Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Número de la suerte

Esperé recargado en un poste de luz a nuestro anfitrión. Era mi primera encomienda después de cien años. Mira que el cabrón de Bukavac sabía hurgarte bien una llaga. Cuando vi con quién debía reportarme me dieron ganas de cometer regicidio.

Bastiam Duarte me citó ante un café Tim Hortons decorado con luces navideñas. Apoyé un hombro sobre la columna metálica de un poste de luz y este comenzó a parpadear, lo cual era habitual.

«¡Bastiam, nuestro anfitrión! ¡Anfitriones mis testículos!», se quejó la sombra.

–Cómo si tuvieras testículos –respondí–. Déjalo. Escogieron este lugar y a Bastiam para molestarnos, ya lo sabes.

Toronto era una de mis localidades menos predilectas, aunque era un cambio después de casi cien años de exilio. Está poblado por una multitud de etnias: hindúes, africanos, árabes, latinos y más chinos de los que había visto en otro país que no fuera su país de origen. El barrio chino, lugar donde arribamos, tenía demasiados aromas para mi gusto. Es una ciudad pequeña en comparación con Nueva York o México y por lo mismo es demasiado tranquila. Lo único interesante es su carnaval anual lésbico/gay, pero el índice de criminalidad era tan bajo, que cualquier delito se volvía un escándalo. La policía acudía a los llamados de emergencia con exagerada velocidad y así nunca disfrutaba alimentarme. México permitía más juego. Luego, al concluir Halloween, las calles se iluminaban con tantas luces navideñas y Santa Claus falsos, que era como uno de esos globos de cristal que sacudes con violencia para conseguir una lluvia de copos celestiales.

Tanta amabilidad por parte de los ciudadanos y precoz espíritu navideño me motivaba a llevar a cabo una masacre. ¿Qué movería a Iván Bukavac a retirarme del exilio para arrojarme ahí? ¿La ejecución de algún rival? Todo podía esperarse de él.

Eran las seis y media de la mañana y el sol aún no salía, al igual que Bastiam, quien se distraía adentro del café charlando con una chica. Se guardaba las manos en los bolsillos con los hombros tensos, pretendiendo estar entretenido en la plática. Un hoyuelo le marcaba la barbilla y su manzana de Adan rebotaba varias veces como señal de nerviosismo. Sus mejillas se abultaban en una sonrisa exagerada. Quizá me hacía esperar para mostrarme que había crecido.

Escupí a un lado. No esperaré por siempre, idiota pipiolo. A pesar de que las cejas de Bastiam tenían una forma puntiaguda y arqueada, y eran más oscuras que su cabello castaño, la expresión optimista y tranquila lo hacía lucir inofensivo. Siempre tuvo un aire angelical. La chica, a quien tenía fascinada, estalló en una risa de morsa.

«¿Notas la forma en la que pasa de los ojos de la chica a su cuello? Ha de querer comérsela.»

–Sí, claro. Como si el muchacho fuera a atreverse a romper su código de ética.

Sería un bocado desabrido al no poseer malicia alguna.

«¿Qué otra cosa podría entretenerlo de ella para hacernos esperar?»

–Quizás ella sea su alumna. Recuerda que es maestro de universidad.

«Todo un inocente. ¿Te dije que enseña Simbolismo y Demonología?»

–Tus informes son una mierda. Sabes que siempre que no enseñe demasiado, no viola ninguna regla.

«Lo percibo distinto. ¡Qué espera para salir! ¿Qué no te quiere ver? Tiene un siglo sin contactarte. Retoño del demonio irreverente»

–Está esperando el amanecer. A quien no quiere ver es a ti.

«¡Baah! Me tiene miedo.»

–«Su miedo» es señal de inteligencia.

«¿Inteligencia? ¡Baah!», gruñó la sombra, desplazándose en el suelo de un rincón oscuro a otro. «Niñato irrespetuoso, malagradecido. ¡Entraré por él!»

–¡No! Sabes que Bastiam ya no es un niño hace más de un siglo. Prometimos respetar su espacio...

Y además yo no daría el primer paso en este reencuentro. Suspiré con desgana. Bastiam, Bastiam, Bastiam. Parece que no te enseñé nada sobre puntualidad y respeto.

«Oh no... Ahí está otra vez, ¡ahí está otra vez!»

–¿Qué «está» otra vez? –pregunté resoplando.

La sombra, unida en el suelo a la oscuridad proyectada por edificios, autos y personas en movimiento, pasó desapercibida en su deslizamiento hacia el local. Se trasladó de una proyección a otra, erizó el lomo de un roedor en el trayecto, entró en el establecimiento y se estiró hasta formar un círculo negro en el suelo bajo una de las mesas. Una chica se hallaba sentada de espaldas a mí con una bebida. El cuello descubierto por uno de esos cortes modernos que caen más largos al frente me provocó un escalofrío. El cabello, ondulado y negro, carecía de matices. Un suéter azul cielo le bajaba por un hombro casi a medio brazo, dejando a la vista un lunar.

