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Capítulo XIII: Senda del sacrificio

Después de la confrontación con la criatura, el claro se sintió más ligero, como si la presión del peligro se hubiera disipado. Sin embargo, Sebastián sabía que la oscuridad nunca estaba lejos, y la advertencia de la figura resonaba en su mente: «Regresaré por lo que es mío». La incertidumbre y el temor llenaban el aire, pero también había una chispa de determinación entre padre e hijo.

—¿Estás bien, Samael? —preguntó Sebastián, observando el rostro de su hijo, que aún reflejaba la intensidad de lo que acababan de vivir.

—Sí, papá. Estuve asustado, pero... no tengo miedo de lo que está por venir —respondió Samael, su voz era serena.

Sebastián sintió una mezcla de alivio y orgullo. A pesar de la gravedad de la situación, su hijo había mostrado una valentía que superaba su edad. Sin embargo, la batalla apenas comenzaba, y había muchas más preguntas que respuestas.

—Debemos movernos. No podemos quedarnos aquí por mucho tiempo. Las sombras pueden regresar en cualquier momento —dijo Sebastián, tomando la mano de Samael y comenzando a caminar hacia el sendero que los había llevado al claro.

El camino hacia adelante estaba envuelto en una niebla ligera, y a medida que avanzaban, Sebastián sintió que el ambiente se volvía más pesado. Las sombras parecían acecharlos desde la distancia, y cada crujido en la oscuridad hacía que su corazón latiera con más fuerza.

—¿A dónde vamos ahora? —preguntó Samael, mirando a su padre con curiosidad.

—Debemos encontrar un refugio donde podamos descansar y planear nuestros siguientes pasos. Necesitamos saber más sobre la conexión entre nosotros y esta oscuridad —respondió Sebastián, su mente corriendo a través de posibles lugares.

Después de varios minutos de caminar, finalmente llegaron a un pequeño pueblo. Las casas eran sencillas, construidas con madera y piedra, y la mayoría de las ventanas estaban iluminadas. Sin embargo, el ambiente seguía siendo inquietante. Las luces brillaban con una intensidad extraña, como si el pueblo en sí estuviera a la espera de algo.

—¿Papá, crees que será seguro? —preguntó Samael, con un ligero tono de preocupación en su voz.

Sebastián dudó. La sensación de que el pueblo ocultaba secretos era abrumadora, pero no podían seguir vagando sin rumbo. Necesitaban respuestas y, con suerte, un lugar para descansar. Decidió que lo mejor sería entrar y explorar.

Mientras caminaban por la calle principal, notaron que los habitantes del pueblo los observaban con miradas curiosas y recelosas. La mayoría de ellos se mantenían en las sombras, como si la luz del día los hubiera abandonado. Sebastián sintió que cada mirada en ellos era un recordatorio de que estaban en un lugar donde no pertenecían.

—No me gusta esto, papá. Siento que están esperando algo —dijo Samael con voz baja mientras caminaban.

—Lo sé. Mantente cerca de mí —respondió Sebastián, sintiendo que la inquietud en su pecho se intensificaba.

Finalmente, llegaron a un pequeño salón que parecía un centro comunitario. En su interior, algunas personas estaban sentadas alrededor de mesas, hablando en voz baja. Al entrar, el murmullo se detuvo y todas las miradas se volvieron hacia ellos.

Sebastián sintió cómo la tensión aumentaba en el ambiente. Se acercaron al mostrador donde un hombre de mediana edad, con una expresión seria, los observaba con interés.

—¿Qué quieren aquí? —preguntó el hombre, su tono directo y autoritario.

Sebastián tragó saliva, sintiendo que debían ser cautelosos.

—Buscamos un lugar donde podamos descansar y, quizás, encontrar información sobre lo que está ocurriendo en la zona —dijo, intentando sonar lo más calmado posible.

El hombre lo miró con desconfianza, y Sebastián sintió que el aire se volvía más denso. Era evidente que no eran bienvenidos, pero también sabían que no podían dar marcha atrás.

