VEINTISIETE
CAPITULO XXVII: El testamento de Jaha.
Día 31 de la desaparición de Eire.
Kennet dispuso dejar descansar el cuerpo de su mejor amigo sobre el suelo rocoso mientras se comisionaba a recoger algunas bayas y pillar algún pez del acantilado a unos metros del lugar en donde se quedaron varados; pescar no era su singularidad, el que era bueno en eso era Tristan, sin embargo, no le había ido nada mal esa mañana.
–Bueno, son tres... pillados –Farfulló inteligible –... uno para cada uno –Continuó balbuceando mientras intentaba pescar algunos más.
Eire quien estaba detrás de él, se había pasado las últimas horas temblando, por esa razón concluía de escindirse accidentalmente la yema de un dedo al querer quitarle la cascara a una baya. Gimió llamando la atención de su hermano, la princesa no alzó la mirada y consiguió distinguir que Kennet estaba descalzo con el pantalón plegado hasta las rodillas para no mojarse mientras pescaba, aun así estaba algo empapado.
– ¡Eire! –Vociferó. Se ensartó para ver que le ocurría y su semblante se tornó cariñoso en cuanto notó que se trataba de un simple pinchazo.
–Cambia la connotación de esa mirada hacia mí –Kennet le echó una mirada con intensidad y le sonrió –. Estoy actuando como una infanta.
–Eres una infanta –Eire lo miró mal –. Sensible, para mí lo eres.
La castaña mojó su dedo viendo como unas pequeñas gotas de su sangre azul se perdían en la numerosa inmensidad de gotas de agua. Y suspiró, Kennet permanecía observándola curioso, ella se mostraba taciturna y circunspecta.
–Te noto entristecida, ¿qué es aquello que te abate? –Preguntó curioso.
Eire bajó la mirada no atreviéndose a confesar lo que sentía por el amigo de su hermano, no solo estaba entristecida, estaba apenada, apesadumbrada, desconsolada, inconsolable, desolada, doliente y todos los sinónimos que se les ocurriera.
– ¿Se trata de Lennox? –Dio en el blanco, pues su hermana comenzó a acalorarse, su rostro se tiñó de rosado en toda su compleción –Eire, a ti... ¿A ti, Lennox te parece un muchacho pimpollo?
Eire se mofo sin poder soportar la risa, no por el concepto utilizado por su hermano, sino por el momento incomodo, ella lo había comprendido a la perfección pero haría lo que sea para acabar con esa charla.
– ¡¿Qué?! –Fingió ignorancia.
–Me refiero, a que si lo consideras bello.
–Define bello –Pidió. Esa palabra significaba muchas cosas.
–Umm –Pensó – ¿Tristan? –Comenzaron a reír, Eire negaba.
Ningún secreto, Tristan era el más bello del palacio sin duda alguna, nadie sabía exactamente que había que a todo mundo lograba impresionar, será su piel pálida, su cabello grueso azabache o sus largas cejas, era como un muñeco de porcelana, delicado y simétrico, no importaba, desprendía alguna esencia que encantaba a todos y eso es lo que utilizaba Kennet para definir a la belleza, desde que tenía uso de razón (y a modo de broma) en vez de decir ''eres muy bella'' solía decir ''eres muy Tristan''.
–No, no lo creo –Bromeó ella.
–Estará bien, despertará hoy mismo –Aseguró alzando sus brazos de manera exagerada –. Bríndale compañía, anda –Expresó, echándola amablemente –. Continuare con esta misión imposible de pescar.
Por otro lado, Eire se enalteció rápidamente de su sitió dirigiéndose a toda velocidad a donde se encontraba Lennox aun inconsciente.
Lo observó y algo floreció dentro de ella, su cabello brillaba al igual que su remera blanca haciéndolo ver como a un ser divino, Eire se palmeó la frente pidiéndose a sí misma dejar de babear.
Miró a su costado y decidió dedicarle un momento a tareas que había estado pospuesto por obvias razones: No habían tenido tiempo ni para doblar las telas que cargaban.
Le estaba dando la espalda al mismo tiempo que se encontraba afilando las pocas cosas que les quedaban, Lennox pasó de colgar siete dagas a solo llevar tres, ella aún conservaba sus dos espadas, de las cuales una se la tuvo que dar a Lennox porque él se la exigió.
Ella no pudo negarse debido a que no le pertenecen, de mala gana tuvo que entregársela, se quejaría de tener que limpiar sus cosas pero no podía cerrarse a la banda que hacerle favores al muchacho y que él se lo gratifique con una sonrisa no le molestaba en absoluto, de hecho era una encantadora oferta.
Como si hubiera olvidado el estado en el que se encontraba Lennox, Eire se puso a danzar levemente, canturreando aquella nana que tanto le gusta e inconscientemente movía la piedra de asentar* al ritmo lento de su canto.
» Y puede que nunca te encuentres con la desgracia,
Que encuentres amabilidad en todo lo que te encuentres.
Puede que los ángeles te miren y te guíen...
En cada paso que des,
Para protegerte y mantenerte a salvo de todo mal
Loo-ly loo-ly lay ley... Loo-ly Loo-ly...
–Jaha me cantó esa canción una vez –Eire se amedrantó y lanzó la espada con la piedra provocando un pomposo estruendo.
Se viró para mirar a Lennox quién estaba sentado con la espalda exageradamente encorvada y los brazos estirados como si estuviera agotado –. No quería asustarte, princesa.
–Ya, está bien –Respondió temblorosa.
Al verlo despierto y lleno de vida, sus ojos se cristalizaron. Se hincó para recoger torpemente lo que había lanzado sin querer.
–No estés nerviosa, te oías muy bien –Piropeó.
– ¿Qué no esté nerviosa? –Preguntó suspirando, indignada. Lennox rodó los ojos, Eire ya iba a empezar con sus arrebatos berrinchudos – ¡Estabas medio muerto, quién sabe si ibas a despertar, estaba con el corazón en la boca, casi me da una apoplejía Lennox, no tienes idea! –Vociferó con velocidad y comenzó a hipar.
Lennox arrugó su frente y se rascó el mentón en donde comenzaba a hacerse notar una ligera mata de barba casi imperceptible debido a su color blanquecino.
– ¡Entonces te despiertas y lo único que dices es que –Comenzó a inhalar y exhalar exageradamente –... tu conocías esta canción y te atreves a burlarte de mí! ¿Cómo que no quieres que me ponga nerviosa?
–Llorona –Musitó torciendo una sonrisa.
Haber recitado aquella palabra fue el error de su vida, Eire tomó una bocanada de aire tan grande que Lennox juró que le había succionado hasta su propio aliento; y se aguantó la risa.
– ¿Cómo me dijiste?
–Que eres una llorona.
– ¡¿Cómo te atreves a hablarme así?! –Continuaba llorisqueando –Yo estaba muy preocupada por ti Lennox, fui a juntar bayas con Kennet para que te alimentes y –Sus palabras fueron calladas en cuanto Lennox la abrazó.
Quedó petrificada un nanosegundo en el que todo tipo de pensamientos pasaron por su cabeza, el más exagerado era el del casorio y se abofeteó mentalmente por pensar en algo tan exagerado como eso, reaccionó; hizo fuerza para poder mover sus brazos, Lennox apenas y sintió algo, sin embargo notó sus intenciones y la liberó apenas (un poco) para que ella pudiera llevar sus extremidades hasta su cuello en donde se dio la libertad de acariciar su cabello.
Como cosquillas, no pudo evitarlo, Lennox extendió sus alas formando una capsula alrededor de ellos, a fin de que sus alas también pretendieran abrazarla, todo eso sucedió en tres segundos, se sintió eterno para ellos.
–No tienes que llorar, ya estoy bien –Aseguró.
