Ser verdaderamente libre cuesta
Hola, si empezaste esta historia en este capítulo, por favor regresa al capítulo «Esto es una pesadilla». Por alguna razón Wattpad ha mandado a algunos usuarios aquí como primer capítulo, pero este es el capítulo 7. Vuelve para que no pierdas la trama.
–¿Por qué escribiste esas palabras el primer día que te conocí? –le pregunto después de más de tres meses de continuos encuentros. Sofía accedió a alzarse el velo después de que le dijera que me era difícil discernir si la ofendía o no. Amo ver sus ojos, hermosos y oscuros.
–¿Me denunciarás?
–Sabes que no.
Sofía alza la mirada al horizonte, se le infla el pecho y deja escapar un largo suspiro. Solemos sentarnos cerca, pero sin hacer contacto, aunque la inclinación de nuestros cuerpos delate que ambos deseamos estar más cerca uno del otro.
–Entiendo que esto es un mundo de hipocresías en el que te dan el paso al cielo dependiendo del oro que se da al dezmero –frunce la boca y arranca un trozo de hierba–. Pero creo que... nuestra prioridad debería ser trabajar nuestra propia alma y no desviarnos de la moral, y yo no veo que los predicadores cumplan con todo lo que dicen. Son un hampa de habladores. No perderé el tiempo en satisfacer a ningún hombre hipócrita, ni a ningún dios. La vida es demasiado corta para dedicarla a estar recitando versos de un libro que fue escrito para seducirnos hacia el sometimiento. No veo el punto de entregarle la libertad a otra persona, suena tan fácil y cómodo. Ser verdaderamente libre cuesta.
–¿Crees que su... er, nuestra Biblia fue escrita para «seducirnos»? La leeré más seguido.
–¿Os entretengo vuesa merced? Hablo desde lo que veo. La religión es el mejor escape del pecador –expresa colocándose las manos a la cintura e irguiendo el cuerpo–. «Anda Sancho, recita cinco Pater noster para que te limpies el pecado y esta vez ya deja de mirar a las mozas bañarse en el río.»
–Cierto –río–, pero aunque coincido contigo en que puede servir de escape, creo también que hay sabiduría en el libro. –Copiada de otras culturas y disfrazada para beneficio de un grupo, pero ahí está–. Ya dependerá de uno si lo toma como lectura o como algo que le ayude a crecer. Y en cuanto a que son hipócritas con lo que predican y hacen, allá ellos.
»Pero Sofía no puedes escribir o expresar esas palabras así porque sí.
–No pensé que alguien me estaría espiando.
–Te descuidaste.
–Es que no entiendo por qué tiene que ser la religión el único camino para hallar lo... verdadero, lo divino. ¿Por qué Dios es «él» y no «ella»?
Sonrío ampliamente. Quiero responderle que al hombre actual le restaría poder que el vulgo reconociera el Principio de Género que existe por doquier. Para un patriarcado no conviene revelar que todo tiene su principio masculino y femenino. Conviene fomentar la separatividad.
–Creo que se pierde uno de mucho –continua ella–, hay tanto en la naturaleza, en los astros, en la propia experiencia, en la razón... Estoy harta Garret, estoy harta. ¿Por qué tienen que señalarlo todo? ¿Sospechar de todo? Y-y mirarte mal hasta porque tu piel es morena.
Dado que está siendo especialmente apasionada respecto al tema, temo que ha hecho algo que la meta en problemas.
–Sofía... ¿Escribiste «eso» en otro lado?
Sofía encorva la espalda en clara frustración. Apoya los brazos sobre las rodillas abiertas donde su falda forma una casa de campaña. Arranca un puñado de pasto que arroja como algo despreciable, exhala otro suspiro y hace un puchero. Y yo no dejo de pensar en meter la cabeza debajo del refugio de tela entre sus piernas.
–No, no es eso –dice ella–. Es que no aprobé la evaluación del Tribunal del Protomedicato.
–¿El Tribunal evalúa a las curanderas?
–No... no siempre... ¡no sé! Pero Diego Velasco me mandó a evaluar por ellos. Ya te imaginarás cómo me miraron cuando me presenté.
El Tribunal evalúa a todos los médicos y personas cuyo oficio recae en la salud, pero no había oído que regulara también a las parteras y curanderas.
