8
Los huesos en la columna del anciano se mostraban espeluznantes mientras el enfermero se encargaba de limpiarle con la esponja. Intentaba que la espuma de las aguas cubriese esos estremecedores huesos que acentuaba su debilitamiento con el paso del tiempo. Refregaba porque cumplía sus deberes, refregaba para distraerse de la realidad y refregaba aún más para naufragar entre sus pensamientos: la confesión de Jungkook.
Si el nieto estaba en lo cierto, el viejo era un infame, y le estaba empezando a creer.
—Me alegra que por fin te las hayas arreglado con los putos cigarrillos —Taehyung afirmó—. Ya me tenía hasta el colmo ese humo. De seguro te fue muy complejo discutir sobre eso con él —carcajeó, y al no oír respuesta de su enfermero, se extrañó—. Estás muy callado hoy, eh —Taehyung alzó su mirar—. ¿Te pasa algo?
No quería que el mayor pensara que se hallaba en un trance donde Jungkook abarcaba toda su clarividencia.
—No, es solo que... —sus movimientos en la espalda acabaron y el anciano se giraba a verle con la ceja alzada— Usted está muy flaco. No era así cuando llegué —se excusó esperando a que se tragara sus justificaciones.
—Hablando de comer —cambió radicalmente de tema, como si ya todo se hubiese zanjado—, quiero que tú cocines de ahora en adelante.
Taehyung se levanta de golpe de la silla que lo acomodaba y el viejo le miró escéptico desde la bañera.
—¿Por qué? ¿Qué pasó con Jungkook? ¿No iba él a...?
—No, muchacho. Ya no —le cortó, parándose por sí solo de la bañera con su debilucho cuerpo y brutamente enrollándose en su toalla, cabreado—. Tengo un mal presentimiento —le miró a los desorbitados ojos y no tuvo pelos en la lengua al revelarse—. Conozco bien a ese mocoso, y sé que me puede matar.
—Don Joo, no piense así de él. Jungkook fue la única persona que se preocupó por usted desde que se enfermó, ¿no? —intentó intervenir, trabucando un poco con sí mismo.
—No te lo niego —abrigó sus pies en unas desgastadas pantuflas y suspiró pesado—, pero todos siempre quieren algo en recompensa, muchacho. ¡Ya ves! —estaba por abandonar a su enfermero al ser abierta la puerta, pero le dedicó unas palabras más antes de desaparecer— Tú, Kim Taehyung, eres distinto y eres bueno, y te estás ganando una gran parte de mi pobre corazón. Ya verás cómo te recompensaré —y se va.
Taehyung se había quedado solo en ese cuarto de baño, con los espejos y las ventanas empañadas, el sudor recorriéndole por la frente y una pena por Jungkook; él tenía razón. Él recibiría la herencia, no el nieto, y se lamentaba más al recordar por todo lo que tuvo que luchar el otro para hallarse dispuesto e inestable frente a la puerta de Don Joo, desde el primer día.
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Alguien tocó la puerta a eso de la tarde, y nadie sabía realmente de quién podía tratarse. Así que Kim se apresuró a atender servicial a los golpes en la puerta. Le había echado un ojo a Jungkook para cerciorarse de que contase con un atisbo del extraño, mas su pasmo solo lo traslucía.
Se abrió la puerta. El viejo paró en seco.
—Nomin —pronunció.
—Padre —saludó de mal gusto el sujeto.
Jungkook y Taehyung no sabían cómo reaccionar; habían flechas de fuego siendo lanzadas a través del campo de batalla, y ellos solo eran un óbice en esa contienda.
Solo anhelaban a que todo fuese en buena lid.
—Don Joo, Jungkook y yo nos retiraremos para que hablen de sus asuntos...
—No, muchacho Kim —el mayor le detuvo con una mano. Se acomodó mejor en su silla de ruedas y mostró una sonrisa sínica, casi burlesca—. No tienen porqué irse. Jeon Nomin estaba por irse ahora de todos modos.