– ¡Ah! Miren quién decidió despertar –Kennet despedazó con aquella atmosfera tan rápido que Eire no tuvo tiempo a cubrir su rostro tan rojo como las fresas recién cosechadas que traía su hermano.
Lennox se separó al instante de ella, era imposible disimular lo que había sucedido, Kennet los había visto.
– ¿Cómo te encuentras? –Preguntó seriamente, posándose a su lado.
Lennox se posicionó recto y empezó a girar su torso haciendo que los huesos en su espalda crujieran fuertemente. Kennet frunció sus labios provocando que unas arrugas se formasen en su nariz y se disculpó con su mejor amigo por dejarlo tirado sobre unas piedras.
Había sido un mal gesto, sin embargo, el príncipe bromeó diciéndole que se lo merecía por ciertas-cosas.
– ¿Qué te ha pasado? –Sonsacó Eire interrumpiendo a la absurda discusión en la que habían entrado los muchachos con respecto a ciertas-cosas.
Ciertas-cosas se refiere a la escena de celos que Kennet le montó a Lennox con respeto al repentino interés que había despertado para con su hermana pequeña y, claro, a lo que acababa de ver.
–Las visiones...
– ¿Nuevas? –Interrumpió interesada y agitada – ¿crees que la Ordenadora quiera confundirnos?, ¿se enteró que poseemos el libro?
–No, no lo sé –Negó mirándola con profundidad. Kennet carraspeó provocando que Lennox rompiera aquel contacto visual y lo mirase a él –. Tuve las mismas que tuve antes y estoy convencido, definitivamente, que no fue la Ordenadora.
– ¿Qué te hace creer eso? –Inquirió Kennet.
–Al principio creía que eran situaciones que ella –Se refería a la ordenadora – quería hacerme ver para que le temiera, pero ahora sé que son reales.
– ¿Cómo sabes? –Esta vez preguntó Eire.
–Porque sucedió lo que vi, fue exactamente lo que advertí –Confirmó entrecortado –. Nos vi, a nosotros –se dirigió a Kennet –charlando sobre el médano y tu diciéndome que no puedo estar con...
Su voz se apagó, no se atrevía a continuar hablando de eso, no frente a Eire.
–Ahora que sabemos de buena tinta lo que puede suceder, podemos hacernos con eso y usarlo a nuestro favor –Clamó Kennet capturando de inmediato el interés de su hermana –. El futuro no preexiste, no sucede, somos en el momento y nuestras acciones consiguen hacer que sean disímiles a lo que observó Lennox –El rubio frunció su nariz, nunca había logrado comprender a su amigo cuando hablaba con el particular lenguaje de la realeza.
– ¿Tú, realmente, crees eso? –Preguntó Eire. Kennet asintió y luego observó a su amigo quien estaba mirando hacia el suelo con el rostro decaído, su peinado apenas bailaba a causa de la brisa.
– ¿Qué te apesadumbra? –Inquirió y frotó su cabello –quiero decir, ¿Qué te sucede a ti? Te ves afligido.
–No comprendo por qué insistes en quedarte con nosotros –Lanzó Lennox y ladeó una sonrisa irónica –se nota que esta no es tu vida, eres un príncipe... intentas hablar como un pueblerino pero se te escapa el lenguaje real, no puedes evitarlo, ¡hablas como un Rey! –Reclamó intentando ocultar su sentimiento egoísta de querer estar a solas con Eire.
Añoraba que nadie más que ellos dos estuvieran ahí, sin un Kennet que interrumpa abrazos espontáneos, sin un Kennet mencionando que Eire era su hermana pequeña, quería mucho a su amigo, pero ahora lo quería lejos.
–No es cierto...
–Lo es –Interrumpió.
–Miren, lo siento, ¿sí? –Se disculpó –pero déjenme ayudarlos, son importantes para mí. Ambos y sé que en algún punto no podré arrimar el hombro porque no soy como ustedes, ni heredero ni descendiente, ¡Diantres! Ni siquiera comprendo bien lo que eso significa. No puedo volver al palacio... me siento muy mal por no haberlos buscado y ahora que sé que están en peligro no pueden simplemente intentar hacerme a un lado.
– ¿Por qué no puedes volver al palacio? Eres el Rey ahora, tienes cosas más importantes que hacer –Dijo Eire. Kennet negó.
–Tristan es el Rey –Escupió rápidamente con un deje de dolor en su color de voz. Lennox se rascó la barbilla mientras mordía sus labios, pensativo –y estoy exiliado.
– ¡¿Qué?! –Exclamaron al unísono, Eire y Lennox.
–Resulta que Tristan es mucho más inteligente de lo que parecía...
–Tristan es brillante, solo que nunca lo notaron –Murmuró Eire casi imperceptible. Lennox la escuchó.
–Él hizo lo correcto, yo cometí errores, no estaba haciendo las cosas bien y para que no interfiriera me encerró en el calabozo.
– ¿Su alteza lo encerró y le quitó el trono? –Preguntó Lennox, asegurándose de que había entendido bien.
Lennox era un criado como todos los del palacio, a la única persona que podía hablarle con plena confianza era a su amigo Kennet, permitiéndose tutearse, sin embargo, con Tristan nunca pudo darse ese lujo aunque tampoco le interesaba.
–Sí, él es increíble, resolvió cosas que yo no podría haber hecho. Dios sabe que él es el Rey indicado, estoy feliz de que lo sea –Confesó sincero. No guardaba rencor a su hermano, pues si él tuviera que castigarlo por cometer un error, lo haría.
–No nos estás diciendo por qué estás exiliado –Retomó Eire.
– ¡Ah! Pues, Tristan me encerró, nuestra madre me ayudó a huir y no puedo regresar –Comentó sin más –Pero que importa lo que me sucedió a mí, alimentémonos y vayamos al camino de dagas.
***
Día 32 de la desaparición de Eire.
La mañana de junio se tornó misteriosamente fría, el día anterior estuvo haciendo un calor que era capaz de derretirte la piel, sin embargo, en ese momento las campanas se congelaron y al sonar, pequeñas motas de hielo cayeron en cascada esparciéndose por todo el jardín del palacio.
Tristan despertó, no recordaba cuando había sido la última vez que había podido dormir tan plácidamente.
Se levantó dirigiéndose hacia el espejo en donde observó su figura, estaba vestido solo con su pantalón de dormir y el torso descubierto. Tristan, a pesar de ser delgado, tenía su figura bien definida y un porte que demostraba presencia.
Sus hombros blancos salpicados con lunares le dolían.
Lanzó un ligero gemido al momento que desplegó sus alas y las observó fijo durante varios pares de minutos. Le acaeciera encantado que todo fuera diferente, le hubiera entusiasmado poder volar y presumirlas, pero no podía. No se jactaba de haberlas recibido solo por el capricho de, a su parecer, un estúpido dios que se cree que puede realizar cosas a las espaldas de Apócrifo.
Entonces las dobló acercándolas lo suficiente a su rostro como para poder acariciarlas, eran suaves y adictivas, una vez que las tocaba, no podía dejar de hacerlo.
»Abarta se las dio cuando era un niño, fue exactamente la noche anterior al día en que su hermana casi muere y gracias a eso, él le salvó la vida porque Eire lo tomó del dedo índice... aquél en el que el dios ayudante le concedió un inconmensurable poder.
Cerró sus manos en un puño, descanso de tanto peso que causaban sus alas y las cerró para volver a su postura exageradamente recta.
–Tus alas son mi mejor obra de arte –Comentó una voz ronca detrás de él, en algún sitio del lugar.
Tristan se mantuvo callado, solo se dignó a presionar su mandíbula y volteó su rostro hacia la melena larga de Abarta, aquel ser alado que le concedió las alas.
