CAPÍTULO UNO
El mismo lugar, la misma situación y el mismo colgante, solo que esta vez no llego a la parte en la que muero, porque unos golpes en mi puerta me hacen abrir los ojos al instante.
Me levanto con agilidad, tomo mi arma compacta de la mesita de noche, y me inclino sobre la minicomputadora donde la imagen de Fernando, captada por la cámara, me recibe. Mi reloj marca las 05:00 horas, es demasiado temprano para que mucha gente lo vea, y suficientemente tarde para pasar desapercibido.
—Buenos días, Erick —saluda a penas se abre la puerta—. Parece que te he despertado.
—Trabajé hasta tarde —me excuso.
—Entiendo.
—¿Qué tienes para mí, Fernando? —pregunto invitándolo a pasar.
—El presidente ofrecerá hoy una elegante fiesta en su residencia —comienza a explicar una vez se ha cerrado la puerta—, y en ella estarán importantes mandatarios de muchos países. El anfitrión ha recibido una señal de alerta: al parecer planean usar la reunión para dar un golpe de estado, y con ello un mensaje para muchos de los presentes.
—¿Quién es el blanco?
—Esa es la cuestión, Erick: no lo sabemos —admite entregándome una carpeta—. Víctor le ha dicho al presidente que tú eres el hombre indicado para esto, así que... el trabajo es todo tuyo.
—¿Acaso no tienen suficientes escoltas? —pregunto extrañado. No es ninguna novedad que el presidente solicite nuestros servicios, pero que lo haga con el fin de proteger... es algo inusual: nosotros quitamos del camino a los estorbos y con sus cadáveres forjamos los cimientos de los más grandes mandamases.
—El presidente firmará un importante contrato con varios de sus invitados, si los alerta, quizás algunos piensen que es un complot o incluso se nieguen a asistir; además, le pedirían información sobre su fuente y como imaginarás...
—Víctor —termino la frase y asiento.
No es ningún secreto que personas como nosotros estemos detrás de un gobierno, pero tampoco es algo que deba salir a la luz.
Víctor es uno de los más grandes padrinos, y en conjunto con su exesposa, Morín, forman la red más prestigiosa de mercenarios; y tal como era de esperarse, tienen muchos enemigos, entre ellos países enteros; razón por la cual, nuestro presidente no debe verse involucrado con él. A pesar de que los medios de comunicación (estrategias para moldear la opinión pública) lo describen como un gran «magnate» (que en realidad es lavado de dinero), el resto de los grandes mandamases también conocen la otra cara de la moneda.
—¿Qué seré esta vez? —inquiero abriendo la carpeta. Admito que es precisamente esto lo que más me gusta de mi trabajo: la actuación que conlleva portar un disfraz—. Agente del Servicio Secreto —leo en voz alta.
—¡Ya todo está listo! —anuncia, al tiempo que se prepara para retirarse—. Natanael pasará por ti a las 20:00 horas —Asiento en su dirección y lo acompaño a la salida—. ¡Ah! Y Erick... discreción.
—Entendido.
Discreción. Eso es aburrido, sin embargo el trabajo lo requiere.
Un cuchillo de combate en mi tobillo, blindaje blando bajo la camisa y una pistolera con dos armas compactas y silenciador ocultas por el saco; eso es todo lo que necesito para esta noche. Con base en el archivo que Fernando me ha entregado esta mañana, identifico a los mandatarios de Estados Unidos, Rusia, China, Alemania, Reino Unido, Francia, entre otros. Sí, sin duda es el escenario perfecto para mandar un mensaje y dar un golpe de estado, pero para su buena suerte, por esta noche me tienen de su lado.
Pasado dos horas, todo parece estar tranquilo, cuando una cabellera rubia atrae mi atención. Estoy seguro de que podría haber pasado desapercibida, de no ser porque conozco esas caderas entalladas en ese elegante vestido verde a la perfección. Sus ojos color topacio chocan con los míos y al instante encuentro a mi rival, quien se disculpa cortésmente con su acompañante (el secretario del mandatario de Francia) para dirigirse al servicio.
Me interpongo en su camino y sutilmente la tomo por la cintura para comenzar un baile que jamás me concedió. Aspiro hondo y su fragancia inunda mis fosas nasales.
—Es el perfume que te regalé en París —sentencio a modo de saludo.
