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13 Nupcias de sangre

El fraile fue así, el único testigo de nuestra unión, la unión de dos herejes. Después me preocuparé por hacer que Lyuben entienda el fundamento de mis acciones. Demostraré a todos que el cambio es necesario en esta cultura estancada por imposibilidades e imposiciones.

La ceremonia fue demasiado larga para mi gusto y mi impaciencia. El trayecto a la cabaña, insufrible.

Una vez que nos quedamos a solas y he encendido todas velas, deposito un beso casto en la frente de Sofía. Sofía se encoge y retrocede para hacerme la pregunta más inesperada.

–¿Podríamos hacer rápida esta parte?

Su nariz se frunce con un gesto de repulsión. Sofía es viuda y sabe bien en qué consiste una relación sexual, sin embargo no sabe que pronto me pedirá que esto nunca termine.

–Veréis, dama mía –respondo en tono solemne deshaciéndome del sofocante jubón–, para uniros a mí debemos hacer que esta parte dure hasta que ya no resistamos.

Escucho claramente cuando Sofía traga saliva. Me observa aflojarme el cuello de la camisa y su respiración se acelera tanto que las velas en una mesa a nuestro lado se inclinan casi hasta apagarse. Sostengo su mejilla en mi palma. Esperaba que sonriera, pero por su parpadeo contínuo y la perspiración en su frente temo que se desmaye.

–No haremos nada que no quieras. Estás perdiendo color. Ven, recuéstate un momento.

Se recuesta junto a mí por un par de minutos y su corazón se acelera apanicado. ¿Cómo podremos completar nuestros votos bajo mis leyes si ella está aterrada?

–De verdad quiero hacer esto, Garret. Perdóname.

Shhh. Todo estará bien, amor.

–Estoy arruinando todo, ¿verdad?

Sus cejas se unen y sonrío. Acerco mi mano a la suya y nuestra piel se adhiere sin resistencia.

–Esta es la mejor velada que he tenido en mucho tiempo. Todo es perfecto porque estás conmigo.

–¿De dónde aprendiste a ser tan galante? –pregunta alzando un lado de la boca.

–En realidad soy un asno sin modales. Tú me inspiras a ser un caballero.

Ambos nos miramos en un breve momento de seriedad hasta que ella explota en una carcajada. Sofía adquiere un fulgoroso tono bermellón que desafía a las sombras con su color. Ríe hasta las lágrimas y no puedo evitar reír también. Seré su bufón de por vida si me lo pide. Sus dedos aprietan los míos, inhala aire para recuperarse y se abaniquea.

–¿Sabes? Me gustaste desde que metiste la mano a mi canasta y pusiste cara de asco –confiesa entre jadeos.

–Tú me hechizaste esa tarde también –sonrío– desde que te espié bañándote en el río.

Sofía abre la boca en un gesto de indignación y sorpresa–. ¡Garret!

Me da una palmada en el hombro que recibo con diversión.

–¡Eres imposible!

–Y tú, lo más hermoso que he visto en mi vida.

El silencio vuelve y se alarga hasta que ambos nos miramos de nuevo. A partir de ese momento respiramos más rápido. Me giro muy despacio sobre un costado para verla mejor. Le acaricio el mentón y su lengua asoma de entre sus labios para mojarlos. Titubeo al depositarle un beso húmedo en la boca, uno suave y lento; ni siquiera me acerco tanto, estiro el cuello para hacerlo. El único contacto que tenemos está en nuestros labios y en nuestras manos. La beso hasta que la rigidez de su boca se ablanda.

Parece una virgen.

En un tonto sueño imagino que soy el primero, el primero a quien ella quiere. El terciopelo de su lengua me borra todo pensamiento coherente, borra el tiempo. Le envuelvo el rostro con mis manos profundizando el beso. La besaré toda la noche si es lo que necesita para pedirme que hagamos esto lento. Le enseñaré que no se trata de hacerlo solo esta vez, sino cuánto queramos; todas las noches, todas las mañanas, y en todo momento que podamos escapar a un espacio privado, o ¡al aire libre!