–De hecho, nunca antes había obsequiado algo tan valioso, he dado otras cosas... soy el que recoge las almas de los que fallecen y yo las llevo al Edén, al infierno o al Nahled, muy pocas veces regalo unas horas más de vida, solo a los afortunados pero a ti –Se arrimó al pelinegro, mirándolo de arriba abajo con admiración –... a ti te di poder.
– ¿Y? –Preguntó lanzando veneno, con el tono más odioso que podía formar.
–Y que no eres capaz de hacerme un miserable favor, ¡Oh Tristan! Rey de los siete mares, muchacho joven de ojos peligroso, Sibilino del cabello como la noche, mi Sibilino.
– ¿Por qué debería forjar algo por ti?
–Inteligente pregunta. Eres, probablemente, la primer persona en no preguntar ¿por qué yo?... no, no quieres ser la víctima, solo quieres provocarme y no lo lograrás, yo conozco tu alma hace milenios.
–No me concierne lo que tengas para expresar, voy a recibir visitas en unos instantes... márchate –Ordenó.
Abarta acarició el cabello de Tristan para luego llevar sus yemas hacia sus fosas en donde aspiró con intensidad el aroma del Rey. Recibió una mirada confusa y sonrió.
–Recuerdo tu vida pasada, falleciste joven salvando a un hermano de caer por un acantilado, te llamabas Felim, significa ''bueno para siempre'' y de bueno no tienes nada... según las reglas del mundo humano, claro –Tristan lo escuchó atentamente, algo dentro de él comenzó a moverse en cuanto oyó aquel nombre –, porque para mí eres perfecto, por eso eres mi elegido.
–Soy tu elegido, lo sé, es lo único que dices. ¿Qué quieres? –Abarta movió los labios listo para hablar, pero Tristan lo entorpeció – y no me digas que quieres que destruya a la Ordenadora, dime como debo hacerlo, dame indicaciones y luego decidiré si hacerlo o no.
Abarta continuaba mirándolo persistentemente no pudiendo ponerlo exacerbado, ni un poco, a Tristan, quien continuaba observándolo con una ceja alzada y mirada desafiante.
El Dios ayudante lanzó el aire, alzó su palma como si estuviera sosteniendo una bandeja y el humo chispeante surgió dando a luz un rombo viscoso color celeste transparentado; aquella cosa había hipnotizado al pelinegro, comenzó a acercarse a paso lento, añorándolo, deseando tenerlo entre sus manos.
Abarta ensanchaba su sonrisa a cada paso que daba Tristan y cuando estuvo a escasos centímetros de tomarlo, lo movió hacia atrás despertándolo de su trance.
– ¿Qué es ese objeto? –Preguntó curioso, en sus ojos corría la ambición de poseerlo.
–Es el cristal de arena.
– ¿Me dirá que hacer?
–El cristal de arena no te dice cómo luchar, te muestra por qué luchar –Abarta acercó el cristal de arena hacia Tristan y le hizo una seña para que se acercase.
El Rey, al mirarlo, sintió de repente como su felicidad era absorbida de su cuerpo, lo vio, unos ojos verdes apagándose, soltando una mano pálida que se negaba a ser abandonada, gritos de tristeza, gritos desgarradores.
Una daga atravesando a su hermana provocando una muerte casi instantánea y la sensación de humedad recorriendo su mejilla.
Estaba llorando sin poder contenerse, simplemente no podía controlarse, era su cuerpo el que mandaba, no él.
–Si –Susurró alargando la última letra. Abarta continuaba riendo –. El cristal de arena provoca que tus sentimientos salgan a la luz sin poder hacer nada al respecto. El dolor que estás sintiendo ahora ni siquiera es una pequeña muestra del que sentirás realmente cuando eso suceda.
–No va a suceder, mi hermana no va a morir –Continuaba lanzando lagrimas desesperadas y se alejó del cristal para poder tener, al fin, dominio de su ser.
–El futuro está escrito según el camino recorrido hasta el instante presente, Sibilino, solo una pequeña acción y puedes modificarlo pero, si es el equivocado entonces no hay nada que puedas hacer...
–Largo, vete de mis aposentos –Ordenó.
Abarta sonreía peinando su cabello, relamió sus labios y aseguró: –Estaré aquí mañana en la noche, sé que cambiarás de opinión.
Tristan lo miró curioso, ¿a qué se refería con que sabía que cambiaría de opinión?, iba a desesperarse pero guardó la calma. Lo más absurdo, según Tristan, era perder la calma pues, sin ella él no funcionaba.
Abarta se acercó al ventanal, extendió sus alas y se lanzó hacia el vacío teatralmente.
Al instante las puertas de sus aposentos se abrieron, él no se inmutó y observó por el reflejo a Nur, quien se quedó con la boca ligeramente abierta al verlo tan descubierto.
–Que tu día sea eterno –Recitó Nur con la voz temblorosa y bajó el rostro. Tristan alzó una ceja y volteó.
–Eres una insolente –Se quejó. Está vez ella si había citado el mantra, pero no solicitó el permiso para entrar allí dentro.
Ella podría haber visto sus alas y si eso pasaba, Tristan tendría que lapidarla.
Y él... no quería hacer eso.
–Te perdonaré porque eres una pueblerina carente de educación, eres el más vivo ejemplo de que debo gestionar como Rey, invertir más en adiestramiento. Gracias a ti Nurges, a partir de la semana que viene, muchos niños comenzarán a estudiar –Se le ocurrió. Tristan no soportaba la ignorancia plena.
–Lo lamento, su alteza –Respondió aun con la cabeza gacha.
Lo que hizo Tristan funcionó. Asustó a Nur, le hizo creer que iba a ejecutarla, la encerró en el calabozo y la puso en la jaula con vistas a la calle central en donde pudo visualizar a la perfección como Morgana era calcinada.
Entonces Tristan una vez más se salió con las suyas, ganándose el respeto (y el miedo) de la muchacha que se atrevía a insultarlo.
–Di la orden de que te liberen porque tengo una tarea para ti.
–Lo que desee, su alteza –Respondió. Tristan se acercó a ella, con su dedo levantó su rostro sosteniéndola del mentón.
Nur tragó en seco, él realmente le parecía un galán.
Físicamente, porque por dentro... aprendió que Tristan era desagradable, un ser despreciable.
–Traerás a esa criada, mmm–Pensó –... Malvina, está tarde tiene que estar aquí, sino te buscaré por los sietes mares y eso no te conviene.
– ¿Qué... qué le harás? –Tristan sonrió.
–Pregunta incorrecta, ¿qué te haré a ti si no la traes? Esa es la pregunta correcta –Entonces la observó con intensidad, causando que a la pelirroja le temblasen las piernas, esta vez por miedo.
–Me temo, su excelencia, que no conozco el camino hacia el pueblo –Mintió y Tristan cerró los ojos con pesar.
– ¡Guardias! –Llamó.
El corazón de Nurges se salía por la boca debido al recelo, Tristan iba a matarla a ella al igual que hizo con Morgana. Si fue capaz de condenar a su amante, a una pueblerina como ella ni siquiera tendría que pensarlo, lo haría sin dudar, se equivocó al pasarse de lista con el muchacho.
–Escolten a la damisela, llévensela a Kilen y Fergal –Los dos muchachos que custodiaban el portillo del Rey, asintieron y tomaron amablemente los brazos de la pelirroja.
– ¿Qué me harán? –Exclamó asustada.
–Nurges, preciosa –Murmuró –. Ellos te llevarán hasta tu casa y te acompañaran en todo momento, si haces lo correcto... entonces no tienes nada que temer.
***
Día 31 de la desaparición de Eire.
