CAPÍTULO SEIS
—¿Alguien más gusta retirarse? —pregunta mofándose mientras bebe un sorbo de su bebida—. Uno de ustedes está cerca de convertirse en el nuevo socio de la muerte y eso amerita un brindis.
El servicio del barco se acerca entregándonos copas llenas de lo que parece ser champagne, tomo una e imito el gesto de Víctor.
—¡Salud! —brinda Víctor con energías renovadas, mientras nosotros susurramos con los nervios a flor de piel—. Luis, deshazte de esto no quiero que se manche mi barco.
Mi corazón golpea mi pecho cual tambor, y la adrenalina corre por mi cuerpo a la misma velocidad de la luz.
Los dieciocho restantes nos observamos durante los siguientes segundos. Nadie se atreve si quiera a moverse.
—¿Y ahora qué? —murmura Ross haciendo lo posible por no traslucir su nerviosismo.
—Entreguen todo accesorio u objeto que lleven encima, a excepción de la ropa y por favor, no traten de engañarme o tendré que matarlos y... me quedaré con pocas opciones para mi heredero.
Les entregamos todo lo que llevamos encima: celulares, tabletas, relojes, carteras, cadenas, anillos, pendientes y demás. Solo conservamos la ropa, tal como ha ordenado Víctor, sin embargo, sus hombres nos cachean para asegurarse de que no nos hemos querido pasar de listos.
»Bien. ¡Que pasen una linda noche! —exclama un enérgico Víctor para darse media vuelta y retirarse.
Todos comienzan a desplazarse rápidamente y yo hago lo propio, tomando a Ross de la cintura para dirigirnos a la segunda planta, donde hay un guardia apostado en cada puerta.
Ross abre su habitación y me dispongo a entrar tras ella cuando el sujeto a mi derecha me pone una mano en el pecho.
—¡No puedes pasar: ordenes del Anfitrión!
Lo fulmino con la mirada, más no se inmuta.
—Solo hablaré con ella, ¿de acuerdo? —suelto hostil, quitándome su mano de encima y acercándome a Ross—. No salgas de la habitación, mañana buscaremos una solución.
Sus bellos ojos muestran un océano revuelto y el impulso de abrazarla se apodera de mí, no obstante, lo reprimo.
No espero una respuesta de su parte, sino que me aparto para dirigirme a mi habitación. A pocos metros de mi destino me encuentro con Ángel, quien me saluda con un movimiento de cabeza, el cual imito.
Entro en la suite para darme cuenta de que se han llevado mis escasas pertenencias, inclusive mis gafas oscuras.
—¡Maldición! —suelto frustrado.
Sobre la cama hay un cambio de ropa que consta de un pantalón táctico, botas, camisa de algodón, chaqueta y ropa interior; así como una nota color negro que ha sido escrita con una elegante caligrafía dorada anunciando que el almuerzo se realizará mañana en punto de las 7:00.
Me han quitado mi reloj, no obstante, deduzco que deben ser cerca de las 23:00 horas.
Suspiro, pero sin importar cuanto aire inhale o exhale, el peso en mi estómago no se desvanece y por alguna estúpida razón, la imagen de Ross está repitiéndose en mi cabeza una y otra vez.
¡Carajo!
Un sonido pesado en la puerta y ventanal, me sobresalta, sin embargo, no es hasta que se escucha un clic, que mi corazón retumba en mis oídos. Espero una señal que me indique cual debe ser mi siguiente paso, más el tiempo se arrastra y no llega ninguna.
Avanzo con paso incierto en dirección a la salida y lo primero que hago es ver a través de la cámara del intercomunicador. Negro, eso es lo que veo.
Con un movimiento rápido abro la puerta. Una placa metálica es lo que encuentro, no un pasillo como hace algunos minutos. Mis pies se apresuran a llegar a la ventana y aunque en mi interior ya conozco la respuesta, abro las pesadas cortinas para comprobar que detrás del frágil vidrio, el paisaje del océano imponente se ha extinguido.
—¡Demonios! —mis nervios están a flor de piel y el estar encerrado sin arma alguna me hace sentir vulnerable.
«Concéntrate, Erick» me reprendo.
Debo admitir que la reacción de Víctor hace unos minutos me ha tomado con la guardia baja, no obstante, debo centrarme, solo hay una posibilidad de salir de aquí: sobrevivir, y eso es lo que haré.
En mi cabeza comienzo a organizar los puntos más importantes que debo tener presentes: a) necesito al menos un aliado. La imagen de Ross viene a mí. Sé que ella es mi mejor opción, primero porque la han visto a mi lado lo suficiente como para convertirla en un blanco contra mí.
Por un momento me siento mal por ella, le ofrecí asilo y la he traído a las mismísimas fauces del infierno.
«Haberla matado en la fiesta hubiera sido la mejor opción».
