33 Bastiam: Encerrados con la bestia
La figura que yacía inmóvil en la celda más apartada se enderezó de súbito, pegando la espalda a las rejas. Era una mujer. Me pareció que flotó al hacerlo. El vestido negro desgarrado, sobre todo en el cuello, indicaba que la habían mordido varias veces. ¿Quién podría ser? Su aura era confusa, con un pie en el inframundo por su condición frágil. No podía ser la hija de Alicia Behemoth: Eligia, la última descendiente de su línea. Tenía más de dos décadas que la dieron por muerta.
¿Fue prisionera todos estos años?
El cuerpo, demasiado flaco, tenía la tonalidad de un cadáver. Una cortina de cabello oscuro enmarañado le cubría el rostro por completo. Prensó las manos huesudas a las rejas como una poseída. Su forma se agarraba de la reja por encima del nivel del suelo y tenía mordidas hasta en los dedos. Era sorprendente que fuera capaz de moverse en ese estado.
Cada joven nobilium guardó silencio y se puso en guardia, girando para no darle la espalda al anfitrión. El único que aún conservaba cierto nivel de relajación era Devendra. Todos se hallaban concentrados en el Inquisidor cuando una marcha entró por un portal. Era una hilera de hombres con grilletes, algunos tatuados. Caminaban en fila, uno detrás de otro, amarrados a la cadera de un porfiria. Levaban las cabezas cubiertas con sacos negros que fueron retirados una vez que situaron a todos ante las jaulas. Humanos. Criminales. Y detrás de ellos, la Meretriz con esos ojos afilados y sonrisa abierta.
—Os propongo un intercambio, ¿vale? —anunció el Inquisidor que pausó su propuesta para llevarse un dedo a la boca.
Los descendientes dejaron a la vista los colmillos a causa del hambre.
Agradecí que Garret me enseñara autodominio y enfoque. A pesar de que mi mano aún no sanaba y requeriría justo del tipo de sangre que tenía enfrente, estaba incrustado en mí mantenerme cabal. Esto atrajo la atención del Inquisidor que entrecerró la mirada puesta en mí.
Se me heló la espina solo de oírlo y sentirlo rodearme. ¿Cuántas almas inocentes habían perecido bajo esos colmillos, incapaces de retornar al Alma del Todo?
—¡Oooh, no puedo creer que te consiguiera! —giró para compartir un gesto de aprobación con la Meretriz, quien a su vez asintió como diciendo «por supuesto»—. Esa Sofía sí que cumple sus promesas, ¿eh? ¿Cómo está tu protector, eh chico?
Garret decía que hablar con el Inquisidor era equitativo a hablar con un demonio y no te llevaría a ningún lado más que a tu propia perdición, así que guardé silencio.
—Es una lástima que no poseas la sangre nobilium o te hubiera ofrecido uno de estos —señaló a los reos—. Veo que estás herido y apenas mueves esos dedos; lo necesitas más que el resto. Vaya, podría hacer un trato contigo si gustas. A mí no me importa que seas un apestado. Eres mago después de todo. Sofía Leizara dijo que podrías ser útil y a decir verdad, sucede que necesitamos uno.
¿Sofía Leizara?
—No respondes ¿eh? Pero estás intrigado. Bien.
Giró para encarar a los reos mientras los Porfiria se dedicaron a armar una especie de cabina—. ¡Procedamos!
Como si fuera el anfitrión a un espectáculo, aplaudió con euforia.
—Perdonad mi negligencia. Vaya, ¿hace cuánto fue que os alimenté? Mmm. Debéis estar famélicos.
Famélico era un estado al que un daimón no debía llegar. A los daimones les servía alimentarse de una amplia variedad de comida para sobrellevar el hambre cuando no se tenía acceso a sangre maliciosa.
Todo nobilium era preparado desde la infancia con periodos de abstinencia que debían generarles una resistencia superior al resto. Esto evitaría que mataran a un inocente, pero estos nobiliums no eran suficientemente maduros, a excepción de Devendra quizá para soportar carencias.
El tiempo que llevaban como rehenes debía ser demasiado debido a que el pulso de todos los nobiliums estaba por encima del normal, incluida Victoria. Ni ella, ni yo llegamos a probar la comida que Lily preparó.
Lily que envenenó la bebida y propuso un brindis: «Por el porvenir». Debía tener más de tres días de eso.
Atribuí mi propia resistencia a Garret nuevamente. Crecer con un padre tan estricto fue difícil, aunque quizá Garret respondería que criarme lo fue más. Garret asegura que tengo tendencia a la insubordinación y mi carácter es solo tranquilo en apariencia. Exagera por supuesto. Tan solo que me es imposible quedarme sin actuar cuando veo algo que me parece incongruente.
Y qué bien estaba actuando ahora...
Los reos temblaban al notar la forma en la que los jóvenes nobiliums, contenidos por el enrejado metálico, los observaban. Uno de ellos, de ascendencia árabe, ya orinaba sus pantalones.
