Maratón 2/3.

Jessamine llegó a Estados Unidos mediante un traslador de larga distancia, que la dejó justamente en su hogar. Sabía que su marido llegaría pasadas las ocho de la tarde, cuando terminase su jornada laboral en el MACUSA, puesto que tenía un importante cargo en el Departamento de Misterios, como jefe de departamento. Era su rutina de siempre. Por esa misma razón, preparó su cena favorita con los elfos ayudándola.

Al menos, haría de esa conversación una mejor si podían tener una cena más bien íntima a la luz de la luna. Preparó toda la velada en el jardín, intentando así mantener la cabeza ocupada después de la tensa conversación que había mantenido con Narcissa aquella misma tarde. Las velas no faltaron en la mesa, que iluminaban los platos que ya reinaban en ese mueble. El alumbrado del porche interior, donde siempre solían cenar las noches de verano cuando Hermione era pequeña, iluminaba lo suficiente como para que el matrimonio pudiera verse mientras cenaban envueltos en una paz realmente necesaria.

No se dio cuenta que su marido había llegado hasta que uno de los elfos que les servían avisó que su amo había llegado. Entonces, Jessamine se acercó a la entrada de la mansión, para saludar a su marido.

—Querido —murmuró, tras besar los labios impropios—. Preparé una cena en el porche interior, acompáñame.

Jacques, de orígenes franceses pero con residencia americana desde varias generaciones atrás, siguió a su elegante esposa hasta el jardín, encontrándose con una cena deliciosa que sabía que había sido obra de Jessamine, pues era quien cocinaba siempre que tenían una ocasión especial, que era digna de meterse en la cocina y pasarse horas cocinando.

Cenaron entre conversaciones, risas y muestras de cariño, que siempre se guardaban para cuando estaban solos. Pocas eran las veces que se veían cariñosos en público, pues esa no era la educación que habían recibido durante sus respectivas infancias, inculcada por sus respectivas familias. No obstante, Jacques Picquery conocía muy bien a su esposa y sabía que algo había sucedido.

—Querida, qué sucedió.

Jessamine, de soltera Selwyn, miró fijamente a su marido. De sus rojizos labios salió un suspiro, estaba nerviosa. Se podía notar en sus gestos, detonaban aquel nerviosismo que había invadido su cuerpo desde el encuentro con Narcissa Malfoy unas horas atrás.

—He estado en Londres esta tarde, usé un traslador de larga distancia para ir y volver en cuestión de dos horas —empezó a explicar la fémina, con la mano enlazada con la de su esposo—. ¿Recuerdas que Hermione mencionó a Cissy en sus cartas, en más de una ocasión? Quería saber la razón por la que mi mejor amiga se comunicaba con la niña.

—Narcissa quiere ver a Hermione, ¿verdad? Quiere que sepa de ellos antes de lo que acordamos —sentenció el varón, que estaba al corriente—. Ella cree que Lucius no lo sabe, pero no es así. He estado hablando con Lucius también, él está de acuerdo en que le contemos algunas cosas a Hermione.

— ¿Cómo? —preguntó, la rubia, atónita—. ¿Es un complot o cómo iba la cosa? —preguntó, sorprendida, pues no podía creerlo.

—Jessamine, no podemos hacer nada. Es su hija biológica, al fin de cuentas, y están en su derecho —comentó, acariciando la mano impropia, con delicadeza—. No le contaremos todo a Hermione, pero si lo necesario para que lo entienda.

La mujer asintió, soltando un sollozo que no pudo evitar esconder. No quería separarse de la niña, era como la hija que nunca pudo tener. La hija que le arrebataron sus padres cuando se quedó embarazada a los diecisiete años de un impuro, motivo por el cual la desheredaron y tuvo que huir de Inglaterra. Hermione había sido su segunda oportunidad, la esperanza que el matrimonio Picquery-Selwyn fuese feliz actualmente.

—El próximo sábado podremos verla, la directora Sayre accedió a dejarla venir a casa durante el fin de semana, sabiendo la situación actual.