Saco de mi mente esos pensamientos y vuelvo a retomar la idea central. De todos los pasajeros presentes, en este momento, solo podría considerar a Ross la opción para forjar una alianza. No confío en ella, más en la única que no me matará, al menos por ahora: sé que ella es consciente de que, para sobrevivir, necesitaremos de una alianza y nosotros hemos formado un dúo implacable en el pasado.
b) Necesito hacer un recuento de los que aún estamos vivos: somos catorce individuos pertenecientes a la Casa de Víctor y Morín, de lo cuales cinco son mujeres y nueve hombres; Massimo, el italiano; Yaroslav y Evgeny, los rusos y, por último, Noah. De treinta pasajeros que abordaron, solo quedamos dieciocho.
c) Planear una buena estrategia, más al no conocer el lugar y con lo que contaré para defenderme y atacar, no puedo crear gran cosa, así que termino por establecer lo más sencillo y obvio: debo ir por los más fuertes y hábiles en cuanto comience la caza. En los primeros dos días mi fuerza y agilidad tendrá un porcentaje alto en cuanto a buen rendimiento, más con el paso de las horas la fatiga hará mella en mi cuerpo. En conclusión: Massimo, Evgeny, Noah y Ángel, serán mis primeros blancos, no obstante, puedo asegurar que yo seré el de ellos también.
Bien, ahora solo queda esperar.
En el servicio encuentro un kit con productos de higiene personal, así que decido tomar un baño rápido y cuando salgo, me doy cuenta de que aún conservo mi blindaje blando: no me lo he quitado de encima desde que abordé.
Decido dormir con el, es algo incómodo, aunque me puede dar una ventaja enorme ante un oponente.
Después de lo que parecen horas dando vueltas en la cama, ordenándome dormir, termino por sumergirme en las tranquilas y oscuras aguas de la noche.
La habitación está en penumbra, aunque mis ojos ya se han adaptado lo suficiente como para distinguir el movimiento a mi derecha, justo en el preciso momento en que un cuchillo pasara volando a centímetros de mi cabeza. Busco mi arma, sin embargo, no llevo ninguna encima.
¡Maldición!
Un golpe en la sien me hace caer de rodillas con la cabeza embotada, lo que entorpece mis reflejos, porque un nuevo impacto en mi estómago me sofoca, haciéndome caer al suelo.
Una figura borrosa se alza en la oscuridad con un cuchillo en mano, lista para apuñalarme.
Giro sobre mí mismo.
—¡Aaah! —gruño cuando caigo a un costado de mi cama.
Mi respiración es acelerada y lo primero que hago es ponerme en pie para enfrentar al fantasma que cada noche me atormenta en ese mismo sueño.
¡Carajo!
Suspiro. No tengo la menor idea de la hora que es, la placa metálica sigue ahí tal cual como cuando me fui a dormir.
Enciendo la luz y me dirijo a la pequeña cocina de la habitación. Mientras me sirvo un poco de agua, me percato de que el reloj de la pared marca las 6:30 horas.
«Parece que he despertado justo a tiempo».
Me dirijo al baño, cepillo mis dientes, lavo mi rostro, arreglo mi cabello, y me pongo el cambio de ropa que dejaron para mí.
Un chirrido metálico me pone en alerta. Con agilidad salgo de baño para posicionarme con la espalda contra la pared derecha de la puerta, a la espera de quien sea que pretenda atravesarla.
Alguien da unos golpecitos en la puerta.
«¿Quién demonios llama a tu puerta para asesinarte?».
El teléfono del intercomunicador timbra a mi lado. Descuelgo el aparato y me lo llevo al oído, dubitativo.
—Señor Zoto, le recuerdo que el Anfitrión ha solicitado su presencia en el comedor superior en punto de las 7:00 horas —resuena una voz ronca.
—Gracias.
A través de la cámara distingo que se trata del mismo guardia que custodiaba mi puerta ayer por la noche.
El sujeto vuelve a su posición de vigilancia y yo cierro los ojos por un largo segundo en un intento de controlar los latidos de mi corazón.
«Estoy perdiendo el control de mis nervios».
Vuelvo al baño, termino de acomodar mis cosas para hacer la cama y guardar la ropa sucia en el cesto dentro del armario. Una vez todo en orden, me dirijo a la salida.
—Señor Zoto —vuelve a saludar el hombre, sujetando con firmeza su fusil de asalto— ¡Sígame! —ordena tajante.
Veo como mis compañeros salen de sus habitaciones con sus respectivos guardias guiándolos hasta el comedor.
Las mesitas individuales han sido acomodados de manera que todos estemos a tres metros de distancia los unos de los otros. Tomo asiento en el lugar más alejado de todos, como de costumbre.
Solo hemos llegado doce personas, las cuales intercambiamos miradas furtivas.
Tamborileo de dedos, pies inquietos, movimientos compulsivos de manos, y suspiros; eso es lo que llena la atmosfera: señales claras de nerviosismos.
