Capítulo IX: Revelaciones
El aire en la habitación estaba cargado de una tensión palpable. La luz que había cruzado el umbral había hecho desaparecer la oscuridad, pero el eco de lo que había sucedido se mantuvo como una sombra sobre ellos. Samael se había quedado frente a la caja, sus ojos fijos en ella, como si estuvieran conectados de alguna manera.
—Papá, tengo que abrir la caja —repitió Samael, su voz suave pero decidida.
Sebastián se sintió atrapado entre el deseo de proteger a su hijo y la necesidad de entender lo que estaba sucediendo. Había algo en esa caja que le hacía hervir la sangre, pero al mismo tiempo, su hijo parecía tan seguro de que era un camino que debían seguir.
—Samael, por favor, piénsalo bien. No sabemos qué hay dentro. No puedes estar seguro de que esto sea lo que Kesabel quiere —dijo, intentando razonar con él.
Pero Samael no se movió, ni se inmutó ante las palabras de su padre. En su rostro había una calma que a Sebastián le parecía inquietante.
—Kesabel no quiere hacernos daño, papá. El sabe lo que necesitamos.
Sebastián sintió que su corazón se encogía. El nombre de Kesabel se había vuelto sinónimo de peligro y misterio, y la idea de que su hijo pudiera confiar tan ciegamente en algo que no podía ver lo aterrorizaba.
—Te prometo que no voy a dejar que te pase nada. Pero abrir esa caja podría traer más problemas de los que ya tenemos —dijo Sebastián, tratando de ser firme.
Samael lo miró fijamente, sus ojos profundos reflejando una sabiduría que no pertenecía a un niño de su edad. Sin embargo, la preocupación en la mente de Sebastián se intensificaba.
—Necesito saber, papá. Necesito entender quién soy realmente. —La determinación en su voz era clara.
El eco de sus palabras resonó en el corazón de Sebastián, quien luchaba por encontrar el equilibrio entre la protección y el crecimiento de su hijo. Por un lado, sabía que su hijo estaba buscando respuestas. Pero, ¿qué respuestas podría haber en esa caja?
Sin poder evitarlo, Sebastián sintió que el tiempo se escurría entre sus dedos. Las sombras que habían acechado en la habitación y el bosque seguían al acecho, y la amenaza de Caleb aún pesaba sobre ellos. Tenía que tomar una decisión.
—Está bien, pero solo si estoy a tu lado —dijo Sebastián finalmente, resignándose ante la inevitable curiosidad de su hijo. Si realmente era necesario, enfrentaría lo que había en esa caja junto a él.
Samael asintió, su rostro iluminándose con una mezcla de alegría y alivio. Se acercó a la mesa donde había dejado la caja, mientras Sebastián lo observaba con un nudo en el estómago.
—¿Qué debemos hacer? —preguntó su hijo, buscando la orientación de su padre.
—Simplemente ábrela —respondió Sebastián, sintiendo que cada palabra era un paso hacia un abismo desconocido.
Con manos temblorosas, Samael levantó la tapa de la caja. Un brillo suave emanó de su interior, iluminando sus rostros en la penumbra. En el fondo de la caja había un objeto que parecía un antiguo medallón, su superficie pulida reflejaba la luz de una manera casi hipnótica. También había un pequeño libro de cuero desgastado, cuyos bordes estaban adornados con símbolos que recordaban a Sebastián las runas que había visto en la puerta prohibida.
—¿Qué es eso? —preguntó Sebastián, acercándose para ver mejor.
—No lo sé, pero siento que es importante —respondió Samael, con su voz llena de asombro.
Sebastián tomó el medallón con cuidado, sintiendo el frío del metal en su piel. Al instante, una energía vibrante pareció recorrer su cuerpo, y una visión fugaz lo invadió: una imagen de un bosque antiguo, donde figuras danzaban bajo la luna llena, y una voz resonaba en su mente, una advertencia de lo que podría venir.
—¡Samael! —exclamó, soltando el medallón con fuerza—. No deberíamos haberlo tocado.
