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31 Garret: La primera doppelgänger

Para cuando Garret vuelve en sí, debe haber transcurrido casi un mes en el exterior y mis vapores sedientos de sangre están al borde de la locura. Debo volver a mi tiempo, aunque los motivos para ello comienzan a desaparecer de mi entendimiento.

Sangre, necesito sangre.

En cuanto Garret despierta, está tan sediento como yo y mucho más demente. Ambos salimos al empedrado de un callejón concurrido.

Ahora me es instantáneo detectar la maldad como si mi oscuridad resonara con la de mis iguales. Los sentimientos básicos y oscuros de cada ser humano son míos también.

Garret deja de usar sus habitaciones en el castillo y duerme en la Penumbra. No necesita vociferar sus necesidades. Él es yo, yo soy él. Sé que su actitud es intratable porque ya viví lo que él vive. Pero necesito comunicarle aquella verdad que comienza a escapárseme: que Sofía está viva.

Tengo la prudencia de indicarle dónde puede ejercer la justicia de Anubis, a pesar de mi voracidad. Dejamos pasar las almas menos viciadas. Lo mejor es esperar a que se maceren en su propio libertinaje. Romper con el equilibrio empeoraría mi condena. Con cada vena cargada de depravación que desgarramos, con cada ruego, me siento vigorizado hasta que llega el amanecer.

Maldito amanecer. Maldito sol...

No puedo ver nada en la deslumbrante presencia del día. Apenas noto a dónde me lleva Garret. Durante esas horas, ser encogido así por el Sol me provoca un sopor irrefrenable. Me siento encerrado, fraccionado; solo permanece alerta mi parte instintiva.

Como el gran maestre Lyuben dejó su puesto sin darle a los daimones el líder prometido que heredaría los poderes de La Copa de Hermes, el consejo impuso un nuevo orden. Discretamente envió mercenarios, los mejores, a asesinar a Garret. La línea de Araziel debe morir antes de que alguno de ellos pueda ser elegido por La Copa.

¡Idiotas!

Yo sé dónde me atacarán y cuántos vendrán. Los devoro como bocadillos y guardo a Garret en la Penumbra antes del amanecer.

Debo decirle, tengo que intentar explicarle lo que sucederá o de otra forma no podré volver jamás. Pero ¿cómo decírselo sin que suene a ardid? Llevamos poco juntos y la mayor parte del tiempo, cuando Garret rompe el silencio, discutimos. ¿Cómo demonios decírselo si aún desconfía de mí?

«Garret, Sofía está viva.»

Las cosas como son, aunque el idiota se niegue a aceptarlas.

Garret practica afilar un cuchillo con magia. Su poder heredado generación tras generación se ha vuelto inestable y termina por derretir el filo.

—Idiota. Tu humor es pésimo.

«Está viva».

—Cuando te separas de mí —me ignora por completo y toma otra arma punzo cortante de un estante negro—, ¿hasta dónde puedes llegar?

«Hasta donde no haya sol».

Garret entrecierra la mirada.

—¿Buscarías a mi padre?

«Podría, pero si está del otro lado del globo, no lo encontraré». Así como no hallaré a Sofía si se encuentra allá.

¡Debe ser así!

El descubrimiento más estúpido no pudo llegarme en mejor circunstancia. Solo necesito que Garret cruce el maldito océano para llevarlo hasta ella y terminar con esta maldición.

—¿En el viejo continente? Mi padre no es de huir, ¿sabes? Tampoco es de abandonar o romper promesas... pero lo hizo.

«Lo hizo, sí».

Estoy tan ansioso por mi hallazgo que la nubosidad ante el joven Garret se torna trepidante.

—Olvídalo, ya no me interesa dónde esté o si murió. Busquemos mejor su acervo. Con la ayuda de algún mago desertor podríamos descifrar esos grimorios.

«Vayamos a Europa.»

—No tengo nada que buscar allá.

«Sofía no está muerta, está viva en otro continente».

El metal en las manos de Garret se torna rojo y se derrite por completo. Garret frunce la nariz mostrando los colmillos.

—No estoy de humor para idioteces. ¡Anda, averigua si algún mago puede ayudarnos! — exclama alzando las manos quemadas por el metal fundido. Ha encontrado sosiego en el dolor físico, así logra distraerse de lo que en realidad lo atormenta.

«Te estoy dando información importante que nos salvará de perder el seso y la salvará a ella de volverse una perra».

—¡Suficiente!

