17 Chismes
–No puedo creer que la cosa tenga un género.
«El género está en todo; todo tiene sus principios masculino y femenino; el género se manifiesta en todos los planos» citó La Sombra al Kybalión. «Soy masculino, muy masculino.»
–Podría decirse que «esto» es... otra dimensión –expliqué
–¿Podría decirse? –Bastiam arrastró la pregunta –. ¿Osea que no estás seguro de dónde es... «esto»? Maldita sea, Garret.
–Es un lugar útil. Puedo guardar cosas como armas, material de curación, ya sabes... Algo así como el truco que hiciste cuando te guardaste el artilugio en la mano, pero a mayor escala. Puedo trasladarme a donde quiera que haya una sombra proyectada o como refugio, aunque no es bueno hacerlo por mucho tiempo.
Bastiam soltó mi muñeca luciendo mejor, pero aún necesitaría sangre humana y yo también.
–¿Por qué? –preguntó tras limpiarse la boca. Por más que el chico mirara los alrededores en busca de alguna estructura continuaría encontrándose con esa oscuridad interminable. A menos de que se adentrara a donde la cosa se ponía verdaderamente escabrosa. Aquí no era la oscuridad lo que nos aterraba a La Sombra y a mí. Pero Bastiam no necesitaba saber nada de eso
–Uno pierde la noción y el tiempo transcurre distinto aquí. No es tan grave como cuando te pierdes en los Campos Asfódelos, pero los segundos se triplican y pronto un minuto son tres y así.
–Y aquí... ¿nadie más nos escucha?
–No, la he explorado a fondo y créeme, solo somos tú y yo. –Y un horripilante centro luminoso que no le mencionaré para evitar que vuelva a orinarse en la cama.
«Ejem...» se quejó La Sombra.
–Oh, y también está tu mejor amigo –agregué.
Bastiam guardó silencio reflexionando. Era la primera vez que le hablaba sobre los Campos Asfódelos. Los libros sobre la Revolución de Porfiria me mencionaban como el Príncipe Hereje que intentó salvar el alma de su amante Porfiria de los Campos. Lo que no se mencionaba en esos libros era que, tras mi fracaso, intenté regresar a tierras infernales varias veces y fue en esos intentos que perdí décadas de eventos belicosos entre Porfirias y Daimones. Desde pequeño, Bastiam intuyó no preguntarme acerca del tema y esta era la primera vez en la que le mencionaba mi viaje a los infiernos.
Bastiam resopló, contrayendo el párpado. Estaba listo para hablar.
–Los nobiliums retomarán la tradición de La Copa –soltó.
–Querrás decir que respetarán la ley divina.
–Si respetaran la ley divina, tendrían que dejar que tú bebieras.
–Abdiqué hace siglos.
–Sí, pero está escrito que La Copa de Hermes no reconocerá a otro heredero hasta que la línea de Araziel desaparezca, por lo que los nobiliums necesitan que mueras para exigir su derecho. No basta con que abdiques.
–Oh, entonces ¿tu trabajo es cumplirles el deseo? –Me sacudí la ropa agujereada. ¡Maravilloso! Los broches de mis botas se habían salpicado de sangre. Manifesté un paño y las froté hasta pulirlas.
–Mi intención no es matarte.
–¡Bah! Que me quieran muerto no es nada nuevo.
–Creo que no deberías ir contra la voluntad de los dioses. Si el nobilium incorrecto bebe, habrá caos.
«Como cuando bebió Gaius.» La risa incorpórea de La Sombra estalló en los oídos de ambos. Sonreí recordando cuánto me satisfizo la muerte del siciliano tras beber.
«Deberíamos beberla», expresó La Sombra. «Beberla nos convertirá en dioses.»
Alcé la mirada al cielo y bufé con hastío. La Sombra padecía delirio de grandeza. Ni drogado beberé de la Copa.
–La Sombra tiene razón.
¡Qué ca- ra- jos! ¿En qué mundo al revés estaría Bastiam de acuerdo con las estupideces de La Sombra?
–El consejo no podría ir contra un rey daimón, Garret, y ¡te librarías del juramento de sangre!
Un viento negro nos revoloteó los cabellos.
«¡Todo lo que destruiríamos!», se regocijó La Sombra en sus fantasías.
–Tus expectativas de mí son demasiado altas. –Me crucé de brazos–. Supongamos que bebo de La Copa de Hermes. De seguro me sucederá lo que a Gaius y usarán mis huesos como joyería. Yo haría eso.
–Creí que La Sombra era tu espía. ¿No te informó de esto ya? ¿De los detalles?
«No informo chismes.»
–¿Qué chismes? –cuestioné a La Sombra.
«No valen ser mencionados.»
–No son chismes.
–¡Por Hermes! El tiempo es oro aquí y tu discurso largo de profesor dormiría a cualquier estudiante. Ve al punto, Bastiam, o para cuando salgamos de La Penumbra habrá transcurrido una semana allá afuera.
–¡Harán beber a los más jóvenes! O al menos eso era lo que querían hasta que el Inquisidor secuestró a la mayoría. Envió la cabeza de uno de los hijos de Astaroth como regalo al concejo a cambio de una audiencia.
–¿Así planean conseguir el poder de La Copa? –reí junto con La Sombra–. ¡Es lo más estúpido que he escuchado en siglos!
«He ahí, que no valiera la pena mencionarlo.»
–Es estúpido –afirmó Bastiam–. Bukavac está haciendo lo posible por recuperar a los jóvenes, pero ¿crees que el concejo aguardará? La menor de la línea de Bukavac es Victoria y no arriesgarán a los descendientes más antiguos para que beban. Si no recuperan a los demás, empezarán por ella.
Una punzada de traición despertó mi desconfianza de La Sombra. Últimamente había estado trivial en sus informes. No debió ocultarme lo que Bastiam me compartía ahora. Todo lo referente al Inquisidor, decapitaciones o intento de suicidio colectivo valía la pena ser mencionado.
–Pero si tú exigieras tu derecho al trono... –continuó Bastiam.
–Renuncié al trono.
–La línea de Araziel...
–La línea de Araziel no te atañe.
–Ya transcurrieron cuatrocientos años.
–¡Renuncié! ¡No beberé!
–No puedes ser tan cobarde, Garret.
–Un compromiso de ese calibre no se considera a la ligera. El rey es el títere de los dioses, un sirviente más. Tuviste suerte de nacer de daimones menores. Todo poder tiene un precio.
–Pero si no hay trabajo más noble que servir.
Estúpido soñador. El chico no sabía todos los secretos sucios que juré guardar so pena de muerte de mis más allegados. Habían pasado cien años y continuábamos teniendo la misma discusión. Aparte de los fantasmas del pasado, la maldita Copa era la raíz de todos mis males.
Bastiam alzó la mano en tregua. Resopló y se frotó el puente de la nariz y de nueva cuenta la calma controlada regresó a sus facciones.
–¿Sabes qué, Garret? Estoy harto de esta plática unidireccional. Olvídate de que mencioné La Copa. Habrá otra solución para esto.
Rugí de irritación. Ahora conseguirá que lo asesinen. Esa férrea idea que Bastiam tenía de alcanzar la utopía era algo de lo que no se le podría disuadir. La exposición de la locura que los nobiliums estaban a punto de cometer, que mataría al objeto de sus afectos, apuntaba a que Bastiam haría lo opuesto. El chico no había cambiado como señaló La Sombra, había madurado sus ideales y su brújula moral. Bastiam creció sumiendo la nariz en nuestra biblioteca de Inglaterra, soñando con héroes de antaño, aquellos reyes y reinas de la casa de Araziel provenientes de la Atlántida que ya eran polvo.
–Tú –lo señalé con un dedo como cuando Bastiam tenía diez años y comenzaba a meterse en problemas por el abandono de Hester, su madre sustituta– no vayas a hacer ninguna estupidez.
Si me demoraba en planear lo que haría, corría el riesgo de empujar al chico a jugar al héroe y Bastiam terminaría decapitado.
–¿Quedó algo del artilugio?
–Sí, aunque no creo poder sacarlo de mi mano hasta que sane, ha de haberse quebrado en varias partes. Tendría que concentrarme en cada trozo para jalarlo a este plano.
«Lo rompí», se burló La Sombra en un aterrador tono infantil.
–¿Sabes quién lo creó?
–No.
«Aryan», respondió La Sombra.
–¿Aryan Mørk? –dudó Bastiam–. ¿El Noruego exiliado?
A Bastiam debía parecerle increíble, puesto que Aryan fue uno de los mejores magos de la historia. Expulsado de la Torre de la Polaridad, hacía más de trescientos años que Aryan Mørk había sido declarado muerto, pero La Sombra descubrió lo opuesto y conocía su ubicación. Solo Aryan podría crear artefactos capaces de encerrar entes demoniacos de manera provisional. Aryan pudo haber sido nombrado «gran maestre» tras la desaparición de Lyuben, pero su inclinación mágica era demasiado egocentrista.
«Eran sus sellos los que estaban en cada rincón del artefacto.»
Suerte que la jaula de Aryan estaba en Florida. Me rasqué la barbilla y extendí los dedos con una resolución–. Haremos esto: te dejaré en su mansión. Los sellos mágicos que lo aislan evitan que personal no autorizado ingrese o que él salga, así que no cuestionará tu visita. Le dirás que probaste el artilugio y no querías reportar un fracaso al rey. Aryan es tan narcisista que te dará otro y te rogará que no le digas nada a Iván.
Bastiam resopló en señal de dolor.
–Se supone que Bukavac le concedería una audiencia al Inquisidor hoy, para ver qué quiere a cambio de los descendientes.
–¿¿Hoy??
–Yo debía encerrar a La Sombra para evitar que te informara.
«Miserable traidor.»
–¡Traidores los dos!
La Sombra había estado bastante trivial en los últimos días, bromeando aquí y allá sobre idioteces. Debía admitir que no siempre conocía sus verdaderas intenciones. Tal vez la separación fue lo que le revolvió tanto el seso como para desear que bebiéramos de La Copa. Primero debía investigar más. Cuando menos sabía que Bastiam estaba de mi lado. El concejo se zurraría cuando me apersonara en la audiencia. Nunca necesité invitación para ese tipo de eventos, por lo que sería una noche memorable. Quizá no tenía el poder para ir contra las órdenes del concejo, pero cuánta satisfacción obtendría al ver la expresión de todos cuando me vieran llegar.
¿Y cuánto tiempo creen que haya transcurrido mientras estos tres estaban en La Penumbra? Seee, suficiente para que afuera se desate el caos. Nos seguimos leyendo.
😉
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