Camino a tu lado. Te miro fijamente. Estás tranquilo, sonriente, como si no vieses o no te importaran las otras miradas. A mí me empieza a molestar que otros miren sin disimular tus accesorios, tus movimientos, tu andar; y me pongo a pensar qué es lo que les molesta de verdad: ¿demasiado brillo, demasiados tonos rosas? , ¿los aritos no combinan con la sombra de tu barba sedosa?,¿demasiada ajustada la ropa que te cubre en contraste con tu voz grave y pesada?
Seguimos avanzando y las miradas se me antojan ahora más duras y en cambio tú me miras y tu sonrisa mantienes; no dudas.
¡Tengo tanto que aprender!, me digo y ante un sorprendente aluvión de rebeldía, te tomo de la mano, me acerco más a ti; tu sonrisa se hace más brillante, siento tu aliento en mi boca y ahora soy yo quien ya no ve esas miradas, ajenas, errantes...
Ya no veo nada, excepto a ti...