—Aquí no se permite la entrada a forasteros sin una razón —dijo el hombre, su voz firme—. Si han venido a causar problemas, les aconsejo que se marchen ahora.

Sebastián sintió que la tensión aumentaba en el ambiente. La oscuridad acechaba desde las sombras, y sabía que debían encontrar respuestas rápidamente.

—No venimos a causar problemas. Solo queremos entender lo que está sucediendo aquí —insistió Sebastián, sintiendo que la urgencia crecía en su pecho.

El hombre lo observó por un momento, y luego asintió levemente.

—Si realmente buscan respuestas, entonces deben hablar con la anciana del pueblo. Ella es quien sabe más sobre estas tierras y sus secretos. Pero advierto que no será fácil.

Sebastián asintió, sintiendo que la única opción era seguir adelante.

—¿Dónde podemos encontrarla? —preguntó.

El hombre apuntó hacia el fondo del salón, donde una puerta llevaba a un pasillo oscuro.

—Vive en el otro extremo del pueblo, al lado del bosque. Solo los más valientes se atreven a acercarse a su casa.

Sebastián sintió que un escalofrío recorría su espalda, pero no había vuelta atrás. Con un último vistazo al salón y a los rostros que los observaban, tomó la mano de Samael y se dirigió hacia el pasillo.

Mientras caminaban por el oscuro pasillo, el silencio se volvió ensordecedor. Las sombras parecían acercarse, acechando cada paso que daban. Cada vez que Sebastián respiraba, sentía el peso del miedo sobre él.

—¿Crees que la anciana realmente podrá ayudarnos? —preguntó Samael, con un tono de voz bajo y ansioso.

—Lo espero —respondió Sebastián, su voz apenas era un susurro.

Finalmente, llegaron a la puerta que conducía al exterior del salón. Al abrirla, se encontraron en una calle estrecha, iluminada débilmente por faroles antiguos. A medida que avanzaban, la niebla comenzó a envolverlos de nuevo, y Sebastián sintió que la presión en su pecho aumentaba.

Después de unos minutos de caminar, llegaron a la casa de la anciana. Era una construcción de madera desgastada, cubierta de hiedra y rodeada de un jardín descuidado. Sebastián sintió una extraña conexión con el lugar, como si hubiera algo familiar en el aire.

—Aquí estamos —dijo Sebastián, sintiendo que la incertidumbre aumentaba a medida que se acercaban a la puerta.

Samael lo miró, y Sebastián sintió que debía ser valiente. Llamó a la puerta, y después de unos momentos, un rasguño sonó desde el interior. La puerta se abrió lentamente, revelando a una anciana de cabello canoso y arrugas profundas que reflejaban sabiduría y experiencias vividas.

—¿Qué desean? —preguntó la anciana, con su voz llena de autoridad.

Sebastián tragó saliva, sintiendo que la seriedad del momento lo abrumaba.

—Buscamos respuestas sobre la oscuridad que acecha en la zona —dijo, tratando de proyectar confianza.

La anciana lo miró fijamente, con sus ojos oscuros como si intentara ver en su alma.

—Las sombras han estado buscando a aquellos como ustedes. Han llegado a un lugar donde el pasado y el presente chocan, donde la oscuridad no descansa. ¿Por qué creen que están aquí?

Sebastián sintió que su corazón latía con fuerza.

—Porque queremos entender lo que somos y cómo podemos liberarnos de la oscuridad —respondió Sebastián, sintiendo que esa era la clave.

La anciana asintió lentamente, como si sus palabras confirmaran algo que ya sabía.

—La verdad es un camino peligroso, pero aquellos que buscan respuestas deben estar preparados para el sacrificio. La oscuridad no se detendrá ante nada para obtener lo que desea —dijo la anciana, con voz grave y llena de sabiduría.

Sebastián sintió que la tensión aumentaba en el aire. Era evidente que estaban al borde de algo grande, algo que cambiaría su destino.

—¿Qué debemos hacer? —preguntó Sebastián, decidido a enfrentar lo que fuera necesario.