Eire volteaba de vez en cuando para intercambiar miradas tímidas con Lennox, había funcionado las primeras diez veces, luego, Kennet los pescó y codeó a su amigo, desde ese entonces, él no había vuelto a mirarla.
Ella tenía el libro del Edén en sus manos, iba caminando a varios metros por delante de los hombres guiándolos, se encontraban en un lugar llano, sin árboles, ni montañas, el sol del mediodía ardía en sus pieles.
–No terminamos de hablar –Dijo Kennet. Lennox lo miró –. Antes de que te descompensaras, te estaba diciendo que no podías estar con Eire.
–No es necesario hablar de esto, de verdad –Confesó.
–Yo si lo necesito, Lennox, no lo digo por capricho, ¿acaso existe alguien mejor que tú para estar con mi hermana pequeña? –Preguntó y el semblante de Lennox cambió a uno de confusión.
¿Kennet no estaba en contra de su romance? No comprendía del todo, decidió dejarlo hablar.
–Lennox, no hay nada en el mundo que me hiciera más feliz que ser tu cuñado, eres mi mejor amigo y sé la calidad de persona que eres, sé que la cuidarás y respetarás en todo momento y es lo único que me importa.
–Siempre voy a cuidarla y respetarla –Murmuró.
–Si te digo que te alejes es para no alimentar sus ilusiones, Lennox, Eire está comprometida –Lanzó de golpe y Lennox frenó.
Dejó de caminar, lo observaba con el semblante más confuso que podía. ¿Había escuchado bien?
– ¿Qué?
–Lo lamento –Balbuceó, palmeando su hombro.
– ¿Ella lo sabe?
–No, no lo sabe porque, la comprometí mientras estaba desaparecida...
– ¡¿Tú la comprometiste?! –Vociferó furioso, suspirando con fuerza – ¡¿Con quién?!
–Lyssandro de Furcsa –Dijo con la cabeza gacha –. Lo lamento Lennox.
–Kennet, me has roto el corazón –Exteriorizó. Kennet tembló.
–Lo siento, es que necesitaba dinero para Radost, tu sabes que el amor no es un lujo que podemos darnos los de la realeza y era necesario unir a los países.
–Siempre supiste que yo amo a Eire, incluso lo supiste antes que yo mismo –Respondió con la voz rota, recordando como Kennet, desde la infancia, le decía que estaba enamorado de su hermana.
– ¡Lennox!, ¡Kennet! –Gritó Eire, quien se había alejado considerablemente – ¡Miren! ¡Desde aquí se ven las montañas, lo he logrado! ¡Eh logrado descifrar el mapa! –Gritó con una sonrisa cubriendo su rostro.
–Lyssandro, ¿es un buen hombre? –Preguntó, no miró a Eire, ya no podía hacer algo como eso.
–Si –Respondió con amargura Kennet.
–Entonces, deseo que la cuide tanto como lo haría yo...
– ¿Qué dices, Lennox? –El rubio mostró sus alas, no le respondió, se dispuso a correr un par de metros y tomó vuelo, alejándose de la vista de ambos príncipes.
Eire borró su sonrisa al verlo apartarse, miró a Kennet y notó que estaba cabizbajo; trotó hacia él y sin aguantar le preguntó desde lejos: – ¿Fue a investigar las montañas?
–A-así es –Tartamudeó. No tenía el valor de contarle lo que había sucedido realmente, no aún.
–Vaya, lo hubiera hecho antes, ¿no crees? –Kennet asintió levemente – Me hubiera ahorrado el tener que descifrar esto, siempre me hace lo mismo –Comentó riendo.
–Ya basta –Interrumpió. Eire lo miró asustada debido al tono que había empleado para con ella.
– ¿Kennet? ¿Por qué me hablas así?
–Lo siento, solo que estoy exacerbado, mi camino está por terminar, ustedes entrarán a la brecha y yo me quedare esperando sin hacer nada, sentado sobre una roca... sí.
–No te preocupes, nada va a sucedernos –Dijo tomando sus manos, Kennet las presionó con cariño.
–Me preocupo por ti.
–No tienes de qué, sé defenderme, Lennox me ha enseñado a no ser distraída y como aquello es algo inherente a mi persona, estoy segura de que él se encargara de ver a mis espaldas... Lennox siempre me salva, no sé cómo lo hace –Comentó con una sonrisa en sus labios –, pero siempre está en el momento indicado, ni siquiera puedo tropezar con una rama porque él ya está sujetándome del brazo evitando que me caiga –Kennet la observaba sintiendo pena, se sentía realmente mal –, claro que me trata de estúpida, no tiene sentido, me ayuda, se ríe y se burla de mí, ¿no tiene sentido verdad?
–Ya basta –Interrumpió –. No perdamos tiempo, mejor vamos, ¿no?
–Si –Asintió ella sonriéndole.
***
Día 32 de la desaparición de Eire.
Cinco de la tarde, ni un minuto más, ni un minuto menos.
Tristan cerró su reloj de bolsillo, un regalo valiosísimo que le había hecho un noble de Núremberg, aquella baratija era un inventó que todavía no salía a la venta y no saldría hasta al menos unos diez años próximos, pues hacerlos era muy difíciles y tomaba mucho tiempo, aun así, él poseía el primer reloj de bolsillo inventado en la historia.
Lo atesoró en un bolsillo interior de su saco negro de cuero y visualizó a cuatro pares de pierna acercarse a él a paso lento, alejados en el largo pasillo.
La melena roja de Nurges, la calvicie de Fergal, el amarillento de Kilen y el blanco de Malvina Petrov.
–Como lo solicitó, su alteza –Vociferó Kilen –. Las damas están aquí, sanas y salvas.
–Espérenme en mi oficina, allí les entraré su paga –Contestó con voz seca.
Los desagradables hombres voltearon y a paso apresurado dieron marcha a esperar por su sueldo, atarearse para Tristan les estaba llenando de dinero, si no fuera porque ambos eran alcohólicos y viciosos malos apostadores, probablemente ya podrían haber comprado una casa para cada uno con tan solo dos trabajos que hicieron para el pelinegro: Capturar a Nurges y traer a Malvina.
–Nurges, tu... aguárdame en mis aposentos –Ordenó con la mirada incendiada.
Nur asintió nerviosa, soltó el aire que estaba aguantando y, dudosa, se alejó de Malvina para dejarla a solas con Tristan.
El pelinegro la observó desaparecer por los pasillos y cuando se aseguró que de no había nadie escuchándolos abrió la boca para hablar.
–Su alteza, si quiere condenarme, es su deber pero por favor...
–Malvina Petrov, estoy eternamente agradecido con usted –Interrumpió. La mujer alzó su rostro y lo miró confundida.
– ¿Cómo dice?
–Usted ha sido muy noble, accedió a salvar a mí amada hermana y a cambio recibía los malos tratos e injusticias de mi madre –Dijo –. Sé lo del contrato, usted estaba en todo su derecho a negarse y, además, a acusar a mi madre por hereje, pagana, impura, traición, todo lo que se te venga a la mente, porque ese fue su acto, tomar la sangre de un inocente niño –Se refería a Lennox – para que la beba una niña... es execrable*.
–No me atrevo a mentirle su alteza, he aceptado porque me amenazó de muerte.
–Estoy con los cinco sentidos puesto en ello, con más razón pudo acusarla, su condena hubiera sido más dura pero no lo hizo, ¿por qué?
–No podía dejar que la princesa muera –Confesó.
–A pesar de que... a pesar de que es la hija que su amante tuvo con otra mujer –Lanzó, los ojos de Malvina se llenaron de terror –. No te asustes, no puedo condenarte a nada, eres inocente, tu no traicionaste a nadie, eres soltera, en todo caso, Jaha es quien te traicionó a ti –Continuó reflexionando –. Si, traición al alma, no a mi madre, a ti porque te conocía desde hacía años y estaban juntos.
