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CAPÍTULO CINCO

Mastico el último bocado de mi cena cuando Ross toma asiento frente a mí.

«Esto se está volviendo una costumbre».

—¿Has visto la tabla de recompensas? —pregunta colocando su móvil ante mis ojos—. El precio por tu cabeza ha aumentado diez millones más, sin duda alguna alguien allá fuera tiene prisa por acabar contigo.

—Sí, eso parece —confirmo observando la pantalla de su celular.

—Y si es tanta la urgencia, solo se me ocurre por una razón...

—Una gran herencia —la corto al instante. Ante mis palabras su rostro se contrae—. ¿Estás preocupada por mí, Ross? —pregunto mofándome.

Sus ojos como platos, respiración acelerada y el tamborileo de sus dedos le dan un aspecto más... humano.

—¡Imbécil! —suelta molesta al no tener forma alguna de negarlo.

Una carcajada surge desde mi interior, ganándome las miradas de todos y cada uno de los presentes, quienes enarcan las cejas ante mi buen humor.

—¡Por favor, síganme! —ordena Víctor a todos los pasajeros, interrumpiendo mi conversación con Ross.

Sin cuestionar nos ponemos en pie y lo seguimos, hasta que la brisa fresca azota nuestros rostros.

En el exterior se encuentra la escolta de Víctor distribuida por toda la cubierta principal.

—¡Que raro, mi celular tenía ochenta porciento de batería! —comenta Ross a mi lado.

Hay sillas apostadas a un costado, y en frente se encuentra un pódium.

—Tomen asiento —indica Víctor.

Desconcertado me siento en primera fila, con Ross a mi lado. Cuando todos han ocupado su lugar, la voz del dueño del barco, resuena en la fresca noche.

»Antes que nada, debo agradecer su presencia en este crucero —murmuros a mi alrededor hacen que mis sentidos se agudicen—. Probablemente muchos de ustedes se han estado preguntando la razón de este viaje, pues bien, tengo cincuenta años dirigiendo está grandiosa Casa y la muerte comienza a susurrar a mi oído —algunas risitas impregnan la atmosfera—. Lo sé, estoy muy bien conservado —continúa.

Todos a mi alrededor comienzan a sacar sus móviles, lo que me lleva a imitarlos para darme cuenta de que el mío también se ha descargado. «No, no se ha descargado» grita una vocecilla dentro de mí, «una bomba electromagnética» es la primera respuesta que viene a mi cabeza.

»Sin embargo, considero que ha llegado el momento de ceder todos mis bienes a un sucesor digno —«Un sucesor» mi respiración se acelera y mi vista vaga por todos los presentes—. Así que es aquí, frente a los treinta mejores asesinos, que he decidido dar a conocer mi testamento —expresiones de asombro recorren la audiencia, mientras que por mi vista periférica ve como Ross me observa con atención; yo por otra parte, no puedo apartar los ojos de Víctor.

Un hombre de traje gris, le hace entrega de una carpeta. Inspira hondo y la audiencia aguantan la respiración a la espera de sus palabras.

—Algo está mal —susurra Ross a mi lado y sé que tiene razón: sus escoltas se encuentran listos para atacar y nos han ido rodeando poco a poco.

—Heredar mi grande fortuna conllevará una gran responsabilidad, y es precisamente por ello que he decidido poner como sucesor a alguien de los aquí presentes —hace una pausa y observa la tensión que ha provocado en sus invitados—. No obstante, después de debatir cuál sería la mejor forma de escoger correctamente al afortunado que será maldecido con mi sombra, he decidido que lo dejaré en ustedes mismos. Uno de ustedes me demostrará no solo ser el mejor, sino que es digno de ocupar mi lugar; y la única manera de logarlo, es siendo el mejor en lo que solo ustedes saben hacer.

El silencio vuelve pesada la atmosfera que nos rodea, incluso pareciera que carente de oxígeno.

»En otras palabras —continúa—. Siendo el último sobreviviente.

Esa pequeña frase hace que muchos se pongan en pie, dispuesto a luchar con quién sea que atente contra ellos. Algunos otros murmuran su desacuerdo y yo, sigo sin quitarle los ojos de encima.

»Por favor, permítanme terminar —pide, aunque sus escoltas dejan claro que es una orden—. El día de mañana desembarcaremos en Islas Bermudas, donde serán libres de enfrentarse entre ustedes mismos. Las armas se las brindaré yo, así como alimentos e incluso equipo médico.

«Islas Bermudas» Así que debemos de estar en el Triángulo de las bermudas, quizás por ello los teléfonos han colapsado; si es así, eso significa que Víctor no quiere dejar huella alguna de esto y de igual manera, no quiere que nadie fuera de este barco se entere de lo que sucede aquí, nos ha aislado de todo y todos, eso alerta algo en mi interior.

—Es una locura —murmura Danh.

—Nadie será obligado a participar, sin embargo, debo recordarles que mi fortuna está evaluada en doscientos cincuenta mil millones de dólares, y siendo ustedes los mejores asesinos del mundo, ni siquiera debería existir duda en su interior.

Las olas del océano rompiendo contra el barco es lo único que se escucha.

»Sin embargo, soy consciente de que el temor puede dominar a las mentes débiles, por lo que eso se convierte en el primer indicador de que ustedes no son dignos si quiera de participar por mi herencia —sentencia con una media sonrisa—. Ahora bien, pasaré a mencionar las reglas —informa—. Uno: la competencia se llevará a cabo en una zona específica, no les recomiendo que busquen engañarme.

Tal cual estatuas es como permanecemos mientras Víctor pone en orden sus notas para continuar.

»Dos: se les hará entrega de todo lo necesario en la misma cantidad a cada uno para hacerlo más justo; tres: todo acuerdo de asilo queda anulado —dice clavando sus ojos en mí.

Mi corazón late debocado.

»Y por último y más importante: solo uno puede salir vivo —observa con atención a cada uno de nosotros, deteniéndose solo un segundo más en mis ojos—. Como ya he dicho, son libres de negarse a participar, y en caso de ser así, les pediré a esas personas que se pongan en pie y salgan de las filas.

Veo como algunos comienzan a levantarse y los hombres de Víctor los dirigen a un costado.

Ross titubea a mi lado, más cuando presiento que podría optar por ponerse en pie, tomo su mano y se lo impido.

Doce personas son las que han escogido desertar, entre ellas, ocho pertenecen a la asociación de los exesposos.

Víctor hace una seña al líder de sus hombres y sin previo aviso abren fuego contra los desertores.

En algún sitio alguien ahoga un grito. Los doce cuerpos se sacuden por los impactos, creando un tumulto de extremidades en ángulos extraños.

—Aborrezco a los cobardes —sentencia Víctor. 

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