—¿Cómo te atreves a recibir así a tu hijo, papá? —se cruzó de brazos, dibujando un muy fruncido ceño— Sabes bien que no me iré de aquí hasta hablar contigo.
—Creo que ya es hora de cenar, muchachos. ¿Por qué no nos apresuramos? —lo intentó ignorar olímpicamente y cambió la dirección de sus ruedas, abandonándolo.
—No te hagas el loco, papá. ¡Ven a darme la cara! —exigió ya sin paciencia e hizo girar él mismo la vieja silla de ruedas para enfrentarlo.
Don Joo suspiró en queja.
—¡Pues, bueno! Dime a qué has venido y te daré el dinero —apresuró en decir, harto, y sacó lo que parecía ser su billetera del bolsillo derecho para contar uno por uno su dinero—. Toma ya —se lo tiende.
Profundamente indignado e iracundo, el hijo saca su guate de cuerina, da grandes zancadas hasta él y le propina una bofetada que inundó a la casa en un estupor terriblemente cargado, como la negra bruma. El contacto de la prenda con la rugosa piel del viejo sonó como un cristal estrellándose en cimientos; fue estridente y sobrecogedor.
—¡Soy el único de los cinco que ha venido a echarte en cara todos tus malditos errores! —escupía sin sentir resquemor alguno de su atrevimiento— ¡Así que no me vengas a evadir o lanzarme tu podrida plata! —pisoteó los billetes que yacían abandonados en la madera bajo sus pies y el anciano no decía, no movía ni esperaba a nada; estaba impasible y le sumaba más carbón a la flama del hijo— Vamos... —se le acercó desafiante— ¡Háblame, papá!
—Su madre quiso llevarse a todos ustedes —fue lo único que dijo.
Al hijo se le iba la cordura.
—¡Porque la abandonaste! —gritó— ¡La abandonaste para enfocarte en tu maldito trabajo y tus endemoniados mandatos de político!
—Y ahora soy un viejo rico —sacó a relucir su sonrisa y su billetera rellena de billetes—, ¿ves?
La mandíbula de Jeon Nomin se tensó terroríficamente, inspirando y exhalando para volver a encontrarse.
—Tú siempre piensas en ti y en nadie más —testificó dolido—. Es por eso que te demandaré.
Algo se trizó.
—¿Disculpa...? —se indignó el culpable.
—Espero que te pudras entre las rejas, papá —se alejó, y se fue por la puerta, esperando no volver ni por si acaso y tirando una orden judicial sobre su propio padre. Su desgraciado padre.
Esa misma tarde, Don Joo se fue temprano a la cama y le dejó el día libre a su enfermero, rezando a que lo dejase solo con sus encrucijadas y sus jaquecas, pues estaba cargando su propia cruz con la sentencia de su hijo.
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Estaba todo pintado de azabache, pues ya era de noche. El agotado enfermero no podía conciliar el sueño con un nudo en la garganta, y al mirar hacia la constelación más allá de su ventana, se perdió. No escuchaba ni una nota musical trascendiendo por las habitaciones de la casa, y eso solo lo hacía sentir más solo, más acongojado.
Suspiró deshecho. Salió por de la habitación y miró a su derecha: la puerta a la habitación de Jungkook; no se olía el cigarro, la radio estaba apagada, y las luces apagadas. Era como si hubiese agarrado el sueño por primera vez en todos estos meses, y Taehyung quería atestiguarlo por mera curiosidad. O, quizá, para escapar de sus angustias de la arrebatada tarde.
Giró el pomo, se abrió la puerta y se pasmó.
—Siempre supe que me veías.
Jungkook yacía apoyado al borde de la ventana, mirando al negro cielo, de espaldas al intruso, desnudo; sabía de la presencia, y Taehyung se sonrojó.
—Perdón —balbuceó, tratando de desviar sus ojos de la carne.