Todo lo que decía lo sabía gracias a Nur, aquella muchacha había contado todo lo que sabía. A Malvina le había encantado compartir su trágica historia de amor con alguien.
Nurges la había escuchado con añoranza sintiéndose completamente identificada con la desdicha, pues ella estaba perdidamente enamorada de Lennox y escuchar a la mujer relatando tantas promesas rotas la hacía sentirse parte de algo.
– ¿Cómo sabe eso?
–La vida te da regalos inesperados, si yo no hubiera sabido aquello, este instante sería diferente, yo no estaría agradeciéndote sino encerrándote en el calabozo.
– ¿Nur le contó todo? –Tristan asintió y casi pudo oír el corazón de Malvina romperse, le había confiado su historia de amor a esa muchacha y ella la esparció.
–Mi hermana es lo más preciado que tengo, su hijo está con ella... cuidándola –Comentó con la voz cortada –, ambos la cuidan y yo solo puedo agradecerte de una manera.
– ¿De qué forma? –Preguntó.
–Jaha está enfermo, le quedan poco de vida –Los ojos de Malvina se oscurecieron al escuchar aquellas palabras, Tristan continuó: –. Pasarás sus últimos momentos junto a él, podrán amarse libremente, nadie va a molestarlos.
–Su alteza –Susurró, una lágrima cayó a sus mejillas.
–Jaha comulgará y tendrás el honor de firmar su testamento –Y aquello bastó para derrumbar por dentro a la rubia, el testamento, un pergamino que significaba el fin del ciclo, debía firmarlo siempre la pareja de quien fallecía – porque tú eres la mujer que él ama.
Abrió la puerta ligeramente, la brisa corrió llenando las fosas de ambos con aroma a hierbas, aquellas que utilizaba Tristan para preparar el desayuno.
–Gracias Tristan –Se atrevió a pronunciar su nombre y a besar su mejilla –. Las buenas obras siempre son recompensadas.
–Adiós –Respondió en un susurró y se marchó.
Malvina tomó aire, empujó un poco más el portillo y se adentró al lugar, observando a todos lados, nunca antes había estado en esa habitación, pues no estaba amueblada.
Una voz ronca la sacó de sus pensamientos, su corazón latía tan fuerte que sentía que iba a escaparse de su caja torácica.
– ¿Malvina? –La rubia lo miró, asintió y corrió hasta su lado.
Sin esperar, Jaha la acercó a él para besarla como nunca antes lo había hecho, la extrañaba, la necesitaba, la amaba tanto, aquel contacto nunca iba a ser suficiente.
– ¿C-ómo es que lo-lograste entrar aquí?
–Tristan me dejó...
– ¡Vete! –Interrumpió tosiendo – ¡Rápido! Es un-una trampa.
–Calma –Lo acarició tranquilizándolo –. No hay nada de qué preocuparse, Tristan fue muy amable.
–Tristan no es amable, es un-es un ser despreciable.
–Es tu hijo, todo lo que hace lo aprendió de ti –Dijo severa.
Quizá, lo que había conquistado a Jaha era su actitud, cariñosa y demandante, era capaz de tranquilizarlo mientras lo regañaba, ambiguo y curioso.
–Me llamó aquí para... hacer tu testamento –Confesó.
El estado demacrado de su amado la entristeció, se aguantó las ganas de llorar, sabia de buena tinta que no pasaba de esa noche, lamentablemente, de dedicaría a llorar luego.
– ¿Cree que voy a morir? –Preguntó con furia.
–Jaha...
–Te amo Malvina –Dijo de repente –. Es-estoy listo –La miró con intensidad.
Malvina asintió y se inclinó para tomar el pergamino amarillento, cargó la pluma con tinta y esperó a que él comenzase a hablar.
–A... a mi hijo ma-mayor –Comenzó a toser con fuerza, Malvina golpeteaba su espalda y lo acariciaba para calmarlo, luego de un rato continuó: –Kennet, a él le dejo dos castillos, sus dos castillos favoritos, le regalo mis compañías con diez mil hombres para que los utilice sabiamente en sus futuras conquistas de tierras y por último, le dejo mi primera corona –Malvina anotó, era la única criada (sin contar a su hijo) que sabía leer y escribir, eso se debía a su romance con Jaha, pues ella quería escribirle poemas cuando eran jóvenes y él le enseñó a hacerlo.
»A mí preciada Eire, mi hija pequeña, mi princesa, le dejo un castillo del bosque, ese con espacio suficiente para practicar su adorada esgrima y mi primer espada; le dejo la torre sobre el océano que tanto ama y tres coronas, las que ella elija. Para que las use, las atesore y siempre me recuerde como el padre que la amó demasiado.
»A Lennox, mi hijo favorito, le dejo todas misespadas, dagas y coronas restantes, mi primer capa, la mitad de mi sueldo y una torre en el bosque para que viva cómodamente como el príncipe que nunca le permití ser, además, le dejo el mandato total de la biblioteca, siendo él, el nuevo dueño legítimo de la totalidad de los libros.
–Eso significa mucho para Lennox –Malvina besó a su amado con pasión.
–A mi esposa –Murmuró con vergüenza –, le dejo un castillo en las Islas Immence y la soberanía total de ellas –A pesar de que esas Islas le pertenecían a Maeve, nunca tuvo las escrituras oficiales que lo comprobasen, eran suyas simbólicamente a palabra de Jaha.
»A la mujer que amo, Malvina Petrov, madre de mi preciado hijo, le dejo mi corazón, entero y mi inmortal amor –Murmuró, ella no pudo evitar sonreír a pesar de que la tristeza estaba pegada en todo su ser. No anotó eso –. Le dejo la otra mitad de mi sueldo, una corona y la soberanía de la casa del pueblo.
–No tienes que hacerlo –Confesó la rubia.
Jaha se inclinó hacia ella, se quitó su corona y se la puso delicadamente, era delgada, un aro fino hecho de oro puro con piedras moradas y diamantes en forma de gotas incrustadas alrededor, alternándose una piedra morada, un diamante, una morada, un diamante y así hasta completar el circulo.
–La c-casa del pueblo la compré para ti, c-con todo mi amor, vale más que c-cualquier c-castillo que pueda darte –Asintió
»Dejo el castillo de mi país natal para los pobres Radostes al igual que las dos torres en el pueblo, uno para salud y otro para educación.
Lo que no sabía Jaha, es que Tristan se había adueñado de esas torres usándolas exactamente para lo que él acababa de mencionar. Como siempre, el hijo un paso al frente del padre.
–Eso es todo –Finalizó.
– ¿Y a Tristan? –Preguntó curiosa – ¿Qué le darás a él?
–A él le dejaré, Malvina, más de lo q-que merece –Escupió con voz sombreada, no con furia, sino con tristeza y decepción –. Veneno me dio, que hace arder mi corazón. Para hacerse con mi reino... él me mató.
Mi reino y mi perdón.
***
Día 31 de la desaparición de Eire.
Una vez que estuvieron frente a las montañas, se sentaron esperando a Lennox quien había desaparecido hace al menos una hora.
Kennet, cansado de esperar, se levantó y comenzó a caminar en círculos para estirar sus músculos; no podía dejar de pensar una y otra vez en la charla que acababa de tener con Lennox, porque es verdad, él siempre supo que Lennox estaba loco por su hermana pequeña, desde que eran unos niños.
Recordaba cuando tenían ocho años, eran demasiado pequeños para comprender lo que era el amor de parejas, pero no necesitaban comprenderlo sino sentirlo; Eire estaba en el jardín en su clase de botánica, la profesora se fue y quedó sola arreglando un ramillete de rosas, entonces su vestido se rasgó y comenzó a llorar.
