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Esto es una pesadilla


Espero no se frikeen, ya que empieza un poco fuerte. Quédense. Guárdenla en una lista de lectura. Se pondrá bueno.

Seee, es una historia madura y el primer capítulo es de tinte erótico, así que empezaré a checar credenciales, eeeh. (Comentario anterior completamente ignorado por los fantasmas menores de edad que le dan continuar de inmediato sin dejar su estrella, se pasan).

Agradeceré mucho sus comentarios y emojis, y recuerden que votar ayuda mucho a impulsar sus historias favoritas.

Sin más que decir, demos inicio al primer capítulo.

Esto es una pesadilla y lo más seguro es que, como en todos los viajes al mundo onírico, habrá un momento en que lo olvides. El lugar aquí es medieval, aunque no estamos en un castillo, esto es una cabaña. El aire apesta a olores porcinos y aviares. Si tu olfato es más fino, notarás un aroma a hierro atufado que nunca se limpia bien. Este era mi escondite, un refugio para ocultar a la que amo del sol. Tal vez llevo todo el día esperándola, puesto que ya ha anochecido. La puerta se entreabre y ese espacio negro entre lo que está afuera y yo, ese espacio fantasmal, se vuelve un momento terrorífico.

El espacio oscuro se agranda y se mete ella. También se mete un olor floral como cuando te visita un ser querido desde el otro lado.

Es Sofía...

La tomo por ambas mejillas y la beso de inmediato. Ha pasado tanto tiempo, pero ella sigue sabiendo a primavera. Pocas personas prestaban atención a la forma de sus ojos. La esclerótica sobresalía en la parte inferior del ojo dándole una apariencia melancólica a su mirada. Sus párpados parecían entrecerrados por un secreto y poseía una ligera mancha oscura en el iris café de su ojo izquierdo. Nunca he visto pestañas más espesas. Que te mirara ella era como si te mirara Venus. Memoricé esos detalles, pero olvidé su voz.

Sofía me enlaza el cuerpo. Esperaba sentir la lana rasposa de su vestido, mas me acaricia la seda voluptuosa de su piel desnuda. Me encanta meter los dedos en el pliegue inferior de sus senos para sentir su peso sensual rebotando en mi palma. Desaparecen los troncos del techo que se abre y nos espían las estrellas. El aroma amargo de la tierra nos impregna. Nos recostamos y las hojas jadean debajo. Entre los árboles sopla un alboroto otoñal. Además del viento que huye, los sonidos de insectos y animales se esconden.

–Sí –susurra erizada.

Oh, escucharla al fin...

Esos gemidos son un deleite. Acaricio sus caderas, su vientre; sus nalgas, las aprieto... La tersura de sus muslos cuando se me sienta encima es la más intensa de las provocaciones. Con un gemido guía mis dedos hacia su fondo y se restriega en la caricia. Nos frotamos con las bocas pegadas. La fuerzo a abrir más los labios para meterle la lengua y acariciarle la suya. La inhalo a profundidad; respiro una turbulencia de aromas primitivos y, sin soportarlo más, la reacomodo sobre mis piernas. Sus besos son un frenesí de bienvenida. El aire se agita y dobla las copas de los pinos desperdigando agujas verdes. Juraría que los hilos de su pelo tejen una telaraña en el aire.

Cierro los ojos echando la cabeza hacia atrás. Sus muslos bien abiertos se tensan, sus nalgas. Por Hermes, qué placer es entrar en ella, una y otra vez... Entonces, un alarido invade el pequeño resguardo. Los tendones de su cuello curveado sobresalen en un espasmo. Intenta alzarse de encima mío y aprieto sus caderas.

–¿A dónde crees que vas?

Su ceñido interior es el camino al éxtasis. Empujo una y otra vez. Me dejo caer sobre la espalda con el corazón bombeando sangre a un ritmo desfasado. El hervor de su cuerpo me acerca a un pico de gozo. Ese sudor perlado que escurre entre sus pechos me salpica los músculos del abdomen. Parar ya me es imposible. Su apertura se dilata y sus tetas bailan conforme cabalga. Los pequeños saltos provocarán que explote. Cuando los sonidos mujeriles son sustituidos por un jadeo sibilante se me erizan los vellos. El amanecer se alza por detrás de la silueta oscura de un castillo de siete torres y la mujer sobre mí se retuerce. La estoy marcando. Me gusta ver mi glande entrando y saliendo de ella a la luz del astro.

La luz del astro...

Ella alza la vista hacia el resplandor. Los ojos se le lubrican con una cascada magmática y dos bolas calcinadas le recubren los globos oculares. La piel de su cutis se arremolina agitada con nuestro ritmo. Su boca se abre en una mueca; se le secan los labios. El torso femenino se arquea hacia atrás con los ligamentos tensos en una pose inenarrable. Aún me monta y la curvatura de la espalda la lleva a apoyarse en la cabeza. Me entierra las uñas en los bíceps, y es entonces que el placer y la turbación crecen. Algo sucede en su tórax. Las puntas de las costillas le penetran la carne y la atraviesan erectas. Pese a la dantesca postura, mi pelvis se agita con prisa. Las alteraciones en la figura convulsa se incrustan en mis pupilas. Me cubro con las manos para no verle los orificios, el caudal de sangre...

Quisiera huir, detenerme, gritar; pero soy tragado por su sexo resbaloso. Ya no puedo parar, ¡no puedo parar! La masa se espesa por la lumbre y palpita al reventar. La voracidad del sol chamusca las capas de piel. Los senos se desgajan como papel quemado desbordando jugos. Una flama se aviva en medio de las costillas descarnadas, y yo... Yo desearía dejar de disfrutar de la sangre que engrasa el frote. Extiendo los brazos con el primer espasmo y finalmente rujo; mi garganta se desgarra; la intensidad, el aniquilamiento... Pulsación tras pulsación; me vierto en la forma siniestra hasta que el torso se desmorona en una nube de ceniza.

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