El joven, sin embargo, había tomado el libro y lo estaba hojeando. Las páginas estaban llenas de ilustraciones y anotaciones en un lenguaje desconocido para Sebastián. Pero había una página en particular que capturó la atención de Samael. Era un diagrama complejo que representaba la conexión entre seres humanos, vampiros y una especie de energía mística.
—Mira esto, papá. Habla de los lazos que tenemos con el mundo espiritual. ¡Es increíble! —dijo Samael, sus ojos brillando con emoción.
Sebastián sintió una mezcla de fascinación y horror. La información que su hijo había descubierto podía ser la clave para entender su propia maldición, pero también podía ser un portal hacia un peligro aún mayor.
—¿Entiendes lo que eso significa? —preguntó Sebastián, incapaz de contener su ansiedad—. Si esto está relacionado con lo que somos, deberíamos tener mucho cuidado.
—Pero tal vez sea nuestra oportunidad para liberarnos —insistió Samael, ignorando la preocupación de su padre—. Si podemos comprender esto, tal vez podamos encontrar la cura.
Sebastián sabía que había razón en las palabras de su hijo, pero también sentía que el peligro estaba más cerca de lo que pensaban. La caja, el medallón, el libro... todo parecía estar conectado con fuerzas que no podían comprender completamente.
—Es posible que haya respuestas aquí, pero debemos ser cautelosos —dijo finalmente, decidiendo que era mejor explorar juntos la información en el libro antes de tomar decisiones precipitadas.
Mientras su hijo pasaba las páginas con delicadeza, Sebastián sentía que el peso de la responsabilidad caía sobre sus hombros. Había una conexión innegable entre ellos, una fuerza que los unía en su lucha contra la oscuridad. Y aunque el futuro seguía siendo incierto, Sebastián sabía que no podía permitir que su miedo los separara.
Mientras continuaban explorando las páginas del libro, se dieron cuenta de que había descripciones sobre rituales y antiguas prácticas que podían ayudar a los vampiros a encontrar su humanidad nuevamente. La idea de que existía una forma de liberarse de la maldición llenó a Sebastián de esperanza, pero también de terror. ¿Qué costaría recuperar su humanidad?
Mientras leían, la niebla que rodeaba la posada se volvió más densa. Sebastián miró por la ventana, donde las sombras comenzaban a moverse en la oscuridad. Había algo más acechando en la penumbra, una sensación de que no estaban solos.
—Samael, creo que deberíamos irnos de aquí —dijo, interrumpiendo el entusiasmo de su hijo—. Esta noche no parece segura.
Samael miró por la ventana, como si estuviera sintiendo lo que su padre había percibido. Un cambio en el aire, un aumento en la tensión.
—Está bien, papá. Pero... ¿podemos llevar la caja y el libro?
Sebastián dudó, pero en su corazón sabía que debían llevar consigo todo lo que pudieran encontrar. Esta información podría ser vital, y no podían permitirse dejarla atrás.
—Sí, llevémoslo. Pero tenemos que ser rápidos —respondió, sintiendo que el tiempo se les escapaba.
Mientras se preparaban para salir, el sonido de un golpe resonó en la puerta de su habitación. Sebastián se detuvo en seco, y su corazón también. ¿Quién podría estar llamando? Miró a Samael, quien lo miraba con ojos abiertos, lleno de curiosidad y miedo.
—¿Quién es? —preguntó Sebastián, tratando de mantener la calma.
No hubo respuesta, solo un silencio que parecía envolverlos. Entonces, el golpe sonó de nuevo, esta vez más fuerte.
—¿Debemos abrir? —preguntó Samael, su voz temblando ligeramente.
Sebastián sabía que no podían arriesgarse a abrir la puerta. Algo le decía que no era seguro. Pero, al mismo tiempo, la curiosidad de su hijo era evidente.
—No, no lo hagas. Mantente alejado de la puerta —dijo Sebastián, consciente de que la tensión estaba creciendo en su pecho.
El golpe se repitió, y esta vez, el sonido era seguido por susurros que parecían atravesar la puerta. Un murmullo bajo, casi inaudible, pero que parecía estar llamando a Samael.