–Bueno –vuelve a suspirar ella–. No pueden vigilarme todo el tiempo, ¿no?
–Sofía, no irás a hacer algo ilegal.
–Tienes razón, sanar al prójimo no debería ser ilegal.
–Lo es si no tienes el permiso. Podrían acusarte de brujería.
Sofía se carcajea.
–En eso tienes razón. Pero... ¿Sabes? ¡Ya no me importa!
–¡Debe importarte!
–¡Ya, ya! No voy a hacer nada. Ya sé de qué va esto. No se trata de que posea o no el conocimiento necesario para seguir siendo matrona. Se trata de lo de siempre: de mi sangre mestiza, de vigilar que no me salga de lo permitido y haga quedar mal al Inquisidor. Al Inquisidor Velasco nunca le gustó que me tomara la libertad de hacer lo que quiero mientras estoy por cumplir mi primer año de lágrimas. Si no estuviera relacionada con él, no habría necesidad de examinarme y seguiría feliz en lo mío. Y tienes razón, antes de mí, el Tribunal no se había molestado en evaluar a ninguna curandera. Esto es algo que movió él, lo sé. Además me hicieron una pregunta que no tenía nada que ver con la práctica.
–¿Qué te preguntaron?
–Es que sus preguntas fueron así: rápidas, para ponerme una trampa. Y las respondí todas Garret, a una velocidad envidiable, hasta que se les ocurrió preguntarme... Y yo no respondí con la misma fluidez, ni creí en lo que dije. Soné como un pájaro que repite lo que oyó en algún lado.
–¿Qué fue lo que te preguntaron?
–Me preguntaron por qué un niño recién nacido debía bautizarse...
Oh, no. Sofía no cree en el bautizo de los niños porque no cree que un niño posea el discernimiento para abrazar una religión, ni pecado que necesite ser borrado. Para ella es la primera violación a la libertad de elección.
–¡Hasta Jesús se bautizó en la treintena! ¡Qué tiene que ver eso con ser matrona!
–Sofía. ¿Qué respondiste?
–¡Eso! ¡Respondí que, qué tenía que ver eso con ser matrona! Luego me di cuenta de mi error y respondí como en la catequesis, pero el protomédico me miró como a una yegua estúpida que olvidó que Dios debe estar en todo y que salido el niño de la madre se debe bañar en la pileta de la Iglesia antes de dejarlo mamar. Y-y ahí mismo demostró que lo soy. –Sofía rugió con rabia, bajando la mirada y los hombros–. Soy una estúpida, Garret, son tantas cosas que yo... yo no nací para ser una buena cristiana.
Sofía se volteó ocultando su furia e indignación, incapaz de mirarme a los ojos.
–Yo no te creo estúpida. Eres más inteligente que cientos de hombres que conozco. Me parece que los incomodas, pero no debes descuidarte.
–¿Cómo no sospeché?
En verdad, ¿cómo no se dio cuenta? No hay un día en que Sofía no tenga que lidiar con alguna prueba, por ser mestiza, por ser mujer, por ser viuda o por estar relacionada con el Inquisidor Velasco; por querer aprender y cuestionarlo todo.
–Ustedes ponen a Dios en todo –la reprendí–, piensa en eso la próxima vez.
–Bueno, y ¿a qué te refieres con «ustedes»? ¿Acaso «tú» no pones a Dios en todo?
A pesar de haberme molestado hacia unos momentos, aprieto los labios disimulando una sonrisa. Me golpeé la frente. Ahora era yo quien no calculaba bien mis respuestas con ella. Siempre pasaba y ella tenía la culpa por ese toldo que le tapaba las piernas, donde me imaginaba recostado, cubriéndome del sol. Sumiría la lengua en su vagina y le apretaría los muslos acolchados con las manos.
Con esa imagen en mente, suelto una carcajada. La deseo con tanta intensidad que da miedo. Es siempre tan fácil reír con ella, aunque parezca insultarme. Juntos reímos de frases que a oídos de otro serían una ofensa o una condena de muerte.
–Créeme, nosotros ponemos a la divinidad en todo.
–Oh «nosotros», ¿no me digas que eres judío en secreto? ¿O eres otra cosa?
Me tapo la boca.
–¿Me delatarás? –pregunté sonriente.
–Sabes que cuando sonríes así, no te delataría aunque leyeras el Corán. Dime ya, ¿qué eres?
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