Lennox y él estaban jugando por ahí, el rubio -con sus habilidades- la escuchó y salió rápidamente a ver que le pasaba.
Cuando Kennet comenzó a cantar Lennox-tiene-novia, el pequeño le gritaba que solo había ido porque era su deber como sirviente, estar al tanto de la princesa.
Nunca cambió, siempre lo supo y nada le hacía más ilusión que ellos estén juntos, lo que más lo mortificaba era saber que solo comprometió a su hermana porque necesitaba el dinero para no dejar al país en banca rota...
«Tristan lo hubiera logrado, él hubiera sacado al país adelante sin necesidad de vender a Eire como si fuera un trozo de carne... soy un pésimo Rey, un pésimo hermano, un pésimo amigo»
Eire lo observaba; debido al calor su cuero cabelludo le causaba picazón. Llevó sus manos a la cabeza y comenzó a peinase, hizo dos trenzas que le envolvían l circunferencia y para no llevar el resto suelto, lo unió en una cola baja... de repente comenzó a desesperarse.
No estaba.
–Oh no –Se quejó mientras miraba hacia todas partes –. No, no ¡no!
– ¿Qué sucede? –Preguntó Kennet arrimandose a ella, ayudándola a ponerse de pie.
Eire se alejó volviendo por donde habían venido, tenía la esperanza de encontrarla.
–La perdí –Dijo seca. Kennet la perseguía confundido.
– ¿Qué cosa?
– ¡Mi corona! –Contestó estremecida –Mi corona de Lennox.
– ¿Qué?
–Lennox me regaló una corona, la hizo para mí y la perdí –Se mofo –. Soy una insulsa.
–No te preocupes, estoy segura de que no se enfadará.
–No me importa si se enfada, quiero mi corona...
–No la hice para usted –Lanzó alguien a sus espaldas, ambos príncipes voltearon.
Lennox estaba observándolos con rostro serio y respiración calmada.
–Olvídela, le darán otras mejores –Escupió con recelo mirando a Kennet.
Se refería a que cuando se case con Lyssandro, él le regalaría muchas más, más valiosas y que nunca se marchiten.
La princesa frunció el entrecejo, Lennox estaba dirigiéndose a ella de manera formal y no le gustaba. Le encantaba que él le hablase como si fuera una igual, desearía también que él la llamase por su nombre, que lo pronuncie, tal vez de sus labios sonaría precioso pero ahora, de la nada estaba hablándole así... ¿por qué?
–No quiero otras –Murmuró para sí misma. Lennox la escuchó... siempre la escucha.
–Es verdad, el camino de dagas si está detrás de esas montañas, pero es peligroso... es... literalmente un camino de dagas –Dijo Lennox cambiando de tema – ¿Qué más dice la profecía, su alteza?
– ¿Lennox, que te pasa? –Preguntó Eire, no de manera violenta, sino dulce.
–Nada –Hizo fuerza en la quijada evitando mirarla a los ojos, en cambio observó a Kennet apuñalándolo con su contemplación llena de decepción –. No sucede nada, princesa.
– ¿Por qué me hablas así? –Kennet tragó en seco, tomando del hombro a su hermana.
–Me dirijo a usted como debo hacerlo, sobre todo ahora que sé que –serás la Reina de Furcsa, iba a decir, pero guardó silencio, no le correspondía decir eso.
– ¿Qué sabes qué? –Hizo puntas de pie para ponerse a la altura de los ojos de Lennox, ahora él la miraba sin mirar – ¿Qué sabes Lennox? ¡Habla ya!
–Disculpe, eso no me concierne, solo soy un sirviente –Respondió y le hizo una reverencia.
– ¿Qué Diantres te pasa? Hace un rato estábamos bien –Se quejó. Volteó para ver a Kennet con furia: –. ¡Fuiste tú! –Le gritó empujándolo por el pecho levemente – ¿Qué le has dicho?
–Yo... yo no...
–Te casarás –Lanzó sin pensar, arrepintiéndose al instante.
– ¿Qué?
–Eire, lo siento, pero yo –Se apuró Kennet –... yo no...
–Su alteza, el príncipe Kennet no tiene la bravura para comentárselo, me temo que debo ser yo quién le dé la noticia, la comprometió con Lyssandro, futuro Rey de Furcsa y se casará con él.
– ¿Cómo dices? –Preguntó, ahora mirando a Lennox nuevamente.
–Futura Reina de Furcsa –Lennox bajo la cabeza y se relamió los labios –. Kennet, ten el valor de contárselo –Pidió y se dio la vuelta para alejarse unos pasos.
–No, espera –Alzó la voz dispuesta a perseguirlo. Kennet la tomó del brazo impidiendo que se aleje de él.
–Eire, tiene razón, hablemos –Pidió. Eire lo miró con furia y se soltó bruscamente de su agarre.
–Tristan jamás me hubiera hecho algo como esto –Acusó susurrando –. ¡Lennox! –Vociferó trotando hacia él –espera, Lennox, por favor.
El rubio se plantó, no volteó, no podía mirarla.
–Lennox, lo sabias... y no me dijiste nada.
–Lo supe recién y no fui capaz de ocultarlo. Jamás le mentiría con algo así –Respondió seco.
–Deja de hablarme así, no lo soporto –Pidió con sus ojos cristalizados.
–Discúlpame –Está vez pidió él. Se acercó a ella para por fin mirarla a los ojos –. Discúlpame, por favor.
–Yo no voy a casarme con Lyssandro, no quiero –Exclamó con una expresión extraña.
Lennox la tomó de sus mejillas y acercó sus narices con cariño, sin llegar a rosarse.
–Ya sabes cómo es, el amor no es un lujo que puedan darse los de la realeza –Repitió lo que le había dicho Kennet antes.
–No me importa, no lo haré...
–¿Por qué me lo aclaras? –Interrumpió.
Eire apoyó sus manos sobre las de Lennox y negó.
–¿Por qué tanta necesidad de esclarecerme que no quieres casarte con él? A mí que me importa –Intentó hacerse el desinteresado.
–¿No te importa? –Tragó en seco –¿No te importa lo que yo siento?
–¿Por qué habría de hacerlo? ¿Acaso tienes algo que decirme? –Preguntó, esperando a que ella se confesase con él.
–Porque... solo...
–Eres preciosa –Confesó –. Estoy seguro de que Lyssandro será un buen esposo –La soltó y se alejó.
Kennet, quien estaba detrás de ellos escuchando, lo entendió todo.
Lennox estaba intentando alejarse sentimentalmente de Eire.
–Lennox –Quiso responder, pero fue interrumpida una vez más.
–Tenemos que ir hacia allí, el camino de dagas, cruzarlo y entrar a La Brecha –Indicó.
–Lennox, estaba diciendo que...
–¿Estabas diciendo que más dice en el libro? –Preguntó. Eire bajó la cabeza con decepción, Lennox no quería hablar, lo entendía.
Se dignó solo a asentir con cierta amargura vistiendo su aura, abrió el libro para encontrarse con las páginas en blanco. Se pinchó la yema para que unas pequeñas gotitas cayeran sobre las hojas y poco a poco las letras comenzaran a revelarse, pero ya no estaban en el antiguo idioma de Radost, sino en el actual, el que ella hablaba cada día de su existencia.
Lennox en primer lugar llevó a Kennet hacia la punta de la montaña, en donde el príncipe sintió vértigo al mirar del otro lado, era todo gris, lúgubre, tenebroso, lóbrego y sombrío. Volteó para decirle algo a su amigo, pedirle disculpas por el mal momento, Lennox solo lo miró.
–Lo siento.