—La verdad es que ya no os necesito aquí. Así que voy a dejaros comer y a dejaros marchar, siempre y cuando —sonrió el Inquisidor—, me abráis un portal.
La risa de los Porfiria se oyó como un estruendo. Porfirias... Si alguna vez tuvieron almas, dudaba que se les pudiera retornar algo.
—Nunca he comprendido cómo podéis alimentaros de estas alimañas de almas empequeñecidas —continuó el Inquisidor—. Yo no los encuentro nada suculentos. Es casi como beber de uno de los nuestros. Pero vaya, si es lo que vosotros necesitáis, será lo que obtendréis. Veamos ¿quién irá primero? Confesaré que admiro vuestro sistema de castas. En la antigüedad siempre bebía primero el de la casa regente. Incluso durante la guerra, vuestros caballeros se hacían a un lado para que Leizara bebiera y él ya era un paria. Aunque el muy modesto, a pesar de estar hambriento, bebía al último y en la batalla se lanzaba al frente, como los reyes de antaño. ¡Un maldito Leónidas en las Termópilas! —se burló el Inquisidor—. Eso sí que era honor, ¡ese sí que hubiera sido un rey!
De pronto su voz descendió una octava y se tornó serio—. Imagino que no tenéis idea de lo que es eso. ¿Tú qué piensas, Viviana?
—No, ninguno parece digno de beber la sangre del Tres Veces Grande. La Copa no es para ellos.
—No, ninguno... ¡Me siento magnánimo hoy! Así que dejemos pues que el apestado beba primero.
Y mi reja se abrió con un rechinido. Permanecí inmóvil con ambos brazos tensos. Qué «trato» me propondría el Inquisidor si salía. Este favor no sería gratuito y, una vez afuera, no tenía las herramientas ni la fuerza para oponerme.
—Anda muchacho, ¿qué tanto te transcurre por la cabeza? ¡Venga! ¡Sal a comer, que no tenemos toda la noche!
Se respiró una tensión similar a cuando arrojas una presa viva en la jaula de un depredador. Los colmillos rechinaron bajo los labios encrispados de los nobiliums, que esperaban su turno ansiosos. El hedor a miedo y orín se esparció en torno a los hombres a ser sacrificados.
Esta podía ser la oportunidad que necesitaba. Salir del círculo de contención. Nadie sabía qué tan lejos había llegado con mi magia ni lo que se guardaba en la mano. No sería fácil y podría costarme la vida, pero podía matar a los porfiria, aún con los amuletos que portaban, aunque no al Inquisidor o a la Meretriz. Ni Garret había logrado eso y no ganaría nada, mas que nos mataran a todos.
Las edades de los porfiria iban desde la juventud de los dieciséis a la edad avanzada. Se notaba que no había ningún atman para rescatar en ellos; eran como cascarones de instinto asesino, huesos y piel.
Sí, a ellos sí podría matarlos, pero y si había una forma de devolverles su alma y todos la estaban descartando. ¿No nos correspondía corregir su creación?
Enderecé la espalda, pero permanecí adentro de la jaula. Podía escuchar a Garret advirtiéndome que escogiera bien mis batallas.
—La crianza de Leizara se nota —rompió el silencio el Inquisidor—. ¡Vaya desperdicio!
La reja volvió a cerrarse y el Inquisidor se giró hacia los porfiria que ya habían terminado de armar la cabina formada por placas de espejos.
—¡Asmodeus! —llamó el Inquisidor, provocando que la más joven de los nobiliums se exaltara. La reja de Jenny Asmodeus se abrió de par en par y la daimonesa dio un paso al frente sin titubear, pero con el cuerpo tan tenso como un madero.
—Ven aquí, muchacha. —La tomó de los hombros, en un abrazo que la hizo encogerse—. Tu abuelo tenía un porte admirable; gallardo y sensual, igual al tuyo ¿sabías? ¡Cómo me gustaba mirarlo! ¡Mira nada más este cabello! —exclamó acariciándole el pelo castaño—. ¡Ven, ven! Verás que esto será fácil. Sólo toma asiento y observa lo hermosa que eres.
Los nobiliums le rogaron no obedecer, pero el Inquisidor le dijo que no hiciera caso, Jenny Asmodeus debía temblar no solo por miedo; ella fue una de las primeras en ser abducidas. Debía tener un hambre voraz.
—Anda tendrás tu recompensa después. No serás la única que rompa con la tradición de no mirar su reflejo. Habrá que mirar el cielo para ver el pecado de vuestros progenitores. Nadie te juzgará.
Los ojos de Jenny se agrandaron. Ahí en el encierro, la joven daimonesa no estaba al tanto de lo que había sucedido afuera. Habría que darle crédito, pues recapacitó e intentó volver a su jaula. Lo intentó, ya que los porfiria la agarraron y la forzaron a sentarse en el banco, ante la cabina.
El llanto de Jenny sonaba igual al de una niña pequeña. Cada vez me era más difícil contener la rabia e impotencia de mi situación.
