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: : HOGWARTS EXPERIENCE : :

La Joker dice que su ego extiende cheques que luego su cuerpo no puede pagar, pero gracias a las barbas de Merlín al final la ansiada Hogwarts Experience que ganó FancyWatson a inicios de año, se ha hecho realidad.

--Vamos a tener que hacerte la ola

--Oye, pues no me parece mala idea.


¡¡Disculpa la demora y esperamos que te guste!!

Creado y escrito: Zorra__Literaria
Colaboradora creativa: Memory__Queen
Nota: el estilo extraño en el que aparecen los diálogos es algo hecho adrede.

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La joven de cabello corto castaño se colocó bien las gafas mientras observaba la escena con atención. El helado de chocolate comenzó a derretirse encima de su camiseta de las Arpías de Holyhead mientras el gigante de barba salvaje hablaba con sus padres en el comedor.

Me llevo a Laila a Hogwarts, decía el hombre, debemos marcharnos mañana a primera hora, repetía en un inglés bastante coloquial.

Laila no podía creerse que en el comedor de su casa estuviera Rubeus Hagrid señalando con un paraguas rosa el ticket para el Hogwarts Express. Llevaba toda la tarde peleando con el ordenador y las clases virtuales (de las que ya estaba hasta los mismísimos ovarios), maldiciendo haber nacido muggle no hacía ni media hora, cuando en ese instante solo deseaba recibir un abrazo de ese señor y que realmente fuese real.

Pero lo era. Laila había sido elegida entre la multitud de chicas catalanas para completar un viaje inesperado a la localización de sus sueños: Hogwarts. Y sin necesidad de drogas o morirse.

Se despertó tan temprano que sencillamente no pegó ojo en toda la noche. ¿Iremos en la moto de Sirius,? le preguntó a modo de buenos días cuando le vio. Ella, de complexión pequeña, parecía tan solo una niña al lado del gran guardabosque. Él le contó que no podían cruzar media Europa por el aire así que el Ministerio de Magia Británico había permitido un Traslador inmune a las fronteras y al Brexit.

Hagrid le habló de cambiarse en el tren pero Laila ya se había puesto su uniforme de Slytherin, aquel que le habían regalado por un cumpleaños pasado y tenía la etiqueta de propiedad de la WarnerBross. Bien vestida con el uniforme de la escuela (no disfrazada como le decían sus amigas de instituto), Laila cogió con la mano la bota vieja que Hagrid le ofreció sin que él se lo dijese, pues como buena potterhead conocía perfectamente qué era aquello y como funcionaba.

Sin saber muy bien que esperar y con la sospecha de que terminaría formando parte de un video fake de Tick Tock, cerró los ojos color café justo en el mismo instante que notó como si le pellizcaran el ombligo y lo estiraran hacia adentro, mientras todo su alrededor desaparecía para dar paso a una espiral de colores.

En un pim pam terminó tirada en el suelo con las gafas del revés y la falda levantada, en la entrada de la estación de tren de Kings Cross, Londres. Los muggles, demasiados ocupados con sus smartphones ni se enteraban de la extraña situación de la chica a quién Hagrid levantó con una mano igual fuese un saco de patatas.

Bueno, ya sabes como se va, dijo Hagrid antes de desaparecerse. Laila, más emocionada que en toda su vida levitó de felicidad hasta el muro que había entre las andanas 9 y 10. Pero el de verdad, no aquel que habían montado al lado de la tienda de merchandising para que la gente tuviera su foto a cambio de 20 libras.

Laila estuvo dudando durante un largo rato delante del muro. Todo esto no puede ser verdad, meditaba en voz alta haciendo que alguno que otro transeúnte murmurase que los fans de Harry Potter cada vez estaban más locos (en inglés polite, obviamente). Tantas fueron sus dudas repentinas que se asustó cuando un fuerte catacrac sonó a su lado haciendo aparecer el pequeño Dobby a su lado. Este le exigió que la señorita debía entrar ya que el tren se marchaba con su persona o sin, y seguidamente la empujó para tomar la decisión por ella.

Laila maldecía al elfito cuando su corazón se expandió dentro de su pecho al ver la gran locomotora de color escarlata con el rotulo de Hogwarts Express. Por fin, ¡estoy aquí y voy a ir a Hogwarts!