—¿Escuchas eso? —preguntó su hijo, acercándose a la puerta.
—¡Samael, retrocede! —gritó Sebastián, pero era demasiado tarde.
La puerta se abrió de golpe, revelando la figura del hombre delgado que los había recibido en la posada. Su rostro estaba pálido, casi espectral, y sus ojos parecían brillar en la oscuridad.
—Lo siento por interrumpir —dijo el hombre, pero su voz era diferente, más profunda y más resonante que antes—. Necesito hablar con ustedes.
Sebastián se sintió invadido por una mezcla de desconfianza y curiosidad. Había algo en la voz del hombre que resonaba con poder, algo que lo hacía sentir que estaban en presencia de una fuerza que no podían comprender.
—¿Sobre qué quieres hablar? —preguntó Sebastián, intentando mantener la guardia en alto.
—Sobre lo que han encontrado. La caja. El libro. Hay cosas que no comprenden, y su conexión con el mundo que los rodea —dijo el hombre, su mirada fija en Samael—. Y hay una oscuridad que se acerca.
El corazón de Sebastián se detuvo. No podían quedarse ahí. Algo les decía que esta conversación era más peligrosa de lo que podían imaginar.
—Necesitamos salir de aquí —dijo, tomando la mano de su hijo—. No estamos listos para esto.
—No puedes huir de lo inevitable —dijo el hombre, su tono sereno, casi convincente—. Las sombras que han estado persiguiéndolos no se detendrán. Ustedes están conectados a este lugar, y no podrán escapar sin enfrentarlo.
Sebastián sintió que la presión en su pecho aumentaba. La presencia del hombre era opresiva, y sabía que no podía dejar que Samael se viera atrapado en esta lucha.
—No quiero involucrar a mi hijo en esto —dijo Sebastián, su voz temblando mientras intentaba proteger a su hijo de la oscuridad que acechaba en la habitación.
—Pero él ya está involucrado. No pueden escapar de lo que son. La caja y el libro son solo el principio. La verdad que contienen puede ser la única manera de liberarse de las sombras que los siguen —respondió el hombre, su mirada fija en Samael.
Samael lo observaba, la curiosidad reflejada en su rostro. Sebastián sabía que no podía permitir que su hijo cayera en la trampa de esas palabras.
—¡No! —gritó, sintiendo que debía proteger a Samael a toda costa—. No quiero que te involucres en esto.
Pero Samael, con un brillo en sus ojos, dio un paso hacia el hombre.
—Papá, quizás debemos escuchar lo que tiene que decir.
El hombre sonrió levemente, como si hubiera anticipado esa respuesta.
—A veces, la verdad es lo más aterrador, pero también lo más liberador.
El ambiente en la habitación se volvió denso y lleno de incertidumbre. La decisión que Sebastián debía tomar pesaba sobre él como una losa. La lucha por proteger a su hijo se intensificaba con cada palabra.
—No puedo permitir que te hagas más daño —dijo, sintiendo que su determinación se tambaleaba.
La tensión en la habitación se intensificó, como si todo estuviera a punto de estallar. La figura del hombre parecía retener un poder oculto que Sebastián aún no podía comprender.
—La elección siempre es tuya, Sebastián. Pero recuerda: la oscuridad no se detiene por la negación. El tiempo se agota —dijo el hombre antes de dar un paso atrás, permitiendo que la luz del pasillo entrara en la habitación.
Sebastián sabía que el tiempo se les escapaba, que la decisión que tomara ahora podría definir su futuro. La lucha por proteger a su hijo, por mantenerlo alejado de la oscuridad, había comenzado. La batalla no solo era externa, sino también interna.
—Samael, ven aquí —dijo Sebastián, decidido a enfrentarse a la oscuridad de frente, sin importar las consecuencias.
Pero Samael, con la mirada fija en el hombre, parecía estar atrapado entre dos mundos. La lucha apenas comenzaba, y la verdad estaba al borde de ser revelada.
Gracias por leer mi historia. ¿Te está gustando?
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