VEINTIDOS
CAPITULO XXII: Tristan no es Tristan.
Día 30 de la desaparición de Eire.
Una anchurosa fila de criados satisfechos salían en orden y con la cabeza gacha, la levantaban en cuanto se alejaban lo suficiente de la vista de los guardias y alguno que otro, antes de asomarse a la salida, vociferaban un ''Larga vida al Rey Tristan''.
Morgana, quien había tenido una charla hacia media hora con su amante en el vergel, iba continuo a darle una noticia pero se sintió deseosa de saber a qué se debían tantos halagos.
Frunció sus cejas y se abrió paso a la oficina que Tristan se encargó de adecuar a sus desahogos. Las paredes que alguna vez fueron turquesa, en ese momento eran de color gris con papel tapiz en dibujos dorados; sofisticados y lujosos.
El pelinegro estaba serio, firmaba una monumental pila de repertorios; Morgana se detuvo en sus dedos aplanados, las uñas cortadas y pulcras de Tristan estaban vestidas con una pequeña venda que le resultaba dificultosa para escribir, su dedo meñique estaba alzado con gracia.
–¿Vas a observarme todo el rato? –Expresó sobresaltándola.
–¿Qué te sucedió? –Preguntó con respecto a su lastimadura.
–¿No ves mi venda? –Sonsacó con obviedad.
–¿Y toda esa gente que salía recién? –Inquirió sin ánimos de reaccionar al notorio mal humor del pelinegro.
–Renovación de contrato, nada de lo que debas preocuparte –Aseguró mientras seguía haciendo su rúbrica en el pie de cada hoja, una y otra y otra y otra vez.
–Tengo buenas noticias para ti.
–Dime.
–Tengo a los hombres –Expuso y Tristan engrandeció su sonrisa.
–Eres sublime –Murmuró con aprobación. Poco a poco iba hallando la razón por la que su madre quería tanto a la bruja.
–Pero hay un inconveniente–Apresuró antes de que el pelinegro se haga ilusiones –, son diez los hombres que aseveraron que el criado los golpeo y además–Agregó –, encontré archivos, otros hombres, guardias del ordenador, ellos aseguran también que no fueron atacados por el muchacho, sino que hubo un temporal.
–Eso no es un problema, es mi padre ocultando información.
–¿Crees que Jaha tiene algo que ver con esto?
–No lo creo, lo sé –Cercioró –. Tu nueva ocupación es ahondar más sobre el ordenador y cualquier información que tenga que ver con mi padre ah y...–Llevó su índice a su mentón a modo pensativo– asegúrate de que esos hombres estén en el calabozo, no es una sentencia, es una charla que debo tener.
–Mañana estarán todos ahí –Aseguró.
Tristan alzó su mirada y entrecerró los ojos: –Mañana no. Esta tarde.
Día 21 de la desaparición de Eire.
El cielo negro con resplandecientes estrellas se convertía en celeste durante unos efímeros instantes cada cierto lapso de tiempo.
Los matices rebosaban el intemperie, eran de la gama de los colores cálidos, más bien los amarillos, anaranjados, rojos, dorados y algún que otro azul celeste.
Era casi inverosímil de creer que algo tan hermoso como aquella vista, estuviera unido a las horribles explosiones que causaban al salir; los fuegos artificiales representaban dos cosas, primero lo triste de la vida que es la muerte y segundo, lo bueno de la muerte, que es la nueva vida.
Debido al estrepitoso sonido, una pierna comenzó a temblar y el dolor punzaba con tanta intensidad que provocó despegar sus ojos; sus orbes se acomodaron a la completa oscuridad del templado lugar en el que se encontraba.
Un chillido salió de sus labios resecos en cuanto intentó levantarse; le estaba costando a Eire recordar lo que le había sucedido, una vez más: No comprendía nada.
Las explosiones continuaban cesantes, con fervor y eso reventaba los tímpanos de la princesa quien se encontraba arrastrándose fuera de la carreta de Lennox.
–¡Dios! –Escandalizó con voz temblorosa –Como duele... -Continuó esforzándose por salir de aquel oscuro lugar hasta la que asumía era la salida de una cueva, debido a que visualizaba un deje de luces parpadeantes a unos metros.