—Debes seguir el sendero que conduce a la verdad. La caja y el medallón que llevan consigo son solo el principio. Necesitan un sacrificio, una entrega de lo que son. Solo así podrán enfrentar la oscuridad que se cierne sobre ustedes —respondió la anciana, sus ojos estaban fijos en ellos.

Sebastián sintió que el miedo se apoderaba de su corazón. La idea de un sacrificio era aterradora, pero sabía que no podían retroceder. Si había alguna posibilidad de liberarse de la oscuridad, tenían que arriesgarlo todo.

—Estamos listos —dijo Sebastián, su voz era firme—. Haremos lo que sea necesario.

La anciana sonrió, pero no había alegría en su rostro. Era una sonrisa triste, llena de un entendimiento profundo sobre el costo que la verdad podía tener.

—Bien. La noche será testigo de su sacrificio. Vengan —dijo, guiándolos hacia el interior de la casa.

A medida que entraban, Sebastián sintió que el aire se volvía más denso, cargado de una energía misteriosa. Las paredes estaban adornadas con objetos antiguos y símbolos que reflejaban la conexión entre el mundo físico y el espiritual.

La anciana los condujo a una sala donde había una mesa al centro, rodeada de velas encendidas que iluminaban el espacio con una luz tenue. El ambiente era pesado, y Sebastián sintió que sus nervios estaban al límite.

—Coloquen la caja y el medallón aquí —dijo la anciana, señalando la mesa—. La entrega de lo que son debe hacerse con intención y valentía.

Sebastián y Samael se miraron, el miedo y la determinación se reflejaban en sus ojos. Sabían que estaban a punto de cruzar una línea que no podían retroceder.

Con manos temblorosas, colocaron la caja y el medallón sobre la mesa. La luz de las velas titilaba, proyectando sombras danzantes alrededor de la sala. La anciana comenzó a murmurar palabras en un lenguaje antiguo, mientras la energía en la habitación se intensificaba.

—El sacrificio es el camino hacia la verdad. Deben aceptar lo que son y dejar ir lo que les ata. Solo así podrán enfrentarse a la oscuridad y recuperar su luz —dijo la anciana, su voz se repetía como un eco en la sala.

Sebastián sintió cómo una ola de energía comenzaba a fluir a través de él. La conexión con su hijo se intensificó, y supo que estaban en el umbral de algo poderoso.

—Estén preparados. El sacrificio no es solo físico; es emocional, espiritual. Deben dejar ir sus miedos y aceptar la oscuridad que llevan dentro —advirtió la anciana, con su mirada fija en ellos.

Con un profundo suspiro, Sebastián se sintió más fuerte. Era hora de enfrentar lo que había estado evitando durante tanto tiempo. La oscuridad que había consumido su vida no podía ganar. Con la mano en el corazón, sintió el latido de su propia luz.

—Estamos listos —dijo, sintiendo que la decisión se fortalecía en su interior.

Samael asintió, su mirada era firme y llena de determinación.

—Haremos lo que sea necesario —dijo, su valentía hizo que la habitación se iluminara.

La anciana sonrió, y en sus ojos había una chispa de comprensión. Comenzó a recitar palabras en el idioma antiguo, mientras la energía en la sala se volvía más intensa. Las velas temblaban, y Sebastián sintió cómo la oscuridad comenzaba a rodearlos una vez más.

—Debemos liberar la luz que llevamos dentro. El sacrificio es la clave para enfrentar lo que viene. ¡Juntos! —gritó la anciana, su voz resonando con poder.

Y en ese momento, Sebastián y Samael unieron sus manos, sintiendo cómo la luz comenzaba a emanar de ellos una vez más. La energía en la habitación se disparó, y la conexión entre ellos se volvió un torrente de luz que iluminaba todo a su alrededor.

La oscuridad comenzó a retroceder, y Sebastiánsintió cómo la lucha se intensificaba. Pero juntos, estaban listos paraenfrentar lo que sea que la vida les arrojara. La conexión entre padre e hijose había convertido en su mayor fortaleza, y la luz que emanaba de ellos era elsímbolo de su valentía.

¿Tienen algunas opiniones?

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