–Está bien –Dijo, más por cortesía que por sinceridad. No, no estaba bien –. Es tu deber, por algo lo habrás hecho.
–Tienes razón, yo siempre supe que la quieres... y te fallé.
–Olvídalo, no te guardo rencor –Declaró, esta vez siendo totalmente franco –. Te agradezco que me lo hayas dicho ahora, antes de que...
No pudo hablar, tragó sus palabras y cerró sus ojos con pesar.
–¿Antes de qué?¿De que ella te guste un poco más? –Pregunto sarcástico, como si eso fuera posible.
–No, antes de que yo me atreviera a decirle que la quiero, porque yo sé que es reciproco, no es muy buena ocultándolo, ¿sabes? y no soportaría decirle eso para luego no estar juntos –Kennet lo miró con tristeza.
–Lo siento –Repitió, no podía hacer más que pedir disculpas.
Lennox asintió, estiró sus alas y descendió con dificultad hasta donde se encontraba Eire.
La tomó de las axilas para llevarla, como había hecho con Kennet, pero ella simplemente se volteó y lo abrazó hundiendo su rostro en el hueco del cuello del rubio escuchando como él tragaba en seco.
–Puedes fingir todo lo que quieras Lennox, pero no me engañas, luego de destruir a La Ordenadora nos iremos, huiremos juntos –Lennox lanzó una carcajada que hizo temblar a Eire –. Eso es, ríete, finge, miénteme en la cara –Dicho eso, puso sus manos abrazándolo por el cuello –. No hay forma de que me case sin sentir amor.
–¿A dónde quieres que vayamos? –Preguntó con un tono sorpresivamente dulce.
Eire sonrió y lo abrazó con más fuerza, el rubio no pudo contenerse y la tomó de la cintura unos segundos solo para alejarla.
–A La Brecha, la destruiremos juntos. ¿No es cierto? –Lennox asintió, Eire quien no perdía el tiempo, volvió a abrazarlo pegándose a él como un parásito.
Él negó y la sujetó con fuerza, rendido, tenía que llevarla así.
Corrió unos metros para poder volar cómodamente, la herida apenas y le dolía, increíblemente, que le arrancaron un trozo de una ala le había beneficiado extraordinariamente, sentía que tenía más control, una vez lo había dicho bromeando pero ahora apreciaba que era verdad: una ala mala y otra rota, estaban parejas, funcionaban perfectas.
La piel de Eire se erizó de repente, Lennox la soltó delicadamente ayudándola a quedarse en el suelo.
Los tres miraron hacia abajo, había una escalera de piedras que utilizarían para descender, Kennet pasó primero, Lennox le dio el paso a Eire y él quedó hasta lo último. El príncipe dio un paso en falso tropezándose, sin embargo no se cayó y Eire, lejos de haber prestado atención, hizo lo mismo que su hermano solo que Lennox se apresuró en ayudarla.
Ella no lo necesitaba, se sujetó sola y acomodó su vestido gris viendo como una de sus piedritas rodaba hasta perderse con el resto de las piedras de la montaña y lanzó el aire frustrada.
Lennox miró a través de las rocas hasta visualizarla, con su vista como telescopio, podía distinguir hasta pequeños insectos a largas distancias. Se alejó para tomarla y devolverla a su dueña.
Dos horas después de bajar en un completo e incómodo silencio, llegaron al fin al camino de dagas, hacia tanto frio que hasta Lennox sentía incomodidad en su piel. Eire se abrazaba a sí misma, Kennet no lo demostraba pero estaba sufriendo.
El sofrió se debía a unos enormes prismas puntiagudos formados con hielo, si Eire no hubiera pasado por ciertas situaciones inexplicables -Lennox con alas, las criaturas de la brecha, ella siendo descendiente, la sangre azul- se estaría cuestionando por qué Diantres había hielo en pleno junio.
Lennox apoyó sus manos con la esperanza de que algunos hielos se quebracen dejando un espacio para que ellos pudieran cruzar, pero eso no pasó.
–Necesito hacer más fuerza –Avisó, pues, el solo había posado sus manos creyendo que sería suficiente, pero no.
Formó un puño y le dio con bastante fuerza, la piel en sus nudillos se agrietó a pesar de que él no sentía ningún tipo de dolor y el hielo cayó. Ladeó una sonrisa, ya sabía cómo hacer, el inconveniente es que debía ir golpeando kilómetros y kilómetros del espeso hielo hasta llegar a quien sabe qué lugar.
Según Eire, en medio del camino de dagas, se encontrarían una abertura, como una puerta hacia otra dimensión, ese lugar era la brecha, era su pase directo.
Dejó de pensar en cuanto notó que el hielo comenzó a crecer negándose a ser destruido.
Lennox volvió a destruirlo pero nuevamente volvió a regenerarse.
–¿Qué demonio? –Exclamó Kennet.
–Podemos cruzar volando –Sugirió Eire –. Lennox, puedes fijarte si realmente hay algo en el medio y llevarme luego.
Pero Lennox no contestó, solo abrió sus alas mostrando que estaban cubiertas de escarcha. Congeladas.
–¿Cómo es posible? –Inquirió crédula.
–No lo sé, lo noté desde antes de llegar, tal vez no somos bienvenidos –Pensó. Tal vez la Ordenadora había hecho alguna maldición para que eso sucediera con cualquiera que quisiera entrar.
–¿Cómo vamos a hacer ahora? –Se quejó la princesa y Lennox le hizo señas de que guardase silencio.
Kennet los observó curioso y dirigió su mirada hacia donde la de Lennox, una especie de sombra se acercaba a ellos, enorme, el príncipe sintió que se moría en ese instante.
–¿Cómo te atreves a entrar hasta aquí, Feaid? –Preguntó con voz punzante. Kennet tapó sus oídos con fuerza, aquel tono que parecía ser tres voces al unísono logró hacer que unas gotas de sangre brotaran de esa parte de su cuerpo.
Kennet era un simple mortal, aquellas cosas lo dañarían mucho.
–¿En compañía de Claíglas? –Se refería a Eire.
Ella se despegó de Lennox y tomó su espada, lista para despedazar a cualquier bicho que se acercara a su hermano o a Lennox.
–La Ordenadora se enterará de su atrevimiento y los matará –Amenazó.
–¿Cómo lo sabrá? –Preguntó Eire, la criatura le dirigió la mirada –Si te destruiremos.
Y Lennox pegó un saltó colgándose de alguna parte de la estructura de la criatura para luego arrancársela como si fuera una tapa. Chilló, hiriendo sin pudor a Kennet quién cayó al suelo gritando del dolor.
Como un aviso, cuatro bestias se acercaron corriendo, rodeando a Eire, uno se proyectó contra ella con sus brazos como lazos, solidos, pero logró tajear parte de su cuerpo al agacharse levemente, la criatura chilló. Eire volteó en el momento exacto que la segunda criatura la abofeteó quedando cara a cara, clavó su espada en el medio destruyéndolo, cortó parte de su brazo en forma de lazó y la tomó como espada, ahora tenía dos.
Los otros dos al ver la destreza de Claíglas la rodearon, golpeó al primero con el mango de su espada haciéndolo a un lado, giró y apuñaló con el lazo al que venía en frente y con su espada degolló a otro que se arrimaba por su lado izquierdo.
Cayó hincada y lo que pudo observar fue como los cuatro comenzaron a convertirse en polvo, desapareciendo del lugar.
Suspiró con fuerza, su mirada llena de rabia, oscura y puso atención a Kennet, quién continuaba hecho un ovillo en el suelo a causa del insoportable dolor que le causaban los gritos de las criaturas.