Sostuvo su cuerpo en una de las rocas para no esforzar tanto su muslo que le dolía como si estuviera en el infierno, mientras agradecía a Apócrifo el no poder ver su herida, que por lo poco que recordaba fue la Ordenadora.
El aire atrevido renovó la totalidad del cuerpo de Eire, se sentía como si no hubiera salido hace una semana afuera, pero dejó de lado ese pensamiento en cuanto confirmó al fin de donde provenía el ruido, las luces, los fuegos artificiales.
Eso solo representaba una cosa; comenzaba a olvidar la molesta punzada en la parte baja de su cuerpo y se dejó caer al suelo mientras poco a poco sus ojos se cristalizaban. Negaba incrédula, no podía creerse eso, no lo quería aceptar.
Se lanzan fuegos a modo de festejo cuando asume un nuevo Rey, y si el uno asume significa que el anterior habría muerto.
Jaha, su padre.
No podía conceptuarlo.
Firme por encima de la cueva, con sus manos apretujando aquellos pergaminos, sorbió su nariz con fuerza. Tan sorprendido como ella, negándose a creer lo que aquel mensaje en el cielo transmitía.
Una lagrima fugaz, casi imperceptible amenazó con caer, pero la limpió al instante con su índice, negándose a llorar por alguien que le mintió toda su vida.
–No seas llorona –Tuteó sin reparos, exaltándola.
Eire volteó para verlo, alzó su rostro para poder verlo a la cara.
–Tu padre está en un lugar mejor –Intentó consolarla, aunque en realidad, muy en el fondo, se lo decía a sí mismo.
–Lennox... -Fue lo único que pudo decir.
–¿Crees que los mentirosos vayan al infierno del Nahled*? –Interrumpió curioso, con tono apagado.
La castaña, muy lejos de comprender la situación, solo se limpió las lágrimas y agitó su cabeza, aquella realidad no era estándar en absoluto.
–¿Disculpa? –Exclamó ofendida por haberla llamado llorona, por tutearla y por preguntarle estupideces.
Se le llama Nahled al infierno del hielo creado por Apócrifo, destinado a las almas que jamás recibirán el perdón, por cometer pecados que ni siquiera el mismo Dios es capaz de perdonar; el Nahled es por lejos la peor desazón de todo ser humano, tanto que incluso está prohibido mencionar ese lugar.
–Porque eso es lo que es Jaha –Volvió a tutear.
La princesa frunció el ceño liada, ¿Desde cuándo Lennox Petrov llamaba al Rey Jaha, el glorioso, por su nombre como si fuera su íntimo amigo?
–¿Cómo te atreves? –Alzó la voz mientras se ponía en pie con brete, quedando encorvada pues comenzó a caminar con uno de sus brazos tocando el suelo para ayudarse a sí misma –Estas refiriéndote a mi padre, el Rey.
–Ya, quédate quieta –Balbució rodando los ojos, notando como los fuegos artificiales comenzaban a cesar al fin –solo mírate, llorando a un farsante cuando estás en esa situación –Se refería a su cojera.
–Deja de hablar así de mi padre –Ordenó una vez que quedó frente a la cueva.
La misma era alta, aproximadamente de dos metros, por lo cual Eire debía girar su cuello exageradamente para ver a Lennox y eso no era para nada amenazante.
–Que este decepcionado con él, no significa que quiero que vaya al Nahled.
–¿De qué hablas? –Preguntó confusa. Al no recibir respuesta, volvió a inquirir alzando la voz: –¿De qué demontres hablas Lennox?
–No es necesario que te lo explique –Murmuró mientras elevaba su mano en donde sostenía el pergamino.
Eire lo echó una mirada pestañeando rápidamente, esperando a que él abriese su mano dejándolo caer para así tomarlo en sus destrezas y antes de abrirlo, preguntó: –¿Qué es esto?, ¿De dónde lo sacaste?
El rubio no la miró, sus miradas no se cruzaron en ningún momento y tampoco le contesto, solo hizo presión en su mandíbula esperando a que ella leyese de una vez, que eran hermanos.
Eire negó encrespada, sorbiéndose la nariz y secando los últimos rastros de sollozos para luego abrir poco a poco el pergamino amarillento, y leer con extraña calma las palabras, era como si su cuerpo le estuviese ordenando que no lo leyera, presentía algo, pero sin importar nada, continuó.
Acta de nacimiento; Lennox Awstin Arwen Petrov.
–¿Arwen? –Murmuró confusa al leer el apellido de su padre, no se inmutó y extendió con la lectura a medida que su rostro iba transformándose, las luces de fondo de los interminables fuegos artificiales iluminaban el espacio con gracia, como si la vida le estuviera diciendo lo-que-lees-es-correcto y el papel cayó al suelo una vez más.
–No puedo... no puedo entenderlo –Tartamudeo Eire.
–Yo si –Confirmó a sus espaldas, la castaña se alteró al oírlo tan cerca, no escuchó ni vio en que momento él se acercó.
–¿Mi padre es... – Tragó en seco – Jaha es tu pa-padre? –Preguntó, llamándolo por su nombre para no tener que decir ''Mi padre es tu padre''.
–Sí.
–¿Lo sabias? –Preguntó precipitada en cuanto se volteó para mirarlo, esta vez él correspondió a sus ojos y ambos tenían algo en común, el color de la desilusión.
–No.
–¿Lo odias? –Preguntó luego de varios minutos de silencio, en los que Lennox continuó mirándola sin mover ni una partícula de su cuerpo, como si se hubiese convertido en roca.
–Jamás –Aseguró –. Nunca podría odiarlo, solo estoy decepcionado.
–¿Por qué no lo haces?
–Porque Jaha siempre fue un padre para mí –Confirmó con voz segura –. Ahora entiendo por qué él siempre estaba cuando algo andaba mal –Frunció el entrecejo recordando –. Si me caía cuando jugaba, él aparecía; cuando me enfermaba, él me visitaba; cuando tenía cuatro años, me enseñó a leer, luego pagó mi educación, el único criado que fue a la escuela; jugaba conmigo a escondidas; me contó sus secretos; compartíamos cosas pero él nunca...
–¿Se atrevió a decirte eso? –Continuó con una interrogante.
–¡Si él me lo decía yo no iba a enojarme!, ¡Él ya se había ganado mi cariño! –Gritó, despechado. Eire se achicó en su lugar, sintiéndose de alguna manera, muy mal.
Una lágrima volvió a amenazar en el rabillo del ojo del rubio, que quitó rápidamente.
–Lo lamento tanto –Susurró la castaña acercándose a duras penas hacia él e intentar tomarle las manos.
–Y ahora murió –Continuó el rubio, tomando de una vez las manos de la princesa para ayudarla a ponerse en pie –y yo nunca podré decirle cuanto lo aborrezco por mentirme, pero tampoco le podre decir cuanto lo quiero –En ese momento, las lágrimas de Eire comenzaron a caer sin reparo. Lennox la acorraló en un abrazó mientras ella lloraba, mientras un par de lágrimas pudo al fin salir del fondo de su alma.
Abrazaba a su hermana.
Día 30 de la desaparición de Eire.
Tristan vestía con un lujoso gabán largo de cuero con singular pelaje en la parte del cuello, que no solo lo hacían ver atractivo, sino que le sumaba presencia a su impecable postura recta y su meticulosa forma de caminar, siempre al mismo ritmo, como si en su mente estuviera contando los compases de alguna canción.
Eran exactamente las tres en punto de la tarde en cuanto llegó a la entrada de los calabozos en donde su madre estaba esperándolo con los brazos cruzados.
Tristan la miró con una ceja alzada sin olvidar lo que había sucedido el día anterior.
–¿Acaso va a seguir insistiendo en que le dé el título de Reina Madre? –Preguntó con pesar.
No había forma de que ese título fuera para ella, ya la conocía, ella era abusiva con el poder. Tristan podía ser malo, o como quisiera que lo denominasen, pero no se podía negar que su trabajo como Rey era exquisito.
–Vengo a advertirte Tristan –Amenazó enalteciendo su rostro –. Yo te di la vida, me la debes.
–Curioso, no recuerdo haber pedido por favor que me concibieras–Retrucó.
Dirigió su mirada a un guardia a su derecha y le hizo seña con su cabeza hacia en donde estaba su madre. –Escolta a mi madre hacia el castillo –Ordenó. Maeve abrió sus ojos y se removió más cerca de su hijo.
–Yo liberé a Kennet –Susurró en su oído con placer. El rostro del pelinegro se transformó.
–¿Qué dices, madre?
–Yo lo liberé, anoche –Tristán alzó más su ceja, como si eso fuera posible y respiro hondo –. Quisiste culparlo, diciendo que él tenía malos guardias, que por su culpa el veneno entró en la habitación de tu padre pero adivina –Desafió con una sonrisa de gato – el que tiene malos guardias eres tú.
–¡Suficiente! –Vociferó antes de perder su particular calma, heredada de su madre, por supuesto –¡Guardia! Escóltala al palacio y que no se acerque a los calabozos.
Se adentró con velocidad al apestoso lugar, encontrándose con Morgana en el camino quien se interesó en su semblante furioso.
–Mi madre, liberó a Kennet, me lo confesó. No creí que se atrevería.
–Como sea, ella tuvo ayuda –Aseguró guiándolo hacia la celda de su hermano.
Se encontraba vacía y abierta, como si fuera una broma con la llave colgando en la cerradura.
–¿Quién estaba a cargo ayer en la noche de la entrada? –Preguntó.
La bruja, quien sabía todos los chismes, no dudo en responder al instante: –Oberón, ya te lo habia dicho.
–Bien –Murmuró sin más y comenzó a caminar hacia el lado de la oficina de juntas.
–¿Qué le harás?
–¿A él? –Morgana asintió –Nada.
Abrió las puertas, veinte hombres al menos agacharon sus cabezas a modo de referencia.
La mayoría eran enormes físicamente, los hombres de su madre se veían completamente eficientes, quien diría que resultaron ser inútiles.
–Buenas tardes –Murmuró generando sorpresa en cada hombre.
Se rumoreaba que Tristan era un hombre tan frio que nunca saludaba, ni agradecía, ni pedía permiso, claro aquello era mentira, al pelinegro lo que menos le faltaba era la excelente educación.
Los hombres se miraban entre sí pestañeando a rápida velocidad; Tristan los observaba a cada uno de ellos, solo moviendo sus orbes de un lado al otro, carraspeó y se dirigió a ellos:
–¿Y bien? –Preguntó con una chispa de ansiedad –¿Qué sucedió esa noche?
Se refería a la noche en que vieron a su hermana en una cantina y la persiguieron, eso es lo que le contaron a su desgraciada madre, pero habían huecos en esa historia que necesitaban ser rellenados.
–¿Qué noche, su majestad? –Preguntó uno sonándose los huesos de las manos.
–¿Osas a tomarme por mentecato? –El hombre negó temeroso –La noche en que vieron a la princesa.
–Estábamos de guardia en un pueblito, era tarde y las cantinas están abiertas todas las noches, nos metimos en una porque nos llegó una notificación sobre un muchacho de pelo blanco bailando con una joven bien vestida –Tristan entrecerró sus ojos.
¿Su hermana bailando en una cantina? Podía ser posible, increíblemente ella a veces solía ser rabisalsera y de gustos vulgares, pero no tanto como para hacerlo con un muchacho.
–¿Y luego? –Apuró.
–Afirmativo, ella estaba con un muchacho.
–¿Insinúas que la princesa estaba a manos de un hombre? –Preguntó con disgusto e indignación –Cuida tus palabras, es mi hermana de quien hablas.
–Discúlpelo su alteza –Murmuró otro hombre detrás del que habló recién –él muchacho estaba forzando a su majestad, la princesa Eire –Mintió –. En cuanto lo confirmamos, los perseguimos, pero el hombre estaba alerta, así que se la llevó lejos, la secuestró en el bosque y luego...
–Luego me explicas como es que un joven insignificante pudo contra todos ustedes –Interrumpió.
–Eso, eso se debe a que obligó a la princesa a luchar con espadas, le decía que si no lo hacía iba a quitarle su virtud –Continuó mintiendo sin descaro, porque si decía que el muchacho los golpeó a todos violentamente, no le creerían y los ejecutarían por inútiles.
–Quitarle su virtud –Repitió susurrando. Su mano izquierda retembló.
Morgana negaba con horror, mirando a Tristan con interrogantes.
–¿Qué sucedió en el ordenador? –Preguntó la morena cambiando de tema, debido a que su amante se quedó sin habla y estupefacto.
–Hubo un temporal en el pueblo –Confirmó otro hombre.
–¿Dices que nadie irrumpió allí?
–Afirmativo. Fue un rayo que destruyó partes de la construcción.
–Retírense –Ordenó el Rey sin ánimos de seguir escuchando tales cosas.
Todos se marcharon en fila, excepto un joven que esperó a que todos sus compañeros se alejaran para hablar a solas con Tristan, quien lo miro curioso.
–Dije que podían irse. Ninguno me ha dicho nada que me interese.
–Majestad, ellos no le han contado la verdad–Tristan alzó una ceja curioso.
–Tampoco tú, entonces.
–Es que... no podemos hablar –Murmuró temeroso.
El pelinegro se interesó en esas tres palabras más de lo que se hubiera esperado y entrecerró sus ojos.
–¿Por qué no?
–Su padre, nos dio un contrato que no se puede romper –Confesó y comenzó a revolver sus bolsillos internos hasta sacar un pergamino pequeño y alzarlos para que el Rey pudiera verlo.
Con un asentimiento, Tristan dio la orden para que se lo acerque. El joven retembló en cuando le rozó sin querer la piel y se disculpó avergonzado.
–¿Qué dice aquí? –Preguntó una vez más.
–No puedo decirlo, sino me castigaran.
–Si fuera así, ya estarías castigado por haberme dado esto –Alzó el pergamino refiriéndose a el y luego lo abrió.
Decía en caligrafía espantosa que ninguno de aquellos diez hombres podía hablar sobre lo sucedido ese día, de lo contrario sería ejecutado, a cambio de su silencio, Jaha les dio una enorme cantidad de dinero.
Tristan apretó el amarillento papel con furia, esa cifra era exactamente la misma que la del dinero destinado para la salud pública, el dinero que faltaba para la cura de la peste negra, su padre la regaló para guardar un secreto suyo, y, Apócrifo sabe que él va a averiguar qué es eso que tanto quiere ocultar.
Acto seguido, rompió en cuatro partes el papel y lo miró desafiante.
–Ahora yo soy el Rey, no le debes a nadie nada, excepto a mí –Vociferó –Ni a Jaha, ni a Kennet, ni a Maeve, solo a mí y a mis órdenes.
–Por eso estoy aquí, sé que puedo contar con su ayuda –Confesó, no era secreto que padre e hijo no se llevaban bien, por ende, todos los enemigos de Jaha, eran amigos de Tristan... –. Deseo contarle, pero temo que me trate de chiflado.
–Cuéntame –Ordenó sin preámbulos.
–Es que... si es verdad que el joven irrumpió en el ordenador... -Se rascó la frente con nerviosismo.
–Cuéntame de una vez, nada va a sucederte, ya no existe el contrato, tienes mi protección.
–Pero, es que no estoy seguro, estaba aturdido.
–¡Basta de peros! –Alzó la voz, exasperado.
–El joven...
–Lennox, ¿era Lennox, verdad? –Preguntó apurado.
–Yo... yo no... -Balbuceo.
–Tú los conoces, se conocen entre ustedes –Los criados, quiso decir.
–Si, era Lennox Petrov. El vino... volando –Confesó al fin y sintió como un peso se le quitó de encima. Contarlo le hacía bien.
–¿Volando?
–Sé que suena loco, pero es verdad, tenía alas, una estaba mala, tenía una cicatriz extraña y cayó mal; se golpeó, y luego camino hacia nosotros, dobló una espada como si de un papel se tratase pero luego, nadie pudo tocarlo, hizo algo con sus brazos y salieron todos disparados –Tristan frunció el entrecejo –. Pero yo estaba bastante lejos, así que el golpe no me afectó tanto y me repuse al instante, justo para ver como él se marchaba con archivos.
Lo que para ese muchacho fueron unos segundos, en realidad fueron varios minutos, varios minutos en los que Lennox se había dado el placer de buscar el pergamino de Eire y leerlo, el pergamino de Kennet y leerlo, el pergamino de Tristan y leerlo.
Para su mala suerte, Lennox no encontró nada que le interesase, todos eran sus hermanos, incluyendo a Eire.
–¿Cómo puedo creer eso?, ¿Por qué Jaha les creyó? –Preguntó curioso.
–Porque hay un rastro.
–¿Cuál?
Día 21 de la desaparición de Eire.
Lennox abrigó a Eire con su campera, a pesar de que tenía esos horribles agujeros en la parte de la espalda, abrigaba bastante.
Le levantó el vestido con el designio de ver su herida, pero la castaña gritó horrorizada ante aquella escena; sin reparos, Lennox no le pidió permiso, ni le advirtió de lo que quería hacer porque lo había hecho tantas veces en esos cuatro días que se le hizo casi una costumbre, como un ritual.
–Lo lamento Princesa, no quería asustarte, solo quería fijarme en tus... –Señaló con su índice en su cadera.
–¿Perdió la razón?, No puedes hacer esto.
–Si no lo hubiera hecho en estos días, estarías muerta –Le recordó.
–Tal vez era mejor que me dejes morir así no tenía que escucharte reclamarme por todo.
–No te reclamo nada.
–No me tutees –Ordenó. Se quitó el abrigo, con su piel erizándose al sentir el clima fresco de la madrugada y devolviéndosela –y no me trates como si fuera tu hermana menor.
–Eres mi hermana menor –Murmuró.
Los ojos de la castaña se oscurecieron al escuchar esas palabras, esas cuatro palabras le dolieron de una manera que no fue capaz de comprender.
–Ahora que te has dignado a cerrar el pico, permíteme ver tu herida, será muy rápido y no dolerá –La castaña lo miró negando. No se podía permitir que Lennox la mirase de aquella manera, le causaba pudor.
Sintió el fuego acumularse en su rostro en cuanto pensó en todas las veces que él la habrá visto para cambiarle las vendas o para limpiarla, porque, en ese momento que prestaba atención, podía sentir que su pierna estaba limpia; de hecho, la pierna herida estaba completamente limpia, en cambio la otra se sentía algo pegajosa.
–Puedo hacerlo sola –Dijo lentamente –. Y no te atrevas a hablarme así de nuevo, cuida tus palabras, criado –Amenazó señalándolo con su índice.
Lennox rodó sus ojos y negó.
–Como usted desee –Se levantó y le realizó una reverencia exagerada –. Su alteza.
–¿A dónde vas? –Preguntó en cuanto lo veía marcharse, Lennox volteó a verla.
–Te dejaré sola princesa, para que puedas revisar tus heridas –Eire alzó una ceja al notar que él continuaba tuteándola, aun así la llamaba ''princesa'' dejando en claro que solo lo hacía para molestarla. Él jamás iba a tutearla porque sintiera confianza, jamás.
Para Lennox, ella siempre será la Princesa, aunque ella preferiría ser Eire, solo Eire.
–No te vayas, no puedes dejarme sola, ¿acaso no ves que apenas y puedo moverme? –Se excusó.
El rubio se acercó a ella con pesar y la ayudó a recostarse en la carreta, su cama improvisada.
–Tienes que descansar –Dijo con voz ronca.
–Ya dormí lo suficiente –Afirmó.
–No has dormido, has estado en estado de inconsciencia, eso significa que no puedes continuar con tu vida como si nada hubiese sucedido, ¿Entiendes?
Eire se tragó sus palabras porque sabía que el muchacho tenía razón, claro no iba a aceptarlo y se mostraría en desacuerdo absoluto con cada palabra que acababa de pronunciar.
Al cabo de unos minutos, pudo notar que Lennox se acomodaba sobre un miserable trozo de tela a menos de un metro de ella, dándole la espalda, mirando hacia la pequeña fogata que había hecho para calentarse.
–Ahora lo comprendo –Murmuro.
–¿Qué cosa? –Preguntó el chico, sobresaltándola porque ella creyó que él estaría dormido a esas alturas.
–Nosotros –Lennox frunció el ceño –. Mi sangre y tu sangre, son compatibles porque...
–No había pensado en eso –Confesó. En realidad, no había querido pensar en nada con respecto a ese tema.
–La diferencia es que tu saliste bueno –Dijo y sintió su rostro arder –. Quiero decir, me refiero a tus alas –Se apresuró a corregirse –. Tú tienes las alas y yo solo tengo la enfermedad.
–No es una enfermedad.
–¿Qué es entonces?
–Solo estas retardada –Eire se inclinó con el afán de comenzar una guerra, pero Lennox continuó con calma: yo también tenía ese problema, solo que era peor, me dolía en todo el cuerpo, tanto que llegó un punto en que no lo sentía porque me había acostumbrado a él.
–¿Cómo fue? –Preguntó curiosa.
–Qué te importa. Duerme de una vez –Eire abrió la boca gradualmente para quejarse, pero simplemente no lo hizo.
–Debo contarte lo de la Ordenadora –Comentó porque no quería dejar de hablar con él.
–No me interesa por ahora.
Día 30 de la desaparición de Eire.
–¿Me dices que le crees lo que te relató? –Sonsacó anonadada.
–Cada palabra.
–Yo no lo creo, Lennox sería incapaz de forzarla a bailar, mucho menos amenazar con quitarle su virtud, él es un muchacho muy amable y...
–¿Lo conoces?, ¿Ah? –Interrumpió tomándola de manera brusca de sus brazos, Morgana quedo estupefacta ante esa acción. Acto seguido, Tristan la soltó con dificultad –Lo siento, eso no estuvo bien, merezco cualquier tipo de descargo que quieras para conmigo.
–Solo quiero que me expliques que acaba de suceder ahí dentro.
–Le creo... lo del ordenador –La morena comenzó a reír falsamente mientras apoyaba sus manos en su barriga de manera exagerada. El pelinegro la miraba con desagrado y levantaba su ceja una vez más.
–¿Crees que Lennox tiene alas y súper fuerza o algo como eso? –Tristan la observó buscando en ella la respuesta.
–Morgana, puedes engañar a quien quieras, no a mí –La miró con intensidad, queriendo colarse en su mente, deseoso de saber en qué pensaba ella –. Tú sabes más que yo sobre ellos.
–Sobre quien –Preguntó tragando en seco. Se aquietaron en uno de los inmensos recovecos del palacio y señaló hacia una ventana colorida en la que estaba pintado un hombre alado.
–Ellos.
–¿Dioses? Son solo leyendas.
–Sabes que no –Confirmó. Morgana tragó en seco mirando hacia el suelo.
–Tristan...
–Yo le creo cada palabra a ese joven, Lennox es un... –Se calló con pesar, no admitía que el muchacho era eso que sospechaba – por algo su sangre mantiene viva a Eire.
–¿Entonces qué harás?, ¿Te acobardarás?
–¿Perdiste la razón? –Preguntó sin juicio –No haré nada porque si mi hermana está con él, significa que ella está a salvo, ella está junto a su fuente de vitalidad y Lyssandro se encargará de encontrarlos.
–¿Qué sucederá cuando los encuentre?
–Nada que afecte a mi hermana. Romperé el contrato con Lyssandro, nombrare a Eire Reina Madre y el destino de Lennox estará a manos de ella.
–¿Qué dices?, ¿Estás siendo compasivo? Hasta hace unos momentos juraría que querías liquidarlo.
–La misericordia hace del Rey, alguien grande –Dijo con tranquilidad –. Si mi hermana me pide que lo ejecute, lo haré y si lo quiere vivo, así lo tendrá.
–Estás perdiendo el juicio, tú querías ejecutarlo.
–Quería hacerlo, pero ya no, no quiero hacer nada que la lastime –Se refería a su hermana.
–¿Por qué quieres tanto a Eire?, ¿De que la proteges?
–Tengo...miedo -Confesó con dificultad.
–¿Tu?, ¿Tú tienes...? –Exclamó extrañada.
–Sé cosas Morgana, cosas que tú también sabes pero ambos fingimos no saberlo, no –Río – , queremos convencernos de que no nos damos por hechos.
–¿Sabes todo? –Tragó en seco.
–Cuando Eire nació, yo la odiaba porque, a un minuto de existir había recibido más atención por parte de Jaha y mi madre que el que había tenido yo en mis cuatro años de vida, la odie tanto durante dos años, hasta que tuvo su primer ataque. Mi madre se escabullo para encontrarse con... –Cerró sus ojos con fuerza ahorrándose el mal recuerdo – El punto es que quedé solo con Eire, a punto de morir frente a mis ojos, entonces me acerque y me di cuenta que no quería perderla... y le di la mano y ella tomó mi índice y, me vi reflejado en sus ojos.
–¿Y luego? –Preguntó, aunque ella conocía esa escena, la había visto muchas veces en sus visiones, solo que no sabía si eran verídicas o falsas como muchas otras que tenía.
–Dejó de temblar. La acune en mis brazos y comenzó a reír –Sonrió.
–¿Solo la empezaste a querer porque se calmó en tus brazos?
–No, porque me di cuenta de que por un descuido de mi madre ella iba a morir, me di cuenta de que yo no era el centro del mundo como lo creía, que había alguien a quien estaban dejando sola también y me dije que simplemente no iba a permitir que se sintiera sola, desprotegida, jamás.
–¿A dónde se fue tu madre?
–Tu sabes –Recriminó.
–Quiero que me lo digas.
–Tú los viste también, te vi ese día.
–Dilo.
–Con un hombre, un hombre que le pedía que se olvidara de él.
–Dí su nombre.
–Dagda.
–Conoces a Dagda.
–Estoy seguro de que tú lo conoces aún más.
–Mucho más... también a ti, Tristan –Susurró mientras miraba fijamente al ventanal –. Solo que no estaba segura.
–¿Y ahora? –Contestó alejándose de su lado, yéndose hacia los pasillos para dejarla sola.
Morgana se quedó pensativa, sin mirar cómo se alejaba, solo pensando en las cosas de las que sospechaba.
Tristan apoyó su mano derecha en el picaporte de los baños públicos de su palacio, asegurándose de que nadie lo estuviera viendo; una vez dentro, quitó de alrededor de su cuello una larga cadenita con una llave maestra que le permitía moverse libremente por todas las puertas y aseguró el pestillo.
Tiró su abrigo al suelo frio vistiendo simplemente una camisa holgada color gris, en el espejo se veía como siempre, buen mozo, de profundos ojos rasgados y su nariz imperceptiblemente más inclinada del lado izquierdo.
Alzó su índice, el dedo que Eire tomó cuando era bebe, el dedo que la curo de su primer ataque, el qué, quizá, le salvó la vida desde un principio.
–Tienes algo en esta parte de tu cuerpo –Habló para sí mismo frente al espejo – y no sabes cómo funciona, ni siquiera puedes controlarlo, lo único que sabes es que solo funciona cuando menos lo esperas, cuando es desinteresado y cuando realmente lo necesitas.
Con su mano derecha peinó su melena dejando a la vista su frente blanca, que al soltarlo nuevamente cada mechón volvía a su lugar como si nada hubiera pasado allí y se permitió lanzar un gemido del dolor que estuvo conteniendo todo el día.
Ese dolor que lograba paralizarlo, aquel dolor que era tan intenso que creía que jamás iba a parar; se alejó del alfeizar de mármol para poder admirar mejor y con un particular movimiento se liberó de su malestar.
–Y tienes estas alas, que ni siquiera sabes de donde vienen.
La brisa inundó el lugar, moviendo las plumas de las alas blancas de Tristan.
–¿Quién eres Tristan?
*Infierno del Nahled: Es un infierno creado por Apócrifo en que habitan persona tan horribles que ni siquiera el mismo Dios puede perdonar; el nombre proviene de ''на лед'' (Na led) que significa ''Del hielo'' en Búlgaro.
(Por cierto, eso lo inventé en su totalidad.)
***
Hola :D
Ya sééééé que hace dos semanas no subo capitulo, voy a intentar no atrasarme más, es que no tenia tiempo de escribir.
Mucha información por hoy, Tristan es un semi-dios también o es un Dios?
Apareció Maeve, que aunque parece que pasó mucho tiempo, en realidad la pelea entre ellos había pasado el día anterior, y Kennet ¿A donde estará yendo?, ¿Se encontrará con Lennox y Eire?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro