9, FINAL
Taehyung abre sus pesados párpados y siente su cuerpo saciado con las sensaciones de anoche a flor de piel. Un rostro le mira con detalle, como si acariciara toda piel con solo sus ojos, y sonríe complacido al descubrir a Jungkook a su lado. Le veía con tanto cariño que se sintió débil. No se había dado cuenta de lo meloso que podía ser Jungkook cuando se le trataba con adoración, y se le hizo inevitablemente adorable.
A forma de saludo se besaron y el castaño le susurra.
—Ya es hora.
Taehyung suspira. Sabía lo que se vendría, y confiaba plenamente en el truco que el nieto llevaba consigo bajo la manga.
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Los omelette ya estaban servidos en el plato y Taehyung los rellenaba con fruta fresca, cortada en pequeños trozos y sin cáscaras. Se esmeró en untarlas en dulce caramelo mientras tarareaba una melodía sinfónica, idóneo de trompetas angelicales. Entremezclaba las frutas con el dulce y al acabar, boyante y alegre sacaba de su bolsillo una pequeña bolsa transparente. Cínico y descarado le fue espolvoreando el ingrediente y sonreía.
Somníferos.
Revolvía el dulce con el polvillo al son de una canción, y decoraba el plato para llevarlo a la mesa. El anciano dejó de entusiasmarse con los chismes de la radio y sus ojos brillaron al toparse con los omelette.
—¡Ah! —suspiró glorioso— ¡Agradecido con el de arriba! —y comenzó a comer.
El enfermero le veía de reojo para notar cada reacción en su mayor, y cuando no halló atisbo de repugnancia, se complació y sorbió de su caliente té.
—Provecho.
Poco y nada sabía Don Joo, que caería desmayado a los minutos siguientes.
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Apenas era mediodía y el abuelo había terminado en la cama, inconsciente y casi ido en un sueño lúcido por la ingesta de desmedido medicamento. Hubiera resultado fatal, pero matarle no estaba entre los planes.
—Acabo de hablar con él —Jungkook apareció frente a Taehyung—. Ya viene en camino.
—Perfecto.
Jungkook le ofrecía su mano al enfermero con una curva dulce en sus belfos, invitándolo a participar en su travesura y transmitiendo sus emociones.
—Mi mamá siempre me decía que los tacaños escondían sus tesoros en los lugares más recónditos del perímetro —le declaró de repente—, así que me puse a hurguetear entre las cosas de mi viejo y... puede que me haya topado con una que otra pista.
—¿En serio?
—En serio —afirmó—, y necesitaremos una pala.
Habían escuchado la puerta principal cerrarse, y eso fue el impulso al ataque; el aliado había arribado: Jeon Nomin. Con quien habían acordado vengar y hacer justicia como parte de un pacto justo. La pareja se llevaría el monto intacto y el vástago obtendría la palabra de su padre, expuesta en un papel.
Con una simple mirada, la misión dio comienzo. El mayor de los tres partió hecho flecha a la habitación de su padre y el dúo fue con pala en mano detrás de la casa, donde la equis marcaba el lugar. Les fue dificultoso encontrar billete alguno bajo la tierra, pero con el paso de una hora, habían triunfado.
—Santa mierda...
Se miraron con asombro inmenso, y zambullidos en un arrebato se besaron voraces, sonriendo inmensamente. La pala cayó resonando en el vasto suelo, los cuervos huyeron del estruendo y los billetes se contaron solos. Había una fortuna, y ahora estaba entre sus codiciosas y sucias manos.
El cofre del tesoro pesaba más de setenta kilos y a duras penas se la llevaron al maletero del violáceo auto de Taehyung. Con sudor entre las manos se les resbalaba la madera. Acababan por tiritar de debilidad, pero las ansias eran peligrosamente más letales.
Era un día de perversos.
—¿Cuántos millones crees que hay dentro?
Taehyung meditó.
—No lo sé —confesó—. No me hagas calcular decimales tan complejos —ambos rieron—. Lo único que sí sé es que nada nos faltará —tomó de las manos al castaño y se le acercó—. Los dolores se irán y tendremos un final de maniáticos.