Tomo al imberbe Garret por los hombros y lo sacudo para que espabile del estado en que se encuentra. Le llevara cien años encontrar un equilibrio si no, tiempo que no tengo. Necesito volver con urgencia. Mi oscuridad lo envuelve y al palpar esa piel y esa energía que alguna vez fue mía se me ocurre entrar en él. Me absorbió así el cadáver de Verónica. Sin embargo, los órganos acelerados se resisten a mi intrusión y me es imposible adherirme a ellos. El rechazo del cuerpo de Garret es una fuerza hostil.

¿Cómo demonios intercambió lugares la Sombra conmigo?

Yo debo ser capaz de hacer lo mismo. Lo intento por tanto tiempo que Garret convulsiona y babea hasta que cae inconsciente.

¡Con una maldita mierda!

No lograré nada forzándome sobre mi yo más joven.

Derrotado y como un vaho lóbrego, abandono mi intento de posesión. Lo peor de todo es que también recuerdo esto desde la perspectiva de Garret. Discutimos y casi nos destruimos esos primeros meses. Si continúan las disputas, no conseguiré otra cosa.

Estoy atrapado y de una u otra manera el conocimiento de mi tiempo, de mí mismo se destruirá. Debo hacer algo, esforzarme para no olvidar quién soy en realidad o terminaré como una propiedad de mi pasado. Me enfoco tanto en el rostro del niño protegido, cuyo nombre ya olvidé, en la idea de que Sofía está viva, que todo ello comienza a manifestarse en un gran destello. Debo apartar el amor que aún siento, lejos de mí mismo o desaparecerán.

Debo resguardarlos.

El nacimiento del destello me ciega y cuando comienza a palpitar afuera de mí, a punto de apagarse, manifiesto un espejo y lo encierro ahí.

No habrá regreso para mí; no en esta ocasión. Me quedaré a cuidar de Garret hasta que ambos o más bien yo pueda lidiar con toda esta mierda.

«Tú me cuidas, yo te cuido» retumba mi voz, turbia e inestable. Mi forma, sin el contenido que puse en el destello es más ligera y más oscura. Ya no tengo que esforzarme por conservar algo que soy incapaz de resguardar. Puedo admirarlo desde afuera.

Los días, los meses, los años transcurren rápido dentro de la Penumbra. Con el tiempo Garret dejará de pedirme que lo lleve de regreso a los Campos Asfódelos y yo dejaré de insistir en que Sofía está viva. Nunca más admiraré la salida del sol, como en aquella mañana, siete décadas después.

Apesta a mierda de caballo. ¡Aaj! Juro que me posé sobre mierda en el camino de las pisadas a las que estoy unido. No hay forma alguna en que me mueva con libertad con esta cantidad de luz limitándome. Los hedores de abono y sudor humano me rodean.

«Edad Media mis testículos, debería llamarse Edad de Mierda.»

Escucho a Garret dirigir la palabra a una mujer con un sutil entusiasmo que me da mala espina. Por la forma en la que suaviza el tono para hablarle, deduzco que estamos ante la muerta de la Penumbra.

Recibir las voces durante el día es recibir una distorsión de sonidos, pero sé que es ella. Verónica fue la más nerviosa, de movimientos rígidos, como si careciera del control sobre su propio cuerpo, ese cuerpo copiado.

Garret aún está herido por la «desaparición» del alma de Sofía y se acerca a ella con anhelo. Se decepciona al notar la forma diferente en la que Verónica se mueve con gestos apresurados, no con la suave fluidez de los movimientos de Sofía. Además de que Verónica rara vez sonríe.

Quise decirle al Garret del pasado que no era Sofía, mas no fue necesario, era más que evidente.

Desde la base de los zapatos de Garret y ante la potencia del mediodía no puedo discernir nada, ni expresar nada y no lo haré hasta entrada la noche. No alcanzo a visualizar la belleza de Verónica con la cual recuerdo haber estado entretenido por una sola ocasión.

Garret no debería perder el tiempo con las dobles de Sofía, debería buscarla en Europa. Pero ¿cómo convencer al imberbe idiota de hacer eso?

Verónica no solo fue la doppelgänger más nerviosa, fue la más arrojada, la más loca. Me susurró palabras de amor casi de inmediato. Verónica, que miró siempre por encima de su hombro como si la persiguieran, me pidió encontrarme con ella en un burdel esa misma tarde. Si trabajaba ahí, no me importó.

Desde las danzantes siluetas saltarinas que se crean junto a la hoguera del burdel, intento gritarle a Garret que malgastará sus días en ese nuevo vicio. El atardecer me permite esparcirme un poco. Me estiro entre las vetas de las paredes de madera, entre los pies de las mancebas y sus clientes. Mientras más tiempo transcurre en este mundo arcaico, la idea de volver a mi tiempo pasa a segundo plano.

Nunca supe mucho de Verónica. Su entonación era extraña, la forma rápida en la que parpadeaba no correspondía a lo que recordaba de Sofía. Se relamía los labios demasiado y miraba tanto a hombres como a mujeres con anhelo como si babeara por ellos. Era una mujer inestable.

La habitación en la que me encontré con ella estaba plagada de aromas selváticos; pachulí y sexo de varios días. La locura de Verónica compitió con la mía. Me susurró palabras de anhelo desde el primer instante en que la abordé, alentándome a imaginar que me reunía con mi amor muerto. Era su trabajo, después de todo.

La besé como si me consumiera hacerlo, le arranqué parte de la ropa, separé sus muslos y ansioso entré en ella. La mordí tan pronto como tuve acceso a su cuello con mi miembro bombeando bien adentro. Apenas escuché mi nombre en una entonación suplicante, que no correspondía con la que recordaba, la mordí más duro y lengüeteé el escurrimiento.

No supe qué fantasmas perseguían a Verónica, solo la escuché decir: «Te perdono mi amor, te perdono. Lo hablaremos mañana...». Dichas palabras me llevaron a estrecharla con más gentileza.

Refunfuño al contemplar a Garret caer en sus brazos como un tonto entregado.

«Estúpido idiota, ya termina.»

Calla, responde Garret enviándome lejos.

Hago caso de inmediato, no seré testigo de aquel encuentro que ya viví.

Me perdí en el placer de las caricias delirantes que intercambié con Verónica. Forniqué con ella como nunca hice con Sofía y humedecimos las sábanas con sus fluidos, su sangre y mi semen. El encuentro se prolongó por toda la noche. Quise asegurarme de penetrar cada uno de sus orificios, de empaparla de mí, una y otra vez.

Tomé sangre de ella; del cuello, de los muslos, de los senos... Bebí una cantidad importante que bien pudo haberla matado. Sin importarme lo que le ocurriera, le dejé un par de monedas, le agradecí y me marché.

«Ya era hora», reprocho a Garret. Lo que necesitamos es largarnos y solo puedo hacerlo si Garret se deja de distracciones.

—¿No es ella, verdad?

«Tonto, no deberías obsesionarte con una doble, idiota. ¿No notaste que la mujer está medio loca? Si necesitas sexo, búscalo en otro lado. Solo así te aclararás la cabeza. Lo que perdiste no está aquí».

Garret gruñe salvajemente de acuerdo y pasa el siguiente día en el mismo burdel con tres prostitutas, olvidándose por completo de Verónica.

Llegada la noche, y con una nueva e insana curiosidad entremezclada con la turbación de estar fuera de mi tiempo, exploro el burdel, buscando alimentarme de malicia. Necesito matar el tiempo mientras Garret vive un grotesco maratón de sexo.

¡Por todos los demonios! Los jadeos, los golpeteos de la carne que colisiona con otra carne y los gritos de la orgía deben oírse hasta las tierras infernales.

El merodeo no demora, ya que algo captura mi atención de la habitación contigua a donde está Garret.

Y ahí me encuentro con una pesadilla.

Cuando La Sombra intercambió lugares conmigo, la culpé de traición, de susurrarme al oído e influenciarme para caer en la oscuridad. Lo cierto es que desde un principio yo traicioné mis principios al eludir mis miedos, mis responsabilidades; al hacerme a un lado y rechazar el papel que me correspondía.

No hay nadie externo a quien culpar.

Yo me desvié, yo elegí.

Desde el contorno deslucido del cuerpo que cuelga de una viga del techo, la encuentro, esa verdad atroz que La Sombra tuvo que ocultar.

Es la demencia creciente de aferrarme a mi propia oscuridad, la incapacidad de reconocer y recuperar el amor en mí, de volver a ser yo mismo lo que ha hecho que me desvíe, que reniegue de la verdad y de lo irrefutable.

Con el cuello roto y la mirada vacía, se mece la muerta... Sus ojos desviados se acomodan para enfocarse en mí en el momento en el que su corazón se reactiva con un salvaje golpeteo. El vestido manchado se sacude cuando la cuerda se rompe y Verónica azota el suelo. Tose maldiciendo mi nombre y un salpicón de sangre colorea el piso. Me señala con el índice, a mí, a la oscuridad trepidante, y susurra mostrando los colmillos afilados: «¡adúltero malnacido!».

Y bueno, siento mucho haber abandonado la historia, pero la vida va y viene y a veces te arrebata, con buenas razones, de lo que andas haciendo.
A continuación iré subiendo la historia hasta cerrarla. Espero les satisfaga a los que siguen por aquí. Estoy trabajando también en la traducción de mis obras al inglés y alemán que publicaré por aquí o quizá en otro perfil.

¡Saludos y estamos de vuelta!

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