Ross es la última en ingresar a la sala, seguida de cerca por Víctor, quien toma lugar en el centro de la esta, y como si de una señal se tratase, los guardias se retiran de nuestro lado para formarse a las espaldas del Anfitrión.
—¡Buenos días, espero que hayan descansado! —saluda Víctor con una enorme sonrisa—. Estamos a solo seis horas de nuestro destino, así que mientras tanto, disfruten del almuerzo.
Los camareros salen detrás de las puertas para tomar nuestras órdenes y colocan una gran mesa con aperitivos y postres.
A pesar de que el hambre me ha abandonado a causa de la tensión, no pienso demostrarlo, así que pido un café Macchiato (uno de mis favoritos desde que visité Italia), un coctel de frutas tropicales y algo de pollo con arroz para cubrir una de mis raciones de proteína.
Ignoro las miradas escrutadoras que me lanzan los presentes mientras tomo mi espresso.
Justo cuando trago un pedazo de mango, Emmanuel y Giovanny (integrantes de mi Casa) se levantan en dirección a la barra de postres. Observo como toman algunas tartas y el tazón de vidrio que contiene un rico postre que parece ser de origen Frances. Más en vez de girar hacía sus asientos, vienen en mi dirección.
Distingo como Víctor detiene a mi guardia cuando se dispone a venir en mi auxilio. La adrenalina recorre mi cuerpo cual estrella fugaz el firmamento.
—¿Podemos? —inquiere Emmanuel, colocando el recipiente trasparente en la mesa sin esperar mi respuesta—. Sabemos que encabezas la lista —confiesa en un susurro.
—Y que el precio por tu cabeza ha aumentado mucho hasta ayer en la noche, y ahora comprendemos el por qué —murmura Giovanny dándole un tono amenazante a sus palabras—. Dinos, Erick, ¿qué acuerdo has hecho con Víctor?
Introduzco un pedazo de coco blando a mi boca, limpio mi comisura de los labios con la servilleta y hecho hacia atrás mi silla.
—Si me disculpan, caballeros... —me hago a un lado dispuesto a retirarme, cuando la mano de Giovanny me detiene.
Observo sus ojos verdosos con arrogancia, mientras una sonrisa crece en mi rostro. Entonces todo sucede demasiado deprisa: el postre sale volando cuando Emmanuel busca golpearme con el grueso recipiente, desvío el impacto en el preciso instante en que el cuerpo de Giovanny me taclea. Como puedo golpeo su garganta y salgo de su alcance para ponerme en pie. Emmanuel toma el cuchillo de pan que encuentra en la barra de postres y se pone en posición de ataque.
Ross corre en mi dirección, más cuando se dispone a atacar a Emmanuel, Cristopher golpea su mandíbula, dando comienzo a otra pelea.
—¡No te metas Ross! —gruño, sujetando la muñeca de Emmanuel para llevarla a su espalda y estrellarlo contra la pared.
Mis palabras quedan en el aire porque Ross ni siquiera las ha escuchado, está enfrascada en llevar a su oponente al suelo, donde lo retiene con ferocidad.
—¡Alto! —ordenan los guardias, rodeándonos con los fusiles en alto.
Arrojo el cuchillo a un lado y me aparto de Emmanuel. Giovanny luchar por recuperar la respiración y Ross, quien está a punto de romperle el brazo a Cristopher, se levanta lentamente con las manos en alto. El resto de los presentes siguen clavados es sus asientos.
Víctor me observa con atención y yo no aparto la vista de sus ojos. Sin previo aviso dos guardias me sujetan por lo brazos al igual que al resto de los involucrados en la pelea, entonces un tercer sujeto se coloca al frente, donde con un movimiento rápido y certero dispara a sus cabezas.
¡MIERDA!
—Les he dicho que estaba prohibido atacar a cualquiera dentro de este barco —espeta Víctor—. Actuaron en defensa propia —sentencia en dirección de Ross y mía.
Libero el aire retenido en mis pulmones al saber que al menos no moriré en este momento.
Los guardias sueltan sus fusiles o, mejor dicho, los cambian por armas cortas.
»Aunque pensándolo mejor, creo que es hora de dormir —suelta Víctor.
Los guardias levantan las armas compactas y comienzan a disparar en dirección de los presentes.
Un ardor agudo se instale en mi cuello e instintivamente me llevo a mano hacia esa zona para encontrarme con un dardo.
¡Maldición!
Mi visión se vuelve desenfocada y mis piernas ceden bajo mi peso terminando a gatas buscando... ¿Qué? ¿Escapar? Es imposible. Mis manos se llenan de la sangre cálida de los cuerpos a mi lado, pero a pesar de querer alejarme, termino cayendo al suelo sobre ella.
La figura borrosa de Ross está a dos metros de mí y es a solo unos segundos de perder el conocimiento, que escucho su susurro:
—Búscame.
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