—No puedo estar más de acuerdo contigo —le besó la punta de la nariz para murmurarle—. El precio de la justicia es caro.
Y hubo un alarido a lo lejos. Sus cuerpos temblaron de pies a cabeza y la palidez los enfermó.
—Nomin...
El grito insistió.
La sangre de ambos se había contraído de sus cabos y un mal presentimiento les bañó. Sus pies no tardaron en ir por la entrada a la casa e incitarse a entrar, pero el silencio de la casona fue más aterrador que la espera de toparse con más gritos de horror. El silencio les caía como agua fría, y temieron.
Ambos se miraron lúgubres antes de decidirse a abrir despacio la puerta.
Más silencio.
Parecía ser que no había nadie en casa, pero los muebles por los pisos contradecían toda teoría. Los papeles desperdigados yacían desmerecidos en la madera, y la puerta que rechinaba a metros de ellos mostró un infortunio.
Sangre.
—No...
Un sonido casi imperceptible y metálico los sobresaltó, echándolos fuera de la habitación del viejo. Huellas rojizas se dirigían al baño y un grifo fue abierto. Una luz parpadeaba turbia y el agua corrió por los suelos, originando una laguna bajo sus pies.
—J-Jungkook, óyeme —tembló y apresó sus mejillas—. Esto está mal. Muy mal —le hizo saber con sus labios agrietados—. El plan no está resultando cómo pensábamos.
—Tenemos que entrar —vio al pelinegro tragar duro y sudar—. Nomin no está y no podemos acabar sin él.
—Pues Don Joo tampoco está —hizo notar ese endemoniado detalle—. Esta situación nos terminará arriesgando.
—Nomin debe haberse ido...
—¡¿Y cómo explicas la sangre?! —Kim se exasperó a voz baja y se escuchó un peso caer no muy lejos de ellos.
No querían girarse a mirar al lugar, al origen de ese peso cayendo, pero sus músculos habían seguido sus instintos. La puerta se estaba abriendo, y se hizo visible un rostro... Demacrado en golpes y sangrando por las cicatrices. Ambos taparon sus bocas para aplacar cualquier espanto y lo vieron a él... El condenado.
Esperaban a que les lanzara maldiciones por la boca o montones de insultos, pero el hecho de que su mudez fuese escalofriante, los derrotaba. La cara del hombre era diabólica, casi enfermiza, temblaba su flacuchento cuerpo, y el cuchillo en su mano goteaba en sangre rojiza.
El hombre los miró, los escrutó y enfureció; era todo culpa de ellos.
—Nunca debí confiar en ustedes —escupió.
—D-Don Joo...
—¡Putrefactos! —rugió y corrió tambaleante hacia ambos.
Taehyung se apresura en derribar un mueble para obstaculizar el pasillo y toma a Jungkook de la mano para correr. Pisaban el desorden de la casa y oían intranquilos como el anciano ganaba contra el miserable mueble. Les estaba alcanzando y aún faltaban más sufribles pasillos para huir.
Los pies descalzos del viejo resonaban fuertes y duros como piedras sobre el asfalto, y les recorrió un pánico cuando este atrapó a una presa.
—¡Taehyung! —el alarido salió indescriptible y se marchitó en cuanto el hombre le lanzó contra la pared. La cabeza le dio vueltas por estrellarse con el material y vio todo borroso. No vislumbraba lo que era la realidad y la óptica ilusión, y cuando una sombra le derrumbó, trató de luchar. Sus piernas eran un débil hilo y no hacía más que defenderse con sus puños. Se alejaba a trompicones de su abuelo y esquivaba los combos que se dirigían al rostro pasmado. Su corazón latía a mil por segundo y lo sentía en la boca. Estaba apunto de empujarle cuando el viejo le alzó la cuchilla. Ahí le entró el terror y ya no combatía contra un hombre, peleaba con un monstruo. Y no solo tuvo que resistir ante la falta de oxígeno, sino también de su dolor al sentir un dedo de la mano siendo rasgado de su piel, arrancado del hueso y desangrando mala suerte. La piel le fue cortada y la carne palpitaba viva aún, allí en el piso; su falange como una calamidad y su mano como un mártir.