—Ahorrémonos los buenos modales y dime... ¿qué quieres para que te quites de mi camino? —su voz es lo bastante alta para escucharla a la perfección, y lo justo para que solo podamos oírla nosotros dos.
No puedo creer que sea ella con la que me tenga que enfrentar: Ross, la mujer a la que algún día creí que podría entregarle la mejor mierda que hay dentro de mí.
—Sabes muy bien que mis tarifas son altas, cariño —le recuerdo. Debo encontrar una solución. No puedo matarla, y no porque no quiera, sino que es una regla entre nuestras Casas—. Solo tienes dos opciones, Ross: te retiras y no interfieres con mi trabajo... o bien, me obligas a comenzar una guerra —Silencio—. Sabes muy bien que hoy solo uno de los dos puede ganar ese dinero, y seré yo.
—Entonces mátame, porque no pienso salir de esta fiesta sin haber cumplido mis órdenes— murmura en mi cuello, provocándome cosquillas con su aliento.
No soy tan idiota para ser el detonante de una conflagración, si la situación fuera diferente, muy probablemente ya estaría muerta.
—¡Te propongo un trato! —anuncio formando un plan—. Un lugar en el crucero de Víctor —suelto, y siento como su cuerpo se tensa ligeramente—. Sé que estás en el puesto treinta y uno —continúo.
—¡Tú no puedes saber eso!
—Ser el primero tiene sus beneficios —aseguro—. Este es el trato: te retiras con Natanael, él te llevará a mi departamento y al finalizar mi trabajo me encargo de que tengas un lugar en el crucero de mañana.
—Si me retiro, estoy fuera de la Casa: seré una presa fácil.
—Quizás. Por ello te ofrezco asilo durante un mes, en lo que consigues otra, en caso de ser necesario. Además, he escuchado que esta reunión es diferente a lo que acostumbra Víctor, es más... sustanciosa —le susurro al oído. Ross se lo piensa por un segundo.
De vez en cuando, Víctor escoge a un grupo de personas de su Casa y la de su exesposa para realizar un trabajo grande, y con ellos me refiero a mucho dinero; sin embargo ésta situación es diferente: ha seleccionado a los primeros treinta rankings a nivel mundial, y como era de esperarse, casi el setenta por ciento pertenece a su imperio.
—¿Cómo sé que cumplirás tu parte del trato?
—¡Oh, cariño! Sabes que soy un hombre de palabra —le recuerdo al tiempo que me separo un poco de ella para hacerla girar.
—Francia —confiesa en señal de aceptar el trato, al tiempo que vuelvo a pegar su cuerpo al mío.
—¡Atención por favor! —pide el presidente de España—. El día de hoy...
Un hombre de cabello negro sale de entre la multitud disimuladamente, atrayendo mi atención; sé que Ross también lo ha visto porque nuestras miradas se encuentran.
—¡Vete de aquí! —ordeno al instante y ella obedece.
No confío en esta hermosa mujer para que se quede cerca de su blanco sin mí vigilando sus movimientos. Veo como sube al carro con Natanael y es entonces cuando me dirijo al área de la cocina.
Apenas abro la puerta, un movimiento a mi izquierda me hace levantar mi brazo a modo de escudo. Un ardor lacerante surca mi hombro y como respuesta suelto un gruñido, al mismo tiempo que con mi brazo derecho inmovilizo el suyo contra la pared, provocando que suelte su cuchillo; giro sobre mis talones y con mi codo izquierdo golpeo su rostro, eso lo descoloca un segundo, lo suficiente para tomar mi arma; sin embargo un fuerte golpe en la parte interna de mi codo hace que se me caiga al suelo. Sin perder tiempo, suelto su brazo y asesto un golpe seco en su garganta, en el mismo momento en que un sartén de acero impacta en mi costado derecho: lo que me deja sin aliento por un segundo, lo necesario para que Luca tome mi arma y dispare en mi dirección. En el último segundo ruedo por el suelo y me resguardo tras la cámara frigorífica, al tiempo que tomo mi otra arma y disparo hacia él.
—¡Así que eres el candidato predilecto de Víctor, ¿eh?! —se mofa Luca desde el otro extremo de la cámara. Los trabajadores han salido corriendo por la puerta de emergencia y la música continúa sonando fuera de la habitación.
Esta es mi oportunidad de una doble jugada: Luca es el número seis de la lista que abordará mañana ese crucero, si lo mato, no solo irá Ross, sino que el presidente de Francia vivirá al menos una noche más; y al estar Luca en esta misión y en mi contra, no tendré ninguna represalia por matar a uno de los treinta seleccionados.
