentira... Su primera sonrisa fue porque le dije que su pintura estaba linda cuando la verdad era horrible. Pero sonrió... y eso me motivó. Me hizo cobrar esperanzas perdidas.
Una mentira que nos llevaría a nuestro punto de quiebre.
Pero me cegué al verla cargar por primera vez a Melody.
—Es preciosa nuestra hija — dijo Gabriela, con una sonrisa en sus labios y meciendo a la bebé—. Es tan pequeña, tan hermosa... tan nuestra.
—Sí... te ha esperado paciente — susurré acercándome a ella y Gabriela sonrió. Cinco meses después, por fin la había cargado y había sonreído.
—La amo... ¿estás seguro que no me odia? Soy la peor madre del mundo — yo negué y acaricié su mejilla para limpiar la lágrima que salía de sus ojos.
—No lo eres, ella te ama y te adora, mi amor. Ambos somos tu familia y como familia, no nos vamos a rendir fácil. Eres mujer, eres madre y eres suficiente. Luchaste contra tu mente, tu cuerpo y un cáncer. Te hace la mujer más fuerte del mundo.
Ella sonrió y se acercó a mí para dejarme, después de mucho tiempo, un beso en mis labios. Yo sonreí automáticamente. Sentía que la estaba teniendo de vuelta, después de mucho dolor.
—Te extrañaba y extrañaba tus labios.
—Te amo, gracias por no abandonarme — asentí y solo la abracé por atrás mientras ella tenía a la bebé en brazos.
Fue el primer momento de paz...después de meses de turbulencia.
Ya no tenía la misma energía y luz que antes, pero iba mejorando. Luchaba en rehabilitación.
El médico la dejó ya bailar con más tranquilidad y entonces cuando bailaba, volvió a demostrar paz.
La primera vez que la vi bailar tenía ojos llenos de dolor, y su cuerpo demostraba que estaba luchando. Ahora la vi volver a bailar en el salón, con menos fuerza pero con más emoción. No sabría describir lo que ella estaba sintiendo. Solía no abrirse mucho respecto a sus emociones pero la estaba recuperando.
Al terminar de bailar aplaudí y le sonreí.
—Hermosa.
Sonrió un poco y por primera vez me dijo que se sentía hermosa. No pude evitarlo y solo la abracé con delicadeza y lloré.
—Poco a poco estás de vuelta — y lloré en sus brazos mientras ella me besaba y me afirmaba que no se iría.
Le creí... fuertemente. No quería soltarla, no quería que se perdiera. Fueron los meses más difíciles de mi vida...
Ver morir a la persona que amas aunque duele, recobras paz al saber que no sufrirá y el cielo se ganó un ángel pero ver perderse a la mujer que ama... es un sentimiento inexplicable... no podías hacer nada y eso era lo peor porque estaba contigo sin estar contigo.
Lo vi con Gabriela... y ahora la veo renacer.
—Intenté luchar, te lo prometo — me dijo en mi oído y entonces besé su pecho mientras la abrazaba y ella se estremeció.
—Aún me cuesta...
—Lo sé pero eso no evita que te adore y te ame con cada fibra de mi ser. Eres la mujer más hermosa y la mujer que amo...
Entonces vi su mirada dilatada, no sabría descifrarlo pero me besó los labios con más necesidad.
Me pidió que le hiciera el amor pero se arrepintió.
Paciencia... hasta el momento fue lo que nos hizo permanecer.
N/A: nunca había abordado un tema de salud mental en mis novelas y de una parte quería crear consciencia y abrir mi corazón. Una persona que yo amo desarrolló depresión post parto y antes de eso no entendía la importancia de hablarlo, sino fue hasta que vi a mi familia tener que informarse para poder ser una red de apoyo a la persona que nos necesita. No es un proceso fácil, se necesita mucha empatía, amor, perseverancia para poder ayudarla. A veces es tan fácil, yo también juzgué hasta que me informé. La maternidad no es solo color de rosa, es difícil. El cambio físico, hormonal, psicológico de la mujer cambia... y afecta.
Me tardé años en escribir este capítulo porque tenía mucho en mi cabeza y quería que este capítulo demostrara cada etapa de Gabriela en su proceso de sanación.
La salud mental se debe hablar, es importante y debemos siempre estar en el proceso de sanación.
No sé quien necesita escuchar esto pero no estamos solos. Si tienes una persona que amas y esté en su punto de quiebre, hay que tener paciencia y buscar formas para ayudarle de la mejor manera. Todos tenemos procesos distintos.
Otro punto es: PREVENCIÓN. Un chequeo anual siempre puede salvarle la vida a alguien.
Los ama, Bry.
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