Una vez dentro investigó por doquier, entró en casi todos los compartimientos hasta que el tren empezó a moverse y comenzaron a salir de Londres. La señora del carrito de dulces no tardó en aparecer y Laila compró multitud de ranas de chocolate con los pocos galeones que le había dado Hagrid la noche anterior. No quiso gastárselos todos no porque tuviera idea del precio equivalente de aquello en euros, más bien quería el resto de recuerdo.

Durante veinte minutos Laila estuvo cazando ranas al vuelo y coleccionando cromos hasta que la marcha del tren disminuyó y llegó a la estación de Hogsmeade. Le extrañó haber cruzado todo el Reino Unido en tan solo una hora pero fuera volvía a estar Hagrid esperándola. Solo dispones de 12 horas de visita y supongo que no debes quererlas malgastar en el tren, le dijo él como toda explicación.

¿Puedes decirlo, porfa? ¡Porfa! Imploró Laila cuando llegaban a las barcas. Claro, ¡Alumnos de primero, por aquí!

Quizás de día no lucía tanto como de noche pero aquellas vistas Laila no las olvidaría jamás. Al no tener ningún aparato muggle para opacar ese momento, pudo disfrutar y grabar en su retina ese instante para siempre: a la otra riba del lago negro se levantaba, imponente, Hogwarts. Los primeros rayos de sol se reflejaban en el millar de ventanas que se desplegaban en aquellos altos muros de piedra. Era enorme, precioso, mágico.

Laila no pudo evitar emocionarse delante de su sueño hecho realidad.

Amarraron en el embarcadero y Laila tuvo que subir sola todas las escaleras hasta el castillo. ¡Es real, es real! Entró por la puerta lateral y comenzó a enfilar uno de los pasillos en donde todos los ocupantes de los cuadros se movían y le daban la bienvenida.

Buenos días, señorita Laila, le dijo el Barón Sanguinario haciendo una reverencia a corte de saludo. El director me envía a mostrarle la biblioteca antes del desayuno, dijo el fantasma de Slytherin con la ropa manchada de sangre plateada y arrastrando sus cadenas en el aire.

Subieron un montón de escaleras y recorrieron varios pasillos. Laila trataba de memorizar el recorrido pero al rato se sentía sumamente perdida hasta que llegaron a la Biblioteca. Para alguien que le gusta leer aquello era el paraíso. Estantes y más estantes de hermosos lomos llenaban aquel grandioso espacio.

Tú debes ser la chica muggle, dijo Draco Malfoy con tono altivo después de un rato en el que Laila disfrutó del lugar. Con las manos en los bolsillos y la elegancia innata de los Malfoy, Draco le dedicaba una sonrisa ladina. Por lo visto era el encargado de llevarla al Gran Comedor.

En medio de una conversación intrascendental sobre Quidditch y el narcisismo de Draco, la condujo hasta uno de los sitios más bonitos del Castillo, no sin antes tener que evitar que Peeves, el poltergeist travieso, les tirase tiza a la cabeza. 

Las cuatro largas mesas estaban llenas de pastelitos, salchichas, huevos fritos y esos almuerzos británicos tan extraños para una mediterránea, aunque el olor, eso sí, era delicioso. Pero Laila estaba demasiado ocupada viendo el cielo encantado lleno de velas apagadas, donde resplandecía el sol. Por eso no se enteró de que alguien le barraba el paso hasta que chocó con él.

El perdón quedó trabado en la lengua de nuestra joven viajera cuando sus ojos toparon con los del profesor Snape: Veo que las adolescentes muggles son igual de torpes e inútiles que las brujas, su voz era igual de susurrante y sexy que en las películas pensó Laila a pesar de que nunca había soportado al jefe de su casa. Aunque tengan el atrevimiento de vestir los colores de la noble casa de Slytherin, prosiguió él. Oh, Severus, ¡no asustes a la pobre! Apareció Albus Dumbledore, el director de Hogwarts.

Laila no pudo ni decir palabra, solo observó como el profesor de barba blanca se reía de Snape y le ofrecía a ella los caramelos de limón. Ya que hacemos la hogwarts experience, hagámosla completa, aunque afecte al intestino de Laila lleno de chocolate.

Se ve que la primera clase que recibiría ese día seria Encantamientos. Le indicaron el camino y en seguida Draco, Pansy y otros cuantos de Slytherin la acompañaron. Sí, Crabble y Goyle tenían la misma pinta de idiotas y las amigas de Pansy no paraban de llenarle la cabeza de todos los chismes sabidos y por saber.

En la clase del profesor Flitwick, este, que no le llegaba a Laila ni por el ombligo, la presentó. Esa hora la compartían con los de Gryffindor y a Laila le tocó sentarse entre el chico negro Dean Thomas y el pelirrojo Ron Weasley. Por suerte en Hogwarts, su varita fabricada por alguien que no tenía pinta de ser Ollivander, funcionaba, así que pudo practicar el es leviOsa no leviosA. Como parte de la experiencia que había conseguido Laila pudo hacer magia no sin antes ser corregida por Hermione un par de veces, No lo haces bien, al final tiene que ser un golpe seco, y ver ganar puntos a Gryffindor.

Cuando se lanzó a pedirle la dirección a Dean para poderse cartear y disfrutar más de su compañía, la alarma sonó. El mismo Harry Potter le anunció que después de aquella clase de Encantamientos más larga de lo habitual se terminaba el horario lectivo, que había un partido de Gryffindor contra Slytherin (porque sí, porque parece que no existen más casas) y que debía acompañarle al campo de Quidditch.

La profesora McGonagall, una mujer escocesa de aire estricto, la recibió justo a pie de césped para llevarla a la grada de la tribuna donde Laila se iba a encargar de transmitir el partido.

¡QUIERO UN JUEGO LIMPO! Chilló Madame Hoock antes de pitar el inicio. El furor en las gradas aumentó de decibelios cuando la Quaffle la alcanzó Slytherin. Warrington tiene la quaffle, iba comentando Laila por el micrófono mágico al lado de Lee Jordan, se la pasa a Marcus Flint, Flint a Montague pero ¡cuidado! Fred o George Weasley, uno de los dos, acaba de usar su bate para mandar la Bludger hacia el cazador de Slytherin quién pierde la pelota.

Un buuuuu generalizado destacó con la euforia escarlata.

¡Ginny Weasley toma la Quaffle! Me encanta esta chica. ¡Señorita Laila! Lo siento, profesora. Y... ¡Gryffindor marca!

Después de un partido muy emocionante donde Gryffindor ganó por solo 10 puntos donde Harry atrapó la snitch delante la cara de Draco, la multitud de estudiantes fue a buscar a Laila al centro del campo y la vitoreó mientras hacían con ella lo mismo que con Ron y la canción de Weasley is our king de años atrás.

Allí subida a lomos de la multitud Laila pudo vislumbrar a lo lejos el Sauce Boxeador, la cabaña de Hagrid y el resto de terrenos de la escuela. Pasaron al lado del Bosque Prohibido y aunque le hubiera gustado ir a explorar por allí y encontrar animales fascinantes, la muchedumbre la llevó hasta el castillo otra vez, ahora ya iluminado pues  había oscurecido.

El día iba llegando a su fin y con pesar en el corazón Laila volvió a entrar al Gran Comedor junto al resto de estudiantes y profesores. Las velas estaban encendidas y las estrellas brillaban en el techo reflejando el cielo exterior. Mientras ocupaba un asiento en la mesa de Slytherin Laila recordó todos los eventos de los que aquellas paredes habían sido testigo: el troooooooooool en las mazmorras, el regreso de Hagrid de Azkaban, la elección de los paladines para el Torneo de los Tres Magos, la Inquisición de Umbridge, la Batalla épica entre Harry y Voldemort, y el millar de muertes que la paz se cobró.

Albus Dumbledore dio un discurso antes de empezar el banquete en el que Laila pudo hablar y reír disfrutando de la compañía de esa mágica experiencia. Después de despedirse de Hogwarts acompañada del profesor Remus Lupin quién la llevó de regreso a la estación de Hogsmeade (quién la llenó otra vez de chocolatinas), Laila se quedó dormida en el asiento de su compartimiento con los bolsillos llenos de cromos, plumas de azúcar, la snitch del partido y una carta firmada por el mismo director.

Había sido un gran día.

Ahora ya sí, las Fluffies se despiden de este concurso. Gracias a todxs.

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