—Mm... —Jungkook se volteó finalmente al enfermero y le ordenó— Acércate.
No supo cómo ni el porqué, pero el pelinegro terminó obedeciendo, cerrando la puerta y yendo al nieto. Buscó verse algo jactancioso de su resistencia ante las acaloradas imágenes para hablar.
—Entonces... —aclaró su garganta— ¿Cuál es tu plan?
—Entonces, ¿te unirás a mí? —replicó con otra pregunta.
—No he decidido eso todavía.
—Pero aceptarás —espetó confiado.
Taehyung dibujó una sonrisa perfecta. Negó con la cabeza como si no pudiera superar la altanería del castaño aún. Se desquitaba de los centímetros como si fuesen simples accesorios para dividirlos, y los resquebrajaba para apegarse al hombre.
—No lo haré sin antes haberme ganado tu confianza —se cruzó de brazos, inflando su pecho de aire.
—¿Aún no confías en mí? —le cayó como acidez al estómago, pero se limitó al alzar una ceja impresionado.
—No —sus alientos se entremezclaron.
—Puede que no hayas obtenido nada —rozó narices y compartió sonrisas—, pero yo sé cómo ganarte...
Se le cortó la respiración al enfermero.
—E-Esa no es la manera, Jungkook.
—Y no me cansaré de intentar —le aseguró—. Haré que aceptes, Taehyung. No te aplaques ahora, y únete al rival —su pierna se había alzado para calzar perfectamente sobre la cadera del otro, arrimándose de a poco, sintiéndolo sufrido y con las manos tensas.
Taehyung se fijó en el acto.
—No, Jungkook —se le escapaban las aspiraciones—. Si abres tus piernas, no solo me abrasarás —le dio un claro amago de advertencia—, me harás bajar la guardia. Y eso solo será en tus sueños.
A Jungkook se le salió una risa y mostró su encantadora dentadura.
—Entonces, ríndete a mis sobornos.
Hubo una fricción entre el pantalón húmedo del enfermero y el falo nudo del nieto, y Taehyung cayó enloquecido. Se perdió a él y lo perdió todo al sentir una fuerte corriente eléctrica.
—Tú lo pediste —gruñó.
De los hombros tiró de Jungkook a la cama, le besó con insistencia y furia sobre él. Se estaba metiendo con el hombre equivocado y predilecto por igual. Jungkook se empecinaba en bajar el cierre del pantalón hasta conseguir deshacerse de estos. Sus agitaciones se mezclaban con sus desesperos y se hacían oír en esas cuatro paredes como una única melodía lasciva, casi rozando lo obsceno y lo prohibido. Taehyung se desvestía con presura, dejando a la vista todo su humanidad coloreada en un exquisito moreno. Las manos del castaño no demoraron en colisionar con la ardiente piel y acariciar hasta los menos notables lunares en su cuerpo. Taehyung de rodillas, con las manos a los costados, perdido en algún punto del techo, sintió una ola de calor.
—Jungkook... —dijo su nombre en súplicas y cerró sus ojos, sintiendo que desfallecería en cualquier segundo con el hombre recostado debajo.
Jeon había acercado su rostro a la longitud del pelinegro y la devoró.
—¡Jungkook...! —se le fue la voz.
El sinhueso parecía burlarse de su debilidad, pues las rodillas le iban fallando cada vez que Jungkook se encargaba de él. Cerraba los ojos con fuerza y se mordía el labio inferior hasta hacerlo sangrar. Lo torturaba exquisito.
Mientras Taehyung sujetaba ambas manos contra el respaldo de la cama, Jungkook se complacía adentrándose sus dedos y dedicándose al cien con la labor de su boca, allí donde apresaba a Kim Taehyung.
La liebre estaba triunfando sobre el tigre.
—No, no, no... —Taehyung estaba empezando a ver todo rojo por la pasión, y un volcán estaría por liberarse en él si no se mantenía al límite— Carajo...
