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Tonta broma

Año 1618 d.C.

Nueva España.

La luz de las antorchas oscila en movimientos leves sobre la piel lustra de las dos doncellas que rodean a Lyuben Azazel. Viviana, la más cercana a su tutor, y con quien Lyuben comparte largas charlas, le cepilla el cabello castaño, mientras que la otra hace ajustes a los encajes de las mangas de su casaca. De vez en cuando, Lyuben susurra algo que las hace sonreír.

La seguridad que sentía antes de llegar a los aposentos de mi padre para hablarle de mis deseos se esfuma. Una vez que las doncellas se retiran me acerco para apoyarme en uno de los postes del dosel.

–Gaius Behemoth viene en camino –anuncia mi padre antes de que yo abra la boca–. Ya todo ha sido acordado. Te casarás con las dos. Celina será tu esposa oficial ante el clérigo. Eres muy afortunado, Garret. ¡Dos esposas de la línea de Behemot! Anubis te ha bendecido.

–Padre... –titubeo–. ¿Has sabido de algún daimón cortejando a una humana?

Lyuben alza los hombros y estira los pómulos en una mueca–. Fornicarlas es placentero, aunque son delicadas.

–Cortejarlas, padre; no fornicarlas.

Las facciones de Lyuben se aplanan antes de responder con un bufido y una carcajada.

–¡Con qué finalidad!

Enderezo la espalda forzándome a alzar la mirada hacia él.

–¿Unión?

–¿Y para qué alargar el asunto con un cortejo?

Vamos, Garret, escúpelo. Dile que te enamoraste de Sofía, la viuda mestiza de Velasco.

–Unión verdadera. Matrimonio –carraspeo sin poder agregar más.

Mi padre no parece comprender. Su entrecejo, y en sí todo el rostro, se le arruga para explotar en otra risa más escandalosa.

–Una cosa así va contra natura, Garret –responde risueño–. Solo un hereje cometería tal atrocidad.

Lyuben descarta la conversación con un ademán como si todo fuera una tonta broma. Habría insistido de no ser porque otro visitante toca a la puerta. El aprendiz de Lyuben, León Brito, entra agitado. Me observa de reojo antes de que Lyuben le indique que hable.

–¡Adelante, León! Garret será el rey a quien rendirás todos tus informes.

–Los Porfiria –titubea León mirándome de nuevo. Poco me importa el tema de los Porfiria. Y poco me importa que León me mire con ese aire despectivo. ¿Qué puede ser tan alarmante?

–El deterioro mental de todos es irreversible –explaya–. Tenemos bajo cuarentena a los que resucitaron hace un año y no hay mejorías.

–Debe ser un desajuste –resuelve Lyuben–. ¿Armonizaste los siete cuerpos?

–No encontramos el Atman. –León Brito se limpia el sudor.

–Busca mejor.

–¡No! –León menea la cabeza, aseverando despacio–. No encontramos la conexión con el Atman. ¡Es como si no estuviera allí!

–Ahí tienes tu respuesta al deterioro. Busca mejor, León. La conexión «debe» estar ahí, eso no desaparece.

León insiste a Lyuben para que lo acompañe y ambos se marchan, dejándome solo. Todo el discurso que preparé para mi padre sobre tener suficiente edad para tomar mis propias elecciones nunca toca el aire.

Pateo el polvo del suelo decidido a cumplir con mi promesa a Sofía. El fraile Francisco de la Cruz aceptará unirnos. Es de los pocos religiosos de confianza de Lyuben y servirá para dar testimonio ante el Inquisidor de que no cometemos pecado. Si me volveré el maldito rey, debo poder escoger a mi esposa sin que nadie intervenga y el fraile me debe un favor de vida.

Lo difícil será no espantar a Sofía en cuanto le revele lo que soy. Intenté explicarle hace unos días. Ya no me acobardaré. Ella es naturalmente curiosa y sé que tendrá la apertura para aceptarme. Trago saliva al salir del castillo sin una idea sobre cómo abordar el tema con ella. ¿Cómo le explico que mi papel consiste en enviar almas corruptas hasta la balanza de Anubis y que para hacer ello debo consumir su sangre? ¿Y si la espanto?

¿Correré tras ella o regresaré al castillo para intentar olvidarla en las hijas de Behemoth? No, no, no. Si Sofía huye de mí... Si termino entregando mi sangre a otra... Mierda. No puedo ni pensar en ello.

–Ella entenderá Garret, así como yo he entendido –sonrió Fray Francisco–. No os preocupéis. Ahora, ¡a por ella!

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