—Vamos muchacha, sé obediente y abre los ojos— insistió el Inquisidor con dulce voz, le apretó los cachetes y los temblorosos labios de Jenny dejaron escurrir un hilo de baba—. Cuando aún podía ejercer la furia de Dios en la tierra, forzábamos las confesiones. No quieres verme en esa modalidad. Oh, ¿ni aún así abrirás los ojos? ¡Vaya! Se ve que no has vivido mucho. Si supieras de lo que hablo, no te resistirías. Mmmm, me lo harás difícil ¿verdad? Pensé que estabas hambrienta. Forcejear no te traerá nada, ¿eh?
El inquisidor giró hacia la Meretriz soltando una oscura carcajada que hizo reír a los demás—. ¡Testaruda la chica! Mira que esos párpados parecen pegados con cemento. Venga, tú, dame la navaja. No quiero que se mueva. ¡Que no la soltéis! Que puedo dejarla ciega y esto no servirá.
Los ruegos, el llanto y gritos por parte de Jenny no tuvieron ningún efecto en el gran torturador que, uno a uno, rebanó los dos párpados como un escultor.
Arrojó los trozos de carne al suelo y se limpió las manos en el suéter de Jenny.
—Ahora haremos esto rápido ¿eh? Pediré solo una vez: mira en el espejo, niña.
Jenny fue forzada a alzar el rostro desfigurado y lacrimoso para cuestionar a todos los dioses el porqué de ese castigo. La cabina comenzó a sacudirse con las vibraciones de los paneles hasta que se agrietó y un coro de aullidos se escuchó rodeándolos. En el reflejo se creó la imagen de una criatura con cuerpo felino y cabeza de serpiente que corría hacia la abertura a gran velocidad.
—¡Oh, esto es estupendo! ¡Estupendo! ¡Quien lo dijera! ¡Vaya, si esta niña es la ostia! ¡Arriba la casa de Asmodeus!
El demonio estrelló el cuerpo contra el espejo y salió directo a devorar. Si Jenny hubiera estado de pie, hubiera sido su cabeza la que engullera en vez de la del desafortunado porfiria.
El Inquisidor y la Meretriz rieron de satisfacción. Entretenida en cazar a los que corrían, la bestia movía la cabeza serpentina de lado a lado como eligiendo de un menú de medianoche, sin notar a Jenny que se arrastró en dirección a la pared. El lugar carecía de puertas. Sólo podrías entrar o salir trepando, o creando un portal dimensional.
Estaban encerrados ahí con la bestia.
—¡Vaya! Como un trato es un trato, os dejaré a vuestra suerte —rió el Inquisidor—. Podéis marcharos si os deja esta cosa.
El Inquisidor y la Meretriz hicieron lo suyo invocando una salida que se cerró después de que todos los porfiria saltaran al vacío.
—¡Por Hermes, qué es eso! —gritó Victoria.
—La bestia aulladora —respondí—. Un demonio celta.
—Ruidosa cosa —se quejó Basil.
—La bestia aulladora solo aúlla para anunciar un mal presagio.
—Esperaba malas noticias para nosotros de cualquier forma —dijo Devendra.
La bestia aulladora terminó con los cinco reos, engulléndolos uno a uno para rellenar su grotesco vientre inflado.
—Adiós, cena —dijo Basil con decepción.
Los altisonantes gritos de terror parecieron continuar una vez que la vida abandonó esos cuerpos.
—Si no hacemos algo, se comerá a Jenny —alertó Victoria.
—¡Jenny! —la llamé—. ¿Sabes crear un portal?
La chica negó buscando la forma de trepar en las paredes lisas.
Satisfecha, la bestia se acomodó en un lecho de restos y comenzó a dormitar.
—La magia nos fue vetada desde el nacimiento —me informó Devendra con pesar—. Somos un grupo de inútiles nobiliums.
Eso no tenía ningún sentido. Los nobiliums pertenecían a la casta regente y tenían tanta o más magia que un mago. ¿Qué el consejo tramó su sacrificio desde antes? ¿Desde Devendra?
—¡Jenny! —llamé de nuevo—. Tienes que remover el amuleto frente a mi jaula.
—¡No lo escuches, Jenny! —debatió Basil—. ¡Es un baladí! ¡Un mago de pacotilla! ¡Ve a tu jaula y enciérrate ahí!
Jenny hizo caso a Basil, pero sin una llave, cómo podría asegurar el cerrojo. Azotó la puerta repetidas veces y comenzó a llorar.
—Estarás bien, Jenny —insistí con suavidad—. Escucha. Necesito que quites el amuleto y yo los sacaré a todos, tienes mi palabra.
—¡Deja de hacerle caso al papanatas, Jenny! —cuchicheó Basil—. Si vas a liberar a alguien, ¡ven por mí! ¡Cuando la Copa me corone, te escogeré como reina! ¡Maldición, ven acá!
—¡Ya cállate, Basil! —musitó Victoria—. ¡Despertarás a la bestia!
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