No podía resistirse ni un instante más y comenzó a repartir necesitadas embestidas. Su cuerpo entero temblaba y las gotas de sudor le recorrían los muslos. Sus empujes se tornaban irregulares por querer encontrar el nirvana del placer, pero le habían bajado de la nube cuando Jungkook retiró de su boca a Taehyung y con malicia le observó.
Quien se hallaba arriba ahora era Jungkook, tomando las caderas del inexperto enfermero y haciendo el amago de insertarse en su dureza.
—Dime que me quieres.
Taehyung se nublaba.
—¿A-Ah?
—Dime que me quieres —repitió falto de oxígeno—. Dime que quieres estar en mí.
A Taehyung le hubiese sido fácil gritarlo a todo pulmón, pero las cuerdas vocales parecían haber sido cortadas con tijeras calientes. Le ardía todo el cuerpo, y como pudo le asintió con su cabeza, presenciando sus inminentes lágrimas surtirse con el sudor de su frente. Agonizaba.
—Te quiero... —arrulló— Te quiero... Te quiero ya...
—¿Cuánto valgo, Kim?
—Mucho. Mucho... —ya no sabía ni lo que pronunciaba.
Jungkook no le estaba creyendo, y por eso le agobió con querer saltar sobre su longitud, haciéndolo desfallecer más en el intento como una auténtica tortura, sumando las bruscas caricias vigorosas en el falo mismo, humedeciéndolo más de lo aceptable.
—¡Jungkook...! —comenzó a lloriquear, delirando por probar de una vez el templo deleitoso del castaño— ¡Jungkook, por favor! —se quejaba como un bebé.
Los sonidos corpóreos resonaban y Jungkook no se dejó ganar.
—Si me deseas, acepta —reclamó con su monumental hermosura bañada en agraciado sudor—. Únete al rival. Únete, únete, únete.
Taehyung sollozó.
—No, por favor —rogó con la cara en rojo—. Jungkook... No se puede...
Jungkook se empezaba a enojar.
Con su pulgar cubrió toda la punta de Taehyung, reteniendo todo fluido que quisiera librarse, acariciando la base con martirio.
Kim gritó.
—Si te unes a mí, tendremos el paraíso en la palma de la mano, Taehyung —le rugió—. No te abstengas. ¿Te unirás a mí?
—¡Sí! —aulló preso del dolor— ¡Sí, mierda! ¡Sí!
Jungkook se sintió satisfecho, y fue así como le concedió cada fibra de su cuerpo.
Taehyung abrazó por fin la envidiable cintura de Jungkook entre sus mojadas manos y entró en él sin pudor. El aire se volvió más pesado que en un principio y la cama rechinaba como reacción a cada estocada que el enfermero le regalaba al castaño, dejándose disfrutar del dominio del otro, quien muy inexperto, se regocijaba en su nueva experiencia de engullir a un hombre por primera vez.
Cuando los rasguños y los besos dejaron sus huellas, el frenesí de los actos era increíble. Eran ambos imparables e implacables en encontrar el apogeo final, masajeándose y saboreándose con deseo. Iban y venían por un universo hondo, sintiendo sus cuerpos elevarse en vuelo.
—Ya voy, Taehyung... —avisó con locura, temblando de pies a cabeza con los músculos adoloridos— Taehyung...
Ambos entrelazaron los dedos de las manos y se observaron con cariño y diversión, como si estuvieran a punto de llevar a cabo su mayor travesura, siendo así de cierta, y se besaron apasionado. Se besaron como si los labios fuesen el único algodón de azúcar en medio de un paraíso terrenal, y acabaron.
Con sus latidos a mil, se observaron. Leyeron sus ojos y una euforia le corrió como maratón por las venas.
—Taehyung... —susurró tan suave como seda— Tengo un has bajo la manga —acertó—, ya verás...
El otro le sonrió complacido.
—Jungkook —pronunció—. Veremos —corrigió, regalándole besos en el dorso de su mano—. Te lo prometo.
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