—Hablas demasiado —Nuestras espaldas están a solo diez metros la una de la otra.
—¿Y te molesta?
—Mucho —admito, lanzándome hacia mi lado izquierdo y disparando dos veces en dirección a sus pies.
—¡Hijo de... —maldice con un gruñido, lo que me advierte que he dado en el blanco. Luca se dispone a disparar justo cuando llego a la primera columna, haciendo que las balas impacten en esta.
—¡Necesitas ser más que un seis para poder enfrentarte a mí! —suelto con altanería.
—Así que es cierto —murmura.
—¿Qué soy el primero?... Siempre es cierto —En un rápido movimiento cruzo el pasillo y me resguardo en la columna de enfrente, estoy más expuesto, sí, pero entre él y yo, la ventaja es mía.
¡Bingo! Apunto a su mano y aprieto el gatillo. Un alarido resuena en la estancia y el sonido del arma al caer al suelo es mi señal: me apresuro hacia él y sin bajar mi arma lo encaro.
—Para cada grande, hay otro más grande —jadea por el dolor.
—Pues aún no encuentro el mío —Disparo. La puerta de entrada se abre y más de diez armas apuntan en mi dirección—. Agente Francisco Robles del Servicio Secreto —digo mostrando «mi placa».
Los hombres se despliegan por toda la habitación, al tiempo que con paso apresurado Deisy se acerca a mí.
—Fernando está afuera, debes salir de aquí —me apremia haciéndome un ademán para que la siga a las escaleras que me llevarán hasta el estacionamiento subterráneo. Asiento en su dirección y bajo tan rápido como soy capaz.
Tal y como dijo Deisy, Fernando me espera en su carro favorito: un Lamborghini Miura color gris oscuro.
—¡No quiero que ensucies mi auto! —dice lanzándome una compresa al ver la herida de mi hombro—. ¡Te he dicho que tenías que ser discreto! —se queja, haciendo arrancar el motor.
—Sí bueno, también dijiste que era un asesino y te tengo noticias: eran dos —suelto molesto. Es difícil no llamar la atención cuando intentas matar a alguien en una fiesta con gente especializada en detectar inconvenientes.
—Sí, Natanael me ha comentado lo de Ross —confiesa tomando la autopista—. Pero el otro...
—Era Luca —lo corto.
—Lo sé, me acaban de avisar que fue enviado para acabar contigo: al parecer la tarifa por tu cabeza a subido cinco millones más —No respondo. Fernando se ríe después de unos minutos—. Así que lograste cumplir lo que le propusiste a Ross.
—Yo siempre cumplo, Fernando —digo tajante.
—Sí —dice, tomando la segunda desviación que nos encontramos— Víctor quiere hablar contigo —explica al instante. Asiento.
Víctor me encontró cuando tenía diecisiete años, mi astucia para vender cocaína y escabullirme de las autoridades, además de mi carácter, atrajo su atención; eso sumado a mi resiliencia, me hizo un candidato propicio para estar bajo su servicio y el de su esposa Morín, por aquel entonces. Ahí conocí a Ross.
El carro se detiene frente a la enorme residencia del viejo «magnate» y yo salgo a la cálida noche.
—Te esperaré aquí—anuncia Fernando desde el interior de su Lamborghini.
Uno de los sujetos junto a la puerta, me dirige hasta el despacho de Víctor, quien me pide que entre.
—¿Sesenta?
—Sesenta víctimas —confirmo—. Pero ha sido Luca —aclaro.
—Lo sé —dice quitándole importancia y bebiendo un sorbo de su whisky—. Fernando me ha dicho que Ross se encuentra en tu departamento y... que le has ofrecido asilo.
—Era la única manera de evitar una guerra —Víctor asiente.
—Tu parte ya ha sido llevada a tu departamento —informa. El hombre junta las yemas de los dedos sobre el escritorio y sé que se siente confiado, posiblemente por algo que está a punto de decirme—. Mañana partiremos en el crucero y... solo quería que fueras el primero en saber que será ahí donde lea mi testamento.
Sabía que esa reunión sería diferente al resto, pero nunca imaginé algo como esto, aunque lo que más me intriga es: ¿por qué seleccionó a los treinta mejores asesinos solo para leer su testamento?
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