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Capítulo I: Origen de la maldición


Sebastián, un hombre de origen campesino, había logrado todo lo que se había propuesto hasta hace poco. Gracias al esfuerzo de sus padres y de su hermano mayor, Raphael, consiguió estudiar Derecho y se ganó el respeto de todos sus profesores en la facultad. Era conocido no solo por su dedicación académica, sino también por su trabajo social, lo que le permitió forjar una reputación en otras facultades. Su carácter alegre y carismático, junto con una sonrisa perpetua, le ganó el afecto de todos, incluso de aquellos que no aceptaban su origen humilde.

Durante su tiempo en la universidad, conoció a Marcela, una joven estudiante de la facultad de salud. En poco tiempo, y gracias a amistades en común, se hicieron inseparables. Seis meses después, eran pareja. Ambos se graduaron en la misma promoción, en el mismo año y el mismo día, de la prestigiosa Universidad de Londres. Dos años después, se casaron.

La felicidad parecía sonreírles. Estaban esperando a su primer hijo, ambos con empleos estables y deseando, con toda su alma, la llegada de su primogénito. Pero todo cambió una tarde de agosto de dos mil quince. Marcela, debido a complicaciones en su embarazo, había tomado una semana de descanso. Mientras preparaba la cena con la que solía recibir a su esposo, Sebastián luchaba con su automóvil, que se había varado en una de las avenidas menos transitadas de la ciudad.

Atrapado en esa situación, intentaba arreglar el coche mientras esperaba la grúa, cuando escuchó pasos acercándose. Su rostro se iluminó, pensando que alguien venía en su ayuda, pero al voltear, el horror lo invadió. Frente a él, en la penumbra, se encontraba una figura que apenas podía describir. Al principio, creyó que era un animal salvaje, pero al acercarse más, notó que era algo parecido a un humano... pero no del todo. Tenía la boca llena de sangre y respiraba de forma agitada, con ojos que brillaban intensamente al verlo. Esa mirada le heló la sangre. La criatura se limpió los labios y, con una voz gutural, dijo:

—Tengo hambre.

Ese fue el último momento en que Sebastián se mantuvo cuerdo.

El siguiente recuerdo que tiene es haber despertado en su casa, con Marcela tendida en el suelo, sangrando. Desesperado, la llevó al hospital más cercano, rogando no perderla a ella ni a su hijo. Sin embargo, Marcela no sobrevivió. Solo el bebé lo hizo.

No fue hasta una semana después que comprendió la magnitud de lo que había ocurrido. En un callejón oscuro, cerca de su casa, atacó a una pareja que caminaba desprevenida. Al darse cuenta de lo que había hecho, vio los cuerpos sin vida a sus pies y empezó a gritar. En ese momento, una figura apareció. Sebastián reconoció al hombre que tenía frente a él: era el mismo que lo había atacado aquella noche. Esta vez, el hombre estaba bien vestido, proyectando autoridad.

Aterrorizado, Sebastián intentó atacarlo, pero sus esfuerzos fueron inútiles. El hombre se limitó a reír mientras Sebastián, con lágrimas en los ojos, le preguntaba por qué lo había convertido en un monstruo. El hombre, que dijo llamarse Caleb, le explicó que había sido vampiro durante más de quince años, convertido por su propio padre. Controlaban Londres desde las sombras, siendo los más poderosos y antiguos de la ciudad.

Caleb, con una sonrisa sombría, le reveló a Sebastián que ahora compartían una maldición: el vampirismo. Además, le explicó que tenía ciertos dones, como la inmunidad a los ataques de aquellos que él mismo convertía. También mencionó que había un poder en su linaje que no estaba dispuesto a revelar... todavía.

Sebastián, en shock, apenas podía procesar lo que oía. Caleb le explicó que la razón por la cual su esposa había muerto era que Sebastián no había terminado el «trabajo»: al no succionar toda la sangre de sus víctimas, las dejaba en un estado entre la vida y la muerte, lo que inevitablemente los llevaría a morir. Así había sido con Marcela.

Consumido por el dolor y la culpa, Sebastián se derrumbó. La idea de que él había sido responsable de la muerte de su esposa era insoportable. Lloró y gritó, exigiendo saber por qué lo habían elegido a él, qué propósito había detrás de todo aquello. Caleb, sin embargo, solo le ofreció una respuesta vaga:

—En su momento lo sabrás.

Antes de desaparecer a una velocidad que ningún humano podría ver, Caleb prometió seguir visitándolo. Sebastián, hundido en la desesperación, quedó solo en medio de la noche. Decidió que no permitiría que más personas sufrieran como lo había hecho su esposa. Aunque no podía liberarse de su sed de sangre, se prometió que no volvería a matar a humanos. Así, comenzó a cazar animales, una solución imperfecta que apenas mitigaba su hambre.

¡Hola! Vamos a retomar esta historia, hasta llevarla hasta el final...

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Espero te guste y la disfrutes.

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