De la nada misma, más criaturas se adosaban a Eire, se levantó y sujetó a uno formando una cruz con las espadas, con el lazo partió en dos a la bestia y se encaminó hacia la otra que se le lanzó encima, cansada, usando sus armas como tijera rebanó a una y rápidamente se rotó sobre su propio eje para hacer lo mismo con quien estaba detrás, primero con el lazo y luego con la daga partiéndolo en tres partes.
Todo pasó rápido, alzó ambas manos y rebanó por la cabeza a otro que se le acercaba, se agachó ligeramente para cortarles los pies a dos y luego agujerear sus cabezas con el lazo y giró una vez más, como si fuera una bailarina, descuartizando a quienes se le acercaban, eran tres, cayeron.
Eire se mareó pero se sostuvo con una pierna y al que quedó de pie le encajó la espada en el cuello.
Quitó su espada con violencia de ese cuerpo y la sangre de color ocre la salpicó.
Por otro lado, Lennox imitó la acción de Eire, con sus manos quebró un lazo de la criatura y lo uso para apuñalarlo, cuando estaba desvaneciéndose, lo lanzó al suelo y otros dos se le tiraron encima para atacarlo, se levantó solo impulsándose con sus piernas y rápidamente empujó a uno pateándolo, a la vez que le cortaba la cabeza, notó que había rasgado ligeramente un prisma de hielo y luego giró rápidamente con el lazo a lo alto para encargarse del otro que se le venía encima, distrayéndolo para darle un golpe tan fuerte que lo lanzó lejos causando que un prisma de hielo lo atravesase.
Lennox y Eire quedaron de espaldas, uno detrás del otro en posición de guardia, suspirando con fuerza... pero no había nada más. Habían acabado con todos.
Lennox se posó rápidamente frente a Eire, siendo ignorado totalmente pues ella se lanzó hacia su hermano, estaba inconsciente.
–¿Qué le pasa? –Gritó nerviosa, Lennox reparó en que su voz se oía incluso más grave.
Se acercó levemente a Kennet para oír el movimiento de la sangre fluir por sus venas y un débil pulso junto al bombeo de su corazón.
–Está vivo –Afirmó, más Eire no cambió su rostro de preocupación –. Inconsciente, el chillido de las bestias se torna insoportable para los mortales, por eso la sangre –Comentó moviendo el rostro de su amigo para que ella pudiera ver lo que él indicaba.
Lennox se levantó y se dispuso a cargar a Kennet en brazos. Eire lo detuvo.
–Olvídalo, no lo llevaremos –El rubio la miró con cara extraña, la voz de Eire lo incomodaba, de un momento a otro, su voz no sonaba dulce ni chillona como hasta hace unos momentos, sus ojos se oscurecieron y la sangre ocre la hacían lucir como un ser oscuro.
–Princesa...
–No-soy una princesa –Clamó con furia y alejó la mano que Lennox puso en su rostro con la intención de quitarle algo de sangre – y no llevaremos a mi hermano, es arriesgado.
–Entiendo, pero no podemos dejarlo aquí –Respondió intentando ocultar lo herido que quedó ante el rechazo de ella.
–Bien, entonces lo llevaras y lo cuidarás –Ordenó, luego le dirigió una mirada cargada de dureza –. Si muere estando entre tus brazos, te mataré Lennox –Amenazó señalándolo con su espada.
Lennox frunció el ceño y ladeó una sonrisa, llevándose una mano su pecho fingiendo indignación.
–¿Qué? ¿Disculpa? –Eire lo miró mal –¿Me estás echando fieros?
–No, ¡al diablo! –Se quejó alzando sus brazos –nos iremos de aquí.
–Ya sé cómo entrar –Murmuró Lennox captando la total atención de la castaña.
–¿Qué esperas entonces? –Apuró. No era la respuesta que esperaba el muchacho.
Se acercó al prisma que había rasgado anteriormente y se aseguró de que el corte seguía allí, así fue.
–Solo una criatura puede atravesar el hielo, nosotros tenemos sus lazos –Comentó y cortó uno, esperaron unos segundos y no volvió a regenerarse.
Eire se acercó a Lennox y le robó abruptamente el lazo que tenía, encajó su espada en el cinturón de su vestido y apresuró al rubio en cargar a su hermano. Se posó frente a ambos y con los dos lazos, comenzó a hacerse pasó hacia el centro del lugar como si se tratase de un hacha cortando ramas de árboles.
Horas estuvieron haciendo eso, Lennox notó el cansancio de Eire, ella respiraba con dificultad y se había encorvado significativamente, los músculos en sus brazos no aguantaban, soltó un lazo sin querer, se hincó para tomarlo pero se cayó, su cuerpo ya no respondía.
–Estás exhausta –Murmuró Lennox.
–Cierra la boca, tú no sabes nada –Retó mirándolo de manera amenazante.
Lennox alzó las cejas, dejó el cuerpo de Kennet en el suelo y se empotró frente a ella.
–Ni siquiera te quedan fuerzas para sostener el lazo –Dijo tomándolo para ponerlo frente a ella –. Tu cuerpo no responde, te caes del cansancio, estuviste horas destruyendo prismas.
–Claro, ¡Lennox el súper fuerte se burla de mí, que bien, continua muero por escucharte! –Dijo sarcástica. Lennox negó aguantándose las ganas de gritarle un par de blasfemias y la miró con intensidad.
Eire, la quejosa, la testaruda, la de la voz chillona y dulce había regresado.
–¡Hey! –Respondió mirándola con ternura – Lo hiciste muy bien, al fin has demostrado lo fuerte y valiente que eres –Dijo.
El rostro de Eire se tornó rosado.
–¿Notaste a cuántos de ellos derribaste en tan pocos segundos? Eres increíble con la espada.
–Por supuesto –Respondió de mala gana y giró su rostro para no reírse. No podía evitar hacerlo cuando Lennox le hacía cumplidos.
–¿Por qué me dijiste que no eres una princesa? –Inquirió curioso.
–Porque no lo soy, estoy cansada de ser la Princesa. Eire, la Princesa que siempre debe ser salvada por un doncillo –Intentó mover sus manos pero no pudo, estaban entumecidas y lanzó un gruñido.
–Quédate quieta, necesitas descansar princesa.
–¡No me llames así! Ya no quiero ser una Princesa.
–No te llamo así por el título –Lanzó irritado.
Eire nuevamente se puso tan roja como una frambuesa, siendo incapaz de pensar correctamente.
Lennox no la llamaba así por su título, ¿No le decía princesa porque es una Princesa? ¿Le decía princesa de manera cariñosa?¿le decía princesa porque la consideraba una princesa pero princesa de amor? Sintió que se derretía.
Lennox dijo aquello como si no tuviera importancia alguna y se levantó para tronarse los huesos de la espalda dejando a Eire pasmada, ella alzó la cabeza para verlo moverse, su camisa se levantaba ligeramente de vez en cuando permitiendo ver su piel tan blanca como los pétalos de una margarita y se tapó los ojos.
Se sintió mal, era una fisgona.
–Así que... ahora si puedes mover tus brazos –Se burló Lennox con voz ronca y seductora.
–Eres un insulso, Lennox.
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*Piedra de asentar/ Piedra de agua: Nombres que se les da a las piedras para afilar cuchillos.
*Execrable: Que merece ser juzgado, insultado y/o criticado.
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Hola :D
Faltan tres capítulos (y el final, que seria algo así como la introducción a la segunda parte) para que termine la novela.
Modifiqué el titulo de la historia porque TAL VEZ (si tengo ganas xD) haga la segunda parte, ya tengo pensado como se va a llamar pero no puedo decir porque es un spoiler. En fin...
Puse una escena de Jaha y Malvina porque los shippeo. Jalvina❤
Una entre Nur y Tristan con poca ropa porque también los shippeo. Nurgan❤
Shippeo a todos, menos a Lysseire.
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