Pronto los besos se intensifican, nuestras bocas se abren más y mis colmillos descienden. Recargo la frente sobre la de ella, inhalando ese aroma a flores y sexo que emana su cuerpo y me enciende. En algún momento terminé encima de ella con los codos apoyados a ambos lados de su cabeza.

Su sonrisa crece y alimenta la mía. Mi futura reina se torna valiente y me acerca los labios. Le permito el atrevimiento y le devuelvo el gesto con suavidad, una y otra vez. Continuamos el intercambio de besos hasta que se nos olvida que charlábamos. Desplazo mi boca sobre su mentón hasta su cuello y lamo mi camino de vuelta a sus labios. Saborearla así incita mi lujuria. Toda la sangre se acumula en mi pelvis. Me recuesto de nuevo y me deshago de las botas para estar más cómodo. Entonces ella se recarga sobre un codo a mi costado. Mis manos exploran su espalda donde deshago un nudo a su brial. La tela se afloja y le descubro un hombro. Tan tersa que es su piel... Creería que tanto placer sin penetrarla sería imposible de alcanzar si no lo estuviera viviendo. Es un gozo estar con ella. La atraigo hacia mí. Mi lengua traza un camino hasta el hombro expuesto mientras llevo mi mano al interior de su muslo. Arrugo la tela de su vestido para alzárselo hasta la cintura. Sofía se separa de mi boca jalando aire cuando mis dedos encuentran sus pliegues húmedos. La acaricio tan suavemente como haría una pluma, sin atreverme aún a introducir los dedos en ella. Se muerde el labio en una semi sonrisa. Su mirada me regala todo su brillo. Sin que lo note desamarro el cinto de mi pantalón y descubro mi erección. Es cierto, soy imposible.

Beso la vena en su cuello cuando Sofía me empuja con ligereza y se incorpora hasta sentarse a mi lado–. ¿Me dejas ver tu boca?

–¿Mi boca?

Ella asiente. He de lucir feroz con tanta excitación. La sangre no solo se ha acumulado en mi miembro, sino también en las venas de mi frente. La luz es tenue, mas estoy seguro de que ya notó mis ojos por la forma en que me mira. Ya le mostré mis dientes antes, y ha de haber sentido el filo con la lengua al besarme.

–Por favor, Garret. –Ahora ella misma se unge sobre mi mano para persuadirme, frotando esa parte herida por e pasado en el que estuve ausente. Río un poco ante su expresión atormentada.

–¿Cómo haces para que se alarguen? –gime moviendo las caderas.

Mientras Sofía roza con un dedo la punta de mis colmillos, trazo un camino sinuoso en su espalda frotando el redondeado despliegue sensual de sus nalgas, acercándola hacia mi dureza para que se frote en ella en lugar de mis dedos.

–Depende de la emoción –ronroneo–. La lujuria, la euforia, el hambre o la ira ocasionan que surjan.

Mi timida diosa alza la cara buscando el techo cuando froto mi miembro contra su Monte de Venus.

–¿Y ahora tienes hambre?

Río en su pelo. Hambre de placer, sí.

–Lo que me da hambre está entre tus piernas.

Sofía se cubre la sonrisa.

–Sabes que no soy virgen –dice alzando las manos vacilantes para posarlas sobre mis hombros. Jala mi camisa hacia atrás en su intento por alejarme–. Pero nunca viví esto así.

–Y vivirás mucho conmigo. ¿Hoy te dije que te amo?

–No –jadea al sentir la punta de mi erección frotarse en su entrada. Su espalda se arquea.

–Te amo, aunque ayer no tanto. Hoy te amo más.

Me sonríe de una forma tan bella. Todo su cuerpo irradia dicha, justo como me siento también.

–¿Me dejarás estudiarte?

–Te dejaré hacer lo que quieras.

La beso de nuevo. Poso una mano en su cuello para atraerla, sus hombros esquivos se alzan para ser lamidos. Resisto tanto como puedo para no enfundarme en ella hasta que se empape. Abro la boca despacio para evitar morderla antes de tiempo. Esa brusquedad se volverá placer si lo hago en el momento adecuado. Me saco la camisa y el resto de la ropa sin despegarme mucho de ella. Resisto las ansias de clavarle los colmillos, de penetrarla de lleno. Jalo su mano hacia mi miembro. Quiero que note que estoy más que listo, que sepa cuánto deseo que me toque. Se despega de mí un instante para verme de nuevo y de nuevo le muestro mis colmillos, aunque ya no mira mi boca sino su mano que me sostiene. Tras un momento en que permito que me observe, algo relampaguea en su mirada. Sofía sola se saca el brial y me envuelve con las piernas. Toma mi rostro en sus manos y me besa con tanta pasión que nos mecemos. Le desamarro el cabello que se extiende sombrío sobre su espalda. La textura de su pelo, su piel pegada a mí, toda ella me roba el aliento.

–Eres hermosa. –La respiro–. Ojalá llevaras siempre tu cabello así, suelto.

Sofía desnuda es igual a una diosa azteca con la piel dorada. El candor de las velas acaricia sus curvas entre las sombras, las exalta; la cima de sus caderas, los montes sensuales de sus senos. Ebrio, con la figura dilatada entre mis brazos, me imagino así por siempre. Sus pezones húmedos por el calor de la noche se aplastan contra mi pecho. Su vagina está tan resbalosa y abierta que me adentraría con facilidad. Ella se unge en mí, dejándose abrir. Entra y sale aire de entre nuestras bocas. Bocas que ya no se despegarán ni para hablar. Este cuerpo sensual ahora es mío para amasarlo. Tanto tiempo la deseé...

El miedo en el aire deja de ser tal cuando Sofía me palmea la espalda. Jadea fuerte y me aprieta hacia ella. Sus uñas descienden hasta mis glúteos. Ahora ella comprende, humedece su apetito, separa los muslos para abrirme paso. Jadea en cuanto mi punta se entierra hasta su fondo.

–Quiero que me rompas, Garret –susurra–. Hazme olvidar. Rómpeme.

Sus palabras me ponen más duro. Grabaré mi aroma y mi nombre en cada uno de sus rincones. Entierro los dedos en la negra cabellera, conteniéndome de ir deprisa. Dejo que me toque, que conozca mis montes duros de carne, que se le moje el centro y se mueva hasta acostumbrarse a mí. La beso sin cerrar la boca, la trago. Espero, resistiendo cada vez menos a que ella arquee la espalda en esa señal inconfundible de libación. Es la gloria, la libertad absoluta del frotamiento, de la entrega mutua.

La amo tanto...

Cuando llega el momento de morderla, ya no resisto y lo hago sin piedad. Sofía grita ante el punzante dolor. Cierra los ojos y parece perderse. Sus nalgas se agitan bordeando en la culminación del placer. Es como una picazón en nuestros sexos que se mecen ensartados.

Me hundo en ella, empujando cada vez a más profundidad, gozando de los sonidos jadeantes de ambos.

Sofía se lleva una mano abochornada al rostro e intenta cubrirse la boca. Su voz alcanza una indecencia sonora que me hará estallar pronto. Tomo la daga a un lado del lecho revuelto y corto la piel de mi hombro para invitarla a mi vena abierta.

–Bebe.

Cuando ella succiona vuelvo a morderla. El metal de su sangre, su mordida nos detonan una explosión oral como espuma incontrolable que se desborda. Ella grita con la boca prendida en mí para que la abra más. Mi corazón se sincroniza con el suyo y me entierro muy adentro, derramando un rugido culminante. Y me carcajeo de dicha. Ella ríe también. Podría yacer así por siempre, en el pináculo de la felicidad, seguro de que nada nos tocará.

Años después, meditaría sobre esas nupcias manchadas de sangre. Nupcias que nunca debieron tomar lugar y que recordaría como el peor error de mi vida. De haberla dejado ir, Sofía hubiera vivido. Pero esa fue la primera y última vez que la tuve en mis brazos respirando. Qué error de la inmadurez. Era demasiado insulso, demasiado ignorante y demasiado estúpido. 

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