El nieto lloró. Gritó en su mayor pesadilla.
Por la sangre que comenzó a escurrir por el suelo, Taehyung llegaba con un bastón de fierro y molía a pedazos al hombre, terminando por acogotarlo mientras este lanzaba punzadas por el cuerpo de Taehyung, rígido como el hielo y con la sangre borbotando en cólera por tener que soportar la sangre su amante.
Un combo le inmovilizó.
—Jungkook... —Taehyung dejó el inerte cuerpo en el piso— Estoy aquí, estoy aquí... —corrió a él y le abrazó. Le limpió las lágrimas calientes y arrulló sus ardientes mejillas. Le besó toda la cara para traerlo devuelta a la Tierra, y Jungkook le agradeció infinitamente con la galaxia de sus ojos.
La sangre de ambos continuó corriendo.
—Átalo...
Taehyung parpadeó.
—¿Jungkook?
—Átalo —repitió frío—. Átalo ahora.
No sabía sobre los esquemas de Jungkook, pero algo sí se deslumbró a través de su voz: venganza. Más venganza. Había que darle su merecido.
Y la sangre corrió y corrió...
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La radio reproducía una canción a un volumen muy estridente para su gusto, y provocó que sus ojos se abrieran doloridos a más no poder.
—¿Q-Qué...? —musitó.
Y deseó no haber dicho ni pío.
Yacían al frente de él ambos viles: el nieto y el enfermero, escrutándolo con los ceños fruncidos y una mirada tajante, filosa en su totalidad. Casi ilegal.
El castaño marcaba un número de teléfono y acudió a la llamada.
—Don Joo. Latifundio del Centeno, a una hora de distancia con la ciudad —pronunció con voz profunda y sin emoción alguna en su deje—. Acaba de asesinar a su hijo con un cuchillo en contra de su demanda y procedió a atacar a mi pareja y a mí. Por fortuna, hemos salido vivos —le lanzó una de sus acostumbradas miradas pillas y se mostró como el diablillo que lo definía—. Por favor, implementen justicia con este desgraciado y vengan lo más rápido que puedan —colgó.
—¡¿Qué hacen?! —el alarido escapó espantado de su garganta— ¡¿Qué hacen ustedes dos?! ¡Apaguen esa música del demonio!
—Cállate —ordenó el nieto.
—¡Me hacen doler la cabeza! ¡Apaguen esa basura! —salivó— ¡Obedezcan...!
—¡Cállate, mierda! —le lanzó su rajado dedo mutilado a la cara y aterrizó en los nerviosos labios del anciano, espantándolo por completo y surgiéndole un asco descompuesto, haciéndolo vomitar sobre su regazo e injuriando.
—¡U-Ustedes...! —le costó los alientos.
Se quedó pasmado al notar la presencia de su predilecto enfermero, aquel en quien depositó su mera confianza, con la herencia entre sus manos y un encendedor entre sus dedos.
—Me hubiera encantado hacer los honores a la hora propuesta, pero... —relamió sus labios y se gratificó junto a Jungkook— La situación nos dispone este momento, y hay que aprovecharlo —con la mecha ya prendida, surge la flama en el amarillento papel, y el predecesor sucumbió.
Los hombres prendieron billetes, brindaron por el mal y brindaron por el bien. Se burlaron del destino y le distorsionaron los bosquejos. Fumaron el precio de la justicia y exhalaron por la nariz.
La víctima atada a la silla gritó hasta descolocar su quijada.
—Por la herencia —Jungkook alzó su porro a Taehyung.
El pelinegro se deleitó con el arpegio de la música y se llenó de un sentimiento colosal.
—Por la herencia —brindó.
Con los vahos atestados en la esencia de los billetes y atiborrados por el caro precio de la venganza, abrazados abandonaron al demente anciano ladrando blasfemias y abominaciones. El motor del coche del enfermero partió a toda marcha, acarreando una millonada en el maletero, y se largaron del averno, donde todo era una deuda y una herencia acababa en pecado.
Porque pecaron por herencia, y heredaron el pecado.
—FIN—
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