No puede ser...

Debía ser cuidadoso al enfocar la mirada; las personas empáticas siempre me sentían y volteaban. Cuando la chica giró hacia mí, me estudió por unos segundos. Después, regresó a su bebida y a su teléfono con tranquilidad, pero yo ya no estaba tranquilo.

Estoy maldito.

Era otra doppelgänger; una copia de la protagonista de mis pesadillas y el sueño que tuve debió ser una advertencia. El amanecer estaba ya tan próximo, que me provocó un escalofrío. La chica se levantó colocándose una gabardina roja para salir por la puerta de vidrio. Bastiam seguía platicando, dirigiendo una que otra mirada a la salida del café, pero sin intención de moverse aún de su lugar. La doppelgänger poseía tal magnetismo que hasta él entornó la mirada hacia ella. También él debió darse cuenta del parecido.

«Es ella, es ella, ¡es ella!»

–¡Cálmate!

«El chico tiene la culpa... Ignorarnos así... el sueño... ella... Debimos esperar al maestrito en el departamento... ¡Hay que irnos antes de que ella...!»

Por Hermes, ¿cuántas veces le he dicho que no es ella? Pero la sombra nunca lo entendía y se ponía frenética.

Hasta ahora me había topado con doce mujeres iguales a «ella». Todas poseyeron ligeras diferencias, mas ninguna se le asemejó antes en aquel lunar del hombro. Trece era mi número de la suerte. La oscuridad que se desprendió de mí crepitó indecisa sobre qué hacer con la aparición. Quería pegársele a la sombra que proyectaban los tacones de sus botas rojas y huir. La chica me atisbaba de reojo varias veces, buscando tentar al hombre erróneo. Mi apariencia humana era eso, una «apariencia». La sombra tenía razón; el aburrimiento nos mataría si Bastiam demoraba más en recibirnos. El aburrimiento, la doppelgänger y el meneo de esas nalgas me estaban provocando una gran erección. Sin pensarlo comencé a andar tras ella. Qué esbelta era esa cintura que se ampliaba en la redondez de un culo perfecto. El sonido de los tacones sería la cuenta regresiva que culminaría en un mortal encuentro, pero se lo haría placentero. La acorralaré en el callejón, le reventaré los botones del abrigo y frotaré su entrepierna húmeda, masajearé sus senos. Morderé su cuello despacio y profundo. La succionaré hasta que gima y me pida prolongarle la muerte. No habrá más futuro para esta chica en cuanto la alcance. Se convertirá en la treceava mujer con la mala suerte de poseer los rasgos de «ella».

¿Cómo es que los dioses le permitieron a esta portar un lunar en el hombro? Salivé con la mandíbula tensa por los colmillos que crecían. Me bañaré en su líquido vital y succionaré tan rápido de la herida, que la mataré sin que nadie lo note. Ninguna mujer tenía derecho a portar esa apariencia. Me mataba verlas usarla de máscara; moverse similar, pero con otra voz; poseer los mismos ojos, pero usarlos de otra forma; tener la misma suavidad en los labios, pero con distinto sabor en ellos. Las amé y las odié a todas. Algunas murieron de locura, otras vivieron con la locura... poco.

–¡Hey, Garret!

Giré, olvidando a mi presa. A buena hora se le ocurría a Bastiam salir de aquel café. Bastiam gritó desde la otra esquina sosteniendo un reloj de bolsillo en una mano. Ni siquiera noté haber caminado tanto. Ordenaría a la sombra a seguir a la mujer de no ser porque en pocos segundos la persecución concluiría con el sol arriba. Desde la distancia, Bastiam levantó el reloj formando un círculo en el aire. La voz del joven daimón descendió una octava, tornándose tan grave que hizo vibrar el suelo. ¿Qué hace?

«Traidor», bramó la sombra. La sombra arañó el muro del callejón y emitió un chirrido antes de que el amanecer la atrapara debajo de mis pies. Y debió quedarse ahí, subyugada, mas fue succionada junto con la negrura de los recovecos por el artilugio, que no era ningún reloj, y que Bastiam cargaba.

–¡Qué demonios!

–Lo siento, Garret –se disculpó Bastiam. Cerró el reloj y lo introdujo en un vórtice oscuro en la palma de su mano. La cosa desapareció en su puño–. Órdenes del rey.

Y que se va poniendo interesante esto, ¿no? No creo que a Garret le haya hecho gracia que le robaran la sombra.

¿Qué dices? ¿Te ha gustado? ¿Me ayudarías compartiendo la historia? Déjame tus comentarios (o tu emoji) y tu dulce estrella.  Pronto volveré a actualizar😉.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro