25 No me importa Dios
A los ojos del público caímos en la brecha y mejor que lo creyeran así. Ambos golpeamos el suelo negro de la Penumbra con el estómago. Lily gimió cubriéndose el costado con una mano donde recibió la mordida de la hidra. Tras darse cuenta dónde estaba, dio un salto hacia atrás y se desvaneció en un movimiento repentino para atacarme por la espalda. Se topó con el aire, y la espada y casco le fueron arrebatados por unos brazos oscuros.
Por los trece infiernos, esta mujer no permite ni un respiro.
Desarmada y sin desistir, continuó una danza espectral en la que ella intentaba atestarme algún golpe o enredarme con los brazos para estrangularme, hasta que logré pescarla y la tumbé de bruces. Aplasté su espalda impidiéndole moverse.
–¿Qué demonios eres?
–¿Me lo preguntas en serio? –resolló ella en frustración. Golpeó la frente contra el suelo, dándose un breve descanso. Era fuerte, tan fuerte como para que tuviera que apretar mi rodilla sobre su espalda con cierto nivel de rudeza que solo usaría contra otro Daimón entrenado.
–Si me sueltas, destrozaré tu amada Penumbra.
Tragué saliva. ¿Cómo sabe dónde se encuentra? Ni Bastiam, a quien ya había traído en varias ocasiones, atinó a nombrarla.
–Ni siquiera un demonio mayor podría destrozar este lugar, linda.
–Oh, please! Alguien debería reventarte el ego.
Fingí no estar perturbado.
–En este lugar vive quien yo permito.
–¡Suéltame ya! –gritó furiosa, sacudiéndose con tanta violencia que tuve que arquearle la espalda con brusquedad para evitar que rompiera mi agarre.
–Lo haré cuando me digas qué eres.
Lily resopló y apretó los párpados por el dolor de la herida en el vientre, luego comenzó a reír. La carcajada femenina retumbó en la oscuridad como si ella gobernara la Penumbra.
–Ok, tiempo fuera –pidió ella controlando por fin la maldita risa–. Si me dejas ir, te daré la respuesta.
–¿Si te dejo ir, me darás la respuesta? Eso es un muy mal intento de persuasión. ¿Por qué no mejor te mato y dejo de torturarme con ello?
–Siempre te gustó la salida fácil ¿eh, Garret? Por eso te casaste conmigo, ¿no?
–¡Para el teatro ya! –rugí y presioné sus omóplatos con la rodilla. Luego le puse un cuchillo al cuello–. No me provoques a matarte rápido.
–Toqué una vena sensible ¿eh? Ok. Te propongo algo. ¿Qué tal si echas una ojeada a ese centro lindo y brillante que tu sombra esconde y después hablamos?
¡Qué!
¿Cómo sabía ella sobre lo que se ocultaba en el centro de la Penumbra?
Aflojé el agarre quitando la rodilla y el solo movimiento volvió a arrancarle un gemido de dolor que parecía de placer. Los Porfiria siempre sanaban más lento que los Daimones, pero no sentían dolor, solo el sol los lastimaba. Inquieto ante las posibilidades acerqué la nariz al cabello como si la noche anterior no hubiera olido a fondo el pelo negro o la piel del cuello.
–Oh, Garret –flirteó ella–, ¿se te está parando?
Frotó el culo contra mi entrepierna dura y deslicé el cuchillo hacia el pecho redondo, donde probé enterrárselo. Las escamas eran bastante eficientes. Ligeras y resistentes a cualquier penetración.
–No seré gentil, te dolerá –le susurré al oído.
–Coger contigo siempre duele, anda. Aún así me gusta –rebatió ella pegándome más el cuerpo; alzó el cuello y dirigió la mirada hacia mi labios.
Silenciosa como nunca, La Sombra debería estar instigándome a expulsarla de aquí. Lo cierto era que me sentía tentado a hacer lo que la mujer pedía. Ir y descubrir de una vez por todas qué era esa masa brillante en la Penumbra. Destruirla de ser necesario.
Lily se alzó y estiró la lengua hasta mi cuello, contorsionando ligeramente el cuerpo. Me lengüeteó la piel cargando mis poros de electricidad al rozarme con sus colmillos. Los latidos en mi pecho enloquecieron.
¿Cómo diablos se quita esta piel de lagarto?
La solté para girarla sobre la espalda y abrirle la boca en un beso. La besé largo y profundo, sin retraer mis colmillos que chocaron con los de ella. Besarla así era una locura. Nunca besaba a ninguna daimonesa con pasión para evitar el intercambio de sangre, que ya estaba en nuestras bocas. En cuanto el sabor metálico tocó mi lengua me retiré. Lo que revelaría esa sangre si tomaba suficiente.
La respuesta residía en la sangre, y ya no estaba seguro de querer apaciguar mis inquietudes. No perdería nada bebiendo de ella, la cordura quizás.
¿Qué haces cuando ruegas a todos los dioses para que te devuelvan a tus muertos y te encuentras ante la posibilidad de una respuesta positiva? Las gotas en mi lengua pedían que tomara más.
–Quítate esto –ordené.
Las pupilas de Lily se dilataron en un leve titubeo, pero accedió y de algún lugar en su espalda abrió la piel que la protegía. Se retiró las escamas como hacen las serpientes al cambiar de piel. La ropa interior deportiva negra, junto con el amuleto que le coloqué al cuello cuando estuvimos juntos, era lo único que portaba. Una mancha verde le marcaba el abdomen en un costado donde la hidra la mordió.
Me incliné para besar el lugar de la herida con delicadeza. La advertencia de no ser gentil con ella sonó a mentira. Le acaricié el torso deslizando la lengua y los labios alrededor de la marca de la hidra. Debía excitarla como ella a mí, ya que desistió de agredirme.
–Dime, linda –susurré–. ¿Crees en Dios?
–¿Me arruinarás el camino hacia el orgasmo tan pronto, Garret?
Detuve el recorrido de mi lengua, pero retomé la caricia descendiendo debajo del ombligo. El aliento de mi voz creó un sendero de escalofríos sobre la tersura de la piel. Cuando menos aún no me atacaba.
–¿Crees en Dios?– pregunté al tiempo que jalaba la tela de la pantaleta para colocar mi barbilla sobre su monte de Venus.
–¿Vas a cuestionarme sobre Dios mientras me haces sexo oral?
Me relamí los labios y la miré directo a los ojos.
Lily se encontraba casi desnuda, ahí en ese terrorífico lugar para todo quien lo visitaba, como si estuviera a solas conmigo en una habitación, donde la temperatura no fuera helante y el viento no ululara.
Besé el monte acolchado, acariciando el clítoris con el labio inferior, obteniendo la recompensa de una súbita inhalación por parte de ella.
–Responde.
–Sabes cómo me siento respecto a Dios. No ha cambiado mi mentalidad.
–Y ¿cómo es eso? –insistí lamiendo de lleno la hendidura de su sexo, ocasionando que las costillas de Lily se marcaran por jadeos.
Como aún no respondía, rocé con un colmillo la delicadeza de los dobleces de piel e introduje la lengua con lentitud, humedeciendo con saliva el interior para persuadirla a hablar. La lamí despacio, disfrutando de la piel erizada de sus muslos y del incremento de sus sabores que estimulaba mi lengua. Cuando obtuve la primera exclamación de placer le succioné el clítoris y di lengüetazos contínuos a sus labios tibios. Desde ahí, regresé con un camino de besos hasta el abdomen herido, esperando la respuesta.
–Sigo pensando lo mismo, Garret –soltó en una excitada confesión–. No me importa Dios.
La respuesta fue de hielo. Sus ojos revelaron esa calma triste que siempre me atrapó, tan Sofía.
Contuve el aire y enterré los colmillos sobre la herida de la hidra, succionando con potencia. Tomé tanta sangre en ese sorbo que Lily me apartó con rabia en un grito doloroso.
Antes de que saliera por completo del estupor de la sangre, Lily clavó las uñas en el piso, rasgando la Penumbra y provocando un rugido de La Sombra. Abrió una brecha hacia el exterior por donde huyó. Nadie antes hizo algo así en mi escondite privado, pero eso no era lo más trascendental. Lo que aún paladeaba en la boca, lo era. Paladeaba mi mayor anhelo hecho realidad.
La sangre de los Porfiria sabía a algo desierto, era tan desagradable morder a uno como lo era morder un trozo de carne seco, debido a esa falta de alma.
Maldita sea.
Maldita sea.
Maldita sea.
Caí de rodillas. Mi cuerpo, un terremoto. ¡Qué fue entonces lo que vi en los infiernos! El Inquisidor no mintió. ¿Qué estuve haciendo todos estos años? ¡Qué maldita vida estuve viviendo todos estos malditos años!
La sangre de Sofía, siendo humana, era deliciosa y por momentos quise drenarla toda. Esta sangre que acababa de beber sabía a ella sin duda. Viva. Llena de emociones y vigor. Llena de magia. Tan poseía un alma propia, hermosa y brillante, que tuve una visión y esta fue lo que más me perturbó. La visión era sobre el candor oculto que habitaba la Penumbra, al cual, tanto La Sombra como yo, temíamos.
Si permanecía en la Penumbra, me costaría. Perdería tiempo en el que podían ocurrir muchas cosas. De momento debían creerme muerto o extraviado en alguna dimensión desconocida. Ojalá fuera así, porque ahora me era imperativo averiguar qué cosa era lo que habitaba el centro de mi guarida.
«¿Qué tal si echas una ojeada a ese centro lindo y brillante que tu sombra esconde y después hablamos?»
Fruncí la nariz, encrespado conmigo mismo. Sofía rió al proponerlo, como si supiera el terror que el lugar me provocaba.
Sofía.
Tuve a Sofía en mis brazos, ¡viva! Viva y completa por siglos, ¡sola! Sin mí. Me levanté decidido. Tenía que saber.
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