Capítulo II: Oscuridad en la sangre
Al día siguiente de esa fatídica revelación, Sebastián despertó en su hogar, pero ya no se sentía como el mismo hombre. Su cuerpo le pertenecía, pero su mente estaba enredada en pensamientos oscuros y en una desesperación insondable. Miraba las paredes, los muebles, las fotografías de su vida pasada junto a Marcela, y todo le resultaba ajeno. Era como si una barrera invisible lo separara de lo que alguna vez había sido su vida.
Cada vez que pensaba en el futuro, su mirada recaía en su hijo, Samael. Solo un bebé, apenas una semana de nacido, pero había algo en él que perturbaba a Sebastián profundamente. Esa criatura, a la que apenas podía llamar hijo, no era como los demás niños. En tan solo una semana, su cuerpo había crecido a una velocidad alarmante, alcanzando la apariencia de un niño de cinco años. Era un fenómeno inexplicable que lo aterraba.
Sebastián no sabía cómo enfrentarlo. Cada vez que intentaba acercarse al pequeño, el niño lo miraba con una expresión que no pertenecía a ningún ser humano tan joven. Sus ojos eran penetrantes, casi conscientes de un conocimiento mucho mayor del que deberían tener. Esa noche, cuando lo intentó llevar a la cama, Samael lo miró fijamente y, con una voz clara y fluida, le dijo:
—Papá.
No fue un balbuceo, ni una palabra aprendida al azar; fue una declaración, como si el niño supiera perfectamente quién era y el peso de lo que acababa de decir.
Sebastián cayó al suelo, paralizado. ¿Cómo era posible que un niño de apenas días hablara con tanta soltura? El terror invadió su cuerpo mientras observaba cómo Samael se acercaba a él, acurrucándose a su lado, como si comprendiera el dolor que su padre cargaba. Pero eso solo aumentaba la incomodidad de Sebastián. Nada de esto era natural.
Durante las semanas siguientes, Sebastián trató de encontrar respuestas. Se mantuvo buscando a Caleb, el vampiro que lo había convertido y arruinado su vida. Pero Caleb era un fantasma en la oscuridad, imposible de rastrear. Mientras tanto, Sebastián luchaba con su nueva naturaleza. La sed de sangre lo devoraba desde dentro, y aunque había jurado no volver a matar a humanos, la necesidad era cada vez más fuerte. Empezó cazando animales en el bosque, saciándose con la sangre de ciervos y zorros. Pero, por más que lo intentaba, la sangre animal no era suficiente.
Mientras Sebastián lidiaba con su naturaleza vampírica, Samael seguía creciendo a un ritmo espeluznante. Al cabo de un mes, ya tenía la apariencia de un joven de dieciocho años. No mostraba signos de vampirismo: comía comida humana, no necesitaba sangre, y no parecía tener ninguna de las maldiciones que aquejaban a su padre. Sin embargo, su existencia era igualmente un enigma. ¿Por qué había crecido tan rápido? ¿Qué era realmente Samael?
A pesar de sus miedos, Sebastián encontraba consuelo en su hijo. Aunque todo en su vida se había desmoronado, Samael era su ancla, su única conexión con lo que alguna vez fue. Sin embargo, una nueva preocupación comenzó a acecharlo: Samael empezó a tener pesadillas. No eran simples sueños malos; cada noche, su hijo despertaba gritando, hablando con alguien que no estaba allí. Y durante el día, hablaba solo. Al principio, Sebastián pensó que solo era una fase, una forma de lidiar con el aislamiento en el que vivían. Pero con el tiempo, Samael le confesó que no estaba hablando solo, sino con alguien llamado Kesabel, su «mejor amigo».
Cada vez que entraba en la habitación de Samael, su hijo lo miraba y le decía que estaba con Kesabel. Pero cuando Sebastián miraba alrededor, no había nadie más. El aire se volvía denso, y una sensación de peligro inminente lo recorría. Decidido a proteger a su hijo, Sebastián tomó la decisión de mudarse a la finca de sus padres, en un intento por darle a Samael un entorno más tranquilo. Tal vez, pensaba, el campo lo alejaría de esas alucinaciones.
Dos días después, se encontraban en la vieja finca familiar. Fueron recibidos con alegría, y, para alivio de Sebastián, nadie cuestionó demasiado la presencia de Samael. Habían aceptado la excusa de que el joven era un aprendiz de uno de los mejores abogados de Londres. Sebastián comenzó a relajarse, pensando que tal vez las cosas mejorarían. Pero entonces, al día siguiente de su llegada, algo extraño ocurrió.
La casa estaba vacía. Todos sus familiares habían desaparecido sin dejar rastro, excepto por una nota breve que decía: «Tuvimos que salir de viaje. Cuídate mucho. Te amamos. Hasta siempre, tu familia». La nota no parecía una despedida común; tenía un tono definitivo, como si supieran que nunca volverían a ver a Sebastián.
Durante días, Sebastián esperó noticias de su familia. Pero el silencio era abrumador. Puso una denuncia en la comisaría local, pero en su corazón, el terror se apoderaba de él. ¿Había sido él el responsable de su desaparición? ¿Los había asesinado sin recordar lo que había hecho? Cada vez que miraba a Samael, el miedo se hacía más fuerte.
Mientras la desaparición de su familia lo consumía, empezaron a desaparecer vecinos del pueblo cercano. Sebastián se convenció de que todo era su culpa. La maldición que cargaba se estaba extendiendo, y él no podía detenerla. Con cada día que pasaba, la culpa lo carcomía más. Pero su única motivación para seguir adelante era Samael. Su hijo, que parecía ser inmune a su maldición, era lo único que lo mantenía vivo.
Un día, mientras investigaba en viejos textos sobre el vampirismo, Sebastián encontró una leyenda. Había rumores de una tribu aislada, perdida en tierras remotas, que conocía un ritual para remover el vampirismo y devolver la humanidad a los muertos en vida. Para Sebastián, esa era su única esperanza. Si podía encontrar a esa tribu, tal vez podría librarse de la maldición que lo atormentaba.
En noviembre de dos mil dieciséis, Sebastián y Samael estaban listos para embarcarse en ese viaje. Había pasado un año y dos meses desde la muerte de Marcela y desde que la vida de Sebastián había cambiado para siempre. Decidido a encontrar esa cura, Sebastián empacó lo necesario y se preparó para un viaje que duraría al menos diez días, dependiendo de los obstáculos que encontraran en el camino. No quería correr el riesgo de estar cerca de otras personas. La tentación de la sangre humana era demasiado fuerte.
Para Sebastián, este viaje representaba la única salida de la maldición. Odiaba todo lo que había hecho y todo en lo que se había convertido. Por otro lado, Samael estaba emocionado. Para él, era una oportunidad de pasar tiempo con su padre, de conocer nuevas tierras y quizá, hacer nuevos amigos. Sin embargo, lo único que le preocupaba era si su amigo Kesabel lo acompañaría en el viaje.
Cuando le preguntó a su padre si podía llevar aKesabel, Sebastián sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Nunca se acostumbrabaa que su hijo hablara de ese amigo con tanta naturalidad, como si realmenteexistiera. Pero, esbozando una sonrisa forzada, le dijo que sí. Tal vez esteviaje también ayudaría a Samael a deshacerse de ese «amigo imaginario».
¡Hola, lectores! Sigo reescribiendo esta historia y me está gustando el rumbo que lleva, así que espero tenerla completa muy pronto.
Estaría muy agradecido si me comparte tus opiniones.
Un abrazo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro